martes, 27 de febrero de 2018

Así murió «Pancho Villa»



Abundan los rasgos heroicos, los episodios admirables en el avance audaz de las columnas valencianas por entre las serranías turolenses. Pero no es esta la hora propicia para narrar el hecho aislado, la valentía individual de quien sabe morir en lucha por la libertad. Todas las columnas han tenido ya combates duros, acciones empeñadas en las que poner a prueba el ímpetu y el fervor de quienes las integran. Sin querer, saltan a los puntos de la pluma algunas hazañas. La de un grupo —cinco en total— que tripulando un automóvil se plantó en las puertas mismas de Teruel. La de Santiago Troncho ni entrando solo, pistola ametralladora en mano, en el pueblo de Corbalán, defendido por un centenar de fascistas. La de los carros blindados lanzándose valientemente de cara al enemigo, lejos de las avanzadillas. La de «Pancho Villa».
Acaso esta merezca mención especial. «Pancho Villa» era un obrero anarquista del puerto de Sagunto. «Pancho Villa»—Rafael se llamaba en realidad— figuraba como uno de los líderes de la columna de Hierro. «Pancho Villa» decidido, heroico, con un desprecio absoluto por la vida, figuró en vanguardia en los asaltos de Manzaneda, de Carrión, de la Puebla de Valverde. Y «Pancho Villa» figuraba en cabeza cuando se emprendió la lucha en los alrededores del Puerto Escandón.
El puerto tiene una importancia excepcional. Dominándolo se tiene Teruel en las manos, sin defensa posible. Los fascistas se hicieron fuertes en él, se atrincheraron sólidamente. El combate fue duro y difícil. Hubo un instante en que los nuestros, dominados por el fuego de las ametralladoras traidoras, vacilaron. Algunos incluso iniciaron la retirada. «Pancho Villa» se decidió. De un salto estuvo sobre el parapeto, pistola en mano, con un solo grito en la garganta:
—¡Vamos a por ellos, compañeros! ¡Adelante!
Echó a correr. Las balas dibujaban su silueta. No se agachaba para hurtar el cuerpo
al mordisco hiriente del plomo. Los demás, arrastrados por él, conducidos por él, lo olvidaron todo para lanzarse al asalto. A los pocos segundos la trinchera enemiga era nuestra. Los fascistas caían a montones bajo el fuego de nuestras ametralladoras. Pero allá en el camino, cara al ciclo, con una sonrisa de triunfo en los labios, quedaba tendido «Pancho Villa». Fue un héroe anónimo. Ni siquiera sabemos su nombre completo. Tan solo que era un obrero anarquista que supo, en lo más duro de la pelea, caer como un hombre auténtico…

Extracto del libro “La tragedia de casas viejas, 1933 quinces relatos de la guerra civil 1936 Eduardo de Guzmán



lunes, 19 de febrero de 2018

Los anarquistas españoles: los años heroicos 1868-1936



«Pocas imágenes de una sociedad libre han sido tan groseramente tergiversadas como las del anarquismo» -dice Bookchin en el primer capítulo de este ensayo en el que pretende dar a conocer de forma amena la filosofía y la historia ácratas a un público americano que no conoce la idiosincrasia española. El autor explica y aclara las razones de la difusión y aceptación de la Idea entre el proletariado español con la llegada de Fanelli, el italiano amigo de Bakunin, en 1868 a la Península. Lejos de las férreas doctrinas marxistas claramente definidas como ideología para el cambio social, el anarquismo es un movimiento opuesto a toda jerarquía, injusticia u opresión, difícil de delimitar dentro de un credo determinado, y como tal, de alguna manera, se puede apreciar a lo largo de la historia humana.
Unos y otros estudiosos de este período resaltan la labor que los anarquistas realizaron. No pretendían solo una mejora económica o una simple reducción de las horas de trabajo (en una época de agotadoras jornadas laborales), sino que aspiraban a disfrutar del tiempo libre necesario que les permitiera cultivarse y conocer la realidad en toda su complejidad. El placer de conversar y discutir llenaba unas vidas anhelantes de sabiduría. El apoyo mutuo, el respeto, la solidaridad y la hospitalidad eran las virtudes más apreciadas. Su revolución era personal y comunitaria y su amor por la lectura, una de las prácticas más queridas. Fundaron escuelas para que sus hijos pudieran aprender a leer y escribir sin tener que asistir a centros religiosos, que entonces monopolizaban la educación y transmitían a los alumnos los prejuicios sociales de la época (un oscurantismo ancestral que impedía conocer la realidad contemporánea) y no los avances científicos y técnicos que se desarrollaban entonces. Luchaban contra la prostitución, el alcohol y el tabaco. En la alimentación, algunos proponían el vegetarianismo como una forma de vida más saludable. También practicaban los baños de sol o el desnudismo en el campo y las playas. Aprendían Esperanto para que ninguna lengua fuera una barrera que impidiera comunicarse a unos hombres con otros, rompiendo las fronteras entre naciones, en las que no creían.
Los grupos anarquistas supieron llegar a los trabajadores e imprimir a la sociedad de su tiempo una dinámica de lucha contra las injusticias y la opresión del Estado. Año tras año, década tras década de la difusión de la cultura y las prácticas libertarias, llegaron a poner en jaque al Estado español y países vecinos como Francia e Inglaterra se asustaron del ejemplo.
Inevitablemente y de forma acertada, Bookchin no elude el análisis del uso que hicieron de la violencia en determinadas circunstancias grupos o personas que de forma muy puntual y minoritaria recurrieron a ella en alguna época. Una anécdota sin mayor trascendencia dentro de la inmensa labor cultural, social y educativa del anarquismo si no fuera por la insistencia del Poder en no olvidar ningún atentado anarquista. Y no todos los atentados que se le atribuyen a grupos ácratas fueron realizados por los libertarios. Hubo algunos provocados por la patronal o la policía, que realizaban un acto terrorista para poder justificarse ante la opinión pública de la feroz represión que ejercían sobre el movimiento obrero organizado. Los anarquistas aprendieron de estos montajes y siguieron con su dinámica de filosofía libertaria que les caracterizaba. La violencia podía ser usada para defenderse, pero la Revolución social no se hacía a través de actos heroicos o suicidas, ni se alcanzaba en unos días o semanas. Los grupos anarquistas sabían cuán contraproducentes eran los atentados. El Estado los justificaba para poder iniciar una represión desmedida y los trabajadores que se sentían atraídos por las ideas se alejaban de las organizaciones anarquistas por precaución. Este fenómeno fue similar en otros países. Emma Goldman explica muy bien la experiencia del movimiento anarquista en Estados Unidos en su autobiografía Viviendo mi vida. La sociedad anarquista llegaría a través de la conciencia, el apoyo mutuo, el conocimiento, el ejemplo... Una sociedad no se impone por la violencia, al menos la anarquista, sino a través de una filosofía libertaria que impregne a todos los miembros que la componen y que decidan formar y ser parte de ella.
El Poder, temeroso de su debilidad (sin la fuerza y la imposición no sería nada), nunca toleró el anarquismo. A principios de siglo xx, Francisco Ferrer y Guardia funda la Escuela Moderna. En poco tiempo la idea se fue extendiendo y se crean numerosos centros con la misma pedagogía: coeducación (niños y niñas en un mismo aula), supresión de exámenes, eliminación de castigos y malos tratos a los alumnos, planes de estudios basados en las ciencias naturales, racionalismo moral y sin dogmas religiosos... La labor anarquista iba encaminada a tratar de erradicar el analfabetismo, que en la época alcanzaba el 70% de la población española. La Iglesia, temerosa de la experiencia, comienza una campaña junto al Estado que culminará en la ejecución de su fundador acusado de promover la Semana Trágica de Barcelona.
Opuestos a la guerra, los anarquistas alentaban a la deserción de los ejércitos. Cuando la Guerra de Marruecos, se hizo una campaña de protesta para que los jóvenes no fueran a morir por una causa ajena a ellos. El interés en el dominio de Marruecos radicaba en los poderosos. Consecuencia de la campaña contra la guerra, estalló en Barcelona la Semana Trágica y la represión fue feroz. Hoy se sabe que la Monarquía española puso mucho empeño en esta guerra y que envió a miles de trabajadores a morir al norte de África, pero también sabemos de la hipocresía de los gobernantes. El Estado español, a la vez que mantenía la guerra, vendía armas al enemigo con el fin de enriquecerse.
Ante cualquier postura crítica (educación libertaria, anarcosindicalismo, antimilitarismo...) desde la que se cuestiones al Estado, como se puede ver a lo largo de las páginas de este libro, el Poder responde con suma violencia.
Desde el sindicalismo, donde la corriente anarquista trató de influir en el mundo laboral contra las desigualdades sociales, las organizaciones libertarias sufrieron la represión del Estado que se oponía a cambiar unas pésimas condiciones de trabajo y salario que eran mantenidas por la patronal.
A los orígenes de la CNT y a la influencia del anarquismo en el movimiento obrero a través del sindicalismo le dedica el autor un capítulo del libro. Bookchin explica el funcionamiento de abajo a arriba de la Organización y resalta que el local sindical no era un centro de burócratas. Son los propios trabajadores los que realizan en su tiempo libre y sin ninguna remuneración ni profesionalización las tareas, y resuelven los asuntos no solo laborales que sufren, sino que además realizan actividades culturales. CNT no era solo un sindicato, era una organización fuertemente comprometida con la realidad social, y su apoyo a los presos era constante y generosa. Su actitud radical viene desde los orígenes. Pocos días después de ser fundada la CNT, el sindicato declara la huelga general. Su vida oficial duró poco; justo acababa de nacer y pasó a la clandestinidad, una constante a lo largo de su historia.
A partir de los años veinte, la división de las dos tendencias y de los distintos cambios y estrategias sindicales en el seno de la Organización son más pronunciadas. Por un lado los partidarios de la insurrección y de la revolución para transformar la sociedad; por otro, los que proponían que había que adaptarse a las circunstancias, ganándose a las masas de trabajadores, cultivarse y estar preparados para el cambio, dejando previamente de ser una minoría. Estas luchas internas y los enfrentamientos entre las dos tendencias, por un lado los sindicalistas (con la firma del Manifiesto de los Treinta) y por otros los radicales de la FAI, crearon gran tensión en el seno del movimiento. El llamado sector moderado de la CNT veía las actividades de la FAI como algaradas y reacciones inmaduras pues consideraban que la mayoría de los trabajadores y de la sociedad española no estaban preparados para hacer la revolución, que lo que podían conseguir por esa vía era «un fascismo republicano». Por su parte, la FAI acusaba a los llamados moderados de traidores y renegados. Alianzas, acuerdos y desacuerdos, en la misma CNT, FAI o con otras tendencias o ideologías, como la socialista, tuvieron que ser abordados porque la situación los imponía: la posible llegada del fascismo al Poder. El Partido Comunista, un grupúsculo casi inexistente en España en los inicios de la II República, bajo la llamada a la unidad y con un gran y decidido apoyo de Rusia, supo sacar buen provecho de ello. Con su lema «todos unidos contra el fascismo», los comunistas fueron adueñándose de los cargos de los partidos de izquierda. Una vez consolidada su fuerza, tuvo nefastos resultados para los anarquistas y los miembros del POUM durante la Guerra Civil
No son años heroicos, como dice el subtítulo del libro, pero sí son unas décadas durante las cuales el anarquismo tuvo una gran influencia y realizó una encomiable labor social, sindical y cultural que ningún otro grupo supo realizar de forma tan profunda y radical.
Cierra el libro con una reflexión sobre qué hubiera podido ocurrir si se hubiera aplastado el golpe militar de Franco. Surgen muchas interrogantes, ¿hubiera podido sobrevivir en España una sociedad autogestionada y anarquista en un mundo que se tenían repartido el capitalismo y el comunismo autoritario?
Debemos felicitar a la recién creada editorial Numa su apuesta por la publicación de un libro anarquista (no acertadamente encuadrado en la colección Viva la República), al que le ha dedicado el esfuerzo de realizar una nueva traducción, distinta de la que Grijalbo hiciera para la primera edición en castellano, que salió en 1980 y hoy se encuentra agotada. Quizás por el gran trabajo que supone traducir, hubiera sido mejor dedicarlo a dar a conocer a los hispanohablantes otras obras de Bookchin que aún no han sido traducidas al español y que son de un gran interés, aunque son ensayos no tan amenos como este que ahora presentamos, y su lectura requiere de más paciencia y dedicación.
Amador


martes, 6 de febrero de 2018

El CRIMEN DE LA CARRETERA MÁLAGA - ALMERÍA



El domingo 7 de febrero de 1937, las fuerzas republicanas dan la orden de evacuar la ciudad de Málaga. Oficialmente las tropas fascistas no entraran hasta el día 8.

Los días 6, 7 y 8 de febrero miles de personas huyeron de la ciudad antes la inminente llegada de las tropas franquistas. Muchos esperaron hasta el día siguiente para partir, pensando que la resistencia aún era posible.

Finalmente cerca de 200.000 personas huyeron por miedo a la ofensiva lanzada por el general Queipo de Llano. Los  malagueños provenientes de diferentes puntos de la provincia comenzaron así su terrible odisea de hambre, terror, desaparecidos, muertes...

La “carretera de la muerte” fue testigo de la crueldad infinita del, mal llamado, ejercito nacional. Algunos huían en sus coches, otros en tren, pero por la escasez de gasolina, muchos huyeron a pie,  cargando con comida, ropas y demás utensilios, utensilios de los que después se  tendrían que desprender por el camino para intentar sobrevivir.

A la vez que intentaban la huida en terribles condiciones, eran bombardeados por tierra, mar, y aire, eran masacrados de forma indiscriminada  hombres, mujeres y niños, esos niños que perdieron su infancia  en esa “carretera de la muerte”.

La carretera estaba formada por una alfombra humana de varios kilómetros, alfombra que se iba mermando a medida que tropas, aviones o barcos bombardeaban y asediaban a las miles de personas que trataban de huir de la muerte, todo ello, bajo la mirada pasiva de la Comunidad Internacional y su política de no intervención, que permitió esa masacre. La cifras de las personas que pudieron perder la vida en esta carretera esta en torno a 5.000 aunque nunca sabremos la cifra exacta.

Día tras día iban perdiendo la vida cientos de personas, otras quedaban mal heridas, sin socorro alguno, aliviados solo por personas como Norman Bethume y su unidad móvil de transfusión de sangre que salvaron muchas vidas. Ya que la gente al verlos pasar les cerraban las puertas por miedo a quedarse sin nada y a las posibles represalias.

Es tal la crueldad de las “tropas nacionales”  que por primera vez se ensaya lo que se conoce como carrusel, una técnica de bombardeo aéreo, en la que 9 aviones bombardean uno tras otro el mismo punto, y así sucesivamente para desmembrar la huida  y aniquilar todo lo que se ponga en su camino.

Una  vez la caravana humana llega a Motril, se ve asaltada por las tropas franquistas, y mientras la mitad de ella sigue por la carretera de la costa hacía Almería, la otra mitad deshace el camino ya andado, volviendo a Málaga para ser, sin saberlo, vilmente asesinados.

Finalmente los que alcanzaron su destino, lo hicieron dejando atrás compañeros y familiares en el camino, entre muertos, extraviados, y desaparecidos.

La gente que sufrió y vivió ese drama no solamente de agonizar, de morirse de hambre, de ver sus padres e hijos morir, a los que quedaban ensangrentados en la carretera y a la gente sin enterrar, después de ese dolor, solo recibieron la ofensa del silencio, la ofensa de un silencio que se mantiene así durante mucho tiempo.

Los pueblos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo”.


                                     Dibujo de Juan Kalvellido


jueves, 1 de febrero de 2018

Pablo Hasel se enfrenta a cinco años de cárcel por criticar a la monarquía



El rapero, condenado en 2014 a dos años de prisión, tiene también dos causas más pendientes que pueden llevarle hasta 12 años a prisión.
 “Soy un rapero al que el Estado español puede condenar hasta a 12 años de prisión por hacer canciones y escribir en Twitter”, explica Pablo Hasel en un vídeo realizado pero la plataforma creada en su apoyo desde que, en 2015, el rapero comenzara sus visitas alos juzgados
El próximo 1 de febrero, Hasel volverá a ser juzgado en la Audiencia Nacional, esta vez por cantar canciones críticas con la monarquía, por mensajes en redes sociales de denuncia de brutalidad policial y por otro en el que denuncia la muerte de Isabel Aparicio, militante de Grapo que falleció en abril de 2014 en la prisión de Zuera, según denuncian desde colectivos como Socorro Rojo, a causa de la ausencia de atención médica que recibió. La Fiscalía pide, en este juicio, hasta cinco años de cárcel.
La canción, titulada Juan Carlos El Bobón, comienza con el extracto de una entrevista realizada por una televisión francesa al rey Juan Carlos, en 1969, en la que este elogia a Franco. La letra de la canción, entre otras críticas a la Casa Real, apunta la criminalización de la crítica a esta institución.
Los tuits por los que también se acusa a Hasel, este hace referencia a los supuestos “negocios mafiosos” entre la Casa Real y Arabia Saudí.
Pablo Hasel ya fue condenado en 2014 a dos años de prisión por el contenido de sus canciones, pero la Audiencia Nacional acordó la suspensión de pena.
El rapero también tiene dos causas más pendientes, con las que las penas de cárcel a las que se enfrenta podrían sumar hasta los 12 años. Según explica el el vídeo publicado por la plataforma, una de estas causas es “por despreciar a un jugador de fútbol nazi”, en referencia al futbolista Roman Zozulya.
“Aquí somos los antifascistas quienes somos acusados de delitos de odio contra el fascismo, y no a la inversa”, lamenta Hasel en el vídeo.
La otra causa es, según explica, por denunciar que la policía local de Lleida utilizó un falso testigo para encubrir en un juicio una brutal paliza a un compañero que estaba enganchando carteles sobre el derecho a la autodeterminación