viernes, 24 de enero de 2020

La Tierra baja en llamas: un relato de la revuelta anarquista de los pueblos de Teruel contra la República




Un libro, del historiador Fermín Escribano y el periodista Luis Rajadel, relata cómo fue la insurrección anarquista en el Matarraña y Bajo Aragón
El levantamiento fue impulsado desde la CNT y se desarrolló en varios puntos del país entre el 8 y el 15 de diciembre 1933
El objetivo de los anarquistas era instaurar el Comunismo Libertario, una teoría en contra del Estado, del capitalismo, del trabajo asalariado y de la propiedad privada.

Corría el otoño de 1933, el gobierno de Azaña acababa de caer y España celebraba unas elecciones en las que por primera vez podían votar las mujeres. El centro-derecha del Partido Republicano Radical (PRR) y la derecha católica de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) se alzaron con la victoria a pesar de la campaña a favor de la abstención impulsada por la CNT. Pero en los pueblos y ciudades iba calando el mensaje de los anarquistas.
Su objetivo era instaurar el Comunismo Libertario, una teoría anarquista en contra del Estado, del capitalismo, del trabajo asalariado y de la propiedad privada. Y aún sin haberse constituido el nuevo gobierno, el Pleno Nacional de la CNT decidió el 26 de noviembre en Zaragoza poner en marcha una sublevación armada que comenzaría el 8 de diciembre. Esta llegó también a las comarcas del Bajo Aragón y de Matarraña, donde pronto varios de sus pueblos fueron controlados por los anarquistas.
Así lo relatan Luis Rajadel y Fermín Escribano en el libro 'La Tierra baja en llamas. Diciembre de 1933, por la senda de la revolución', en el que ahondan en la repercusión que este movimiento tuvo en municipios como Valderrobres, Beceite, Mas de las Matas, Alcorisa, Calanda o Alcañiz. Fue allí donde se desarrollaron los principales focos de la provincia con escasos medios y un paupérrimo armamento.

El método de actuación de los anarquistas

Explica Luis Rajadel que la mecánica de los focos anarquistas se repetía en distintos puntos de la geografía española con el interés común de instaurar el Comunismo Libertario. Detenían a los más destacados derechistas, terratenientes, empresarios y funcionarios de cada localidad, cortaban las telecomunicaciones y montaban barricadas para impedir el paso de las fuerzas del Estado.
Conseguían así el control de los Ayuntamientos y, según indica Rajadel, "rara vez había violencia en las detenciones". Era diferente en las localidades donde había cuartel de la Guardia Civil. En Valderrobres lo atacaron, lo rodearon y fue objeto de bombazos, pero resistió hasta el 11 de diciembre, cuando llegaron a la comarca los militares del Ejército enviados desde Tarragona por el Gobierno.
En ese momento se puso en marcha la represión y la maquinaria judicial, que se consumó el 15 de diciembre, con un millar de presos en la provincia que rebasaban la capacidad de las cárceles. Las condenas ascendían hasta los 20 años, aunque hubo quienes pudieron quedar en libertad por falta de pruebas.
En abril de 1934, sin embargo, el gobierno aprobó una ley de amnistía de los delitos políticos sociales que dejó a muchos de ellos en la calle. No a quienes habían sido condenados por la justicia militar, que tuvieron que esperar a la victoria del Frente Popular en las elecciones del 36, precisa el autor.
El conflicto a nivel nacional concluyó con un balance de 75 muertos y 101 heridos entre los anarquistas, 11 muertos y 45 heridos entre los guardias civiles y 3 muertos y 18 heridos entre los guardias de asalto. En la provincia de Teruel, Rajadel calcula que la cifra en total ascendió a media docena de fallecidos.

Información gracias a los juicios 

En 'La Tierra Baja en llamas. Diciembre de 1933, por la senda de la revolución' Luis Rajadel y Fermín Escribano narran la historia de una mismo acontecimiento desde dos prismas diferentes. Rajadel, natural de Valderrobres, muestra la situación que en la comarca del Matarraña se vivió, mientras que Escribano expone la del Bajo Aragón. El libro, además, se completa con un prólogo del investigador Luis Antonio Palacio.
Para recabar la información que presentan en este libro, los autores se apoyaron en los sumarios judiciales que les fueron abiertos a los anarquistas detenidos. Los de carácter civil están almacenados en el Archivo Provincial de Teruel, donde los autores pasaron varias horas tomando fotografías a las páginas y analizando los autos de las sentencias. "Los desmenuzamos y había muchísima documentación, informes de testigos, de médicos, las declaraciones…", dice Rajadel.
Ambos autores son veteranos en la escritura de libros de historia. Escribano abordó en 2017 el mismo tema a nivel nacional con 'La España rojinegra. La insurrección anarquista de diciembre de 1933' y años atrás escribió 'El Movimiento Libertario aragonés y su prensa (1976-1991)'. También Rajadel publicó 'Tret de la memòria', 'Mort al monestir', 'A la vora del riu', '1956, l'any de la gelada' y 'La ternura del pistolero. Batiste, el anarquista indómito'.


miércoles, 22 de enero de 2020

La llegada del anarquismo a España.



La llegada de Giuseppe Fanelli a España, en 1868, es ya parte de la historia. El ambiente donde este hombre dará numerosas conferencias, entregará todo el material que estaba en su mano y conocerá a los fundadores en España de la Internacional estará influido por el societarismo obrero, el socialismo utópico, el republicanismo federal y las ideas de Proudhon. Será el germen de lo que será el poderoso movimiento anarquista en España.


viernes, 17 de enero de 2020

Ricardo Flores Magón: Biografía


Ricardo Flores Magón (Eloxochitlán, Oaxaca, el 16 de septiembre de 1874 -Kansas, EE. UU. el 21 de noviembre de 1922) fue un notable periodista, político, dramaturgo y anarquista mexicano.
Biografía
Nació el 16 de septiembre de 1874, en San Antonio Eloxochitlán, Oaxaca, México. Murió el 21 de noviembre de 1922 en la prisión de Leavenworth, Kansas, Estados Unidos.
Flores Magón exploró las obras e ideas de muchos anarquistas, examinó los escritos de la primera generación de filósofos anarquistas como Mijaíl Bakunin y Pierre-Joseph Proudhon, pero también se vio influenciado por sus comtemporaneos: Eliseo Reclus, Charles Malato, Errico MalatestaAnselmo LorenzoEmma Goldman, Fernando Tarrida del Mármol y Max Stirner.
No obstante, puede decirse que fueron los trabajos de Piotr Kropotkin los que más influyeron en la construcción de su propia concepción del anarquismo. Flores Magón leyó igualmente a Marx y Henrik Ibsen.
Fue el ideólogo de la Revolución Mexicana, y del movimiento revolucionario mexicano del Partido Liberal Mexicano. Flores Magón editó Regeneración, publicación que causó la sublevación obrera contra la dictadura de Porfirio Díaz.
Al inicio de la Revolución Mexicana su líder Francisco I. Madero lo invitó a participar en el movimiento; sin embargo, Ricardo Flores Magón rechazó el ofrecimiento por considerar que la causa que encabezaba Madero era una rebelión burguesa carente de propuestas sociales. En los años siguientes tuvo contacto con los revolucionarios Francisco Villa y Emiliano Zapata sin aliarse con ellos.
Exiliado en Estados Unidos vuelve a publicar el periódico Regeneración y funda el Partido Liberal Mexicano en julio de 1906, junto con Juan Sarabia, Antonio I. Villarreal, Librado Rivera, Manuel Sarabia, Rosalío Bustamante y su hermano Enrique.
Entre los postulados del nuevo partido había ideas muy revolucionarias para aquella época tales como la supresión de la reelección, la supresión de la pena de muerte para presos políticos y comunes, la obligatoriedad de la enseñanza elemental hasta los 14 años, el establecimiento de un salario mínimo, la expropiación de latifundios y tierras ociosas, así como regular las jornadas de trabajo.
Los anhelos plasmados en el programa del Partido Liberal Mexicano serían retomados por los hombres y mujeres que se levantaron en 1910 contra la larga dictadura del General Díaz e iniciaron la Revolución Mexicana, la primera del siglo XX. Actualmente los postulados del Partido Liberal Mexicano forman parte de la legislación mexicana.
Su movimiento encendió la imaginación de los anarquistas estadounidenses. En enero de 1911 organizó desde Los Ángeles, una sublevación en Baja California, se dice que con el fin de independizarla y establecer una república socialista, sin embargo algunos historiadores niegan tal versión, puesto que la península serviría de operaciones para extender la revolución a todo el país.
Después de varias escaramuzas armadas tomaron los rebeldes las nacientes poblaciones de Mexicali y Tijuana apoyados todo el tiempo por anarquistas de distintas nacionalidades, mayormente norteamericanos; ello dio motivo a que algunos escritores consideren a los Flores Magón "traidores a la Patria".
Los insurrectos a quienes el gobierno llamó filibusteros fueron derrotados por las fuerzas federales el 22 de junio de 1911 terminando así el sueño de establecer la primera república socialista del mundo.
La conquista del pan de Kropotkin, que él consideraba como una especie de biblia anarquista, sirvió de base teórica a las efímeras comunas revolucionarias de Baja California durante la revuelta magonista de 1911. Flores Magón vivió en los Estados Unidos desde 1904, la mitad del tiempo en prisión, conducido de una ciudad a otra.
En 1918 publicó junto con Librado Rivera un manifiesto dirigido a los anarquistas del mundo, manifiesto que motivó que ambos fueran encarcelados y sentenciados a 20 años de prisión acusado de sabotear el esfuerzo bélico de Estados Unidos, que en ese entonces participaba en la Primera Guerra Mundial.
Ricardo fue encarcelado en la Isla McNeil, estado de Washington, y ya muy enfermo fue trasladado a la prisión de Leavenworth, Kansas en donde falleció el 21 de noviembre de 1922; existen 3 versiones la primer oficial indica que fue un Paro Cardiaco, la segunda según su compañero Rivera dijo que había sido ahorcado, y la tercera fue apaleado por los custodios de la prisión.
Sus restos descansan en la Rotonda de los Personajes Ilustres en la Ciudad de México.

Fuentes:
Biografía: Anarcopedia http://www.spa.anarchopedia.org/Ricardo_Flores_Mag%C3%B3n

lunes, 6 de enero de 2020

El anarquista vasco que lo dio todo por hacer felices a los niños en un día de reyes en plena Guerra Civil



El donostiarra Clemente Famaraza Sandegui pidió a su comandante de las Milicias Antifascistas Vascas que sus 40 duros de nómina se destinaran a asegurar los juguetes que él no tuvo en un hospicio a niños de Madrid el día de los Magos de Oriente

Hay nombres y apellidos que son ejemplo humano, pero que no los conoce ni el omnipresente dios sabelotodo Google. Desde hoy sabremos que el donostiarra nómada Clemente Famaraza Sandegui posibilitó en plena Guerra civil una noche de magos sin reyes, en los que como anarquista no creía: ni en los cristianos portadores de oro, incienso y mirra ni en los soberanos de monarquías o reinos.

Su historia casi de fábula continuaría anónima entre los legajos a conservar con trato cariñoso de guantes y mascarillas si no fuera por Ritxi Zárate, investigador de la asociación Burdin Hesia Ugaon. El analista de Miraballes a modo de regalo de fin de año nos ha hecho llegar una entrevista que la publicación Mundo Gráfico dedicó al ácrata Famaraza, miembro de las Milicias Antifacistas Vascas que operaron en Madrid.
Su biografía despacha kilos de ternura, empatía ideológica, y dispara directa a las conciencias de quienes un día dieron un golpe de Estado, un par de hostias mal dadas a la siempre legítima Segunda República. Hizo falta que Mundo Gráfico desvelara la identidad de un guipuzcoano que fue hospiciano, vendedor de periódicos más tarde y combatiente por las libertades a más 450 kilómetros de su inclusa.
Hizo falta, tal vez, vivir lo que sintió siendo niño para acabar donando el dinero de sus nóminas navideñas para asegurarse de que algunos menores el 5 de enero de 1937 irían a la cama, acomodando sus cabezas sobre una almohada que soñaba con un mágico despertar al día siguiente.
Mario Arnold fue quien acuñó la entrevista a aquel hombre de corazón más grande que cuerpo. Aquél era el pseudónimo de José García un poeta leonés, periodista y escritor considerado uno de los “grandes bohemios” del grupo cultural de Mario Buscarini. Era hijo de un suicida que se quitó la vida tras un “intento desastroso” -dice la historia- de emigrar a Argentina.
Aquellas dos personas -el miliciano caritativo y el entrevistador bohemio- con entrañas de pasado doloroso se conocieron en las trincheras. El cronista alargaba en su trabajo la sombra de aquel antifascista del que se hablaba en el momento.
El periodista contextualizaba en su artículo el duro capítulo que protagonizaban, que olían, que se llegaba a hacer casi tacto en aquellas jornadas de muerte y, si acaso, vida. “Los niños españoles tienen vacíos de alegría y de calor sus hogares, que la guerra está destruyendo. Hay que hacerles olvidar ese fantasma de las trágicas horas actuales”, contextualizaba y  señalaba con su tinta a un hombre afiliado a la CNT. “Clemente Famaraza Sandegui sabía esto—como lo sabemos todos los hijos del pueblo—y era su mayor deseo contribuir con algo a esas horas de ventura y de olvido que necesitan nuestros pequeñuelos. Él tampoco tuvo en su niñez días amables. No conoció los privilegios de que gozaban otros niños, y fue creciendo rodeado de tristezas, entre dolor y sombras”.
Mario Arnold antepuso su deseo de conocerle a poder acabar chocando con una bala perdida. Y lo argumentaba: “Hace unos días, Famaraza se presentó al comandante Lizarraga, de las Milicias Vascas, con estas palabras: Tengo ahorrados cuarenta duros, y quiero que compre usted juguetes para los hijos de nuestros milicianos. A continuación, busqué a Clemente en la trinchera. Me interesaba oír de sus labios el motivo principal que le impulsó a desprenderse de las doscientas pesetas”.
Y ahí arranca un diálogo en el que el anarquista entra al barro en la zanja mientras el bando leal a los golpistas está escupiendo muerte.
—¿Eres vasco?—le dije.
—De San Sebastián. A los pocos meses de nacer me llevaron al Hospicio de San Bartolomé, hasta que una familia muy conocida (los Cadenas) tuvo a bien adoptarme. Con ella cumplí los veinticuatro años, y les abandoné para ir al servicio militar. Les debo mi gratitud eterna.

Y tras esa presentación, el lector descubre hoy 80 años después que aquel licenciado en África, vivió de vender periódicos y que fue corredor pedestre con laureado palmarés. En el plano ideológico, anarquista “perseguido en el Octubre” -enfatizaba- y encarcelado. Puesto en libertad, buscó refugio en Barcelona “para que no volvieran a detenerme”. En barco, llegó al continente americano en el que recorrió “muchos países”.
“¡Aquí estaban los vascos!”

Regresó a Europa. Ingresó en Transportes Marítimos de la CNT, como miliciano, y con el batallón se presentó en Mallorca donde tomó Porto Cristo el histórico 16 de agosto de 1936, lo que fue “la mayor alegría de mi vida al entrar con dos compañeros”. De regreso a la Ciudad Condal, tras pertenecer a la columna Casanellas, le destinaron a Madrid. “¡Aquí estaban los vascos! ¿Qué iba a hacer si no pelear con mis paisanos, corriendo su misma suerte?”.
La entrevista se interrumpe. “Callamos. La lucha en el sector adquiere caracteres impresionantes. Los proyectiles pasan cerca de nosotros, dejando en el aire un silbido trágico”.
—¿Oyes?—le digo, después de un silencio azaroso, tras del que volvemos a miramos.
—Bien cerca pasó… Pasamos a un edificio casi destruido, donde poder charlar y escribir más cómodamente.

El interrogatorio de Arnold a Famaraza prosigue atacando la razón del buscado encuentro. El narrador es directo: “¿Por qué has dado tanto dinero para comprar juguetes a los niños?” El revolucionario libera sus emociones: “Yo nunca supe de estas pequeñas alegrías. En el Hospicio, primero, y en casa de los que me adoptaron, después, la vida fue dura conmigo”, se arranca y merece leerle íntegro: “Muchas veces, en la calle, recuerdo que me quedaba embobado ante los escaparates de juguetería y caminaba detrás de un niño cualquiera que tuviese en sus manos lo que a mí nunca me dieron…”
Y ahí le admite al leonés un recuerdo que no se le borraba de su memoria. Que cerca de su casa vivían dos chiquillos a quienes el Día de Reyes les regalaron un tren maravilloso, que andaba solo por sus raíles y lo montaban todas las tardes junto a su puerta. “Lo hacían para darme envidia. Aquello, tan trivial, al parecer, me hizo sentir y pensar”.
“Una sonrisa infantil vale medio mundo”

El periodista busca un contraataque emotivo al espetarle que “esos 40 duros podían haberte ayudado mucho”.
—¡Bah! Una sonrisa infantil vale medio mundo. Deja que los niños rían. Ellos son los hombres de mañana, y deben crecer lejos de toda amargura, para que tengan un porvenir dichoso, sin recuerdos obscuros, como los míos… ¿Doscientas pesetas? Bien. ¿No vale muchísimo más cualquiera de sus sonrisas? Una fortuna que yo tuviera sería para ellos”.

La entrevista navega a partir de entonces por nuevos mares al querer saber qué sería el Mago Anarquista al concluir la guerra. El donostiarra le respondió que marino porque le gustaba conocer países. Con la utopía por bandera, le continuó respondiendo que quienes luchaban “por devolver trabajo, alegría y pan a todos los hogares pobres, pasaremos de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad con una canción feliz que nos enseñará la victoria”.
En ese momento los dos interlocutores volvieron a ser silencio de guerra. Arnold comunica que el vasco fue reclamado para hacer “un servicio importante”, y mientras se alejaba con el fusil al hombro, el bohemio saltó la trinchera, “para admirar el funcionamiento magnífico de una poderosa máquina de guerra”, concluye con final abierto a la vida o muerte del anarquista que, no olviden, regaló un 6 de enero.
http://mugalari.info/2020/01/06/anarquista-lo-dio-felices-los-ninos-dia-reyes/?fbclid=IwAR3KIz-dMTnzb0WDA6MYHBFKHluLz1SrqMzc7s6huHyi1aPIPJiVSa6Pzhg#.XhMWExb1WGg.facebook

domingo, 5 de enero de 2020

La revolución de 1909 en Barcelona. Semana trágica para unos, gloriosa para otros




Durante la semana del 25 de julio al 2 de agosto, en Barcelona se desencadenó una revolución que pasó a la historia con el nombre de Semana Trágica. Un nombre otorgado por la burguesía catalana, ya que la clase trabajadora la bautizó como “la revolución de julio”, o como “Semana Gloriosa”.

La ciudad en llamas. Barcelona, julio de 1909

La revuelta empezó a partir de una acción antimilitarista y pacifista para transformarse en una huelga general. Fue convocada para impedir el embarque de los soldados reservistas (los que ya habían hecho el servicio militar y que tenían experiencia y familia) a Marruecos desde el puerto de Barcelona. La protesta derivó en la quema de la mayoría de escuelas y edificios religiosos de la ciudad, odiados por la clase trabajadora.
El balance de la semana fue de más de un centenar de edificios quemados, la gran mayoría de ellos religiosos: conventos, iglesias o escuelas anexas. El testimonio fotográfico de “La Actualidad” no dejó lugar a dudas sobre la magnitud de la revuelta urbana: 33 conventos quemados, 33 escuelas religiosas de ambos sexos –separados, lógicamente-, y 20 iglesias reducidas a cenizas. Nadie se explica aún como en practicamente 4 días ardieron simultaneamente, en ocasiones, más de una cinquentena de edificios en barrios muy alejados, es decir, que había, probablemente unos cuarenta grupos organizados de ciudadanos que prendían fuego, en sus respectivos barrios, a aquello que era el símbolo más patente del atraso intelectual del país y del poder temporal, aquellos que habían prohibido la difusión de las ideas de Darwin en la Universidad, y que denunciaban sistemáticamente las publicaciones anarquistas como ataque al dogma, o como pornografía en el caso de las publicaciones neomalthusianas, o de divulgación sexual.
Tomaron parte en los hechos, según informes de la época, más de 30.000 personas, personajes anónimos de la clase media y obrera barcelonesa, obreros vidrieros, ladrilleros, jornaleros y obreras textiles, maestros laicos, empleados de talleres metalúrgicos, pescadores, estribadores, y un largo etcétera. Se enfrentaron a unos 700 guardias civiles y fuerzas del ejército que paulatinamente fueron engrosando su número hasta acabar con la revuelta. Una revolución en toda regla, en la que no hubo pillaje ni robo de las propiedades de la iglesia, al contrario de lo que afirma la historia revisionista de siempre, que ahora empieza, como siempre, a dar su enésima versión de los hechos. Según los periodistas que realizaron las primeras valoraciones de lo acaecido, en todos los conventos e iglesias la multitud lanzó al fuego todo aquello que encontró, incluso joyas o acciones de bolsa, dinero, lienzos o retablos. La idea de quemar la superstición y el oscurantismo abrazó todo lo que los edificios contenían. Por el contrario, y a diferencia de la revolución y quema de iglesias de 1835, se respetó la vida de los frailes, curas y monjas que huyeron despavoridos por tapias y terrazas hacia los patios vecinos donde con mayor o menor fortuna fueron escondidos –o no- por los vecinos. Su salida, vestidos de seglar, pasó por toda una serie de vericuetos que también fueron después narrados por la prensa.
La revuelta que además afectó a más de 50 poblaciones de toda Cataluña y que en el caso concreto de Granollers y Sabadell tomó el aspecto de proclamación revolucionaria con la toma de los edificios consistoriales y la proclamación de juntas y asambleas vecinales. En la mayoria de poblaciones (Badalona, San Adrià, Mataró, Manresa, Igualada, Olesa, Arenys, Palamós, Cassà de la Selva, Anglés, Reus, Valls, Vendrell, etc.) se quemaron las casetas de consumo, los registros de propiedad y se desarmó el somaten (fuerza ciudadana para-policial), en casi todas se cortaron las vías férreas –para impedir el paso de refuerzos hacia Barcelona, o para impedir el paso de los trenes con soldados hacia el puerto- y también se volaron el telégrafo y las comunicaciones. A partir de aquí, en todos estos municipios se declaró la huelga general.
El foco de la indignación se centró en Barcelona. La ciudad industrial y cosmopolita, escenario de la burguesía modernista y emprendedora, era también escenario de la miseria obrera. Desde sociedades de apoyo mutuo, incipientes cooperativas de producción o consumo, y reorganizaciones sindicales clandestinas tras la cruenta represión de las condenas de Montjuich de 1896, la clase obrera avanzaba con dificultad hacía la autoorganización sindical que en aquellas semanas se fraguaba al entorno de Solidaridad Obrera. En ella un conjunto de sociedades sindicalistas revolucionarias -en número de 67 en Cataluña y 53 en Barcelona- se habían constituido autónomamente y gracias a una aportación económica del pedagogo anarquista Francisco Ferrer y Guardia habían podido adquirir un inmueble en el que poder reunirse y realizar la propaganda. Un inmueble en el que se gestarían buena parte de las iniciativas de aquella semana, pero a las que Ferrer casi permaneció completamente ajeno, ya que se encontraba fuera de la ciudad. Se calcula que pertenecían a Solidaridad Obrera unos 10.600 obreros barceloneses de los 200.000, esto según estimaciones de Rovira i Virgili. El revolucionario José Prat estimaba que unos 15.000 afiliados eran los inscritos en la sociedad que tenia en la huelga general y la acción directa eran sus armas más poderosas. Sus reivindicaciones eran la jornada de 8 horas y mejores condiciones económicas, pero también mejoras que hacían referencia a su calidad de vida: educación, asociaciones culturales, asistencia médica, etc.
Paralelamente, el librepensamiento había hecho su aparición en Europa, y tímidamente se abría camino en España. La masonería, unida a las campañas de laicidad y al republicanismo hacía su irrupción en los barrios obreros. Todos ellos (anarquistas, federalistas, masones, socialistas y republicanos) participaron en las campañas a favor de los cementerios civiles, por la inscripción de los recién nacidos y los matrimonios en el registro civil sin dar cuenta a la iglesia que ostentaba el monopolio de la educación y la vida moral española.
Las obreras no eran ajenas a todo este movimiento sociocultural. Muchas de ellas militaban activamente en la mayoría de las sociedades obreras y aparecen ya en la prensa obrera. La mayoría de las más activas ejercía de maestras laicas y se mostraron valientemente a favor de la coeducación y de la difusión del racionalismo científico. Sin duda, es dentro de las filas del librepensamiento y del anarquismo donde las mujeres encontraron su lugar donde actuar a nivel político, escribir, hablar y relacionarse. Es decir, un espacio ciudadano en el que actuar y visibilizarse. Y en este lugar darán muestras de su autoridad intelectual Teresa Mañé, Teresa Claramunt, Àngeles López de Ayala, Amalia Domingo Soler, Belén Sàrraga y muchas más que se convertirán en referente y modelo de sus compañeras.
Los huelguistas catalanes pretendían que el resto de la península los imitaran y lograr así que la revolución se generalizara, pero los refuerzos no llegaron, al contrario. Las ideas de los revolucionarios no se escucharon, ya que el gobierno se aprestó a explicar que en Barcelona estaba teniendo lugar una revuelta separatista.
Las muchas causas del incendio de las iglesias
Varias son las posibles causas del desencadenamiento de la huelga general y de la quema de los conventos.
La crispación ciudadana de las clases trabajadoras es sin duda una de las principales. Desde mediados del siglo XIX las calles de Barcelona eran periódico escenario de huelgas y barricadas. Incluso en 1835 ya se había efectuado una violenta quema de conventos que conllevó varias víctimas mortales. Bullangas y revueltas obreras jalonaron los años de 1840-50 para desembocar en las bombas y petardos anarquistas del fin de siglo. Algunos eran reales, otros meras provocaciones policiales, como el oscuro caso protagonizado por el confidente Juan Rull y sus familiares que conmocionó los medios obreros, ya que periódicamente se efectuaban detenciones indiscriminadas. La célebre bomba lanzada en 1896 durante la procesión religiosa de Corpus puso en marcha un descomunal aparato represivo que encerró en el castillo de Montjuic a muchos inocentes. La huelga de las sociedades metalúrgicas de 1902 duró una semana entera y tal fue la represión que el pintor Ramón Casas la retrató su lienzo: La carga.
La clase obrera demandaba constantemente una mejor educación. Sólo a partir de una mejor instrucción podrían elevar su nivel cultural y optar por mejores trabajos y salarios. Pero la educación escolar estaba desde 1851 condicionada por el concordato entre España y el Vaticano, y la iglesia ostentaba prácticamente el monopolio de la educación en España, en unos años en que no había leyes que regularan la edad mínima para entrar a trabajar y donde niños y niñas frecuentaban fábricas y talleres por salarios de miseria.
De nada valió el intento de la Ley Moyano (1857) para que los ayuntamientos se hicieran cargo de la educación. En ciudades como Barcelona, con una alta afluencia periódica de emigración y con escasos recursos, nada impulsaba a la oligarquía burguesa a instruir a sus ciudadanos.
Y la instrucción quedó así en manos de la misma clase trabajadora que intentará por todos los medios de autoeducarse o de formar escuelas para sus hijos. Desde los años de la Internacional, la educación será una demanda generalizada de todo el proletariado mundial. Después de numerosos y dispersos intentos, Ferrer y Guardia impulsará un modelo educativo moderno, laico y coeducador. De hecho había observado experiencias similares en Francia, como la escuela de Cempuis de Sébastien Faure y Paul Robin. De ellos tomará las ideas del contacto del niño con la naturaleza, y del trabajo cooperativo.
Además Ferrer, que cuenta con una buena fortuna personal, a partir de una herencia, formará maestros y impulsará una editorial que publicará una coherente línea editorial de carácter racionalista y progresista. En 1901 aparece su “Boletín de la Escuela Moderna”, en 1906 ya se contabilizan más de mil alumnos en 34 centros educativos coordinados por Ferrer. Aquel mismo año la escuela fue clausurada, ya que Ferrer es acusado de complicidad con Mateo Morral.
La iniciativa anarquista no era la única en una ciudad convulsa, en 1907, el regidor catalanista Francesc Layret propuso invertir parte de un excedente económico del consistorio barcelonés en la creación de cuatro escuelas laicas y coeducadoras para niños obreros. A la expectación y contento inicial, siguió la indignación obrera, ya que el cardenal Salvador Cassañas emprendió una intensa campaña de propaganda y escribió dos circulares en contra de las escuelas y de su manifiesta “laicidad” y “bisexualidad”. No se volvió a hablar del tema, pero los republicanos se sintieron muy defraudados por los ataques de la iglesia.
Por último cabria citar a los miembros del republicano partido radical fundado por Alejandro Lerroux. Formado no sólo por proletarios, sino por miembros de las clases medias o pequeña burguesía, que en absoluto aspiraban a la revolución social como los anarquistas o sindicalistas revolucionarios, pero si querían un estado republicano, sin monarquía y fundamentado sobre las bases de la laicidad y el sufragio universal. Según testimonios policiales numerosos miembros de base se encontraban entre los huelguistas y los activistas de los diferentes barrios barceloneses. También estuvieron en las calles sus dirigentes: Sol y Ortega, los hermanos Ulled, Juan Colominas Maseras, Rafael Guerra del Río y varios más. Sólo el diputado Francisco Giner de los Ríos, se quedó en casa y estuvo presente en una reunión consistorial. Es evidente que en el curso que tomaron los acontecimientos, hubo una clara disyuntiva entre las bases del partido y sus dirigentes que hábilmente optaron por la vía pactista con los miembros de la Lliga, es decir la derecha. Incluso en el asunto de la condena a Ferrer, los dirigentes del Partido Radical tuvieron una actuación que avergonzó a sus militantes de base.
La lucha por el espacio urbano y la quema de conventos
Por primera vez las fotografías de prensa retrataron a los anónimos que poblaban las calles. Cada vez más los periódicos insertaban en sus páginas reportajes fotográficos. Y así, rostros de obreros, mujeres y muchachos compartían protagonismo tras las barricadas improvisadas con railes de tranvías, barriles de madera, somieres de cama y adoquines en los barrios de la ciudad.
Las fotografías mostraban también las entrañas chamuscadas de los edificios religiosos convertidos en ruinas. Hogueras improvisadas en grandes naves góticas quemaban sillas, puertas, reclinatorios, cortinajes, campanas y todo lo que recordaba siglos de oscurantismo. Pero hay algo que impresiona en el desencadenamiento de los hechos en esta semana: la imperturbabilidad de la clase burguesa ante las quemas, y también la del mismo ejército que contemplaba impasible las llamas que tampoco eran sofocadas por los bomberos. La burguesía parecía mirar hacia otro lado, como relatan los testimonios de los hechos. Algunos se encerraron en sus casas, pero otros asistían al espectáculo desde terrazas y balcones. De hecho quizá preferían ver arder conventos que ver como se dirigía la rabia ciudadana hacia sus propias fábricas o propiedades.
Una especie de desamortización popular atacaba las escuelas y edificios religiosos. La masa atacó también los odiados cementerios de los conventos que permanecían en los patios de las casas de vecinos barcelonesas, atentando a la higiene y a las emergentes normas de salubridad. Y en los cementerios y criptas, el pueblo extrajo las momias de sus tumbas y las paseó en una escena buñuelesca por toda la ciudad. Desde los conventos hasta las Ramblas, de ahí hasta la alcaldía de la plaza de San Jaime, y de ahí, al palacio del marqués de Comillas, propietario de las minas africanas que los reservistas debían defender. En cada encuentro con la fuerza pública, los portadores de los ataúdes y las momias dejaban su carga, para reemprender la marcha después de los encontronazos, entre música callejera y chirigotas. Un muchacho deficiente mental fue acusado de haber bailado con una momia lo que le valió la sentencia a muerte.
En las calles de Barcelona se enfrentaban dos formas de entender las cosas, por una parte el mundo antiguo, la iglesia, el clasismo educativo, el viejo estado de cosas, aquello que los progresistas bautizaban como “la superstición”, y del otro lado de la barricada, la idea anarquista, el librepensamiento, la emergencia de las mujeres y su autonomía, la laicidad, la razón, y también el darwinismo.
La represión no se haría esperar, una represión azuzada por la derecha catalanista que en su periódico La Veu de Catalunya lanzó una siniestra campaña: ¡Delatad!, es decir: denunciar a vecinos, vecinas, maestros u obreros. Una campaña que pedía a voces cabezas de turco para desviar la atención de aquello que realmente importaba: la desatención y el abandono de la clase trabajadora que no tenía garantías jurídicas, económicas, sanitarias o sociales. Desviar la vista de aquellos que en su desesperación quemaron edificios, monumentos a la desigualdad, y no dirigieron su mirada hacia el patrón, el burgués que hacía del modernismo y el lujo su forma de vida. Cabezas de turco que como la de Ferrer eran molestas: anarquista, activo, subvencionador de periódicos como La Huelga General, o sociedades obreras, amigo de Mateo Morral, de Malato, de los Montseny, de los neomalthusianos y un hombre con una libertad moral e intelectual que hacía que palidecieran de envidia los timoratos y los puritanos, incluso los que profesaban sus mismas ideas. Ferrer era la víctima perfecta.
Fueron clausuradas más de 122 escuelas laicas, solo en Barcelona. La mayoría de sus profesores fueron detenidos o deportados a Alcañiz, como el caso de los profesores amigos y familiares de Ferrer. Otros eligieron el camino del exilio.
También fueron detenidos líderes obreros, mujeres proletarias, soldados y guardias civiles que desertaron por su republicanismo, damas burguesas antimilitaristas que llamaron a la huelga general y un extraño conglomerado ciudadano de personajes diversos que vieron en la revuelta urbana la posibilidad de canalizar sus aspiraciones. Con motivo de la Semana Trágica, la derecha catalana volvió a la carga, en concreto los hombres de la poderosa Lliga, con Verdaguer y Callís a la cabeza que testificó contra el pedagogo. Un juicio militar sumarísimo y sin garantías decidió su futuro. Ferrer y Guardia fue ejecutado en los fosos del castillo de Montjuïc el 13 octubre de 1909. Un clamor internacional condenó su ejecución.
Y Solidaridad Obrera, a pesar de la represión, o a consecuencia de ella, siguió adelante, organizando campañas para liberar a los presos, o participando en los populosos entierros de los ajusticiados (fotografiados por la prensa), en los actos de protesta contra la condena de Ferrer, y volviendo a organizar clandestinamente los sindicatos obreros, sus editoriales y sus escuelas, hasta volver a representar una amenaza tan importante que pocos años después, en 1919 conseguirían la jornada de 8 horas.
La historia forma parte del presente, en un bucle perverso, ya que hace cien años de aquel julio en Barcelona, y cuestiones como la libertad en la enseñanza, la coeducación, el creacionismo y el racionalismo, la impertinencia con que la iglesia interfiere en la vida privada de todos nosotros, la poca laicidad en la vida pública, y el deseo de que la enseñanza forme parte del patrimonio de la crítica y la reflexión, no como mera instrucción o adiestramiento, son aún motivos candentes de nuestra vida diaria.
Dolors Marín

sábado, 4 de enero de 2020