lunes, 30 de abril de 2018

Los Mártires de Chicago: Historia del 1º de Mayo




Hace 127 años se consumaba un crimen judicial se condenaba a la horca a varios dirigentes Anarquistas por sus ideales en defensa de la clase obrera para conseguir la jornada de ocho horas al día, el reparto de las jornadas era de ocho horas para el trabajo, ocho horas para el descanso y ocho horas para los estudios y formación de la clase trabajadora, que por aquel tiempo la gran mayoría eran analfabetos.
En todos los principios Revolucionarios del siglo XX, los Anarquistas hemos jugado un papel bastante digno en la historia revolucionaria, pues hemos sido los que siempre hemos estado en la vanguardia de todo comienzo revolucionario, siendo después reprimidos, encarcelados y ejecutados por los triunfadores de las revoluciones, un gran ejemplo es el de la Revolución Rusa, más tarde se volvió a repetir en la guerra civil española.
Los Anarquistas nunca han retrocedido a ninguna injusticia contra la clase trabajadora y el pueblo, ha dado siempre un gran ejemplo de lucha sin esperar ninguna recompensa, puedo citar a muchos nombres de personas que dieron sus vidas por las libertades y las mejoras de la clase obrera, pero sería una lista bastante extensa, pero estoy bastante orgulloso de mis ideales y de todas las personas que escribieron la historia del movimiento obrero con su sangre.
El Congreso de la II Internacional, celebrado en París en 1889, aprueba que se celebre mundialmente el Día del Trabajo en conmemoración del 1º de Mayo
El fraudulento proceso judicial llevado a cabo en Chicago tendía a escarmentar al movimiento obrero norteamericano y desalentar el creciente movimiento de masas que pugnaba por la reivindicación de la jornada de ocho horas de trabajo.
Aquellos trágicos hechos ocurridos en Chicago en 1886 -la huelga del 1º de Mayo, la protesta sindicalista y el proceso judicial a los dirigentes y militantes anarquistas- serían tenidos muy en cuenta, años después, por el movimiento obrero internacional que, justamente, adoptó como el Día de los Trabajadores, el 1º de Mayo, y lo lamentable es que dos centrales sindicales mayoritarias vendidas al régimen y a la patronal, se quieran otorgar esta manifestación como únicamente suyas, y yo les digo que pronuncien los nombres de los Anarquistas que fueron ejecutados hace 127 años.
Pero el escarmiento no sólo abarcaba al sindicalismo. Debe tenerse en cuenta que de los ocho dirigentes anarquistas, sólo dos eran norteamericanos y el resto se trataba de inmigrantes extranjeros.
Sus nombres fueron: Michael Schwab, Louis Lingg, Adolph Fischer, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe y George Engel.
En Boston y en algunas otras ciudades norteamericanas de la época había una fuerte corriente contra los trabajadores extranjeros que reclamaban por sus derechos laborales y sociales junto a sus hermanos norteamericanos.
La guerra de Secesión había interrumpido el crecimiento de las organizaciones sindicales, cuyo punto de partida data de 1829, con un movimiento que solicitó la implantación de la jornada de ocho horas de trabajo, en el estado de Nueva York.
Pero a partir de los años ochenta, se fue acrecentando la actividad gremial en la cual socialistas, anarquistas y sindicalistas, cumplieron un rol destacado en cuanto a su labor propagandística y política.
Mauricio Dommanget en su ‘Historia del Primero de Mayo’, al referirse a los trabajadores de Chicago, afirma: ‘Muchos trabajaban aún catorce o diez y seis horas diarias, partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaba a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día. Unos se acostaban en corredores y desvanes, otros en chozas donde se hacinaban tres y cuatro familias. Muchos no tenían alojamiento, se les veía juntar restos de legumbres en los recipientes de desperdicios, o comprar al carnicero algunos céntimos de recortes’.
La central obrera norteamericana de entonces, la Federación de Gremios y Uniones Organizados de Estados Unidos y Canadá, años después transformada en la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), había proclamado en su cuarto congreso de 1884, que la duración legal de la jornada de trabajo, a partir del 1º de Mayo de 1886, sería de ocho horas de duración. Ese 1º de Mayo se había constituido en una fecha clave tanto para los trabajadores como para los capitanes de la industria.
La Huelga del 1º de mayo de 1886
La prensa norteamericana, principalmente el ‘Chicago Mail’, el ‘New York Times’, el ‘Philadelphia Telegram’ y el ‘Indianapolis Journal’ habían advertido por esos días el ‘peligro’ de la implantación de la jornada de 8 horas ‘sugerida -decía el ‘Chicago Mail’- por los más locos socialistas o anarquistas’.
La huelga del 1º de Mayo de 1886 fue masiva en todos los Estados Unidos. Algunos sectores industriales admitieron la jornada de ocho horas, pero la mayoría fue intransigente a aceptar ese reclamo. En Milwaukee la represión policial produjo nueve muertos obreros y hubo enfrentamientos violentos en Filadelfia, Louisville, St. Louis, Baltimore y principalmente en Chicago.
En esta última ciudad actuaban, además de las fuerzas policiales y antimotines, una suerte de policía privada al servicio de los industriales y empresarios: la compañía Pinkerton.
En tanto el 1º de mayo había transcurrido sin ninguna violencia, fue dos días después, cuando los sindicatos de la madera convocaron a una reunión, que los ‘rompehuelgas’ de la Pinkerton atacaron a los trabajadores. Intervino la policía y el fuego de las armas produjo seis muertos y medio centenar de heridos, todos entre los trabajadores.
Así fue que los anarquistas llamaron, para el 4 de mayo, a una concentración en el Haymarket Square, acto público que contaba con autorización de las autoridades. Al finalizar la reunión y cuando se desconcentraban los trabajadores, el capitán Ward avanzó sobre los grupos obreros en actitud amenazante.
Alguien lanzó entonces una bomba contra efectivos policiales y abatió a uno de los policías, hiriendo a otros varios. Entonces, las fuerzas policiales abrieron nutrido fuego contra los trabajadores matando a varios y causando 200 heridos.
Ese hecho de violencia permitió a las autoridades judiciales, instigadas por varios políticos y diarios -principalmente el ‘Chicago Herald’ -a detener y procesar a la plana mayor del movimiento sindical anarquista.
Así fueron arrestados el inglés Fielden, los alemanes Spies, Schwab, Engel, Fischer y Lingg y los norteamericanos Neebe y Parsons.
Comenzaba el Proceso de Chicago, una burla a la justicia y un verdadero fraude procesal como demostró pocos años después el gobernador del estado de Illinois, John Peter Atlgeld.
‘Razón de Estado’
Es evidente que el Proceso de Chicago contra los ocho sindicalistas anarquistas produjo una sentencia dónde primó el principio de la ‘razón de Estado’ y que no se buscaron pruebas legales ni se tuvo en cuenta la normativa jurídica de la época. Se quiso juzgar a las ideas anarquistas en la cabeza de sus dirigentes, y en ellos escarmentar al movimiento sindical norteamericano en su conjunto.
Para ello fueron amañados testigos, se dejaron de lado las normas procesales, y los miembros del jurado -como se demostró pocos años después- fueron seleccionados fraudulentamente. Entre otras anomalías procesales, la primera fue que se los juzgó colectivamente, y no en forma individual, como disponía la legislación penal. Se trataba de un juicio político, y la causa no era la violencia desatada el 4 de mayo de 1886, sino las ideas anarquistas, por un lado, y la necesidad de impedir el avance de la organización gremial que había paralizado a los Estados Unidos el 1º de mayo del mismo año, por el reclamo de la jornada laboral de ocho horas.
El gobernador Altgeld, años después, explicaría al pueblo norteamericano que el juez interviniente en el Proceso de Chicago actuó ‘con maligna ferocidad y forzó a los ocho hombres a aceptar un proceso en común; cada vez que iban a ser sometidos a un interrogatorio los testigos suministrados por el Estado, el juez Gary obligó a la defensa a limitarse a los puntos específicamente mencionados por la fiscalía pública’ en tanto que ‘en el interrogatorio de los testigos de los acusados, permitió que el fiscal se perdiera en toda clase de vericuetos políticos y leguleyerías extrañas al asunto motivo del proceso’.
‘Ahorcadles y salvareis a nuestra sociedad’
El fiscal Grinnel, en su alegato, proclamó: ‘Señores del jurado: ¿declarad culpables a estos hombres, haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a nuestra sociedad!’.
El 28 de agosto de 1886 el jurado, especialmente elegido para aniquilar a los acusados, dictó su veredicto especificando que siete de los imputados -Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg y Engel- debían ser ahorcados, y el octavo, Neebe, condenado a 15 años de prisión.
Antes que el crimen judicial se consumara, se cometió otro previo, el misterioso suicidio de uno de los condenados: Louis Lingg, quien con la colilla de un cigarrillo habría prendido la mecha de un cartucho de dinamita. En realidad, como afirman los historiadores actuales, se trató de representar ante el gran público otra demostración de que los anarquistas morían en su propia ley, las ‘bombas’. Hoy se coincide en que Lingg fue asesinado.
Spies, Fischer, Engel y Parsons subieron al patíbulo el 11 de noviembre, y fueron ahorcados ante el periodismo, las autoridades judiciales, la policía y el público allí reunido.
El escándalo fue tan grande que a Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua. La movilización de las fuerzas sindicalistas y la actuación de políticos como John Peter Atlgeld, hizo que el 26 de julio de 1893 se les otorgar el ‘perdón absoluto’ a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab.
De todas maneras, estos tres anarquistas tuvieron mucha más suerte que otros dos ajusticiados cuarenta años después: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, en otro proceso igualmente fraudulento. Pero la reivindicación de los mártires de Chicago fue realizada pocos años después de la muerte de cuatro de ellos y de la liberación de los tres restantes.
Por la Libertad y la Revolución Social
Pepe Cascales, 28 Abril 2013


Vídeo: Chicago 1 de Mayo de 1886….

“Los pueblos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo”.

lunes, 23 de abril de 2018

Los anarquistas españoles: los años heroicos 1868-1936


«Pocas imágenes de una sociedad libre han sido tan groseramente tergiversadas como las del anarquismo» -dice Bookchin en el primer capítulo de este ensayo en el que pretende dar a conocer de forma amena la filosofía y la historia ácratas a un público americano que no conoce la idiosincrasia española. El autor explica y aclara las razones de la difusión y aceptación de la Idea entre el proletariado español con la llegada de Fanelli, el italiano amigo de Bakunin, en 1868 a la Península. Lejos de las férreas doctrinas marxistas claramente definidas como ideología para el cambio social, el anarquismo es un movimiento opuesto a toda jerarquía, injusticia u opresión, difícil de delimitar dentro de un credo determinado, y como tal, de alguna manera, se puede apreciar a lo largo de la historia humana.
Unos y otros estudiosos de este período resaltan la labor que los anarquistas realizaron. No pretendían solo una mejora económica o una simple reducción de las horas de trabajo (en una época de agotadoras jornadas laborales), sino que aspiraban a disfrutar del tiempo libre necesario que les permitiera cultivarse y conocer la realidad en toda su complejidad. El placer de conversar y discutir llenaba unas vidas anhelantes de sabiduría. El apoyo mutuo, el respeto, la solidaridad y la hospitalidad eran las virtudes más apreciadas. Su revolución era personal y comunitaria y su amor por la lectura, una de las prácticas más queridas. Fundaron escuelas para que sus hijos pudieran aprender a leer y escribir sin tener que asistir a centros religiosos, que entonces monopolizaban la educación y transmitían a los alumnos los prejuicios sociales de la época (un oscurantismo ancestral que impedía conocer la realidad contemporánea) y no los avances científicos y técnicos que se desarrollaban entonces. Luchaban contra la prostitución, el alcohol y el tabaco. En la alimentación, algunos proponían el vegetarianismo como una forma de vida más saludable. También practicaban los baños de sol o el desnudismo en el campo y las playas. Aprendían Esperanto para que ninguna lengua fuera una barrera que impidiera comunicarse a unos hombres con otros, rompiendo las fronteras entre naciones, en las que no creían.
Los grupos anarquistas supieron llegar a los trabajadores e imprimir a la sociedad de su tiempo una dinámica de lucha contra las injusticias y la opresión del Estado. Año tras año, década tras década de la difusión de la cultura y las prácticas libertarias, llegaron a poner en jaque al Estado español y países vecinos como Francia e Inglaterra se asustaron del ejemplo.
Inevitablemente y de forma acertada, Bookchin no elude el análisis del uso que hicieron de la violencia en determinadas circunstancias grupos o personas que de forma muy puntual y minoritaria recurrieron a ella en alguna época. Una anécdota sin mayor trascendencia dentro de la inmensa labor cultural, social y educativa del anarquismo si no fuera por la insistencia del Poder en no olvidar ningún atentado anarquista. Y no todos los atentados que se le atribuyen a grupos ácratas fueron realizados por los libertarios. Hubo algunos provocados por la patronal o la policía, que realizaban un acto terrorista para poder justificarse ante la opinión pública de la feroz represión que ejercían sobre el movimiento obrero organizado. Los anarquistas aprendieron de estos montajes y siguieron con su dinámica de filosofía libertaria que les caracterizaba. La violencia podía ser usada para defenderse, pero la Revolución social no se hacía a través de actos heroicos o suicidas, ni se alcanzaba en unos días o semanas. Los grupos anarquistas sabían cuán contraproducentes eran los atentados. El Estado los justificaba para poder iniciar una represión desmedida y los trabajadores que se sentían atraídos por las ideas se alejaban de las organizaciones anarquistas por precaución. Este fenómeno fue similar en otros países. Emma Goldman explica muy bien la experiencia del movimiento anarquista en Estados Unidos en su autobiografía Viviendo mi vida. La sociedad anarquista llegaría a través de la conciencia, el apoyo mutuo, el conocimiento, el ejemplo... Una sociedad no se impone por la violencia, al menos la anarquista, sino a través de una filosofía libertaria que impregne a todos los miembros que la componen y que decidan formar y ser parte de ella.
El Poder, temeroso de su debilidad (sin la fuerza y la imposición no sería nada), nunca toleró el anarquismo. A principios de siglo xx, Francisco Ferrer y Guardia funda la Escuela Moderna. En poco tiempo la idea se fue extendiendo y se crean numerosos centros con la misma pedagogía: coeducación (niños y niñas en un mismo aula), supresión de exámenes, eliminación de castigos y malos tratos a los alumnos, planes de estudios basados en las ciencias naturales, racionalismo moral y sin dogmas religiosos... La labor anarquista iba encaminada a tratar de erradicar el analfabetismo, que en la época alcanzaba el 70% de la población española. La Iglesia, temerosa de la experiencia, comienza una campaña junto al Estado que culminará en la ejecución de su fundador acusado de promover la Semana Trágica de Barcelona.
Opuestos a la guerra, los anarquistas alentaban a la deserción de los ejércitos. Cuando la Guerra de Marruecos, se hizo una campaña de protesta para que los jóvenes no fueran a morir por una causa ajena a ellos. El interés en el dominio de Marruecos radicaba en los poderosos. Consecuencia de la campaña contra la guerra, estalló en Barcelona la Semana Trágica y la represión fue feroz. Hoy se sabe que la Monarquía española puso mucho empeño en esta guerra y que envió a miles de trabajadores a morir al norte de África, pero también sabemos de la hipocresía de los gobernantes. El Estado español, a la vez que mantenía la guerra, vendía armas al enemigo con el fin de enriquecerse.
Ante cualquier postura crítica (educación libertaria, anarcosindicalismo, antimilitarismo...) desde la que se cuestiones al Estado, como se puede ver a lo largo de las páginas de este libro, el Poder responde con suma violencia.
Desde el sindicalismo, donde la corriente anarquista trató de influir en el mundo laboral contra las desigualdades sociales, las organizaciones libertarias sufrieron la represión del Estado que se oponía a cambiar unas pésimas condiciones de trabajo y salario que eran mantenidas por la patronal.
A los orígenes de la CNT y a la influencia del anarquismo en el movimiento obrero a través del sindicalismo le dedica el autor un capítulo del libro. Bookchin explica el funcionamiento de abajo a arriba de la Organización y resalta que el local sindical no era un centro de burócratas. Son los propios trabajadores los que realizan en su tiempo libre y sin ninguna remuneración ni profesionalización las tareas, y resuelven los asuntos no solo laborales que sufren, sino que además realizan actividades culturales. CNT no era solo un sindicato, era una organización fuertemente comprometida con la realidad social, y su apoyo a los presos era constante y generosa. Su actitud radical viene desde los orígenes. Pocos días después de ser fundada la CNT, el sindicato declara la huelga general. Su vida oficial duró poco; justo acababa de nacer y pasó a la clandestinidad, una constante a lo largo de su historia.
A partir de los años veinte, la división de las dos tendencias y de los distintos cambios y estrategias sindicales en el seno de la Organización son más pronunciadas. Por un lado los partidarios de la insurrección y de la revolución para transformar la sociedad; por otro, los que proponían que había que adaptarse a las circunstancias, ganándose a las masas de trabajadores, cultivarse y estar preparados para el cambio, dejando previamente de ser una minoría. Estas luchas internas y los enfrentamientos entre las dos tendencias, por un lado los sindicalistas (con la firma del Manifiesto de los Treinta) y por otros los radicales de la FAI, crearon gran tensión en el seno del movimiento. El llamado sector moderado de la CNT veía las actividades de la FAI como algaradas y reacciones inmaduras pues consideraban que la mayoría de los trabajadores y de la sociedad española no estaban preparados para hacer la revolución, que lo que podían conseguir por esa vía era «un fascismo republicano». Por su parte, la FAI acusaba a los llamados moderados de traidores y renegados. Alianzas, acuerdos y desacuerdos, en la misma CNT, FAI o con otras tendencias o ideologías, como la socialista, tuvieron que ser abordados porque la situación los imponía: la posible llegada del fascismo al Poder. El Partido Comunista, un grupúsculo casi inexistente en España en los inicios de la II República, bajo la llamada a la unidad y con un gran y decidido apoyo de Rusia, supo sacar buen provecho de ello. Con su lema «todos unidos contra el fascismo», los comunistas fueron adueñándose de los cargos de los partidos de izquierda. Una vez consolidada su fuerza, tuvo nefastos resultados para los anarquistas y los miembros del POUM durante la Guerra Civil
No son años heroicos, como dice el subtítulo del libro, pero sí son unas décadas durante las cuales el anarquismo tuvo una gran influencia y realizó una encomiable labor social, sindical y cultural que ningún otro grupo supo realizar de forma tan profunda y radical.
Cierra el libro con una reflexión sobre qué hubiera podido ocurrir si se hubiera aplastado el golpe militar de Franco. Surgen muchas interrogantes, ¿hubiera podido sobrevivir en España una sociedad autogestionada y anarquista en un mundo que se tenían repartido el capitalismo y el comunismo autoritario?
Debemos felicitar a la recién creada editorial Numa su apuesta por la publicación de un libro anarquista (no acertadamente encuadrado en la colección Viva la República), al que le ha dedicado el esfuerzo de realizar una nueva traducción, distinta de la que Grijalbo hiciera para la primera edición en castellano, que salió en 1980 y hoy se encuentra agotada. Quizás por el gran trabajo que supone traducir, hubiera sido mejor dedicarlo a dar a conocer a los hispanohablantes otras obras de Bookchin que aún no han sido traducidas al español y que son de un gran interés, aunque son ensayos no tan amenos como este que ahora presentamos, y su lectura requiere de más paciencia y dedicación.
Amador

domingo, 15 de abril de 2018

Concentración a favor de la libertad de los detenidos en Alsasua



Una marea humana pide justicia para los jóvenes de Altsasu: "No son terroristas"

Decenas de miles de personas abarrotan las calles de Pamplona para mostrar su apoyo a los jóvenes acusados de terrorismo por una pelea de bar. Se trata de la última gran movilización antes del juicio, que arrancará este lunes en la Audiencia Nacional.
http://www.publico.es/sociedad/navarra-vive-mayor-manifestacion-historia.html


Comunicado de los familiares de los detenidos de Altsasu

Como padres y madres de los afectados/as a consecuencia del altercado en torno a un bar la madrugada del 15 de octubre en Alsasua queremos expresar lo siguiente:

1. Lamentamos profundamente lo ocurrido. Pero lo ocurrido se enmarca en una pelea de bar, a altas horas de la madrugada durante las Ferias de Alsasua.

2. Nos sentimos indefensos, desamparados y muy preocupados por el futuro de nuestros hijos e hijas por el sobredimensionamiento de los hechos y ante la posibilidad de petición de penas desproporcionadas, al haberse calificado como acto terrorista, en la denuncia realizada ante la Audiencia Nacional.

No entendemos las detenciones cuando voluntariamente se habían personado a declarar en diversas ocasiones. Tampoco entendemos la aplicación de unas medidas cautelares que consideramos exageradamente desproporcionadas y fuera de lógica, como es el caso de prisión incondicional para 7 de ellos, puesto que la voluntad de nuestros hijos e hijas, así como la nuestra, es que estén en casa retomando su día a día forjándose un futuro. 

Insistimos, el riesgo de fuga es nulo ya que tanto ellos/as como nosotros/as queremos que vuelvan a casa cuanto antes. También nos preocupa la rapidez con la que están sucediendo todos los hechos, nos sentimos desbordados.

3. Ante lo cual pedimos amparo a todas las instituciones (tanto ejecutivas, legislativas como judiciales) para que esos hechos sean instruidos en el Juzgado nº3 de Navarra, donde comenzó la instrucción, a donde remitió el atestado inicial y enjuiciados en el tribunal natural.

4. Así mismo queremos expresar nuestra solidaridad con todas las personas que se han visto afectadas a partir de unos hechos que entendemos nunca debieron ocurrir, y por extensión a todo el pueblo de Alsasua al que queremos agradecer sus muestras de apoyo y solidaridad con nosotros.

viernes, 6 de abril de 2018

En memoria de Agustín Rueda


Se cumplen ahora cuarenta años del asesinato a golpes del compañero Agustín Rueda. Los asesinos: funcionarios de prisiones de la cárcel de Carabanchel (Madrid) en la que estaba preso. La paliza que acabó con su vida se la propinaron por no querer delatar a quienes estaban preparando una fuga. El médico de la cárcel fue cómplice de los asesinos por no parar las torturas. Pero ¿quién era Agustín Rueda? Para contarlo, reproducimos el artículo (sin firma) que publicó la revista Ajoblanco en mayo de 1978. Añadimos el poema que dedicó a Agustín nuestro compañero Luis Farnox.
Nació el 14 de noviembre de 1952 en una barraca de la Colonia de Sallent, pueblo minero con importante porcentaje de inmigrantes. Madre tejedora y padre minero que, con el drama de la miseria habitual en la época, no conseguirán algo semejante a un piso hasta el 56, concedido por la empresa. Esta Colonia donde nace será objeto de reflexión constante a lo largo de su vida; su pensamiento remitió a ella en todo momento. Acude a la escuela –otro hito– hasta el 8 de julio de 1966 en que finalizados los estudios primarios topa con su condición de hombre pobre: ha de conseguir trabajo. Cuatro años de aprendiz de matricero en una empresa auxiliar del automóvil (Metalauto entonces, Authi luego, al cambiar de propietarios; ahora Commetasay) a 8 kilómetros de la Colonia.
Es fácil adivinar los componentes del cuadro que le llevan a tener ya en esos momentos una conciencia inicial de explotado.
Su respuesta, sin embargo, no es encuadrarse en un partido, hacerse cuadro. No se politiza por un ansia abstracta de libertad, por el Vietnam o por el Mayo del 68. Lo inmediato le oprime y le impacta; así pues, luchará en un terreno inmediato.
Tratando de vencer la apatía tradicional –el ciclo expotación-miseria-ocio brutalizado repetido todos los días hasta la inevitable enfermedad o despido– intenta dinamizar el barrio. Crea un Club Juvenil, consigue proyecciones, conferencias, recitales de cantaores... Apasionado del fútbol, consigue crear un equipo al que también siempre volverá su recuerdo. Tiene 18 años.
El acoso
El aprendizaje parece haber sido en varios sentidos. En abril del 71 deja la fábrica y, luego de dos trabajos cortos como montador en una mina y en una fábrica de tejidos, logra trabajo en Sallent. En febrero de 1972 se produce la huelga y encierro de los mineros de Balsareny y Sallent. Agustín se vuelca: asambleas informativas, manifestaciones, grupos de ayuda... Llega a reunir a los comités en su casa a falta de lugar mejor. Consecuencia lógica: en septiembre es expulsado del trabajo. Los caciquillos industriales de la comarca ven en él un enemigo.
Continúa sin embargo ligado al lugar. El 17 de noviembre, en el cruce de la salida de la Colonia con la carretera, muere atropellada la madre de un compañero. Otra consecuencia más de la explotación y la miseria de condiciones de vida de la Colonia. En la manifestación subsiguiente, 19 de noviembre, es detenido, buscado expresamente en su casa por la policía. Ingresa en la Cárcel Modelo, de donde saldrá en febrero del 73. Es el fin de una época. Agustín comienza a exigirse a sí mismo. Vuelve a Sallent, pero para las autoridades y la escasa gente de orden se ha convertido en la bestia parda. No le dan trabajo. Lo consigue esporádicamente, como albañil o como temporero en vendimias y recogidas de fruta. La vida le arrincona. Su madre queda ciega. El Club Juvenil –fundamental como dinamizador– es cerrado por la empresa y la Guardia Civil con la típica excusa banal: les acusan de robar unas cajetillas de tabaco. La tensa situación se rompe con la llamada a filas.
El 9 de mayo de 1974 se incorpora a Infantería de Marina en Cartagena. Luego, Ferrol, el 26 de junio. El 17 muere su padre, tuberculoso, debilitado por la miseria. Hay pocas noticias de su mili. Escribe poco a Sallent y sólo acude para los funerales de su padre y de su madre, fallecida el 31 de diciembre de 1974. Se queda sin casa. Se licencia el 28 de octubre de 1975 y reaparece en la Colonia.
La aventura consecuente
A su vuelta continúa el acoso. No hay ningún trabajo para él, pero su presencia dinamiza al grupo joven del barrio. No olvida la importancia de la diversión y organiza un torneo de fútbol, afición de toda su vida. En abril del 76 pasa por primera vez a Francia para ayudar a un desertor de la Colonia.
El 14 llega su primera carta. Ha tomado contacto con los exiliados de Perpiñán y vive encima de la Librería Española. Al poco tiempo una bomba vuela la librería y destroza la casa. Trata por todos los medios de llevar una vida propia, independiente de la política y de la existencia viciada del pequeño círculo de exiliados. Recoge fruta en Ceret y trabaja el campo en Cornellá de la Ribera durante varios meses.
En octubre llega clandestinamente a Barcelona. Pasa libros y panfletos libertarios. Vuelve a Francia con desertores para retornar en noviembre a la Colonia. Necesita Sallent, pero las autoridades le rechazan. Otra vez el acoso. No quiere ser una carga para su hermana y duerme en un piso que la empresa, dueña de todo, ha concedido graciosamente a un grupo musical para sus ensayos. Enterada la dirección, clausura el piso. Va a vivir a una masía abandonada próxima a la Colonia. Por supuesto, no tiene trabajo. Hay que escapar al acoso.
Ya con pasaporte, en febrero del 77, vuelve a Perpiñán. Entra en contacto con un grupo autónomo libertario, pero en absoluto renuncia a su vida. No es un “siniestro terrorista profesional”. Su único dinero procede del trabajo del campo. Vive pobremente, fuera de Perpiñán y vuelve a jugar al fútbol, en el SMOC. Un labrador jornalero libertario que juega al fútbol es algo bien distinto a un revolucionario profesional.
El 15 de octubre del 77, sábado, a las 6 de la mañana es detenido en la frontera, en tierra española. Excesiva buena fe y un claro chivatazo.

Última consecuencia: cárcel
Pasa 3 días en la comisaría de Layetana de donde le llevarán a Figueras, a restablecerse de la paliza. A fines de mes pasa a la cárcel de Gerona. Entra en contacto con la COPEL (Coordinadora de Presos Españoles en Lucha) y se convierte en miembro activo, tratando de hacer tomar conciencia en el interior y de coordinar las actividades en el exterior, siguiendo la línea de la COPEL que tanta'hostilidad y silencio ha tenido en la prensa y los bienpensantes partidos.
Los abogados Vidal (Comité Propresos CNT) y M. Seguí (familiares y amigos presos políticos) parece que se encargarán de su caso. Sólo el primero le vio; una vez y al principio. Como consecuencia de su trabajo en la COPEL, es trasladado el 1 de enero de 1978 a Carabanchel. Sus abogados, en principio, ni se enteran. Hay un sospechoso silencio administrativo y un notable desconcierto. El Comité Propresos de Madrid indaga en Carabanchel y recibe el “aquí no está” por respuesta. Son meses duros en la COPEL y Agustín tiene abogado de oficio.
El 2 de marzo el Comité de Solidaridad de Sallent se traslada a Madrid y contacta con Anabela Silva, a quien encarga la defensa del caso. Para entonces el caso ya es otro. Es la cárcel en España. Conocedor de las razones y de las consecuencias de la miseria, Agustín Rueda no distinguió entre políticos y comunes, y se entregó de lleno a la COPEL. Por ello nunca llegó a ver al juez. Tuvo otros jueces; sus mismos verdugos. Murió el 14 de marzo, a las 7,30 debido a un shock traumático como hizo constar el doctor Gregorio Arroyo. Nadie le vio después de la brutal paliza. Trasladado el cadáver a Sallent fue enterrado sin permiso, incluso sin el de Sanidad. Había que evitar escándalos. El director de la cárcel y 10 funcionarios están procesado –como en su tiempo el inspector Matute– pero a ellos no les juzgarán sus carceleros ni sus encarcelados. Ellos están en un país de derecho.