viernes, 26 de enero de 2018

Organizaciones obreras anarquistas española siglo XIX




La Federación Regional Española de la AIT (FRE-AIT)
Fue la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional. Se fundó en el Congreso Obrero de Barcelona de 1870, durante el Sexenio Democrático, y desde el principio asumió los principios bakuninistas por lo que cuando Bakunin fue expulsado de la Internacional en el Congreso de La Haya de 1872, se integró en la Internacional anarquista. Desde enero de 1874 tuvo que actuar en la clandestinidad, al ser prohibida tras el triunfo del golpe de Pavía que puso fin a la República Federal, y durante ese tiempo experimentó un proceso de radicalización hasta su disolución en 1881. Le sustituyó la Federación de Trabajadores de la Región Española fundada en el Congreso Obrero de Barcelona de 1881.


La Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE
Fue una organización anarquista española fundada en el Congreso Obrero de Barcelona de 1881 por la iniciativa de un grupo de anarcosindicalistas catalanes encabezados Josep Llunas i PujalsRafael Farga Pellicer y Antoni Pellicer, tras la disolución de la Federación Regional Española de la AIT fundada en el Congreso Obrero de Barcelona de 1870. Sólo tuvo siete años de vida ya que se disolvió en 1888. Su fracaso, en el que fue clave el episodio de La Mano Negra, abrió una nueva etapa en la historia del anarquismo en España dominada por la violencia de la propaganda por el hecho.

viernes, 19 de enero de 2018

La Pastora, el «maqui hermafrodita»



Teresa o Florencio Pla Meseguer nació con una malformación en su aparato genital. Fue perseguido por el franquismo, se hizo guerrillero con el apodo de «Durruti» y acabó en prisión acusado de numerosos asesinatos que no cometió y presentado como una «despiadada lesbiana»

Está Durruti (el legendario anarquista, el ídolo de masas, el rostro del anarquismo militante y heroico) y luego está ese otro Durruti, menos conocido pero con una historia que ha sido intentada llevar a la literatura y el cine, y que sirve para contar el rostro cruel y manipulador de una parte de nuestra historia más o menos reciente. El caso de Teresa / Florencio Pla Meseguer (su aparato genital no estaba del todo definido como hombre o mujer en lo que era un caso de seudohermafroditismo bastante inusual), se convirtió en una cantinela asustadiza para los niños y niñas del cole en la zona de Maestrat y Els Ports, algo así como el otro cuento del lobo o del hombre del saco. Si te portabas mal, vendría él / ella y te castigaría. Los medios de información y autoridades franquistas le atribuyeron toda clase de crímenes que no cometió, concentrando en su anomalía todos los odios del fascismo, a medio camino entre la «loba hambrienta de carne y sangre» y la «lesbiana depravada». Finalmente, pasó diecisiete largos años de calvario en cárceles franquistas por su peor crimen, que no fue otro que aceptar su anomalía y convertirse en una maquis de renombre que respondía al nombre, entre otros, de Durruti, aunque sus alias fueron variados, entre ellos La Pastora, como hoy se la conoce. Pero eso fue luego, más tarde.

Así que podemos dejarlo así: Teresa Pla Meseguer, alias La Pastora, Teresot, Florencio o Durruti, nació en Vallibona, Castellón, en medio de la Primera Guerra Mundial y falleció en 2004. Sus padres, desconcertados y avergonzados por su malformación, la inscribieron como niña, pero pronto se descubrió su particularidad. Teresa / Florencio, físicamente, parecía más un hombre que una mujer, y empezó a ser estigmatizada como un ser monstruoso. Su infancia y adolescencia la pasó casi en soledad. Sin embargo, un hecho marcó un antes y un después; en 1949, con el país sometido a una implacable dictadura, sufrió las burlas y violencias de un teniente de la Guardia Civil de Castell de Cabres, donde todavía se seguían cometiendo toda clase de tropelías, supuestamente debido a la actitud de algunos vecinos que ayudaban a guerrilleros alzados. Tras la quema de Mas del Cabanil, el futuro Durruti se echó al monte e integró en el maquis de su zona, la Agrupación de Guerrilleros de Levante y Aragón, con los que pasó casi dos años. Su frecuente pastoreo le hacía conocedor de los atajos y caminos en medio de la escarpada geografía. De paso, aprendió a leer y escribir en compañía de los guerrilleros, que lo trataron por vez primera en su vida con respeto. «Yo estaba delante cuando La Pastora se echó al monte. Yo tenía entonces unos quince años y estaba en casa de una mujer. Esa mujer le cortó el pelo a Teresot, y luego se lo peinó para atrás como lo llevan los chicos. Había ropa de hombre preparada para ella en la casa: un pantalón, una camisa y una chaqueta, todo de hombre. Cuando ya tenía el pelo cortado se metió en una habitación y se puso toda la ropa y cuando salió era como si ya hubiera sido un hombre desde que nació. Nadie hubiera dicho que era una mujer», se narra en Donde nadie te encuentre, una novela sobre su vida escrita por Alicia Giménez Bartlett y que mereció el premio Nadal.

Pero el tiempo pasó y los guerrilleros fueron cayendo uno tras otro. Lo que iba a ser una dominación nacional temporal se hizo eterna. La Pastora, como ya era conocida, se marchó a Andorra. Nuevamente sola y aislada malvivió traficando con tabaco y cuidando ganado, pero debido a su aspecto fue identificada por las autoridades y en 1960, mientras los periódicos daban cuenta de la captura de una «despiadada asesina de bajos instintos, la lesbiana pérfida», entró por vez primera en la cárcel.
Un informador la delató, una pequeña / gran traición que contó para la revista Els Temps en 1988: «Llevaba cinco años trabajando duro. Había ahorrado algún dinero y los guardé en casa de un amigo, que un buen día desapareció con ellos. Como me había quedado sin nada, le reclamé a otro contrabandista de nombre Cisco que me devolviera 12.000 pesetas que le había prestado en cierta ocasión. Pero este Cisco me denunció al teniente de la policía de La Pobla de Segur. Me cogieron cuando salía a pastorear con el rebaño. Y me entregaron a la Guardia Civil».

                                LA PASTORA Y SU FICHA POLICIAL DE 1960

La lista de crímenes que le imputaban era interminable, entre otros veintinueve asesinatos, que incluían a siete alcaldes de pueblos de la zona. Entró en una cárcel de mujeres, pero previamente un informe médico lo calificó como hombre. Muchos años después, fue indultado. Eran los años de la transición y su caso fue, posiblemente, de los más singulares entre grupos armados, maquis y guerrilleros antifranquistas amnistiados. En 1990, tras una agitada y durísima vida, todo el país vio su rostro en televisión en lo que es su única aparición. Allí, emocionado, contó porqué se hizo guerrillero, porqué fue el «maqui hermafrodita»: «Al dueño que tenía yo [su patrón] lo mataron y le arrancaron los testículos. La Guardia Civil… Y a otros le clavaron cañas por debajo de las uñas, otros mancos… Yo, para quedarme así, prefería morir de un tiro. Por eso me metí en las guerrillas».



domingo, 14 de enero de 2018

Anarquismos y Naturaleza


Tal día como hoy, recordamos a Murray Bookchin, que nació un 14 de enero de 1921 en Nueva York. Bookchin es uno de los grandes pensadores libertarios contemporáneos. Su visión de la ecología social, que vincula estrechamente el mundo social y político con la naturaleza, cuestionando las relaciones jerárquicas al considerarlas como una grave amenaza para la dinámica integración de la diversidad, merece ser tenida en cuenta ante los grandes problemas que afronta la humanidad.
Estuvo vinculado desde muy joven a los movimientos sociales y sindicales; desde un temprano marxismo, acabó en un socialismo libertario que hay que considerar simplemente como un tipo de anarquismo. En los años 30 forma parte del movimiento comunista, pero pronto le decepcionará su naturaleza autoritaria; aunque era demasiado joven para participar en la Guerra Civil Española, se involucró en las ayudas al bando republicano en su ciudad natal. Después de haber pasado por el movimiento trotskista, ya a finales de la década de los 40 empieza a cuestionar la visión marxista del papel hegemónico del proletariado en la revolución. Se acercará inevitablemente al anarquismo al igual que muchos otro exiliados en Nueva York con los que colaboró. La originalidad de Bookchin estriba en haber prestado atención al medio ambiente y vincularlo estrechamente con lo político; sus aportaciones le convierten en uno de los autores más importante de la llamada ecología social.
En 1962, publica «Our Synthetic Enviroment» donde realiza una fuerte denuncia de la crisis ambiental; una visión crítica del fenómeno urbano aparece en su obra de 1965 «Crisis in our Cities». En definitiva, Bookchin realiza una crítica feroz sobre el capitalismo de su tiempo, y también sobre la izquierda autoritaria. En su texto «Nosotros los verdes, nosotros los anarquistas», también de 1965, puede verse claramente su visión anarquista, ya que considera que una sociedad libertaria es una premisa imprescindible para llevar a la práctica los principios ecológicos. Por otra parte, su visión del urbanismo triunfante, en el que se muestra a nivel territorial y social la jerarquización y el control sobre las personas, le hará desarrollar su teoría del municipalismo libertario, que se basa en formas horizontales de asamblearismo y democracia directa. En otros escritos, Bookchin presentará también ideas muy originales sobre el uso de las tecnologías, el poder y el pensamiento revolucionario en general. Su obra ha sido traducida a multitud de idiomas siendo un autor de gran influencia.
De 1982 es una de sus obras más importantes, «La ecología de la libertad», en la que se vincula estrechamente la explotación del hombre sobre el hombre con la que éste realiza sobre la naturaleza. De ello se deduce que la libertad y el igualitarismo social no tienen una única dimensión y hay que abordarlos también desde la perspectiva ecológica. Puede decirse que Bookchin recoge la línea libertaria inaugurada con Kropotkin al observar que en la naturaleza predomina la cooperación y las formas de comportamiento horizontal. Lo más interesante de este autor es tal vez la vinculación de lo social y político con preocupaciones medioambientales, así como con las relaciones jerarquizadas del poder, algo que le aleja de otras visiones ecologistas que se dicen radicales y que se quedan en aspectos más individualistas.
La ecología social de Bookchin renuncia a toda expoliación de los recursos naturales y cuestiona el dogma de que el ser humano debe dominar la naturaleza. Se demanda la comprensión del papel que debe tener la humanidad dentro del mundo natural y, en concreto, el carácter, la forma y la estructura de las relaciones del hombre con el resto de especies y con los substratos inorgánicos del entorno biológico. No se realiza de esta manera una división entre la humanidad y el mundo natural, ya que puede observarse que ello ha conducido a un enorme desequilibrio.
El hombre ha evolucionado hasta desarrollar un mundo social propio que interactúa de forma recíproca con la naturaleza mediante fases transformadores muy complejas; desde este punto de vista, es tan importante hablar de ecología social como de ecología natural. Cuando Bookchin habla de una relación holística no se está refiriendo a la detestable connotación mística que tantas veces se le da al término, sino a esa interdependencia mutua entre una comunidad social y el mundo natural con el fin de descubrir las formas y modelos de interrelación de aquella. Tampoco posee este autor ninguna visión teleológica, de búsqueda una finalidad en la historia de la humanidad, ya que afirma de veras la capacidad de la voluntad humana para conducir el curso de los acontecimientos sociales. Su visión ecológica social se basa en una dinámica unidad de las diversidades, para nada simple y homogénea, sino compleja y variada; la integridad de un ecosistema, al igual que la de la comunidad libertaria, no depende de la uniformidad, sino de la diversidad.
El papel emancipador de la ecología social queda de manifiesto en su propuesta desafiante ante toda jerarquía convencional. De nuevo podemos ver en Bookchin la herencia libertaria cuando observa a cada especie como parte de una red en interdependencia con el resto; se descubren aquí los estudios que revelan el mutualismo simbiótico como uno de los grandes factores protectores de la estabilidad ecológica y la evolución orgánica. Hay que hablar, en el mundo natural y en el social, de una estabilidad dinámica basada en un todo integrado que niega toda relación jerárquica. Es más, se considera que la jerarquización es una amenaza para la existencia de la vida social y se denuncia igualmente cuando agrede la integridad de la naturaleza orgánica. En el terreno político, incluso el término democracia ha sido «desnaturalizado» hasta conseguir desplazar su verdadera condición participativa y sustituirla por la representativa; si en los orígenes, la democracia significaba el autogobierno por parte del pueblo, con el tiempo acabó convertida en la elección de una élite para que ejerza la función gubernamental. Estos planteamientos de Bookchin, realizados décadas atrás, son de total actualidad; la crisis de todo tipo invade la civilización y es necesario emplear la imaginación para seguir prestando atención al pensamiento utópico y cuestionar los dogmas convencionales.
Fuente: Capi Vidal, «Murray Bookchin y la ecología social» (2013), en Portal Libertario Oaca.

miércoles, 10 de enero de 2018

martes, 2 de enero de 2018

EL REY MAGO ANARQUISTA DE LA GUERRA CIVIL



El donostiarra Clemente Famaraza Sandegui pidió a su comandante de las Milicias Antifascistas Vascas que sus 40 duros de nómina fueran destinados a asegurar juguetes en un hospicio a niños de Madrid el día de Reyes.
HAY nombres y apellidos que son ejemplo humano, pero que no los conoce ni el omnipresente dios sabelotodo Google. Desde hoy sabremos que el donostiarra nómada Clemente Famaraza Sandegui posibilitó en plena Guerra Civil una noche de magos sin reyes, en los que como anarquista no creía: ni en los cristianos portadores de oro, incienso y mirra ni en los soberanos de monarquías o reinos.
Su historia casi de fábula continuaría anónima entre los legajos a conservar con trato cariñoso de guantes y mascarillas si no fuera por Ritxi Zárate, investigador de la asociación Burdin Hesia Ugaon. El analista de Miraballes a modo de regalo de fin de año ha hecho llegar al serial Historias de los vascos una entrevista que la publicación Mundo Gráfico dedicó al ácrata Famaraza, miembro de las Milicias Antifascistas Vascas que operaron en Madrid.
Su biografía despacha kilos de ternura, empatía ideológica, y dispara directa a las conciencias de quienes un día dieron un golpe de Estado, un par de hostias mal dadas a la siempre legítima Segunda República. Hizo falta que Mundo Gráfico desvelara la identidad de un guipuzcoano que fue hospiciano, vendedor de periódicos más tarde y combatiente por las libertades a más de 450 kilómetros de su inclusa.
Hizo falta, tal vez, vivir lo que sintió siendo niño para acabar donando el dinero de sus nóminas navideñas para asegurarse de que el 5 de enero de 1937 algunos menores irían a la cama, acomodando sus cabezas sobre una almohada que soñaba con un mágico despertar al día siguiente.
Mario Arnold fue quien acuñó la entrevista a aquel hombre de corazón más grande que cuerpo. Aquel era el seudónimo de José García, un poeta leonés, periodista y escritor considerado uno de los “grandes bohemios” del grupo cultural de Mario Buscarini. Era hijo de un suicida que se quitó la vida tras un “intento desastroso” -dice la historia- de emigrar hacia Argentina.
Aquellas dos personas -el miliciano caritativo y el entrevistador bohemio- con entrañas de pasado doloroso se conocieron en las trincheras. El cronista alargaba en su trabajo la sombra de aquel antifascista del que se hablaba en el momento.
El periodista contextualizaba en su artículo el duro momento que pasaban, que olían, que se llegaba a hacer casi tacto en aquellas jornadas de muerte y, si acaso, vida. “Los niños españoles tienen vacíos de alegría y de calor sus hogares, que la guerra está destruyendo. Hay que hacerles olvidar ese fantasma de las trágicas horas actuales”, señalaba con su tinta a un hombre afiliado a la CNT. “Clemente Famaraza Sandegui sabía esto -como lo sabemos todos los hijos del pueblo- y era su mayor deseo contribuir con algo a esas horas de ventura y de olvido que necesitan nuestros pequeñuelos. Él tampoco tuvo en su niñez días amables. No conoció los privilegios de que gozaban otros niños, y fue creciendo rodeado de tristezas, entre dolor y sombras”.
Mario Arnold antepuso su deseo de conocerle a poder acabar chocando con una bala perdida. Y lo argumentaba: “Hace unos días, Famaraza se presentó al comandante Lizarraga, de las Milicias Vascas, con estas palabras: Tengo ahorrados cuarenta duros y quiero que compre usted juguetes para los hijos de nuestros milicianos. A continuación, busqué a Clemente en la trinchera. Me interesaba oír de sus labios el motivo principal que le impulsó a desprenderse de las doscientas pesetas”.
Y ahí arranca un diálogo en el que el anarquista entra al barro en la zanja mientras el bando leal a los golpistas está escupiendo muerte.
-“¿Eres vasco?”, le dije.
-“De San Sebastián. A los pocos meses de nacer me llevaron al Hospicio de San Bartolomé, hasta que una familia muy conocida (los Cadenas) tuvo a bien adoptarme. Con ella cumplí los veinticuatro años, y les abandoné para ir al servicio militar. Les debo mi gratitud eterna”.
Y tras esa presentación, el lector descubre hoy 80 años después que aquel licenciado en África, vivió de vender periódicos y que fue corredor pedestre con laureado palmarés. En el plano ideológico, anarquista “perseguido en el Octubre” -enfatizaba- y encarcelado. Puesto en libertad, buscó refugio en Barcelona “para que no volvieran a detenerme”. En barco, llegó al continente americano en el que recorrió “muchos países”.
Regresó a Europa. Ingresó en Transportes Marítimos de la CNT, como miliciano, y con el batallón se presentó en Mallorca donde tomó Porto Cristo el histórico 16 de agosto de 1936, lo que fue “la mayor alegría de mi vida al entrar con dos compañeros”. De regreso a la Ciudad Condal, tras pertenecer a la columna Casanellas, le destinaron a Madrid. “¡Aquí estaban los vascos! ¿Qué iba a hacer si no pelear con mis paisanos, corriendo su misma suerte?”, recuerda.
La entrevista se interrumpe de forma repentina. “Callamos. La lucha en el sector adquiere caracteres impresionantes. Los proyectiles pasan cerca de nosotros, dejando en el aire un silbido trágico”.
-“¿Oyes?”, le digo, después de un silencio azaroso, tras del que volvemos a miramos.
-“Bien cerca pasó...”. Pasamos a un edificio casi destruido, donde poder charlar y escribir más cómodamente.
El interrogatorio de Arnold a Famaraza prosigue atacando la razón del buscado encuentro. El narrador es directo: “¿Por qué has dado tanto dinero para comprar juguetes a los niños?”. El revolucionario libera sus emociones: “Yo nunca supe de estas pequeñas alegrías. En el Hospicio, primero, y en casa de los que me adoptaron, después, la vida fue dura conmigo”, se arranca, y merece leerle íntegro: “Muchas veces, en la calle, recuerdo que me quedaba embobado ante los escaparates de juguetería y caminaba detrás de un niño cualquiera que tuviese en sus manos lo que a mí nunca me dieron...”.
Y ahí le admite al leonés un recuerdo que no se le borraba de su memoria. Que cerca de su casa vivían dos chiquillos a quienes el Día de Reyes les regalaron un tren maravilloso, que andaba solo por sus raíles y lo montaban todas las tardes junto a su puerta. “Lo hacían para darme envidia. Aquello, tan trivial, al parecer, me hizo sentir y pensar”.
El periodista busca un contraataque emotivo al espetarle que “esos 40 duros podían haberte ayudado mucho”.
-“¡Bah! Una sonrisa infantil vale medio mundo. Deja que los niños rían. Ellos son los hombres de mañana, y deben crecer lejos de toda amargura, para que tengan un porvenir dichoso, sin recuerdos oscuros, como los míos... ¿Doscientas pesetas? Bien. ¿No vale muchísimo más cualquiera de sus sonrisas? Una fortuna que yo tuviera sería para ellos”.
La entrevista navega a partir de entonces por nuevos mares al querer saber qué sería el Mago Anarquista al concluir la guerra. El donostiarra le respondió que marino porque le gustaba conocer países. Con la utopía por bandera, le continuó respondiendo que quienes luchaban “por devolver trabajo, alegría y pan a todos los hogares pobres, pasaremos de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad con una canción feliz que nos enseñará la victoria”.
En ese momento los dos interlocutores volvieron a ser silencio de guerra. Arnold comunica que el vasco fue reclamado para hacer “un servicio importante”, y mientras se alejaba con el fusil al hombro, el bohemio saltó la trinchera, “para admirar el funcionamiento magnífico de una poderosa máquina de guerra”, concluye con final abierto a la vida o muerte del anarquista que, no olviden, regaló un 6 de enero.