martes, 30 de abril de 2013

Los Mártires de Chicago: Historia del 1º de Mayo



Hace 127 años se consumaba un crimen judicial se condenaba a la horca a varios dirigentes anarquistas por sus ideas políticas
El fraudulento proceso judicial llevado a cabo en Chicago tendía a escarmentar al movimiento obrero norteamericano y desalentar el creciente movimiento de masas que pugnaba por la reivindicación de la jornada de ocho horas de trabajo.
Aquellos trágicos hechos ocurridos en Chicago en 1886 -la huelga del 1º de Mayo, la protesta sindicalista y el proceso judicial a los dirigentes y militantes anarquistas- serían tenidos muy en cuenta, años después, por el movimiento obrero internacional que, justamente, adoptó como el Día de los Trabajadores, el 1º de Mayo.
Pero el escarmiento no sólo abarcaba al sindicalismo. Debe tenerse en cuenta que de los ocho dirigentes anarquistas, sólo dos eran norteamericanos y el resto se trataba de inmigrantes extranjeros.
Sus nombres fueron: Michael Schwab, Louis Lingg, Adolph Fischer, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe y George Engel.
En Boston y en algunas otras ciudades norteamericanas de la época había una fuerte corriente contra los trabajadores extranjeros que reclamaban por sus derechos laborales y sociales junto a sus hermanos norteamericanos.
La guerra de Secesión había interrumpido el crecimiento de las organizaciones sindicales, cuyo punto de partida data de 1829, con un movimiento que solicitó la implantación de la jornada de ocho horas de trabajo, en el estado de Nueva York.
Pero a partir de los años ochenta, se fue acrecentando la actividad gremial en la cual socialistas, anarquistas y sindicalistas, cumplieron un rol destacado en cuanto a su labor propagandística y política.
Mauricio Dommanget en su ‘Historia del Primero de Mayo’, al referirse a los trabajadores de Chicago, afirma: ‘Muchos trabajaban aún catorce o diez y seis horas diarias, partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaba a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día. Unos se acostaban en corredores y desvanes, otros en chozas donde se hacinaban tres y cuatro familias. Muchos no tenían alojamiento, se les veía juntar restos de legumbres en los recipientes de desperdicios, o comprar al carnicero algunos céntimos de recortes’.
La central obrera norteamericana de entonces, la Federación de Gremios y Uniones Organizados de Estados Unidos y Canadá, años después transformada en la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), había proclamado en su cuarto congreso de 1884, que la duración legal de la jornada de trabajo, a partir del 1º de Mayo de 1886, sería de ocho horas de duración. Ese 1º de Mayo se había constituido en una fecha clave tanto para los trabajadores como para los capitanes de la industria.
La huelga del 1º de mayo de 1886
La prensa norteamericana, principalmente el ‘Chicago Mail’, el ‘New York Times’, el ‘Philadelphia Telegram’ y el ‘Indianapolis Journal’ habían advertido por esos días el ‘peligro’ de la implantación de la jornada de 8 horas ‘sugerida -decía el ‘Chicago Mail’- por los más locos socialistas o anarquistas’.
La huelga del 1º de Mayo de 1886 fue masiva en todos los Estados Unidos. Algunos sectores industriales admitieron la jornada de ocho horas, pero la mayoría fue intransigente a aceptar ese reclamo. En Milwaukee la represión policial produjo nueve muertos obreros y hubo enfrentamientos violentos en Filadelfia, Louisville, St. Louis, Baltimore y principalmente en Chicago.
En esta última ciudad actuaban, además de las fuerzas policiales y antimotines, una suerte de policía privada al servicio de los industriales y empresarios: la compañía Pinkerton.
En tanto el 1º de mayo había transcurrido sin ninguna violencia, fue dos días después, cuando los sindicatos de la madera convocaron a una reunión, que los ‘rompehuelgas’ de la Pinkerton atacaron a los trabajadores. Intervino la policía y el fuego de las armas produjo seis muertos y medio centenar de heridos, todos entre los trabajadores.
Así fue que los anarquistas llamaron, para el 4 de mayo, a una concentración en el Haymarket Square, acto público que contaba con autorización de las autoridades. Al finalizar la reunión y cuando se desconcentraban los trabajadores, el capitán Ward avanzó sobre los grupos obreros en actitud amenazante.
Alguien lanzó entonces una bomba contra efectivos policiales y abatió a uno de los policías, hiriendo a otros varios. Entonces, las fuerzas policiales abrieron nutrido fuego contra los trabajadores matando a varios y causando 200 heridos.
Ese hecho de violencia permitió a las autoridades judiciales, instigadas por varios políticos y diarios -principalmente el ‘Chicago Herald’ -a detener y procesar a la plana mayor del movimiento sindical anarquista.
Así fueron arrestados el inglés Fielden, los alemanes Spies, Schwab, Engel, Fischer y Lingg y los norteamericanos Neebe y Parsons.
Comenzaba el Proceso de Chicago, una burla a la justicia y un verdadero fraude procesal como demostró pocos años después el gobernador del estado de Illinois, John Peter Atlgeld.
‘Razón de Estado’
Es evidente que el Proceso de Chicago contra los ocho sindicalistas anarquistas produjo una sentencia dónde primó el principio de la ‘razón de Estado’ y que no se buscaron pruebas legales ni se tuvo en cuenta la normativa jurídica de la época. Se quiso juzgar a las ideas anarquistas en la cabeza de sus dirigentes, y en ellos escarmentar al movimiento sindical norteamericano en su conjunto.
Para ello fueron amañados testigos, se dejaron de lado las normas procesales, y los miembros del jurado -como se demostró pocos años después- fueron seleccionados fraudulentamente. Entre otras anomalías procesales, la primera fue que se los juzgó colectivamente, y no en forma individual, como disponía la legislación penal. Se trataba de un juicio político, y la causa no era la violencia desatada el 4 de mayo de 1886, sino las ideas anarquistas, por un lado, y la necesidad de impedir el avance de la organización gremial que había paralizado a los Estados Unidos el 1º de mayo del mismo año, por el reclamo de la jornada laboral de ocho horas.
El gobernador Altgeld, años después, explicaría al pueblo norteamericano que el juez interviniente en el Proceso de Chicago actuó ‘con maligna ferocidad y forzó a los ocho hombres a aceptar un proceso en común; cada vez que iban a ser sometidos a un interrogatorio los testigos suministrados por el Estado, el juez Gary obligó a la defensa a limitarse a los puntos específicamente mencionados por la fiscalía pública’ en tanto que ‘en el interrogatorio de los testigos de los acusados, permitió que el fiscal se perdiera en toda clase de vericuetos políticos y leguleyerías extrañas al asunto motivo del proceso’.
‘Ahorcadles y salvareis a nuestra sociedad’
El fiscal Grinnel, en su alegato, proclamó: ‘Señores del jurado: ¿declarad culpables a estos hombres, haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a nuestra sociedad!’.
El 28 de agosto de 1886 el jurado, especialmente elegido para aniquilar a los acusados, dictó su veredicto especificando que siete de los imputados -Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg y Engel- debían ser ahorcados, y el octavo, Neebe, condenado a 15 años de prisión.
Antes que el crimen judicial se consumara, se cometió otro previo, el misterioso suicidio de uno de los condenados: Louis Lingg, quien con la colilla de un cigarrillo habría prendido la mecha de un cartucho de dinamita. En realidad, como afirman los historiadores actuales, se trató de representar ante el gran público otra demostración de que los anarquistas morían en su propia ley, las ‘bombas’. Hoy se coincide en que Lingg fue asesinado.
Spies, Fischer, Engel y Parsons subieron al patíbulo el 11 de noviembre, y fueron ahorcados ante el periodismo, las autoridades judiciales, la policía y el público allí reunido.
El escándalo fue tan grande que a Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua. La movilización de las fuerzas sindicalistas y la actuación de políticos como John Peter Atlgeld, hizo que el 26 de julio de 1893 se les otorgar el ‘perdón absoluto’ a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab.
De todas maneras, estos tres anarquistas tuvieron mucha más suerte que otros dos ajusticiados cuarenta años después: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, en otro proceso igualmente fraudulento. Pero la reivindicación de los mártires de Chicago fue realizada pocos años después de la muerte de cuatro de ellos y de la liberación de los tres restantes.

domingo, 28 de abril de 2013

'EL HOLACAUSTO ESPAÑOL PASÓ INADVERTIDO'



Investigadores británicos recalcan el terror franquista

Ante una sala abarrotada de gente, la London School of Economics and Politics (LSE) celebró el pasado jueves 14 de marzo una conferencia bajo el título El Terror de Franco en el Contexto Europeo: la Volksgemeinschaft que pasó inadvertida. El evento congregó al director del Centro Cañada Blanch para los Estudios Contemporáneos de España, el profesor Paul Preston; así como a expertos de la universidad británica Royal Holloway, entre ellos, Daniel Beer, Helen Graham y Dan Stone. Todos ellos coincidieron en la necesidad de recalcar el terror que Franco instaló en España tras la guerra civil (1936-1939), un proceso de exterminación de personas que guardaría relación con el holocausto de la Alemania Nazi.
El uso del término alemán Volksgemeinschaft -comunidad nacional- hace referencia a la capacidad de los regímenes fascistas para identificar enemigos y moldear a la humanidad durante años. "El holocausto español pasó inadvertido porque pocos han realizado una conexión entre la Alemania de Hitler y la España de Franco", explicó Paul Preston, autor del best-sellerinternacional El Holocausto Español: Inquisición y Exterminación en la España del Siglo XX. El número de civiles muertos durante la guerra civil española asciende a 200.000 personas, pero, según Preston, esta cifra solo incluye a los que tienen nombre y apellidos y no a los miles de judíos, comunistas y masones que desaparecieron durante las décadas posteriores al conflicto.
Para los estudiosos británicos, el concepto "holocausto" implica innecesarias muertes de civiles, refugiados y personas que intentaron huir y murieron en el intento, víctimas del hambre y la enfermedad y muertes extrajudiciales incluyendo a los que fallecieron en las cárceles. "Las objeciones al término no pretenden sino esconder el verdadero contexto de la dictadura", señaló el doctor Daniel Beer, "pero la historia siempre se revisa y no tenemos nada que temer a la hora de hablar de holocausto español en una época en la que casi todos los países europeos vivieron cierto grado de fascismo". "A través de la violencia como herramienta de ingeniería social, Franco estableció las nuevas normas de la futura sociedad con el fin de homogeneizar la identidad de las personas", añadió el profesor Dan Stone.
Entonces, "¿por qué hoy el régimen franquista sigue siendo un caso tan irresuelto?", se preguntaba Helen Graham. "España cambió económicamente a partir de los 60 pero el discurso político se mantuvo", dijo la profesora, "ya que tuvo lugar una transferencia masiva de la propiedad privada y se había creado una sociedad estática que se perpetuara en el tiempo". El ejemplo más claro es, para Graham, el golpe de estado de 1981, por el cual se intentó restablecer el nacionalsocialismo de Franco. "Hasta los 90 no surgieron en España los primeros movimientos de memoria histórica y todavía hoy las personas afectadas no están representadas de forma legítima, lo que se traduce en un déficit democrático", dijo Graham.
Es el llamado "pacto del olvido", cuyas raíces tiene bases legales en la Amnistía Política de 1977, por la cual la democracia española eximió de responsabilidad penal actos contra los derechos humanos. Organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional han solicitado la derogación de dicha ley e interpuesto denuncias por delitos contra la humanidad, pero los sucesivos gobiernos españoles han creído innecesario mirar al pasado para así evitar una nueva guerra civil y época dictatorial. Sin embargo, la Ley de Memoria Histórica del 2007 demostró que hay personas que sí creen que es ineludible dar a conocer la persecución y violencia que la sociedad vivió durante el franquismo, aunque no en términos judiciales, ya que la ley no reconoce la apertura de fosas comunes en las que yacen los restos de las víctimas.
El ex magistrado Baltasar Garzón, actual asesor del Tribunal Internacional de la Haya y líder del equipo jurídico que defiende al fundador de Wikileaks, Julian Assange, fue suspendido cautelarmente de sus funciones en la Audiencia Nacional tras iniciar la conocida causa contra los crímenes del franquismo. En 2009, el jurista español se declaró competente para instruir la apertura de 19 fosas comunes con el fin de elaborar un censo de fusilados, desaparecidos y enterrados, pero la Fiscalía de la Audiencia Nacional frenó el proceso y, en consecuencia, miles de personas se manifestaron en España en contra de la impunidad contra el franquismo y en apoyo a Garzón.
El Valle de los Caídos es uno de los lugares en los que yacen las víctimas de la dictadura, combatientes de ambos bandos nacionales y republicanos, así como los cuerpos de Franco y del fundador del partido Falange Española, José Antonio Primo de Rivera. "En todo caso el Valle de los Caídos debería ser un lugar de memoria de las víctimas en vez de un punto de peregrinación para los fascistas cada 20 de noviembre", opinó Preston en la conferencia, "y eso simplemente supondría cambiar el cartel". "Definitivamente, la atmósfera de miedo que se vivió en aquel tiempo no se olvida", concluyó.

martes, 23 de abril de 2013

El hundimiento del Castillo de Olite, una historia desconocida.



Un poco de historia
El Castillo de Olite era un buque mercante que fue construido en Holanda en 1921 con el nombre de Zaandik siendo utilizado como transporte de mercancías hacia las indias Orientales Holandesas durante 8 años.
Fue vendido a otra empresa que lo bautizó Akedemik Paulo hasta 1932, que fue de nuevo revendido y rebautizado como Zwaterwater con la que navegó hasta 1936.
Comprado por la Unión Soviética y rebautizado como Postishev, fué capturado en el Estrecho de Gibraltar por el Crucero Auxiliar de la Armada Nacional Vicente Pichol (un navío reconvertido) cuando transportaba un cargamento de carbón para el bando Republicano.
El bando nacional, escaso de barcos, rápidamente incorporó el buque a la marina de guerra, por una orden del 1 de Noviembre de 1938 y rebautizado como Castillo de Olite, en referencia al Palacio Real de Olite.
En los últimos días de la Guerra Civil, empezó una sublevación en Cartagena y los sublevados de allí pidieron ayuda para conseguir tomar esta ciudad con su importantísimo puerto y la armada republicana.
El cuartel General en Burgos no dudo de aceptar la petición de auxilio, y manda a la flota Nacional hacia aquellas aguas, embarcando tropas y materiales para un desembarco en la ciudad, unos 20.000 hombres en más de 30 buques. El Castillo de Olite tarda bastante en salir del puerto de Castellón con su carga de unas 2000 personas entre marinos y tropas embarcadas. Para colmo carece de radio (estaba averiada) y viaja en solitario....todos estos factores resultarían fatales ese 7 de Marzo de 1939.
Mientras tanto, en Cartagena las cosas no estaban saliendo como tenían previsto los sublevados, y la Brigada 206, una unidad de élite de las fuerzas republicanas, habían reconquistado la ciudad, tomando las letales y formidables baterías de la costa que protegían el puerto de la ciudad...Unos cañones Vikers de 152 mm/50 en la defensa costera llamada "La Parajola"
Imposibilitados para hacer el desembarco con semejantes cañones protegiendo la costa, la Flota Nacional decide desistir y retirarse..Excepto el Castillo de Olite, que como va solo, no sabe nada de todo esto....y se aproxima a la bocana del puerto.
El primer disparo de la batería hace ver la terrible situación en la que se encuentran los del buque y rápidamente intentan retroceder pero un segundo disparo acierta de lleno al barco, alcanzando la santa bárbara y volándolo por los aires tras una tremenda explosión partiéndole en dos.
El buque se hundió inmediatamente, pereciendo 1476 personas... 341 fueron heridos y 294 fueron hechos prisioneros siendo el mayor desastre en la historia naval española. 25 días después, finalizó la guerra.


Un artículo escrito en la revista Cartagena histórica, nº 2 de Luis Miguel Pérez Adán

El hundimiento del Castillo de Olite
Algo se ha escrito y estudiado sobre el hundimiento del Castillo de Olite, lo conocemos en su proceso, formando parte de aquellos confusos días que precipitaron el final de la Guerra Civil, sin duda no ha merecido la importancia real que la muerte de 1500 hombres pueda tener, cierto que estamos en una guerra, y en ella la muerte es casi lo cotidiano, pero aquí no es la muerte de unos soldados en combate, es más, la forma tan absurda de morir por nada y para nada.
    Culpables, claro que existen, víctimas muchas pero lo que se desprende de todo este incidente es un ''tufillo'' de desorganización, improvisación e incompetencia que misteriosamente no aparece reflejado por ningún sitio como un error militar, ni asumido por quien era su creador y responsable, el vencedor de esta Guerra.
    De poco sirvieron a los que murieron aquella brumosa mañana cerca de la isla de Escombreras los homenajes póstumos y la pantomima de concesión de la Laureada de San Fernando, que por cierto nunca les fue concedida, si después fueron condenados al olvido oficial, como algo que molesta y es necesario arrinconar, y aún menos les sirvió aquellos que dispararon sobre el infortunado barco, en su decadente derrota, todo había acabado y esto nos supondría ninguna gran victoria que celebrar sobre el enemigo.
    Escasas veces nos encontraremos ante una realidad como ésta, una serie de despropósitos encadenados entre sí conducirían a la mayor tragedia marítima ocurrida en nuestras costas en todos los tiempos, errores, desatinos y burradas que llevaron a la muerte a los hombres que embarcaron a bordo del Castillo de Olite.
    El hundimiento del buque de transporte nacional Castillo de Olite por las baterías republicanas frente a las costas de Cartagena, el 7 de marzo de 1939, constituye uno de los episodios más oscuros y menos conocidos ocurridos durante La Guerra Civil Española.
    La coyuntura histórica
    Nos encontramos en plena fase final de la guerra (diciembre 1938-abril 1939), Franco ordenó a sus fuerzas la invasión de Cataluña, la liquidación del sector centro-oriental republicano era cuestión de días, solo la zona Centro-Sur quedaba en manos de una República sin capacidad ni voluntad de defensa, desmoralizada y sumergida en luchas internas.
    Frente a la insuficiente resistencia por el gobierno y los comunistas, -un golpe de estado iniciado en Madrid y la sublevación de la base naval de Cartagena- el destino de la República estaba llegando a su fin, solo un hipotético y último intento de resistencia que alargara unos meses más la guerra, con la esperanza de una internacionalización del conflicto en la más que anunciada II Guerra Mundial, podría frenar la desaparición de la España Republicana. Franco lo sabía y por eso no dudó un instante, conocida la sublevación de Cartagena y la petición de ayuda de estos sublevados, en organizar el envío inmediato de tropas a esta ciudad en cuyo puerto aún estaba atracada la todavía importante flota republicana, la última baza que podía jugar la República, si Cartagena era tomada la Guerra estaría prácticamente terminada.
    Con este fin se preparó una operación de desembarco sin precedentes hasta la fecha, cerca de una treintena de barcos entre transportes y buques de guerra que debían trasladar a más de 20000 hombres, salieron desde Castellón y Málaga en dirección a Cartagena, con apenas 48 horas de preparación en una misión arriesgada y muy peligrosa en la que los barcos repletos de tropas deberían atravesar una zona de más de 150 millas de costa enemiga, sin protección alguna, cada barco por su cuenta y sin saber realmente qué era lo que les esperaba en la bocana del puerto de Cartagena.
    El criterio de esta operación era sacrificar la seguridad a la rapidez, el resultado no fue otro que una tragedia, una más de la guerra, pero quizás ésta fue la más innecesaria de todas, Cartagena no pudo ser tomada, la sublevación no pudo resistir hasta la llegada de las tropas enviadas por Franco, la Brigada 206 integrada por comunistas había reconquistado la ciudad, y aunque no llegaron a tiempo de evitar la huida de la flota hacia las costas argelinas, sí se pudieron tomar algunas de la baterías de costa sublevadas y evitar el desembarco.
    Los barcos regresaron a sus puntos de partida, todos no, uno de ellos el Castillo de Olite nunca regresó, fue hundido por el impacto de un cañonazo de la batería de costa ''La Parajola'', su cargamento, cerca de 2000 hombres sufrirían la mayor tragedia naval en número de víctimas en toda la historia de nuestro país, de los 2112 hombres embarcados en el Olite 1476 morirán, 342 serán heridos y 294 hechos prisioneros.
    Solamente 25 días después terminaría la Guerra, los vencedores no podían asumir un fracaso tan costoso en vidas de hombres que habían combatido toda la guerra y casi en todos los frentes y que en cualquier caso no merecían este final, para algo que no sirvió de nada, por eso se guardó un significativo silencio de este fracaso organizativo, en donde la disparidad de criterios en el mando de la dirección de esta operación había provocado que no se advirtiera al Castillo de Olite, que la sublevación en Cartagena había fracasado y que el desembarco ya no era posible.
    Objetivos del reportaje
    El presente trabajo es un avance de la investigación que por espacio de dos años el INCIS (Instituto Cartagenero de Investigaciones Históricas) viene realizando sobre este suceso y que tendrá su continuidad y desarrollo en todos sus aspectos con la publicación de un libro en los próximos meses, el material empleado es en gran parte inédito hasta el momento, dando una especial relevancia al factor más personal de sus protagonistas, ellos, que de una manera o de otra participaron en el hundimiento de este buque analizando su conducta nos permitirá entender cuáles fueron las causas y los motivos que precipitaron los hechos y sus consecuencias postreras para cada uno de ellos.
    Muy poco se ha hablado, escrito o comentado de quiénes estaban en la batería de ''La Parajola'' aquella mañana, quién los mandaba, cuál fue el impulso que los motivó a actuar de esa manera y no de otra, si estaban presionados por algo o por alguien, si pudieron decidir en los acontecimientos o estos les sobrepasaron.
    El barco, ese ataúd flotante, ¿qué pudo hacer para evitar su triste final? Quien lo capitaneaba, fue el responsable de no advertir el peligro que corría, desobedeciendo las órdenes y conduciendo al matadero a cientos de hombres, y los embarcados, realmente merecían un final tan absurdo y cruel después de casi cuatro años de lucha tras lucha en todos los frentes de la Guerra y por último quién permitió una operación como esta, nadie valoró cuál era el verdadero peligro, nadie intuyó lo que podía ocurrir, ¿era asumible tal riesgo?
    Los hechos están aquí y los protagonistas también pongámonos a relacionarlos y veamos cómo se desarrollaron, las consideraciones y las conclusiones vendrán por sí solas, en historia como en tantas otras cosas es difícil ponerse de acuerdo, pero el conocer los perfiles de sus protagonistas nos ayudarán a comprender algo de lo que verdaderamente ocurrió.