jueves, 9 de marzo de 2023

Las faeneras malagueñas de 1918: cómo la rebelión de las trabajadoras pasó del olvido al homenaje.

 



Una marcha vuelve a conmemorar este episodio en el que las malagueñas se plantaron ante la autoridad para protestar por la inflación de productos básicos como el pan o el aceite. Dos de ellas murieron en las protestas.

Comienzos de 1918. La Primera Guerra Mundial se encamina a su final, dejando una estela de millones de muertos y miseria. Ocurre en los países en conflicto, pero también en los neutrales como España, que sufre en sus carnes la carestía y la inflación que genera poner al servicio de terceros países gran parte de sus recursos. El pan está por las nubes, no hay tocino o aceite, el pescado se va para las tropas del norte de África y los alquileres suben.

Entonces, para sorpresa de muchos, ocurre algo: el 9 de enero cientos de mujeres malagueñas de los barrios populares de la ciudad (percheleras, trinitarias, capuchineras) salen a la calle a decirle cuatro cosas a los que mandan: que necesitan el pan a cuatro perras gordas (40 céntimos) y no a 90 céntimos; que quieren una casa a un precio que puedan pagar; que quieren poder vivir y que vivan sus familias.

La rebelión empieza de forma espontánea, luego se celebran asambleas, se organiza una manifestación y, finalmente, la autoridad interviene para reprimir. Mueren cuatro personas (dos de ellas mujeres), pero el precio del pan acaba bajando, y el gobernador civil es cesado. La rebelión de las faeneras malagueñas, casi desconocida hasta su centenario, se conmemora este sábado con una marcha que imitará parte del recorrido de 1918 y culminará en la Plaza de la Marina, partiendo a mediodía desde el Puente de la Misericordia. Además, el ayuntamiento ha aprobado recientemente que se les rinda homenaje con una escultura y promover actividades formativas y de difusión de su historia. 

“Cada generación redescubre algunos acontecimientos”. Quien habla así es María Dolores Ramos, catedrática de historia contemporánea de la Universidad de Málaga y responsable, en buena medida, de que la rebelión de las faeneras haya pasado del olvido a los debates municipales. A comienzos de los 80, Ramos preparaba su tesis doctoral en el archivo Díaz de Escovar (hoy cerrado) cuando se topó por casualidad con periódicos locales que abrían con un hecho para ella desconocido. “Me impactó ver esa movilización grande de mujeres de clases populares en plena Guerra Mundial”, recuerda. 

España había asumido el rol de granero de otros países europeos que dedicaban casi todos sus esfuerzos productivos a la industria de la guerra. De las ciudades portuarias partían materias primas a toneladas que los ciudadanos veían pasar por delante de sus ojos, mientras los productos de primera necesidad escaseaban y los precios subían, produciendo una inflación que parecía no tener fin. La Guerra Mundial era un espléndido negocio para unos pocos (los llamados “acaparadores” y los grandes latifundistas que orientaban su producción a la exportación), y una condena para la mayoría, que sufría una crisis de subsistencias. En Málaga, cientos de mujeres dijeron basta. “De manera muy espontánea, apenas comunicándose en mercados, tiendas y fuentes donde iban a por agua”, cuenta Ramos.

Desde el 9 de enero dejan claro lo que quieren: con un salario que oscilaba entre las 1,20 y las tres pesetas, el pan no podía pasar de las cuatro perras gordas. “El estándar de vida estaba bajo mínimos y eso fue crispando el ánimo de las mujeres trabajadoras o las amas de casa, que se las veían y deseaban para poner un plato de comida en su casa”.

Con estas demandas se plantaron ante el alcalde liberal Salvador González Anaya. Aparecen entonces las primeras lideresas de un movimiento hasta entonces coral: Dolores Balaguer, María Valdés y Concha Mesa, de 80 años. “¡La guerra no la tenemos en Málaga; ni el pescado viene de Alemania!”, le dicen, según las crónicas. El alcalde propone mediar con los proveedores, pero el gobernador civil transige y promueve su sustitución por Mauricio Barranco, un duro. El conflicto está servido.

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