Juan
March, en 1962 / Foto: Archivo ABC.
Juan March, de crímenes y
fundaciones
En octubre de 1980, el periódico El País dedicaba su editorial al veinticinco aniversario de la Fundación Juan March. Todo agradecimiento. “Esta fundación —escribe El País—, que ahora vuelve la vista atrás, hace balance y puede enaltecerse de la densidad y calidad del trabajo realizado, que con toda seguridad hará pervivir el nombre de su fundador más allá de cualquier leyenda, de cualquier mito o polémica”. Era El País de 1980, parece el de hoy, tal vez fue sencillamente el de siempre; bueno, eso dará para otro escrito.
Vayamos
con el tema de este texto, Juan March Ordinas, el español más rico del siglo
veinte, financiero del fallido golpe de Estado de 1936 que derivó en la Guerra
Civil, fundador del único banco familiar que queda hoy en España, y de la más
famosa fundación del país.
¿Estaba
en lo cierto y lo justo el viejo editorial de El País cuando expresaba que el
nombre de Juan March perviviría gracias a su mecenazgo cultural, más allá de
cualquier leyenda o polémica? A juzgar por el prestigio actual de la fundación
que lleva el nombre del mallorquín, parece que así está sucediendo. Y es una de
las realidades más cruentas del estado de putrefacción jurídica, política,
económica, pero sobre todo, moral, que ha alcanzado el sistema en España.
La
historia de Juan March, desde los primeros años del siglo veinte —cuando
comenzara a edificar su imperio desde Mallorca—, durante el resto de siglo
hasta su muerte en 1962 —octogenario—, y continuando póstumamente a través de
la Fundación Juan March, constituye uno de los paradigmas del crimen de lesa
humanidad y la obscena venalidad que han definido la Historia del último siglo
en España.
Controvertido,
polémico, misterioso. Tales son los adjetivos que suelen utilizarse para hablar
de Juan March. La presentación de una ínfima parte de su currículo valdría para
que cualquier persona estuviese de acuerdo en utilizar otros términos para
definir al personaje. Deleznable, infame, criminal. Tales serían los adjetivos
que más acertadamente merecerían sus logros.
En 1906,
los beneficios del contrabando y la especulación le permiten adquirir su
primera fábrica de tabaco en Argelia.
Hijo de
una familia de importantes tratantes de ganado y comerciantes de productos
agrícolas del norte de Mallorca, el joven March, recién entrado el siglo y él
en la veintena, comenzó a construir su fortuna sobre el contrabando de bienes
básicos con la península y comprando los terrenos de los terratenientes isleños
venidos a menos, que parcelaba y vendía a los campesinos, a quienes también
facilitaba los créditos —de intereses abusivos, como se esperará— necesarios
para pagar los terrenos.
En 1906,
los beneficios del contrabando y la especulación le permiten adquirir su
primera fábrica de tabaco en Argelia. Se asocia con una de las familias más
ricas de Mallorca, los Garau, para subir un nivel en el negocio del
contrabando, que ampliará su abanico y su volumen: maquinaria, fertilizantes,
armas, tabaco, alcohol, cocaína. En 1909 ya contaba con el monopolio del tabaco
en todo Marruecos.
Una
década después de la primera compra de la fábrica de tabaco en Argel, funda la
Compañía Transmediterránea, con la que se hace amo y señor de todo el negocio
marítimo entre el norte de África y España. Es el momento de las inversiones en
empresas estratégicas: navieras, eléctricas, mineras, petroleras. El poder
económico, ya de gran capitalista, se vuelve, por tanto, definitivamente
político. Tanto es así que España, neutral durante la Primera Guerra Mundial,
se ve sumida en un conflicto diplomático por culpa del mallorquín. Juan March
había puesto sus barcos y rutas al servicio de los ingleses, pero al mismo tiempo
suministraba combustible a los submarinos alemanes cercanos a la Cabrera.
En 1921,
España sufría el peor de los desastres militares de su Historia: el de Annual.
Juan March hizo con ello el negocio redondo y uno de los más abominables que
puedan recordarse en la Historia española.
Suele
decirse que en la guerra y en el amor todo vale. Y así lo demostró Juan March
con su doble juego entre las potencias en guerra, pero también mediante un
suceso igual de truculento pero más mundano: el asesinato del amante de su
mujer, precisamente el hijo de sus socios, los Garau. En 1916, el
descubrimiento de una carta secreta de su esposa, Leonor Servera, a Rafael
Garau, le desvela a March el romance entre ambos. Juan March era ya el
potentado de la isla, que parecía la fortaleza inexpugnable del “último pirata
del Mediterráneo” —como le definiría Francesc Cambó—, pero la noticia del
asesinato de Rafael Garau en Valencia supondría la primera derrota de March.
Jamás se pudo descubrir al asesino de Garau, pero la acusación popular sobre la
mano del despechado magnate del tabaco le obligó a abandonar la isla.
Con
todo, los peores crímenes de Juan March estaban por llegar. En 1921, España
sufría el peor de los desastres militares de su Historia: el de Annual. La
guerra en Marruecos terminaba con cerca de diez mil jóvenes españoles muertos
tan solo en la última batalla. Juan March hizo con ello el negocio redondo y
uno de los más abominables que puedan recordarse en la Historia española. El
primer beneficio lo obtendría del gobierno español, que pagaba sus barcos de la
Transmediterránea para trasladar tropas a África. El segundo beneficio lo
obtenía, paralelamente, vendiendo armas a Abd el-Krim, al menos veinte mil
fusiles Mauser que acabarían con la vida de los españoles llevados al campo de
batalla africano. Y finalmente, de nuevo del gobierno español, con la
repatriación de los cadáveres a la península.
Así las
cosas, es elegido diputado por Mallorca en 1923. Al poco, se establece la
dictadura de Primo de Rivera, con quien tiene unas iniciales desavenencias, que
pronto superan, tanto que en 1927 le fue concedido el monopolio del tabaco en
Ceuta y Melilla. Un año antes había fundado su propio banco, la Banca March.
Todo estaba resuelto entre caballeros. Primo de Rivera le dedicaba estas
palabras: “Indudablemente el nombre de don Juan March era de los más discutidos
en España al advenir el Directorio, y aún tenía entonces asuntos pendientes con
la Justicia, de los que salió absuelto libremente y con pronunciamientos
favorables. A nadie ha cerrado el régimen el camino de la restitución de su
buen nombre, y menos si, por alcanzar la digna aspiración de legarlo a sus
hijos limpio de toda imputación, se impone sacrificios compensadores para el
interés público de posibles daños inferidos anteriormente. Éste es el caso del
señor March, con quien sólo ha podido proceder así y declararlo urbi et orbi un
gobernante cuya austeridad como tal está por encima de toda insidia y sospecha
y al que el juicio público ha concedido la virtud y la autoridad de purificar
cuanto toca…”. La voluntad del dictador se cumplió a rajatabla, imperante hasta
el día de hoy.
La mayor
de todas sus operaciones financieras: el golpe de Estado y el derrocamiento del
gobierno de España. Su papel como parte fundamental de apoyo económico para el
levantamiento del 17 y 18 de julio ya no es negado, pero sí obviado.
Solo
hubo un período de la vida de Juan March durante el que el dinero no lo pudo
todo. Tras un año de gobierno republicano, en junio de 1932 fue detenido y
encarcelado, por ser parte en el delito de la concesión ilegal del monopolio
tabacalero en el Marruecos español. Su primer intento de salir de la cárcel
tuvo que ver ya con uno de golpe de Estado, cuando llevaba dos meses entre
rejas: el 10 de agosto, el general Sanjurjo se sublevaba en Sevilla con una
parte del Ejército. El manifiesto del levantamiento lo había redactado Juan
Pujol, agente de March. Sin embargo, el pronunciamiento fracasó, pasando a la
Historia en tono de mofa como “la Sanjurjada”. Finalmente, diecisiete meses
después de entrar en prisión, Juan March logró fugarse, por el único método que
le había granjeado éxitos: el soborno. Compró a la guardia de noche de la
cárcel de Alcalá de Henares y, el 2 de noviembre, se fugó sin problemas. Una
semana después se encontraba en Marsella. Dos meses más tarde, con el
beneplácito del recién instaurado gobierno de la CEDA, el reo prófugo recuperó
su acta de diputado. En mayo estaba de nuevo en España, no sólo como un hombre
libre, sino como un dirigente del país.
Previsor,
desde luego, el mismo 16 de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular,
March se trasladó inmediatamente a Biarritz, al otro lado de la frontera
francesa. Desde allí, prepararía la mayor de todas sus operaciones financieras:
el golpe de Estado y el derrocamiento del gobierno de España. Su papel como
parte fundamental de apoyo económico para el levantamiento del 17 y 18 de julio
ya no es negado, pero sí obviado. Y sin embargo, sin el dinero de March, el
golpe de Mola y Franco hubiera quedado, posiblemente, en otra “Sanjurjada”.
March
era el hombre más rico de España, la cabeza de la oligarquía financiera
interesada en deponer el proceso de cambio social que acababa de profundizarse
con la victoria democrática del Frente Popular.
El más
conocido de los hechos es el del facilitamiento del Drangon Rapid, el avión que
utilizó Franco para trasladarse de Canarias a Marruecos. Juan March hizo llegar
a través del director de ABC, Juan Ignacio Luca de Tena, un cheque por valor de
dos mil libras esterlinas a Londres, para pagar el alquiler del avión que Juan
de la Cierva había recomendado utilizar. Una cantidad irrisoria en comparación
con el desembolso que llevaría a cabo en los días y meses sucesivos. Los
cálculos de diversas fuentes historiográficas sitúan la inversión de March
cercana a los mil millones de pesetas —de la época—. Sus contactos y avales
resultaron de importancia estratégica para sostener el levantamiento. De la
empresa estadounidense Texaco consiguió que abasteciera de combustible a los
sublevados, al mismo tiempo que dejaba de hacerlo para el gobierno de la
República, abandonado a su suerte con la política internacional de “no
intervención”. A finales de 1936, March había depositado cincuenta toneladas de
lingotes de oro en el banco Kleinwort, y otros avales mayores en bancos
italianos, que pusieron en marcha la ofensiva aérea sobre Mallorca. Cazas
italianos asolarían su isla el 4 de septiembre de 1936.
La Banca
March, nacida del capital acumulado con el contrabando y la especulación, manchada
de la sangre de Annual, y afianzada sobre el negocio de la guerra y los
centenares de miles de cadáveres que provocó la sublevación de Franco y la
dictadura, es hoy la entidad más solvente de toda Europa.
Durante
la posguerra, Juan March, por supuesto, recuperó la inversión del 36. La
revista Time lo dibujó como “el hombre más misterioso del mundo”. Su fortuna se
colocaba entre las diez más grandes del planeta. En 1955, a la manera de esas
grandes fortunas mundiales, los Rockefeller, o los Rothschild, creaba su propia
fundación de mecenazgo cultural. El último cometido, limpiar la sangre del
nombre.
No deja
de resultar llamativo, por lo desvergonzado, la presentación biográfica de su
fundador que la Juan March hace en su página web: “Creador de un gran grupo
empresarial y financiero, en 1926 estableció en Palma de Mallorca la que
posteriormente se denominará Banca March. El 4 de noviembre de 1955 creó en
Madrid la Fundación Juan March […]”. Nada entre 1926 y 1955. Treinta años
borrados de un plumazo.
Lo que
no resulta llamativo, sino obsceno, es la actividad de la fundación. Habrá
quien considere que el aporte cultural, sin más, justifica el levantamiento del
tupido velo. Pero es nauseabundo que quien fue pieza clave en el levantamiento
fascista y la dictadura que dejaron cientos de miles de muertos y exiliados,
utilice la memoria de sus propias víctimas para lavarse la imagen y seguir
haciendo negocio. Es la misma abominación del caso de Annual. La Fundación Juan
March ha organizado ciclos de conferencias en honor a la memoria de Federico
García Lorca y de Miguel Hernández, así como numerosas exposiciones con obras
de Picasso; por mencionar tan solo los casos más representativos de las figuras
culturales que fueron asesinadas, encarceladas y/o exiliadas por el dinero de
Juan March. La fundación es propietaria también de la biblioteca personal de
Julio Cortázar, otro exiliado del fascismo en su país y que, a buen seguro, se
revolvería en su tumba de conocer la propiedad actual de todos sus libros; su
viuda, Aurora Bernárdez, según la versión oficial, decidió donar los casi
cuatro mil libros del autor de Rayuela —muchos de ellos regalos firmados y
dedicados por amigos como Alberti o Neruda para Julio— a la fundación del
financiero español, una decisión incomprensible en su grado de abyección.
La Banca
March, nacida del capital acumulado con el contrabando y la especulación,
manchada de la sangre de Annual, y afianzada sobre el negocio de la guerra y
los centenares de miles de cadáveres que provocó la sublevación de Franco y la
dictadura, es hoy el único banco de propiedad familiar que queda en España, y
la entidad más solvente de toda Europa. Especializada en grandes empresas y
banca patrimonial, constituye el principal accionista de la compañía
Corporación Financiera Alba, parte sustancial del accionariado de ACS,
Acerinox, Indra, Bolsas y Mercados Españoles, o Clínica Baviera, como ejemplos
de nombre conocido.
Mientras
la cultura sirva para limpiar la sangre de las manos de los asesinos, no hay
cultura que valga.
Este
escrito comenzó hablando del editorial de El País de octubre de 1980, sobre el
veinticinco aniversario de la Fundación Juan March. En las páginas del mismo
diario, la primera referencia que puede encontrarse sobre la fundación está en
palabras de Francisco Umbral, en un artículo de 1977, titulado Don Juan March.
El periodista, con su habitual ambigüedad, escribió: “Mientras las finanzas
bélicas de March van quedando en claro para los historiadores, en la Fundación
March luce la pintura americana de vanguardia, se reparten becas, hablan
—hablamos— los escritores e incluso los exiliados. La historia es así de
distraída”. En una especie de queja amarga, de aparente autocrítica que termina
por convertirse en justificación, continuaba Umbral: “El dinero es la atmósfera
de nuestro tiempo y todos estamos dentro del dinero, respirando dinero,
corrompidos de dinero. Mi libro más lírico, querido y secreto nació con una
pequeña pensión de la Fundación March”.
Así es,
el dinero asfixia la atmósfera de nuestro tiempo. Pero no todos estamos dentro
de él. Muchos, de hecho, nunca jamás respiran su olor. El problema es que si la
historia es distraída, gran parte de culpa la tienen sus malas influencias
intelectuales, origen de tal distraimiento.
No es
digno nada de lo que hace la Fundación Juan March. Mientras la cultura sirva
para limpiar la sangre de las manos de los asesinos, no hay cultura que valga.
Yo no piso la Fundación Juan March. Y espero que llegue más pronto que tarde el
día en que todas las riquezas culturales que tiene secuestradas en sus
instalaciones, que todo su patrimonio y capital le sea requisado sin
compensación alguna, y restituido a quien a día de hoy solo puede ser ya su
legítimo dueño: el pueblo.
Una última
recomendación, señores intelectuales: no se dejen sobornar. No escriban con
sangre. No dibujen con sangre. No mesen su meditabunda barbilla con sangre del
pueblo en las manos. De lo contrario, no harán arte, no harán nada digno de ser
llamado así.
COMITE PRO PRESOS CNT-AIT
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