jueves, 30 de enero de 2014

Biografía: León Tolstói

(Liev Nikoláievich Tolstói; Yasnaia Poliana, 1828 - Astapovo, 1910) Escritor y ruso. Hijo del noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski, Tolstói viviría siempre escindido entre esos dos espacios simbólicos que son la gran urbe y el campo, pues si el primero representaba para él el deleite, el derroche y el lujo de quienes ambicionaban brillar en sociedad, el segundo, por el que sintió devoción, era el lugar del laborioso alumbramiento de sus preclaros sueños literarios.
El muchacho quedó precozmente huérfano, porque su madre falleció a los dos años de haberlo concebido y su padre murió en 1837. Pero el hecho de que después pasara a vivir con dos tías suyas no influyó en su educación, que estuvo durante todo este tiempo al cuidado de varios preceptores masculinos no demasiado exigentes con el joven aristócrata.
En 1843 pasó a la Universidad de Kazán, donde se matriculó en la Facultad de Letras, carrera que abandonó para cursar Derecho. Estos cambios, no obstante, hicieron que mejorasen muy poco sus pésimos rendimientos académicos y probablemente no hubiera coronado nunca con éxito su instrucción de no haber atendido sus examinadores al alto rango de su familia.
Además, según cuenta el propio Tolstoi enAdolescencia, a los dieciséis años carecía de toda convicción moral y religiosa, se entregaba sin remordimiento a la ociosidad, era disoluto, resistía asombrosamente las bebidas alcohólicas, jugaba a las cartas sin descanso y obtenía con envidiable facilidad los favores de las mujeres. Regalado por esa existencia de estudiante rico y con completa despreocupación de sus obligaciones, vivió algún tiempo tanto en la bulliciosa Kazán como en la corrompida y deslumbrante ciudad de San Petersburgo.
Al salir de la universidad, en 1847, escapó de las populosas urbes y se refugió entre los campesinos de su Yasnaia Poliana natal, sufriendo su conciencia una profunda sacudida ante el espectáculo del dolor y la miseria de sus siervos. A raíz de esta descorazonadora experiencia, concibió la noble idea de consagrarse al mejoramiento y enmienda de las opresivas condiciones de los pobres, pero aún no sabía por dónde empezar. De momento, para dar rienda suelta al vigor desbordante de su espíritu joven decidió abrazar la carrera militar e ingresó en el ejército a instancias de su amado hermano Nicolás. Pasó el examen reglamentario en Tiflis y fue nombrado oficial de artillería.
El enfrentamiento contra las guerrillas tártaras en las fronteras del Cáucaso tuvo para él la doble consecuencia de descubrirle la propia temeridad y desprecio de la muerte y de darle a conocer un paisaje impresionante que guardará para siempre en su memoria. Enamorado desde niño de la naturaleza, aquellos monumentales lugares grabaron en su ánimo una nueva fe panteísta y un indeleble y singular misticismo.
Al estallar la guerra de Crimea en 1853, pidió ser destinado al frente, donde dio muestras de gran arrojo y ganó cierta reputación por su intrepidez, pero su sensibilidad exacerbada toleró con impaciencia la ineptitud de los generales y el a menudo baldío heroísmo de los soldados, de modo que pidió su retiro y, tras descansar una breve temporada en el campo, decidió consagrarse por entero a la tarea de escribir.
Lampiño en su época de estudiante, mostachudo en el ejército y barbado en la década de los sesenta, la estampa que se hizo más célebre de Tolstoi es la que lo retrata ya anciano, con las luengas y pobladas barbas blancas reposando en el pecho, el enérgico rostro hendido por una miríada de arrugas y los ojos alucinados. Pero esta emblemática imagen de patriarca terminó por adoptarla en su excéntrica vejez tras arduas batallas para reformar la vida social de su patria, empresa ésta jalonada en demasiadas ocasiones por inapelables derrotas.
Durante algún tiempo viajó por Francia, Alemania, Suiza..., y de allí se trajo las revolucionarias ideas pedagógicas que le moverían a abrir una escuela para pobres y fundar un periódico sobre temas didácticos al que puso por nombre Yasnaia Poliana. La enseñanza en su institución era completamente gratuita, los alumnos podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al más mínimo castigo. La escuela estaba ubicada en una casa próxima a la que habitaba Tolstoi y la base de la enseñanza era el Antiguo Testamento.
Pronto fue imitada por otras, pero su peligrosa novedad, junto a los ataques del escritor contra la censura y a su reivindicación de la libertad de palabra para todos, incluso para los disidentes políticos, despertó las iras del gobierno que a los pocos años mandó cerrarla. Era uno de los primeros reveses de su proyecto reformador y uno de los primeros encontronazos con las fuerzas vivas de Rusia, aunque no sería el único. Sus discrepancias con la Iglesia Ortodoxa también se hicieron notorias al negar abiertamente su parafernalia litúrgica, denunciar la inútil profusión de iconos, los enrarecidos ambientes con olor a incienso y la hipocresía y superficialidad de los popes.
Además, cargó contra el ejército basándose en el Sermón de la Montaña y recordando que toda forma de violencia era contraria a la enseñanza de Cristo, con lo que se ganó la enemistad juramentada no sólo de los militares sino del propio zar. Incluso sus propios siervos, a los que concedió la emancipación tras el decreto de febrero de 1861, miraron siempre a Tostoi, hombre tan bondadoso como de temperamento tornadizo, con insuperable suspicacia.
A pesar de ser persona acostumbrada a meditar sobre la muerte, el trágico fallecimiento de su hermano Nicolás, acaecido el 20 de septiembre de 1860, le produjo una extraordinaria conmoción y, al año siguiente, se estableció definitivamente en Yasnaia Poliana. Allá trasladará en 1862 a su flamante esposa Sofía Behrs, hija de un médico de Moscú con quien compartió toda su vida y cuya abnegación y sentido práctico fue el complemento ideal para un hombre abismado en sus propias fantasías.
Sofía era entonces una inocente muchacha de dieciocho años, deslumbrada por aquel experimentado joven de treinta y cuatro que tenía a sus espaldas un pasado aventurero y que además, con imprudente sinceridad, quiso que conociese al detalle sus anteriores locuras y le entregó el diario de su juventud donde daba cuenta de sus escandalosos desafueros y flirteos. Con todo, aquella doncella que le daría trece hijos, no titubeó ni un momento y aceptó enamorada la proposición de unir sus vidas, contrato que, salvando períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo.
Merced a los cuidados que le prodigaba Sofía en los primeros y felices años de matrimonio, Tolstoi gozó de condiciones óptimas para escribir su asombroso fresco histórico titulado Guerra y paz, la epopeya de la invasión de Rusia por Napoleón en 1812, en la que se recrean nada menos que las vidas de quinientos personajes. El abultado manuscrito fue pacientemente copiado siete veces por la esposa a medida que el escritor corregía; también era ella quien se ocupaba de la educación de los hijos, de presentar a las niñas en sociedad y de cuidar del patrimonio familiar.
La construcción de este monumento literario le reportó inmediatamente fama en Rusia y en Europa, porque fue traducido enseguida a todas las lenguas cultas e influyó notablemente en la narrativa posterior, pero el místico patriarca juzgó siempre que gozar halagadamente de esta celebridad era una nueva forma de pecado, una manera indigna de complacerse en la vanidad y en la soberbia.
Si Guerra y paz había comenzado a publicarse por entregas en la revista El Mensajero Ruso en 1864 y se concluyó en 1869, muchas fueron después las obras notables que salieron de su prolífica pluma y cuya obra completa puede llenar casi un centenar de volúmenes. La principal de ellas es Ana Karenina(1875-1876), donde se relata una febril pasión adúltera, pero también son impresionantes La sonata a Kreutzer (1890), curiosa condenación del matrimonio, y la que es acaso más patética de todas:La muerte de Iván Ilich (1885).
Al igual que algunos de sus personajes, el final de Tolstoi tampoco estuvo exento de dramatismo y el escritor expiró en condiciones bastante extrañas. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con depauperados campesinos, predicando con el ejemplo su doctrina de la pobreza, trabajando como zapatero durante varias horas al día y repartiendo limosna. Muy distanciado de su familia, que no podía comprender estas extravagancias, se abstenía de fumar y de beber alcohol, se alimentaba de vegetales y dormía en un duro catre.
Por último, concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde y el octogenario abandonó su hogar subrepticiamente en la sola compañía de su acólito el doctor Marivetski, que había dejado su rica clientela de la ciudad para seguir los pasos del íntegro novelista. Tras explicar sus razones en una carta a su esposa, partió en la madrugada del 10 de noviembre de 1910 con un pequeño baúl en el que metió su ropa blanca y unos pocos libros.
Durante algunos días nada se supo de los fugitivos, pero el 14 Tolstoi fue víctima de un grave ataque pulmonar que lo obligó a detenerse y a buscar refugio en la casa del jefe de estación de Astapovo, donde recibió los cuidados solícitos de la familia de éste. Sofía llegó antes de que falleciera, pero no quiso turbar la paz del moribundo y no entró en la alcoba hasta después del final. Le dijeron, aunque no sabemos si la anciana pudo encontrar consuelo en esa filantropía tan injusta para con ella, que su últimas palabras habían sido: "Amo a muchos."
En cierto modo, la biografía de León Tolstoi constituye una infatigable exploración de las claves de esa sociedad plural y a menudo cruel que lo rodeaba, por lo que consagró toda su vida a la búsqueda dramática del compromiso más sincero y honesto que podía establecer con ella. Aristócrata refinado y opulento, acabó por definirse paradójicamante como anarquista cristiano, provocando el desconcierto entre los de su clase; creyente convencido de la verdad del Evangelio, mantuvo abiertos enfrentamientos con la Iglesia Ortodoxa y fue excomulgado; promotor de bienintencionadas reformas sociales, no obtuvo el reconocimiento ni la admiración de los radicales ni de los revolucionarios; héroe en la guerra de Crimea, enarboló después la bandera de la mansedumbre y la piedad como las más altas virtudes; y, en fin, discutible y discutido pensador social, nadie le niega hoy haber dado a la imprenta una obra literaria inmensa, una de las mayores de todos los tiempos, donde la epopeya y el lirismo se entreveran y donde la guerra y la paz de los pueblos cobran realidad plásticamente en los lujosos salones y en los campos de batalla, en las ilusiones irreductibles y en los furiosos tormentos del asendereado corazón humano.




viernes, 24 de enero de 2014

La CNT en el exilio francés. Polémicas, enfrentamientos y divisiones


Congreso de la CNT en el exilio (Toulouse 1947) 
El Movimiento Libertario en el exilio arrastraba, después de perder con la guerra bastantes conquistas sociales no por efímeras menos cargadas de futuro, una dualidad permanente que mediatizaba nuestras relaciones internas. Esta dualidad surgía del conjunto de circunstancias y de mentís reales dados a la doctrina por el mundo de los hechos: educados, configurados moral y espiritualmente para combatir y destruir el Estado, fuimos a él, nos integramos en él, participamos de sus mismas tribulaciones, de sus furores destructivos, de sus ordenamientos jurídicos; fuimos, en una palabra, puntales en vez de arietes. Hubo quienes, sensibilizados por esta aleccionadora experiencia, entendieron que se debía flexibilizar el cuerpo teórico y táctico del anarcosindicalismo ibérico; otros, por el contrario, se encerraron en una posición dogmática, intransigente, irreductibles a la enseñanza empírica –y con una gran facilidad para hacer «borrón y cuenta nueva» de las propias actuaciones personales, algunas de las cuales incluyeron casaca ministerial–. Naturalmente, entre ambas posturas, existieron, como en botánica, gran variedad de injertos, de híbridos.
Cuando en febrero de 1943 empezamos a reorganizarnos, en plena ocupación alemana –aunque hubo siempre grupos organizados–, los que inician este movimiento de recuperación y lucha (casi todos aquellos hombres que constituyen el llamado «Núcleo del Cantal», aglutinado en el seno de una empresa constructora) responden a concepciones sindicalistas revolucionarias y anarquistas fieles a ciertos postulados de colaboración política con cuantas fracciones y sectores antifascistas persiguen el derrocamiento del régimen franquista.1 Aquellos hombres del «Massif Central», entre otros, se llaman Germán González, José Berruezo, Rico, hermanos Tomás y Francisco Pérez. Editan un periódico, dirigido por Rico, titulado Exilio, y muchos de ellos se caracterizarán por su lucha en la Resistencia francesa; algunos, como Germán con peligrosas y relevantes responsabilidades.

A esta primera llamada no responden bastantes compañeros para quienes las motivaciones del paréntesis colaboracionista, iniciado en julio de 1936, ha muerto definitivamente. No vale la pena, piensan, que luchar en tal sentido es macular los ideales, introducimos en el universo de la impureza.

Daré un carpetazo a mis notas para no prolongarme, pero antes quiero referirme, para dejar constancia, al oscuro trasiego de muchos militantes cuando se terciaba la «solución Maura». Miguel Maura, antiguo ministro republicano de la Gobernación (al que le pusimos un remoquete algo siniestro: «el de los 108 muertos»), se proponía formar un «Gobierno de Unión Nacional» con el fin de restaurar la República. Cabildeos memorables, acompañaron tales proyectos. Todos los partidos y organizaciones rivalizaban en la sobrepuja. Nosotros íbamos tan lejos que reclamábamos (nada más ni nada menos) el respeto por los poderes públicos de las conquistas obtenidas el 19 de julio: colectividades, control obrero, planificación económica, acción comunal, etc. Los militares, jefes y oficiales, engrosaron precipitadamente las filas de una Agrupación que extendía carnets con nombre, cuerpo, arma y rango ostentado en el ejército republicano. Los antiguos funcionarios del cuerpo policial hicieron algo semejante. Este sueño de una noche de verano acarició las esperanzas de gran número de militantes que luego denostaron violentamente a los «políticos», cuando nuestras pasiones arreciaban, simultaneando los agravios con invocaciones a su inmaculada «pureza».

En el Congreso de París, celebrado en el Palais de la Chimle –mayo de 1945–, aunque ganaron por voto los núcleos más inflexibles y dogmáticos se demostró que de hecho, por votos reales, de haberse hecho un escrutinio justo, era mayoritaria la tendencia colaboracionista. Para triunfar, determinados grupos al servicio de un nefasto personaje, Laureano Cerrada (ex secretario de la Región Centro, muerto en circunstancias misteriosas, desveladas parcialmente por el periodista Eliseo Bayo –en la revista Interviú), se dedicaron con ahínco a fundar Federaciones o núcleos fantasmales, a utilizar la difamación y el cohecho con objeto de conseguir una victoria sucia pero que les asegurara el control del aparato burocrático, fondos, siglas, etc. Lo más positivo del Congreso, pese a todo, fue el acuerdo de concederle privilegio determinante a la organización confederal del interior: acuerdo que fue revocado, sin consultar a la base, como consecuencia de la instalación del Gobierno Giral en México (antes de su instalación en París, en 1946), autentico avatar de la ruptura cismática más importante desde la acaecida el año 1932 a causa del problema «treintista». Relatamos brevemente los entresijos a continuación.

En España, a la sazón, se reorganizaba la CNT a marchas forzadas. Se vencían, mal que bien, las enormes dificultades del trabajo clandestino. Se celebraban reuniones de militantes asiduamente concurridas –con exceso, si tenemos en cuenta unas mínimas exigencias de discreción que comporta todo trabajo subterráneo–, se cotizaba en los sindicatos reestructurados, se editaba la Soli con miles de ejemplares que circulaban de mano en mano. En Barcelona, la Federación Local controlaba (según cifras manifestadas al que esto escribe por quien fue su secretario en 1947, el fallecido y excelente compañero Mariano Pascual) alrededor de 14.000 afiliados. La organización dinamizaba con creces la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (ANFD), organismo de coalición antifranquista.2 Cuando Giral forma un gobierno de emergencia en el exilio, para coordinar posibles concursos diplomáticos, propone a la CNT, el envío de dos ministros, pues nuestra posición en el seno de la Alianza nos convierte en pieza maestra. El Comité Nacional del Interior, transmite una lista de cuatro nombres: José Sancho y José E. Leyva, por el interior; Federica Montseny y Horacio M. Prieto, por el exterior (García Oliver fue propuesto por la Agrupación de México, pero su nombre no fue retenido por el Comité Nacional).

De los nombres indicados por el Comité Nacional, Giral elige a Horacio M. Prieto y José E. Leyva para que se incorporen a su Gobierno. Llegado clandestinamente a Francia, para unirse a Horacio y trasladarse juntos a México, donde reside el Gobierno de la República, Leyva se encuentra con la oposición del Comité Nacional, en Francia, cuyo secretario Germinal Esgleas, le indica que vuelva a España y recomiende al CN del Interior que reconsidere sus acuerdos y desista de enviar representantes al Gobierno Giral. El Comité Nacional mantiene sus acuerdos y aconseja a Leyva y Horacio que se incorporen sin retraso al puesto para el que fueron delegados.

Entonces los acontecimientos se precipitan; un manifiesto de rechazo invocando «la transgresión de principios» y contra la CNT del interior por parte del Secretariado del Exilio, y otro, vigoroso, elaborado atropelladamente por la Delegación en el exterior, consuman el divorcio. El manifiesto de la Delegación en el Exterior, de apoyo a la CNT del interior, se encabezaba así: «Con España o contra España». Por su parte, CNT, órgano confederal en el exilio, afirmaba: «Los llamados ministros confederales en el Gobierno Giral son dos ex trabajadores sin más representación que la personal».
1946-1963. Diecisiete años duró la escisión. Los viejos fantasmas, que nunca dejaron de poblar y girovagar en y por nuestras reuniones asamblearias, encresparon pasiones, concitadas, asimismo, por triquiñuelas, protagonismos, voluntad de poder, rivalidades personales y otros elementos psicológicos turbios alimentados durante muchos años de frustración, que nos habían vuelto atrabiliarios y vindicativos. Mientras a muchos militantes estos sucesos no les producían «estados de alma complicados», para muchos otros se iba concretando la idea de una revisión de métodos. Considerando globalmente nuestras acciones pasadas, se extrae de ellas una aleccionadora metodología negativa. Porfiamos en el descrédito y seguimos sin comprender la evolución tecnológica y científica, por tanto, económica, de nuestro tiempo. Esto lleva a conclusiones completamente originales. Coincidiendo, en este aspecto, con bastantes planteamientos formulados por Horacio M. Prieto, pionero de la «intervención política» (aunque García Oliver y un grupo de allegados a su influencia ya propusieran al comienzo del éxodo fundar el llamado Partido Obrero del Trabajo (POT), un grupo de 17 militantes, en una carta-manifiesto dirigida a los presos de España, en 1948, proponen sin medias tintas, a las tres ramas del Movimiento Libertario la más explosiva de las novedades revisionistas: la creación de un partido por los propios militantes, cuyo objetivo fundamental consistiría en asumir la representatividad política libertaria de forma eficiente y estructurada.
En la CNT y el Movimiento Libertario puede afirmarse, sin menoscabo de la verdad, que muchos hombres han meditado fríamente sobre los factores de nuestras desventuras públicas y el aventurismo blanquista que nos ha enajenado la adhesión de grandes sectores populares. Cuando hemos hablado seriamente de estas cosas, he percibido en infinidad de militantes valiosos un pesimismo escéptico respecto a la ejecutoria. Cada vez que pensamos en aquel año de los dos ochos –ocho de enero y ocho de diciembre de 1933–, donde dimos una medida hiperbólica de nuestra «gimnasia revolucionaria», nos deja perplejos esa fruición por la aventura y, contrastando, el despego y casi indiferencia por los programas constructivos. Muchos de los más sañudos impugnadores del «desviacionismo», imputándolo a ambiciones de poder y riqueza, como si el poder y la corrupción no fueran omnipresentes, me han confesado, años más tarde, sus preocupaciones por ir a la conquista de aquellos ayuntamientos que administramos durante la guerra y donde aprendimos a conocer grandes cosas no despreciables, que pueden hacerse desde ellos.

Realizada la unificación, en 1963, pudo comprobarse, al poco tiempo, lo frágil de aquella soldadura; digo soldadura porque, en realidad, nunca hubo síntesis, refundición, simbiosis. Al socaire de unos escarceos seudoinsurreccionales acaudillados por Juan García Oliver (terriblemente crítico para la, según él, blandengue, incolora e ineficaz actuación del Gobierno Giral)3 y de otras cuestiones de incompatibilidad, empezaron de nuevo las recriminaciones y las cazas de brujas. La chispa, o el detonador, que ocasionó otra crisis –la 1968-1969–, fueron las expulsiones, entre otros, de Cipriano Mera, Juan Manent, Fernando Gómez Peláez, longevo ex director de la Soli en París, de Tomás Pérez, uno de los de la vieja guardia del Cantal, Antonio Roig, conocido militante de Tarrasa, Señer, etc. A Cipriano Mera, el viejo «león de Guadalajara», modelo de honradez, coraje y sacrificio, se le acusó villanamente de malversación de fondos. A Gómez Peláez se le urdió una rocambolesca historia, nebulosa hasta el delirio, en torno a una renqueante multicopista.

Persistió el sanedrín del Secretariado Intercontinental4 en extender su imperialismo orgánico hasta el interior de España. Ese exilio, no satisfecho aún por sus culpables carencias, sus ineptitud, su descomunal alejamiento de la realidad, impermeable al más nimio empirismo, ávido de dominio, logró una última victoria: crear, en el Congreso de Madrid de 1979, las condiciones para otra segunda escisión. Dos en Francia; dos en España. Las cuentas están claras. Pero lo que ya no se vislumbra con tamaña transparencia es el futuro de la que fue primera organización sindical de este país. A menos que, a fuerza de amargas decepciones, una CNT renovada, embrión prometedor, con hombres nuevos y capaces, abiertos al diálogo vivificante, al pluralismo esencial sepan darle a ese sindicalismo revolucionario, libertario, cooperativista y autogestionario, la dimensión histórica que le corresponde.

Notas

1. Una excepción a la regla era nuestro recelo en colaboración con los comunistas, recientes aún graves incidentes y maniobras hegemónicas del PCE a través de su engendro llamado Unión Nacional, que nos había ilustrado, por si no lo supiéramos desde Mayo del 37, sobre sus intenciones, asesinando entre 80 y 100 militantes confederales. Se uncieron al proyecto centenares de confederales que pronto comprendieron la superchería. Recordemos, de pasada, una brillante acción: asesinato de la familia Soler e incendio de su morada: Soler era un conocidísimo militante barcelonés, antiguo conserje del Ramo de la Construcción; los hechos ocurrieron en el Ariege (Véase Juan M. Molina: El comunismo totalitario, Editores Mexicanos Unidos, México, 1982, pág. 37).

2. Compúlsense, para un conocimiento más amplio, El movimiento clandestino en España (1939-1949), de Juan M. Molina, La resistencia libertaria, de Cipriano Damiano, y La Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (1944-1947), de Enrique Marco Nadal.

3. No se cansaba de repetir en su correspondencia –que he tenido la oportunidad de leer gracias a un amigo común– que con los «mil millones de dólares de patrimonio republicano» (?) teníamos que formar un «gobierno de combate», una especie de Comité de Salud Pública.

4. Nueva denominación del antiguo Secretariado del Exilio.

Publicado en Polémica, n.º 4-5, junio 1982

domingo, 19 de enero de 2014

La matanza en el "Cortijo Maria Jesús" (El Chorron) serrania de Ronda



Emboscada en el "Cortijo Maria Jesús" (El Chorron)
Para informar de lo ocurrido en El Chorrón, nos dice en su libro Isidro García Ciguenza "Bandoleros en la Serranía de Ronda", él mismo localizó en el vecino pueblo de Benarrabá a un testigo local, Juan Ramos Rodríguez a quien tuvo ocasión de entrevistar personalmente. Este señor trabajaba de porquero cuando sucedieron los hechos en el cortijo "Maria Jesús".

Tendría este señor entre 17 o 18 años cuando vivió los hechos y, quién mejor que él para recabar información. El cortijo por aquel entonces lo tenía arrendado Pedro "el Seco", el cual tenía dos hijos varones, Antonio. El hijo mayor, y José. También tenía dos hijas, Josefa y Blasa.
Todos vivian en el pueblo, pero Antonio "el Seco", el hijo mayor, se quedaba por las noches en el cortijo de El Chorrón.

Antonio ya estaba amenazado anteriormente por la Guardia Civil, quienes sospechaban que los de la Sierra frecuentaban la zona, y los guardias le estaban presionando continuamente para que les ayudase a preparar una emboscada a esos guerrilleros, quienes habían decidido finalmente abandonar la lucha armada, dejar la zona e intentaban llegar a Algeciras para poder embarcar hacia Marruecos. No sospechaban que la muerte les esperaba en aquel cortijo.
Parece ser que quien puso en alerta a la Guardia Civil fue un cabrero, el cual se topó con este grupo guerrillero entre los que se encontraba Juan Toledo Martínez quienes ya le avisaron de permanecer en silencio y no delatarles a la Guardia Civil, pero este cabrero se cree que un día borracho en el bar empezó a decir que había visto a los maquis, alguien le escuchó y avisó a la Fuerza.

En el entorno del cuartelillo de la Guardia Civil se comentaba que Antonio el Seco que podía ser "enlace" o había estado conviviendo en algunas ocasiones con los guerrilleros y que es por eso que le tenían vigilado.
Parece ser que los guardias veían a Antonio comprar demasiada cantidad de café, tabaco y azúcar en la tienda del pueblo, y dado el poco consumo que debería de necesitar para el solo en el cortijo, les confirmó sus sospechas.
Antonio advirtió a Juan Ramos Rodríguez, el porquero, que aquella fatídica tarde no se asomara por el Pinar de el Tuerto por que andaban por allí la gente da la Sierra
Lo cierto es, según relató Juan Ramos Rodríguez, que cuando por la tarde fue a encerrar los cerdos, vio un fuerte destacamento de Guardias Civiles que bajaban por el barranco, oculto entre la maleza.

"Cuando llegué a la casa -sigue relatando Juan- estaba llena de guardias civiles y me metieron en la habitación contigua donde estaba preparada la mesa para comer. Dicha habitación tenía un altillo con una especie de falso techo, con tabique de caña. En ese lugar había guardias con metralletas y un mosquetón.
Al poco rato de estar allí escondido, sentí como se acercaban personas hacia el portalón de la casa. Lo cierto es que, aunque ellos sospecharon algo al entrar en la casa, no les dio tiempo casi a reaccionar, pues a la voz de "el Seco" de "sentaros que voy a por el pan" y entrar éste en la habitación, la Guardia Civil empezó el tiroteo a bocajarro no dejando de hacerlo sin descanso.

Cuatro de los maquis cayeron muertos, totalmente acribillados, en un baño de sangre, en el interior de la casa, pero dos de ellos que al parecer intentaron escapar hacia el exterior, fueron derribados justo en la puerta, por los guardias que estaban rodeando la casa .Aquella sangrienta matanza imponía, dice nuestro testigo, pues hasta un gato cayó partido por la mitad de la gran cantidad de disparos. En esta operación intervinieron unos 67 guardias civiles aproximadamente."
Antonio Ramos Barragán, "el Seco", entró en la Guardia Civil al poco tiempo.
Según testimonios del autor del libro (Isidro), que tuvo la ocasión de entrevistar a la hermana de "el Seco" Josefa Ramos Barragán, quien le comentó que ella misma les dijo a los maquis que no vinieran a la casa "que les iban a buscar una ruina a la familia", pero estos no hicieron caso y seguían acudiendo a la casa.
Según cuenta Josefa, los maquis estuvieron hasta tres veces en el cortijo. La primera vez los llevó Pedro Gómez Barragán, primo de ella y parece ser que Pedro era enlace o andaba relacionado con los maquis.
La tercera vez que hicieron acto de presencia -cuenta Josefa- fueron vistos por Miguel Domínguez "el Cabrero" quien a su vez se lo comunicó a Jerónimo Ortiz y este a un tercero que se supone que fue quien dio "el cante" a la Guardia Civil.
Según se comenta la Guardia Civil hizo firmar a Antonio el Seco un documento donde decía que colaboraría con ellos so pena de resultar fusilado si se negaba a ello.

Después de la matanza, la familia recibió el rechazo de los vecinos siendo injustamente tratados, viéndose obligados a abandonar el pueblo y yéndose a vivir a la Línea de la Concepción
Antonio Ramos Barragán "El Seco", como se ha dicho antes ingresó en la Guardia Civil donde cuando se escribió este libro estaba ya jubilado y vivía en Alcalá de Henares (Madrid)
Aunque los datos no coinciden lo que dijo Pablo son los que existen en el Registro Civil, que consta de esta forma.
REGISTRO CIVIL DE ALGATOCIN:

De los años 1944 al 1952 las actas de los seis presuntos guerrilleros fallecidos, figurando Pablo Pérez Hidalgo, el cual fue confundido con Antonio Rincón González que así quedó reflejado en el Registro Civil:
De Pablo Pérez Hidalgo consta en el Registro:
Pablo Pérez Hidalgo Alias Manolo el Rubio
Edad 38 años
Nacido en Bobadilla en 1911

Luís García, Coordinador de AGE, sobre el terreno
Según nos cuenta Luis García, que se dedica a recopilar y contrastar todos los datos de la Guerrilla Andaluza "los últimos contactos que he tenido es que en este cementerio de Algatocín están enterrados los restos de los compañeros de Pablo Pérez Hidalgo, en lo que fue una fosa común pero que encima de ella se hicieron un módulo de nichos, una vez confirmemos por varias vías estos hechos haremos las gestiones necesarias para poner una Placa en su memoria.
En el mes de Abril de 2001 fui a conocer el lugar donde murieron estos Guerrilleros y la verdad es que coincido con el autor del libro que cuando todavía hoy tratas de preguntar sobre los hechos, la gente te mira con desconfianza, sobre todo los mayores, y no son precisamente explícitos. Es como si todavía, en pleno siglo XXI, hubiese miedo a hablar de aquellos hechos.

Cuando entramos en los carriles (caminos) que llevan al cortijo de María Jesús o lo que queda de él, no dábamos con el lugar exacto, y nos dirigimos a un señor de unos 70 y algo de años que andaba por allí, y decidimos preguntarle .La verdad es que el paisano me miró de una forma muy rara. Luego, al decirle que yo lo había leído en un libro, automáticamente me dijo que eso no fue como lo cuenta el libro (Ignoro si este señor leyó realmente el libro de Isidro García Sigüenza) pues él, según decía, tenía unos 11 ó 12 años y se acuerda del gran movimiento de guardias civiles que hubo aquél día de la matanza y el retén que montaron durante algún tiempo después.
Este campesino nos dijo que los guardias estaban prácticamente siempre en su casa, que está justo en frente. Hoy dice ser él quien tiene arrendadas aquellas tierras para el ganado, y como siempre desconfiado, sin querer entrar en más datos, entramos por los carriles y justo desde enfrente, pudimos hacer las fotografías de las ruinas calcinadas que quedan hoy, pues además la casa está justo en lo que hoy es una pista forestal, de todas formas lo que queda de ese cortijo es nada, sólo decir que para matar a esos guerrilleros según fuentes consultadas, hubo cerca de 67 guardias civiles. Podéis imaginaros la represión y el miedo que había en aquellos tiempos era total, todavía puedes percibir el miedo en sus caras cuando sacas el tema.
Comentando el tema, casualmente, un día con una vecina de mi ciudad (Algeciras), una amiga mía que tendrá una edad aproximada de unos 70 años, y que conoció muy de cerca aquello, me contó que para quitar la gran cantidad de sangre del recinto donde mataron a los 6 guerrilleros fue necesario baldear la casa con muchos cubos de agua durante mucho rato. La escena tuvo que ser dantesca."

Guerrilleros muertos en el Cortijo "María Jesús", en la Matanza de El Chorrón, y enterrados en una fosa común del Cementerio de Algatocín:

• Juan Vigil Quiñones "Juanito" 
• Antonio Rincón González*,
• Juan Toledo Martínez "Caracol"ó "Caracoles"
• Francisco Moreno Barragán "Benito",
• Francisco José Domínguez "Pedro el de Alcalá"
• José Guerra Galván "El Guerra"

*(Pablo Pérez Hidalgo fue "confundido" con el cadáver de Antonio Rincón González)




viernes, 17 de enero de 2014

75 Años de la barbarie franquista




Hace justo 75 años, Euskal Herria estaba envuelta en sangre por la barbarie franquista. Al menos 6.018 ciudadanos fueron ejecutados en los meses posteriores al 18 de julio. Este es un breve recorrido por el escenario de la masacre.

Iñaki EGAÑA I Historiador
Durante el tercer fin de semana de julio de 1936 tuvo lugar un golpe de Estado que, fracasado, daría pie a la guerra civil española. Un año después el territorio vasco quedaba en su totalidad en poder de los sublevados, de los franquistas, y para marzo de 1939 la integridad del español. En 1975 moriría el dictador, abriéndose una transición política que obviaría el pasado más cercano. Han transcurrido 75 años del inicio de la barbarie franquista y, todavía, las cuentas de la represión no se han contabilizado al detalle. Conocemos las líneas maestras, pero los obstáculos judiciales y políticos han impedido cerrar la investigación. Algún día se llegará al fondo. Mientras tanto vamos a intentar recapitular en este macabro aniversario.
Al menos 6.018 vascos fueron ejecutados por el franquismo en los meses y años posteriores al inicio del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Entre ellos están contabilizados los que murieron en el campo de concentración de Deustu y en la prisión de San Cristóbal (en el monte Ezkaba) y en los bombardeos a la población civil. Los ejecutados en Nafarroa fueron el 1% de su población total, entre el 7 y el 8% de los que habían votado opciones abertzales o republicanas en febrero de 1936.
De Sartaguda fusilaron al 6,76% de su población. Entre el 2 y el 6% de fusilados se encontraban Lodosa, Mendabia, Milagro y Peralta. De Durango, incluyendo a los falle- cidos en el bombardeo del 30 de marzo de 1937, desaparecieron el 1,78% de sus habitantes. La capital vasca con mayor número de ejecutados fue Donostia, cerca de 400. Aunque en porcentaje lo fue Iruñea, con 300. La capital navarra tenía entonces 42.000 habitantes, y la guipuzcoana, el doble.
Los primeros ejecutados, el mismo 18 de julio de 1936, fueron el baracaldés Manuel Rodríguez, en Zambrana, y en Iruñea Fidel Zandueta y José Rodríguez-Medel, este último comandante de la Guardia Civil en Navarra, leal a la República. Los restos de cerca de 150 de los fusilados navarros, así como varias decenas de gudaris que murieron en la batalla de Legutio, fueron llevados al franquista Valle de los Caídos sin conocimiento de sus familiares. El primer militar vasco fusilado lo fue en Melilla. Se trató del capitán Virgilio Leret Ruiz, aviador e inventor de diversos ingenios voladores.
Jamás se ha tomado en cuenta la magnitud de la represión y el ataque frontal a las libertades vascas y al sistema republicano. La falta de voluntad de los herederos políticos directos del 36, que abandonaron a los suyos, ha hecho que la investigación haya quedado, como tantas otras, en manos particulares e iniciativas populares. A quienes intenten frivolizar habría que explicarles, por ejemplo, que 37.930 niños vascos (hoy sabemos el nombre y apellidos de todos ellos) fueron dispersados en el exilio y terminaron sus días, algunos de ellos, en lugares tan lejanos como Siberia.
La represión tuvo un componente antidemocrático y totalitario que, en primera instancia, se cebó en los representantes de la voluntad popular: 29 alcaldes, de ellos 22 en Nafarroa, fueron ejecutados, así como un número más elevado de concejales. Fue paradigma el caso de Cárcar, donde fueron ejecutados su alcalde Lucio Gutiérrez y todos los concejales excepto dos.
Entre los alcaldes asesinados se encontraban Alejandro Mallona (Mundaka), Fortunato Agirre (Lizarra), Gabino Alustiza (Aia), Domingo Burgaleta (Tudela), Teodoro González de Zarate (Gasteiz), Saturio Burutarán (Loiola, Donostia), Valentín Plaza (Castejón), José Markiegi (Deba), Felipe Urtiaga (Berriz), Antonio Moreno (Corella)... En Araba y Nafarroa fueron fusilados 27 maestros. También decenas de funcionarios municipales como Tomás Abaitua Ugalde, jefe de la Guardia Municipal de Bilbao.
Entre los cargos políticos, el consejero de Sanidad del Gobierno Vasco, Alberto Espinosa Orive, fue el primero en ser ejecutado. Desde febrero de 1936 era diputado a Cortes en Madrid. A Teodoro Olarte, diputado general de Araba, le torturaron, le rompieron varias costillas y le ejecutaron en Bayas. Tras la rendición de Santoña, la Falange ejecutó a quienes consideraba los dos máximos dirigentes de cada partido y sindicato leales. Entre los muertos estaban Jesús Zabala (ELA) y Ramón Rabaneda (PCE), padre del que luego sería modisto Paco Rabanne.
A partir de Santoña, prácticamente todos los sectores sociales fueron juzgados colectivamente: médicos, funcionarios, empleados municipales, ayuntamientos al completo, etcétera. Los funcionarios de prisiones o milicianos que participaron en tareas de vigilancia en las cárceles fueron ejecutados, en todos los casos, a garrote vil. Los primeros agarrotados, Pedro Garmendia, de ANV, natural de San Salvador del Valle, y el socialista Julián Hermosa, de Basauri.
Todas las formaciones políticas sufrieron la pérdida de dirigentes. En el PNV Ramón Azkue, que había sido jefe del Eusko Gudarostea, y Aitzol Ariztimuño, el sacerdote más influyente del partido, fueron pasados por las armas. El médico jeltzale Luis Álava Soutu fue ejecutado por espiar para los aliados durante la Guerra Mundial. Julián Zugazagoitia Mendieta y Jesús Larrañaga, líderes vascos del PSOE y del PCE, también, tras ser detenidos y extraditados desde Francia y Portugal, respectivamente. Tomás Ariz, líder del PCE en Navarra, había sido fusilado igualmente. José Luis Arenillas, jefe de Sanidad del Gobierno Vasco y militante del POUM, fue asesinado en diciembre de 1937.
Isaac Puente Amestoy, médico en Maeztu y uno de los teóricos más importantes del anarquismo durante el siglo XX, fue ejecutado en Pancorbo. El poeta Esteban Urkiaga, Lauaxeta, murió en el paredón del cementerio Santa Isabel de Gasteiz atado a José Placer Martínez de Lezea, responsable de las milicias de ANV. El escritor José María Azkarraga Mozo, de Amurrio, detenido en Larrinaga, entró en un canje de prisioneros entre los dos bandos. Se negó al mismo, por considerarse privilegiado sobre sus compañeros. Fue fusilado en Derio.
El clero y la especificidad navarra
La represión contra el clero vasco fue, asimismo, notoria. Al menos 18 sacerdotes vascos fueron fusilados, 7 de ellos en Hernani. En 1911, todos los sacerdotes declaradamente nacionalistas vascos fueron destinados a diócesis ubicadas en América. En 1923 y con motivo de la restauración de la Virgen de Estíbaliz, un redactor del diario jeltzale ``Euzkadi'' fue excomulgado por criticar un discurso abiertamente españolista y militar del cardenal Juan Belloch. En esos años, otros sacerdotes fueron desterrados y perseguidos por predicar en euskara. Las ejecuciones confirmaron la tendencia represiva de los años anteriores.
Como ha sido citado en el caso del diputado general Teodoro Olarte, muchos de los detenidos fueron torturados antes de ser enviados al paredón. José María Berraondo, de 18 años, fue detenido como venganza a que su padre, concejal del PNV de Oiartzun, había logrado huir y cruzar la muga. Torturado hasta la muerte, su cuerpo fue arrojado por el puente de Endarlatsa. José María Igartua Polo, vecino de Beasain, también sufrió malos tratos. Fue torturado hasta morir. En abril de 1939 Juan Antonio Bilbao Gaztañaga Txakoli fue muerto por un funcionario en la prisión bilbaina de los Escolapios por acercarse a una ventana. Ramón Rugama, abogado criminalista de Orduña, fue muerto a palos en la prisión de Larrinaga.
Militares vascos fueron también fusilados. Ernesto de la Fuente Torres, jefe del Estado Mayor del Ejército vasco, fue ejecutado en diciembre de 1937. José Gallego Aragués, también del Estado Mayor vasco, fue fusilado en mayo de 1938. Daniel Irezabal Goitia, jefe de División, fue fusilado en diciembre de 1937. Gumersindo Azkarate Gómez, coronel de Infantería e inspector del Ejército Vasco, también acabó así, el mismo día que Irezabal y que José Bolaños López, comandante de Infantería.
En Nafarroa, los muertos aparecieron por campos, caminos y cementerios. En marzo de 2009, la Sociedad de Ciencias Aranzadi recuperó los cuerpos de 20 vecinos de Buñuel en Magallón (Zaragoza). Otros 250 navarros fueron fusilados en Zaragoza, entre ellos 218 que pertenecieron al Tercio Sanjurjo. En Iruñea, los fusilamientos eran públicos, en la Vuelta del Castillo. La Tejería de Monreal, la cantera de Bera, Etxauri, Valcaldera, Ezkaba y Urbasa fueron lugares habituales de ejecución de prisioneros. Hoy, todavía se desconoce dónde fueron ejecutados el 10% de los navarros a los que se fusiló.
La especificidad navarra (la mitad de los fusilados vascos corresponde al Viejo Reino) tiene varios componentes excepcionales. Si la deserción en el Ejército de Franco era considerada un delito que se pagaba con prisión mayor, cuando el desertor era navarro, al menos en el frente vasco, el castigo era la pena de muerte, como a los iruindarras Juan Los Santos y Luciano Larraza.
Hechos de este calibre y diversas investigaciones han llegado a poner en tela de juicio el carácter ideológico de los muertos navarros en el Ejército de Franco. Las últimas investigaciones realizadas apuntan al hecho de que de los 4.488 navarros que murieron en la guerra civil en el Ejército de Franco, una cantidad cercana a la mitad de ellos no pertenecía sociológicamente al franquismo. Se habían alistado, como tantos otros, para evitar ser perseguidos.
En las cercanías de Oion, en Araba, fueron ejecutados más de 400 republicanos, la mayoría riojanos. En Bayas, Armiñón, Zambrana y las Conchas (entre Langraiz y La Puebla) también hubo numerosas ejecuciones. En Bizkaia, el cementerio de Derio fue el lugar elegido por los verdugos, mientras que en Gipuzkoa optaron por los cementerios de Hernani y Oiartzun y el campo de tiro de Bidebieta, en Donostia.
Sólo un juicio
Ninguno de los responsables de las matanzas fue jamás condenado. Se abrieron algunas diligencias en casos de tortura con resultado de muerte, pero siempre hubo ale- gaciones al «deber cumplido» y se cerraron. Los escuadrones de la muerte, 16 en Nafarroa, camparon a sus anchas. Pedro Díez Terés se jactaba de haber matado a más de un centenar de navarros. José Luis de Vilallonga, grande de España y biógrafo del rey Juan Carlos I, participó en los piquetes de ejecución en Hernani, según testimonio propio.
Violaciones, mutilaciones, torturas, ensañamientos con las familias republicanas, abusos infantiles... todo fue olvidado. Solo hubo una excepción, la de Juan José Domínguez, un falangista que puso una bomba en Begoña en 1942. El atentado, en medio de un acto religioso carlista, ocasionó 70 heridos, entre ellos el ministro del Ejército español, Enrique Varela. Domínguez fue juzgado, condenado y ejecutado. Fue la única excepción en 40 años. El resto sigue impune.
Mujeres: ultrajadas, violadas y ejecutadas
Al general Queipo de Llano, uno de los dirigentes del golpe de Estado de 1936, se le atribuye la siguiente frase: «Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombre. De paso, también a las mujeres de los rojos, que ahora, por fin, han conocido a hombres de verdad y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará».
La mayor cárcel de mujeres del Estado estuvo en Saturraran. En los últimos años, diversos trabajos monográficos han recuperado la mayoría de los detalles de aquel infierno. La de Amorebieta fue, asimismo, una de las cárceles que albergó a numerosas mujeres republicanas y abertzales, junto a las provinciales de cada territorio vasco.
Cerca de un centenar de mujeres vascas fueron ejecutadas: 15 en Bizkaia, 28 en Nafarroa, 40 en Gipuzkoa y 9 en Araba. Todavía hay algunos casos sin contabilizar, sobre todo en Bizkaia, en los que, sin información más detallada, diversas mujeres que habían sido violadas se suicidaron luego. Las situaciones que se produjeron tras la muerte de estas mujeres, en muchos casos con cargas familiares, fueron un apartado más a añadir a la larga lista represiva. Adelaida Fernández, una de las fusiladas, natural de Bilbo, era viuda y madre de seis hijos. Ana Naranjo, de Sestao, dejó tres hijos huérfanos. Berta Peña Parra, de Sestao, cinco hijos de corta edad.
En Nafarroa, las violaciones de Maravillas Lamberto, Carmen Lafraya y las hermanas Asunción y Adela Campaña causaron una gran conmoción por el hecho de que luego fueron asesinadas, y dejaron un recuerdo imborrable en la memoria popular. Los vecinos de sus localidades, de una u otra ideología, las recordaron entre la congoja y el temor. Alguna otra, como una anarquista de Allo llamada Blasa Roncal, se enfrentó con dignidad a sus asesinos, que la querían violar previamente a su ejecución. Se defendió hasta la muerte.
Aunque no es el más conocido, el caso de Asunción y Adela Campaña Ortiz es el de una gran tragedia. Ambas fueron violadas y asesinadas en Izco. Eran vecinas de Sangüesa. Los tres hijos de Asunción, Eugenio, Máximo y Primitivo Palacín, fueron fusilados en Sos y Zaragoza.
No ha terminado, a pesar de que han pasado 75 años, los trabajos de recuperación. Hace poco hemos conocido la violación y muerte de una niña, María Luisa Yerro, que aún no había cumplido los 14 años. Fue en 1946 en Lerín. De familia republicana, un juez llamado Agustín Erviti investigó su caso para cerrarlo. Los implicados estaban demasiado cercanos al régimen franquista.
En Cabanillas, una muchacha de 19 años llamada Simona Calleja, fue asesinada junto a su madre, Felisa Aguado, de 64 años. A Simona le cortaron el pelo y la encerraron en la cárcel del pueblo. Parece que ese era el único castigo previsto. Pero una noche fue violada repetidamente. Los vecinos oyeron los gritos desgarradores de la pobre Simona. Los violadores, temerosos de una denuncia, decidieron terminar con su vida.
Algunos casos fueron excepcionales y merecedores de mayor espacio. Fue dramático el de Mercedes Colás Irisarri, de Lodosa, a quien fusilaron a su padre por ser dirigente anarquista. A ella le cortaron el pelo y junto a su familia fue sometida a diversas humillaciones. Fue perseguida y un día decidió marchar al exilio, cruzando el océano. Cincuenta años después sería una de las madres de la Plaza de Mayo en Buenos Aires. Su hija Alicia había desaparecido en la dictadura argentina. Hoy la Biblioteca de Lodosa homenajea a Mercedes como uno de los tres hijos ilustres de la localidad, junto al general liberal Chapalangarra y al poeta nicaragüense Ángel Martínez Baigorri. El reconocimiento a Mertxe Colás es, todavía, excepción. I.E.