martes, 22 de junio de 2010


La Prensa Libertaria

Desde que allá por 1845 uno de los primeros economistas europeos llamado Ramón de la Sagra, gallego y traductor e introductor de Proudhon en España, editara la que pasa por ser la primera publicación anarquista con el nombre artúrico de El Porvenir, hasta nuestros dinámicos diarios digitales antiautoritarios, la prensa ha sido uno de los grandes semilleros del movimiento libertarios español. Decenas de diarios, revistas, folletos y periódicos en general integran el arsenal cognitivo que determinó en buena medida la toma de conciencia de amplias capas de la población frente a la asfixiante dominación de la triada formada por el Capital, el Estado y la Iglesia.
Sin esa fecundísima siembra hubiera sido casi inconcebible la experiencia anarcosindicalista en España. Sólo gracias al vivero de ideas, sentimientos y conocimientos que se propagaron en la prensa libertaria durante los años fundacionales –la época que va desde la Regional Española hasta la revolución, con escala obligada en la botadura de la CNT en 1910- se puede entender que un pueblo en alpargatas se enfrentara y derrotara cuerpo a cuerpo a una maquinaria militar engrasada en crueles guerras coloniales que además contaba con la imponente ayuda, en efectivos humanos y materiales, del eje nazifascista. Esa hazaña fue posible porque una instrucción pública, laica, gratuita, autodidacta y solidaria en los valores humanistas y de progreso hizo de levadura revolucionaria para que una masa alienada deviniera en un pueblo en armas y en ciudadanos activos que llevaban un mundo nuevo en sus corazones.
Porque el silo subversivo que representaba ese alfaguara de prensa libertaria que por primera vez en la historia de España rompía la catequesis ideológica impuesta desde el Poder, representaba una auténtica educación par la ciudadanía en un contexto adverso, donde ni la educación estaba al alcance de los humildes ni desde arriba se promovía la ciudadanía. Pocas veces desde la invención de la imprenta, el papel-prensa había servido a causas tan nobles. En un país ágrafo y analfabeto por tradición y cateto por devoción, de pronto varias generaciones alumbraron al conocimiento de que la servidumbre voluntaria no era un designio divino, echando por la borda siglos de resignación y oscurantismo inducido por los capataces de turno. Un nuevo siglo de oro determinó que frente al adocenado elitismo de los “eternos consagrados”, los hombres de letras fueran en lo sucesivo las gentes del pueblo, libres e iguales entre iguales. Y ya nunca más la lengua sirvió de estandarte al imperio, como proclamaba Nebrija, sino de crisol para la emancipación social. Sin estudiar a los clásicos, el pueblo llano asumiría durante años la paideia democrática como norma de vida. Hasta que, como en una caricatura de las tragedias griegas, la enemiga combinada de la reacción betata y mercenaria terminara volando la cabeza de aquella frágil paloma de la paz de letra impresa surgida del trabajo, la cultura y el librepensamiento.
Desde la Revista Blanca hasta Orto, de CNT a la Soli pasando por Tierra y Libertad, Acracia, El Productor, Acción Libertaría, Germinal y cientos de cabeceras más (148 títulos reseña José Álvarez Junco en La ideología política del anarquismo español 1868-1910), la prensa libertaria alentada por esas ágoras que fueron los ateneos obreros, impulsaron el nuevo imago mundi que anticipaba un tiempo sin siervos ni señores, el reino de la autonomía y la dignidad, la posibilidad de una utopía que refutaba en la práctica la condición de parias sin remisión a que la España oficial, los estamentos del privilegio y la clase ociosa habían condenado a los trabajadores. Genio y figura. No por casualidad una parte significativa de la mejor militancia obrera procedía de gremio de los tipógrafos, lo que contribuiría a hacer de las publicaciones anarquistas referente de la intelectualidad mundial. Por eso figuras como Einstein, Huxley, Barbusse, Upton Sinclair, Cornelissen, Nettlau o Eugen Relgis expondrían sus mejores trabajos en ediciones libertarias. Y por eso, y nada más que por eso, el franquismo y su atroz guadaña represiva caerían sobre periodistas, escritores, maestros y profesores, los insolentes animadores de aquel renacimiento que aún conmueve al mundo y a nosotros nos dejó huérfanos…Huérfanos pero con memoria y las hemerotecas llenas.

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