sábado, 30 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL MOVIMIENTO ANARQUISTA INTERNACIONAL. 140 AÑOS DEL CONGRESO DE SAINT-IMIER



En la foto, de izquierda a derecha: Monchal, Charles Perron, Mijail Bakunin, Guiseppe Fanelli y Valerian Mroczkovsky

Artículo publicado en el último número del periódico CNT, con motivo del 140 aniversario del Congreso de Saint-Imier y el inicio del movimiento obrero anarquista internacional.

El Congreso reunido en Saint-Imier declara:
  1. Que la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado;
  2. Que toda organización de un poder político llamado provisional y revolucionario para llevar esa destrucción no puede ser otra cosa que un engaño más, y sería tan peligroso para el proletariado como todos los gobiernos existentes en la actualidad;
  3. Que rechazando todo compromiso para llegar a la realización de la revolución social, los proletarios de todos los países deben establecer, fuera de toda política burguesa, la solidaridad de la acción revolucionaria.

Esta es quizá la más importante de las conclusiones que los días 15 y 16 de septiembre de 1872 se tomaron el congreso internacional celebrado en la ciudad suiza de Saint-Imier. Es, básicamente, el pilar fundamental sobre el que se desarrollará el movimiento obrero anarquista internacional. De una clara influencia bakuninista se marcan perfectamente las diferencias entre el sector antiautoritario y el sector autoritario de la Internacional.

El congreso internacional de Saint-Imier marcó un antes y un después en la organización del proletariado internacional. Días antes, del 2 al 7 de septiembre de 1872, se había reunido en La Haya un congreso internacional impulsado por el Consejo General de la AIT residente en Londres. Encabezado por Karl Marx y Friedrich Engels, se procedió a la expulsión de Mijail Bakunin y James Guillaume de la Internacional. Las acusaciones de los marxistas eran vagas pero tuvieron resultados. El congreso de La Haya no se promocionó como era ordinario en el seno de la AIT, pues el objetivo de los marxistas era claro: eliminar la influencia antiautoritaria de la Internacional.

Cuando días después las secciones antiautoritarias celebraron el congreso en Saint-Imier, la ruptura de la Asociación Internacional de Trabajadores era ya un hecho. El movimiento obrero quedó dividido en ese momento entre el autoritarismo marxista y el antiautoritarismo anarquista. Aunque hubo intentos de reunificación, nunca fue posible. Las diferencias de táctica, estrategia, organización y finalidad eran muy grandes.

Como se llegó a la ruptura. Un repaso por la historia del movimiento obrero internacional

El 28 de septiembre de 1864, en Londres, aprovechando una exposición universal, se decidió crear un organismo internacional que agrupara a todos los trabajadores del mundo para luchar contra la explotación capitalista. Delegados británicos, franceses, belgas e italianos (entre otros) así lo decidieron.

Poco después, en 1865, se conformaba la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Las distintas secciones de los países se integrarían en la Internacional con la intención de articular un movimiento obrero a la gran escala, donde valores como la solidaridad, el apoyo mutuo y la lucha contra el sistema capitalista fueran los pilares fundamentales para la consecución de una sociedad distinta y con los trabajadores como elemento fundamental de la nueva vida.

Aunque la importancia de Karl Marx y Friedrich Engels es innegable en este primer momento, la AIT respondía a distintas sensibilidades de estrategia y táctica política. En su seno se agrupaban desde marxistas a proudhonianos, de cooperativistas a comunistas, de socialistas utópicos a republicanos, etc. Toda una pléyade de personas que desde hacía mucho tiempo venían luchando en sus lugares de origen contra la explotación capitalista y que ahora veían la posibilidad de articularse y coordinarse a escala internacional.

La fuerza y extensión de la AIT hizo que personalidades de renombre internacional en el campo revolucionario se fueran adscribiendo a la misma. Mijail Bakunin, revolucionario ruso, fundador del movimiento anarquista internacional, se adscribe a la misma. Su fama de revolucionario se la había ganado por la participación en numerosas revueltas, como la de Dresde en 1849. Otras personalidades como Guiseppe Fanelli o James Guillaume, también se afilian a la Internacional.

Una Internacional que empezó a preocupar a los gobiernos europeos, que rápidamente se pusieron manos a la obra para cercenar su avance y poder reprimir a las secciones que iban surgiendo de la misma. El temor ante la articulación del movimiento obrero internacional era evidentemente.

Pero en el seno de la Internacional comenzaron a aparecer las disputas. Desde el origen las posiciones de Marx eran claras a establecer una centralización de la organización así como una estrategia cerrada. La fundación de partidos políticos vanguardistas, que se funden con la intención de tomar el poder, es una de las premisas de Marx. El papel del Consejo General de la AIT, que es controlado por los marxistas, debe ser el de coordinador y ejecutor de las tácticas a nivel internacional. Una organización fuertemente centralizada.

Sin embargo esa cuestión chocaba abiertamente con el sentimiento y desarrollo de muchas secciones de la AIT. En países como Francia, Italia, Suiza o España, la concepción centralizada no era bien recibida. La influencia del federalismo de Proudhon era muy fuerte. Igualmente son secciones que optan por la vía de creación de sociedades de resistencia o sindicatos para combatir el sistema. Y no de partidos políticos a los que ven como enemigos de la clase obrera. Desde el poder burgués no se podía combatir al burgués. Su concepción organizativa parte desde las secciones, siendo el Consejo General un mero instrumento de correspondencia. Una organización federal de abajo hacia arriba.

Esos debates comenzaron a ser lesivos para la AIT, debido a que determinados sectores intentaban por todos los medios imponer su estrategia. Es el caso de los autoritarios de Marx, que no aceptaban la libertad de las secciones en el seno de la Internacional. Es el origen de la disputa Marx-Bakunin, del marxismo y del anarquismo.

El canto de cisne lo marcó el estallido de la Comuna de París. En marzo de 1871 los trabajadores parisinos se constituyen en comuna. La Internacional se implica en le movimiento. La Comuna de París, donde los anarquistas proudhonianos son muy influyentes, adopta una concepción federal de la organización. Una organización de abajo a arriba emerge en la ciudad de París, sitiada por los prusianos y hostigada por los versallescos de Thiers. Hubo intentos de creación de Comunas en otros lugares de Francia (Narbonne, Marsella, etc.). En Lyon se llegó a tomar el Ayuntamiento y Bakunin tuvo una participación relevante. Al final las tropas versallescas arrasan París y asesinan a unos 20000 comuneros, entre ellos a internacionalistas como Eugene Varlin.

La Comuna de París vino a confirmar el fracaso de la concepción determinista histórica del marxismo. Si de verdad se quería acabar con el sistema capitalista hacía falta una revolución y no la evolución natural de la historia. Algo que los anarquistas ya había advertido (Bakunin, Proudhon, etc.). El debate era si la Comuna compartió más del marxismo o del anarquismo.

Aun así las posiciones antiautoritarias quedaron debilitadas tras la Comuna. La represión contra el movimiento obrero francés fue grande y allí el anarquismo tenía mucha influencia.

La Conferencia celebrada en Londres en 1871 marcaba también la tendencia que se quería imponer en el seno de la AIT. Sin la asistencia de Bakunin las calumnias del sector autoritario contra su persona no se hicieron esperar.
La ruptura estaba servida.

La importancia del congreso de Saint-Imier

Confirmada la expulsión de Bakunin y Guillaume del seno de la Internacional por el congreso de La Haya, la reunión de los antiautoritarios en Saint-Imier tenía enorme importancia.

En esta ciudad suiza se juntaron delegados españoles (Alerini, Farga Pellicer, Marselau y Morago), de EEUU (Lefrançais), de Francia (Camet y Pindy), de Italia (Bakunin, Cafiero, Costa, Fanelli, Malatesta y Nabruzzi) y Suiza (Guillaume y Schwitzguébel).

Junto al acuerdo que hemos plasmado más arriba, el congreso de Saint-Imier sacó también otras importantes conclusiones.

En primer lugar rechazan, de forma unanimidad, los acuerdos adoptados en La Haya y no reconocen ningún poder al Consejo General. A partir de ese momento se elabora un pacto de solidaridad entre las federaciones de la Internacional para evitar otro golpe autoritario en el seno de la misma.

Ese pacto iba a estar representado por la amistad, la solidaridad y la defensa mutua de las distintas federaciones libres. Es el segundo gran acuerdo del congreso. Se declaran enemigos del centralismo y se adoptó la forma federal de funcionamiento. Habría una oficina de correspondencia entre secciones. El objetivo era claro: Proclaman que la conclusión de este pacto tiene como objetivo principal la salvación de esta gran unión de la Internacional, que la ambición del partido autoritario ha puesto en peligro.

El congreso acordó que todo Estado y todo gobierno era enemigo de la clase obrera. La lucha tenía que tener una correspondencia entre los medios y los fines. Una sociedad que se fundaba sobre la violencia, el ejército, el espionaje, el clero, etc., nunca podría ser beneficiosa para la clase obrera. Se acuerda que la forma de organización será la resistencia al capital en gran escala y que la huelga es un instrumento indispensable de lucha contra sistema capitalista. Se aceptan las luchas económicas entre trabajo y capital para el mejoramiento de la clase obrera, pero nunca se tiene que desgajar de la lucha revolucionaria del proletariado contra el sistema capitalista.

Saint-Imier sentó las bases del movimiento obrero anarquista Internacional y lo que será el posterior sindicalismo revolucionario.

La repercusión de Saint-Imier en el movimiento obrero español

La Internacional había llegado a España en diciembre de 1868 de la mano de un anarquista italiano, Guissepe Fanelli. Éste entró en contacto con los sectores más avanzados del proletariado español (muchos de los cuales estaban inscritos, por entonces, en el republicanismo federal), quedando en 1870 establecida la primera sección de la Internacional en España, con el nombre de Federación Regional Española (FRE). Con anterioridad algunos delegados españoles habían participado en los congresos internacionales.

La importancia e influencia de la FRE fue en aumento. Todo en un contexto revolucionario para España (el Sexenio Democrático). Tal fue la magnitud que las sociedades obreras de la FRE adquieren, que el gobierno intentar proscribirla, denominando a la Internacional como “la utopía filosofal del crimen”.

España se iba a convertir en uno de los campos de batalla en el seno de la Internacional. La sección de España era claramente antiautoritaria. Por ello Marx envía a España un delegado de su confianza. Paul Lafargue, que venía huyendo de la represión de la Comuna de París, llega a España. El autor de El derecho a la perezatoma influencia entre un pequeño núcleo de militantes obreros madrileños (Pablo Iglesias, Francisco Mora, José Mesa, etc.) y se adhiere a la sección de Alcalá de Henares, impulsada por el fotógrafo Florencio Navarro, con el seudónimo de Pablo Farga. Este pequeño núcleo se organiza alrededor del periódico La Emancipación. Lafargue participa como delegado alcalaíno en el Congreso de Zaragoza de abril de 1872, donde ya se sientan las posturas de la ruptura de la Internacional en España. El núcleo madrileño funda la Nueva Federación Madrileña, frente a la Federación Local de la FRE en Madrid encabezada por Tomás González Morago y que publicaban el periódico El Condenado. Sin hacer ningún caso al Consejo Federal de la FRE, que desautorizaron las acciones de los núcleos madrileño y alcalaíno, y siendo reconocidos tras el Congreso de La Haya por el Consejo General de Marx, acaban fuera de la AIT. El movimiento obrero español fue mayoritariamente anarquista y celebró un importante congreso en Córdoba en 1873. Solo un minúsculo grupo fue seguidor del ideario marxista (aunque con mucho matices) y que con el tiempo articularon el Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores.

Las consecuencias de Saint-Imier

Tras el congreso de Saint-Imier el movimiento obrero internacional quedó divido en dos. El núcleo marxista trasladó el Consejo General de Londres a Nueva York, feneciendo sus estructuras poco después. Ni siquiera los núcleos mas proclives al marxismo fueron capaces de mantenerse en su seno. Cuando en 1875 el socialismo alemán se unifica en el Programa de Gotha, y surge el SPD, no contó con el beneplácito de Marx. En el congreso de Filadelfia de 1875 deciden disolver la AIT.

Por su parte el movimiento obrero anarquista celebró distintos congresos regulares hasta Verviers en 1877. Hubo un intento de unificación en el Congreso de Gante de ese mismo año, que fue un fracaso. Importantes para el mantenimiento de las estructuras internacionales anarquistas fue el Congreso de Londres de 1881 y el de Ámsterdam de 1907.

Los marxistas volvieron a fundar una Internacional en 1889, agrupando a los distintos partidos socialistas del mundo. Una Internacional donde quedó excluido el anarquismo. Una Internacional que se volvió a dividir tras el estallido de la Revolución Rusa en 1917, surgiendo la III Internacional Comunista o Komintern. E incluso una IV Internacional agrupando a los partidos trotskistas y antiestalisnistas.

Por su parte los libertarios tenían claro que tras el congreso de Ámsterdam de 1907 había que volver a articular una nueva Internacional. En 1922 hacen renacer la AIT en Berlín, donde se agrupan la mayoría de las organizaciones del sindicalismo revolucionario, entre ellas la CNT. En 1948 resurgió una Internacional Anarquista, en 1958 se crea la Conferencia Internacional Anarquista y en 1968 en Carrara la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA) donde está la Federación Anarquista Ibérica.

Julián Vadillo Muñoz



domingo, 24 de marzo de 2019

Dictadura que el mundo calla: 8.400 personas en la cárcel por protestar contra Macron en Francia




El régimen de Francia se opone a cualquier amnistía para los chalecos amarillos.
Un total de 8.400 ciudadanos frances han sido arrestados desde que iniciaron las protestas de los chalecos amarillos hace casi tres meses.
El ministro de Interior de Francia, Christophe Castaner, informó este jueves que unas 8.400 personas han sido arrestadas desde que iniciaron las manifestaciones del movimiento chalecos amarillos.
Detalló que las protestas que iniciaron el sábado 17 de noviembre en Francia han dejado al menos 7.500 personas puestas bajo custodia policial.
También señaló que ya hay 1.800 condenas dictadas, 1.500 casos están aún en espera del juicio, 1.300 comparecencias inmediatas han sido retenidas y que 316 personas han sido puestas bajo una orden de cometer un delito.
Aseveró que 1.300 agente policiales y bomberos han resultado heridos por parte de los manifestantes, y recalcó que el mensaje es claro, “cualquier degradación, agresión continuada y será castigada”.
Castaner responsabilizó de estas acciones a “pequeños grupos animados por el odio” y se opuso a toda amnistía, como están pidiendo algunos de los portavoces de los chalecos amarillos y grupos de la oposición.
“El Gobierno de Francia se opone a cualquier amnistía para los chalecos amarillos”, acentuó el funcionario del Gobierno de Emmanuel Macron.
La movilización de los chalecos amarillos inició hace casi tres meses, para exigir al presidente Macron que ponga en marcha políticas que favorezcan su poder adquisitivo y calidad de vida del pueblo francés.

domingo, 17 de marzo de 2019

¡Cuidado con el ecologismo de Estado!


Vivimos en un mundo que no funciona, que está en franco declive, que se hunde, tal como parecen indicar los síntomas de la degradación directamente comprobables, desde el desarreglo climático hasta las hambrunas y patologías emergentes, desde la contaminación generalizada y la deforestación galopante hasta la desigualdad social creciente, desde la extensión de la peste emocional religiosa y nacionalista hasta las guerras por el control de recursos cada vez más escasos. No se trata pues de una simple crisis, sino de una catástrofe ecológica y social que adquiere visos de normalidad, puesto que lleva años produciéndose. En efecto, la economía global, último estadio de la civilización capitalista, se ha mostrado como una fuerza destructora mayor, capaz de alterar irreversiblemente los ciclos vitales de la naturaleza, de arruinar la sociedad y de destruirse con ambas. Hecho histórico inaudito, el impacto económico y tecnológico ha desbordado la esfera social adquiriendo la devastación dimensiones geológicas. Las condiciones de supervivencia de la especie humana están siendo profundamente deterioradas. La novedad es que o hay vuelta atrás. En resumen, el capitalismo es la catástrofe misma, y el problema no es que se derrumbe, una buena cosa se mire por donde se mire, sino que en su demencial carrera hacia el abismo nos arrastre a todos. Las almas cándidas que no paran de rogar por la salvación del planeta Tierra, por la preservación del hábitat de la humanidad, contra la extinción de las especies, harían bien en precisar que es del capitalismo en todas sus facetas del que hay que salvarlo, y que ello comporta su abolición, que es la de las desigualdades, de las jerarquías, de los aparatos políticos, de la división del trabajo, del patriarcado, de los ejércitos y de los Estados.
La Naturaleza ha pasado plenamente a formar parte de la economía; ha dejado de ser un entorno inmutable que soporta a una sociedad evolucionando históricamente. Se ha “civilizado”. Tierra, mar, aire y seres vivos son meros objetos de mercado. La sociedad, capitalista por supuesto, se apropia de la Naturaleza, o como se suele decir, del medio ambiente, igual que se había apoderado antes de la sociedad. La Naturaleza ya no queda fuera de la historia, no es ajena al tiempo lineal de la sociedad de masas, puesto que las catástrofes que la afectan tienen origen social. Son consecuencia de un proceso histórico ligado al ascenso y consolidación de una clase que funda su poder en el control de la economía: la burguesía. Y esa misma clase, históricamente transformada, ha tomado conciencia de que el nuevo empuje de la economía – de un mayor avance en el saqueo del territorio- depende de la administración de las catástrofes que su despliegue ha provocado. La guerra contra la naturaleza continúa pero disimulada bajo una aparente paz ecológica. El catastrofismo es ahora parte importante de la ideología dominante -la de la clase dominante, hasta hace poco optimista y progresista- puesto que el pesimismo es más de recibo en un mundo que hace aguas. El desastre no se puede negar ni reconducir. Hay que admitirlo. La basura campa a sus anchas, el ocio industrializado hace estragos, la biodiversidad se pierde y la opresión se multiplica. El mensaje actual del poder es claro: la catástrofe es real, la amenaza del colapso es muy plausible, pero la responsabilidad compete a una humanidad abstracta, ávida de riquezas, muy prolífica y genéticamente autodestructiva. Resulta que todos somos culpables de la catástrofe por ser como dicen que somos, animales que persiguen exclusivamente el beneficio privado. Solamente los dirigentes pueden librarnos de ella, porque solo ellos tienen la capacidad, los conocimientos y los medios necesarios para hacerlo sin frenar el crecimiento económico ni modificar en lo sustancial el modelo financiero. En fin, conservando con fidelidad el statu quo, no afectando en lo fundamental las estructuras políticas y sociales.
La solución de los dirigentes radica en un nuevo sistema industrial de producción y servicios controlando los flujos migratorios y caminando de la mano de tecnologías “verdes”, las verdaderas protagonistas de la “transición” del viejo mundo ecocida con sus fuentes de energía “fósil” al nuevo mundo sostenible con sus “yacimientos” de energía “renovable”. La nueva economía “baja en carbono” llega en auxilio de la vieja economía petrolificada, no para desplazarla, sino para complementarla. Ambas son extractivistas y desarrollistas. Las multinacionales dirigen toda la operación: el capitalismo es quien reverdece. Así pues, el consumo de combustible fósil no se verá afectado por la producción de agrocarburantes y de energía de fuentes que de “renovables” no tienen más que el nombre. El consumo mundial de energía que los dirigentes tildan de “verde” nunca sobrepasará a la “fósil”: en la actualidad no llega al 14% del total. Por consiguiente, las centrales nucleares, las térmicas, las incineradoras, las metanizadoras, la fractura hidráulica y los embalses incrementarán su presencia, esta vez en compañía de las industriales eólicas, fotovoltaicas, termosolares y de biomasa. Las nuevas tecnologías sostienen a la sociedad explotadora, dependen de ella tanto o más que lo contrario. El crecimiento, el desarrollo, la acumulación de capital o como quieran llamarlo, se apoya ahora en la economía “verde”, en la “sostenibilidad”, en los puestos de trabajo “verdes”, en las innovaciones ecotécnicas que concentran poder y refuerzan la verticalidad de la decisión. El ecologismo de Estado es su nuevo valedor, la vanguardia profesional auxiliar de la clase política alumbrada por el parlamentarismo, el voraz consumidor de los fondos públicos y privados destinados a financiar proyectos de apuntalamiento sistémico y rentabilización de la marginalidad.
Un ecologismo de ese tipo es casi imprescindible como instrumento estabilizador de la fuerza de trabajo expulsada definitivamente del mercado, pero todavía lo es más como arma de deslocalización de las actividades contaminantes hacía países pobres, cuya mayor oportunidad de formar parte de la economía global consiste en convertirse en vertederos. El ecologismo de Estado viene representado primero por una gama de partidos de corte ecoestalinista, fruto del reciclaje del estalinismo residual, clásico, bajo los parámetros del ciudadanismo populista, como por ejemplo Podemos, Comunes, IU o Equo. A continuación vienen un montón de colectivos y asociaciones reformistas que no van más allá de la economía “solidaria” de mercado, el consumo “responsable”, la explotación de energías “renovables” y el desarrollismo “sostenible.” Mayor grado de complicidad con el orden tienen los ecologistas patentados de las grandes ONG's del estilo de Green Peace, WWF, Extinción-Rebelión o Green New Deal, que aspiran a convertirse en lobbies, y sobre todo los tertulianos “transicionistas”, los “colapsólogos” y las vedettes del espectáculo conmovidas por la devastación planetaria. Sin embargo, el núcleo duro de esa clase de ecologismo está compuesto por una fauna considerable de arribistas cretinos, trepas advenedizos y aventureros aprovechados que se distribuye por las instituciones, los medios, las redes sociales y las cúpulas orgánicas en tanto que expertos, asesores, consejeros y directivos. Se puede confeccionar una extensísima lista con sus nombres. El común denominador de todos ellos es no constituir una amenaza para nada ni para nadie. No cuestionan los tópicos fundacionales del dominio burgués -“democracia”, “progreso”, “Estado de derecho”- sino más bien lo contrario. Realmente no quieren acabar con el capitalismo ni desindustrializar el mundo. Sus miras son mucho menos ambiciosas: la mayoría se dará por satisfecha con ver incluidas algunas de sus propuestas en las agendas de los partidos principales y los gobiernos. Al fin y al cabo, su trabajo vocacional se limita a presionar a los políticos, no a expurgar la política. Intentan ejercer de intermediarios en el mercado territorial a través de normativas conservacionistas, tal como hacen los sindicatos en el mercado laboral.
El Estado vertebra o desvertebra la sociedad en función de poderosos intereses privados, los intereses de la dominación industrial, y no en beneficio de las masas administradas. Es algo inamovible. El saqueo del territorio que las elites económicas practican está siendo facilitado por las instancias estatales, que se alimentan de él reforzando de paso su estructura jerárquica, consolidando la clase político-funcionarial y extendiendo los mecanismos de control de la población. No hay Estado “verde” posible, porque ningún Estado que se precie va a actuar en contra de sus intereses, y estos pasan por la explotación intensiva de los recursos naturales más que por el decrecimiento. La detención de la catástrofe implicaría la del desarrollo, con temibles derivaciones como la erradicación del consumismo, el desmantelamiento de las industrias, las autopistas y la gran distribución, la desurbanización del espacio, la disolución de la burocracia, la descentralización total de la producción energética y alimentaria, el fin de la división del trabajo, etc., todas contrarias al carácter del Estado producto de la civilización industrial. Por eso el ecologismo del Estado preferirá distraer a su público con pequeños gestos superficiales de responsabilidad ciudadana. No irá más allá de los impuestos, los decretos y las comisiones de seguimiento; no sobrepasará la recogida selectiva de basuras, la limitación de la velocidad a 80 Km/h, el fomento de la bicicleta, la promoción de los alimentos orgánicos, el alumbrado de bajo consumo o la prohibición de determinados envases de plástico, nada de lo cual contribuirá visiblemente al cambio ecológico o a la democratización de la sociedad. El Estado reposa sobre una población infantilizada, excluida de la decisión y despolitizada, volcada en su vida privada; el Estado se nutre de una sociedad artificial, estratificada, clasista, en fuerte desequilibrio con el entorno y por consiguiente insostenible. Si una sociedad así nunca será ecológicamente viable, tampoco lo será un Estado forjado en su seno por mucha voluntad que alguno le ponga. Los falsos ecologistas adoran al Estado por encima de todas las causas.
Los verdaderos ecologistas están en otra parte. Los auténticos ecologistas son antidesarrollistas. Su programa rechaza el papel preponderante de la técnica en la orientación evolutiva de la sociedad, es decir, condena como falacia perniciosa la idea de “progreso”. Asímismo, critica y combate la concentración de la población en conurbaciones y la proletarización de la vida de sus habitantes, tanto en su dimensión material como en la moral. Lucha contra la alienación y consecuencia necesaria de la masificación. Para ellos la civilización industrial y el Estado que la representa son irreformables y hay que combatirlos por todos los medios, desde luego, medios que no contradigan a los fines. Boicots, marchas, ocupación, movilizaciones, etc. La defensa del territorio es antiestatista y anticapitalista tanto en la forma como en el contenido. Busca la salida del capitalismo, la desmercantilización del territorio y las relaciones humanas, y la gestión pública a través del ágora, es decir, de las asambleas. La catástrofe ecológica no podrá conjurarse más que con un cambio drástico del modo de vida, una “desalienación”, lo que nos remite a la restitución del metabolismo normal entre la urbe y el campo, a la unificación del trabajo intelectual y físico, a la supresión de la producción industrial, a la abolición del trabajo asalariado, a la extinción de las formas estatistas... La cuestión teórica y práctica que se plantea consiste en cómo elaborar una estrategia realista de masas para llevar a cabo los objetivos descritos. La salvación del planeta y de la humanidad doliente dependerá de que la capacidad que tenga la población oprimida para salir de su letargo y emprender el largo camino de la resistencia con el fin de acabar con un mundo aberrante y construir en su lugar una sociedad verdaderamente humana.
Miquel Amorós, 26 de febrero de 2019. Argumentos para la no-participación en unas jornadas colapsistas


lunes, 11 de marzo de 2019

Ángel Berrueta, la otra cara de los atentados del 11M



Dos días después de los atentados de Atocha, un policía nacional y su hijo asesinaron al panadero pamplonés por negarse a poner un cartel que apuntaba a la autoría de ETA de los atentados del 11M.

El próximo 13 de marzo se cumplen 10 años desde que Ángel Berrueta, panadero y miembro del colectivo Gurasoak, fuera asesinado, dos días después de los atentados de 11M de Madrid, por un policía nacional y su hijo.

El 13M de 2004, Ángel fue disparado y apuñalado a manos de una familia vecina formada por un policía nacional, su mujer y su hijo.
Convencida de que el atentado había estado consumado por ETA, María Pilar Rubio intentó colocar un cartel en contra de ETA en la panadería de Ángel Berrueta y, tras discutir con él, salió de ella gritando: "Voy a matar a ese hijo de puta".

Poco después, el policía nacional Valeriano de la Peña, junto con María Pilar Rubio y su hijo Miguel José de la Peña (19 años), entraron de nuevo a la tienda que regentaba el panadero y lo asesinaron con una pistola y un machete.

El policía le disparó cuatro balas y su hijo le apuñaló, perforándole el hígado y el pulmón. Valeriano de la Peña fue condenado a 20 años de prisión y su hijo a 15 años.

La mujer del policía, María Pilar Rubio, fue condenada por un jurado popular por proponer el crimen; pero fue absuelta por el Tribunal Superior de Justicia de Navarra.

Berrueta, como se hizo en muchos comercios y edificios, colocó un crespón negro en solidaridad con las víctimas del 11M, y también cerró el establecimiento en señal de duelo.

Además, el 14 de Marzo de 2004, tras una carga policial, en una manifestación solidaria con Ángel Berrueta, Conchi Sanchis falleció en Hernani de un infarto, tras una carga policial.

IKER GONZÁLEZ | EITB.COM  11/03/2014

jueves, 7 de marzo de 2019


Guillermina Rojas y Orgis, anarquista y feminista




Guillermina Rojas y Orgis (a veces Orjis, según las fuentes), natural de Tenerife, nacida hacia 1849, hija de Pedro Rojas (zapatero) y Dolores Orgis (costurera), intermedia de tres hermanos (Antonio, Guillermina, Fulgencio).
En 1854 la familia se traslada a Cádiz. En 1866 se inscribe en la Escuela Normal de Maestras de Cádiz, obteniendo el título de Maestra de Instrucción de Grado Superior en 1868. Ejerce de maestra durante meses (dos años según otras fuentes) en una escuela pública de la ciudad, periodo tras el cual renuncia a su profesión ya que considera imposible armonizar sus ideales educativos con la enseñanza que se impartía en esos momentos en las escuelas.
En sus propias palabras, en carta fechada en Madrid el 19 de Febrero de 1872: “Ha estudiado dos años en la Escuela normal de Cádiz, y recibido su título de maestra superior… Ha estado después ejerciendo dicha profesión, por espacio de dos años, en una de las escuelas públicas de aquella ciudad, hasta que, comprendiendo que era imposible poder armonizar sus ideas con la educación mística y la raquítica instrucción que se da hoy en las escuelas, presentó su dimisión y volvió a su primitiva ocupación, la cual era costurera de sastre, para ganar honradamente el sustento sin tener que violentar su conciencia abdicando vergonzosamente de sus ideas en beneficio personal”.
Organiza, junto a otras mujeres de la ciudad, una escuela femenina que sentaría las bases de la Asociación Republicana Femenina “Mariana Pineda”, de la que será presidenta. Según algunas fuentes documentales, estas actividades se desarrollarían en Cádiz en el año 1873, lo que se contradice con el resto de fechas aportadas. En la época circula por Cádiz la coplilla siguiente: “Guillermina, Guillermina, no vayas al Comité, que esas son cosas de hombres, no son cosas de mujer”.
El 22 de octubre de 1871 se traslada a Madrid, donde forma parte activa del movimiento obrero a través de una de las secciones que componen la Internacional en Madrid, llegando a ser Secretaria del Consejo Local de la Federación Madrileña. De ser cierta esta fecha, podría ser en Madrid que fundara la Escuela y Asociación de Mujeres.
Colaboró muy activamente en la prensa anarquista de la época, obteniendo fuertes críticas desde la prensa tanto conservadora como en ocasiones liberal (!), ya fuera por sus ideas como por el atrevimiento de hacerlo desde su condición femenina.
Uno de sus artículos, “La Familia”, publicado en La Emancipación en 1871, causó un gran escándalo. En ella, Guillermina Rojas denuncia la insolidaridad de los modelos vigentes de propiedad privada, patria y familia; critica las figuras del matrimonio tanto religioso como civil (instaurado éste legalmente en 1870), y aboga por la libertad de convivencia libre entre las personas o un modelo de matrimonio que permita la igualdad entre sus miembros.
Ya entrado el siglo XX, una articulista de una publicación anarquista gaditana firma como “Guillermina” en las páginas literarias. En ellas, usando prosa poética, repasa el ideario libertario. No hay acuerdo acerca de si esta escritora era Guillermina Rojas.
Guillermina fue incluida por Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales. No se conoce con certeza la fecha de su fallecimiento.
Desde la Academia queremos agradecer a la Universidad de Cádiz y a Gloria Espigado la información que con tanta amabilidad subieron a la red para la formación de todos. Quien quiera más, que enlace aqui: