"El anarquismo español dedicó siempre una atención especial a la
educación dentro de su estrategia revolucionaria. Baste con recordar el
conjunto de resoluciones sobre enseñanza aprobadas por la C.N.T. en sus
congresos de 1910, 1919, 1931 y 1936”.
Mi intención en este trabajo es traer a la memoria un tema viejo, pero del
que aún pueden extraerse grandes enseñanzas para los tiempos que ahora corren.
Me refiero a las colectivizaciones libertarias, posiblemente la experiencia de
autogestión obrera total más importante en todo el mundo desde
la revolución industrial, experiencia que, entre otras cosas, puso en práctica
una educación bien diferente de la tradicional, tanto en sus fines como en su
filosofía subyacente y en sus prácticas cotidianas.
Si los ilustrados levantaran la cabeza, se volverían rápidamente a sus
tumbas. Ellos creían que si se generalizaba la educación en una sociedad, esa
sociedad se haría mejor, resolvería adecuadamente sus conflictos y hasta
desaparecería la violencia. Pues bien, prácticamente toda la población europea
recibe educación escolar hasta los 15 ó 16 años, y millones de ellos siguen
estudiando hasta los 20 y los 25 años. Y sin embargo, no se han cumplido en
absoluto sus optimistas previsiones. Y es que ellos olvidaron algo esencial: no
toda la educación libera. Lo esencial no es la cantidad de educación sino el
tipo de educación. Hay una educación que libera y que fomenta el espíritu
crítico y hay otra educación que constriñe aún más la mente humana y que
empobrece el pensamiento crítico. Así, el capitalismo europeo ha fomentado la
educación escolar, pero ha sido una educación cuya finalidad básica es, por una
parte, preparar trabajadores eficaces y disciplinados, y por otra, construir
ciudadanos dóciles y obedientes. Y por eso ha habido siempre tanta oposición a
la implementación escolar de una educación libertaria, hasta el punto de que se
llegó incluso a fusilar a Francisco Ferrer.
La Escuela Moderna
Pues bien, lo que pretendieron los colectivistas libertarios fue construir
una sociedad igualitaria, cooperativa y solidaria, pero siempre apoyándose en
la educación. Porque, según ellos, la transformación social sólo podría
provenir de un cambio radical de mentalidad de la mayoría de la ciudadanía, por
lo que la educación, tanto la formal como la no formal, inevitablemente se
tenía que convertir en el elemento básico y fundamental del proyecto
anarquista.
Como es sabido, a la rebelión militar del 17 de julio de 1936 respondió la
C.N.T. con la revolución social, que era la consecuencia de varias décadas de
educación libertaria obrera. En efecto, quienes levantaron las
colectivizaciones habían ido a las escuelas libertarias y habían recibido una
educación inspirada en la Escuela Moderna de Ferrer. Desde varias generaciones
atrás, los anarquistas españoles, especialmente en Barcelona, habían puesto el
acento en la educación. Por tanto, aunque fue un fenómeno espontáneo y
totalmente imprevisible, las colectivizaciones no hubieran sido posibles sin el
poso que durante varias décadas fue dejando la educación libertaria en miles de
trabajadores y sin su convicción de que la transformación radical de la
sociedad sólo puede conseguirse a través de la educación y de la cultura. No
olvidemos que, como escribe Alejandro Tiana, “ante todo, es preciso señalar que
el anarquismo español dedicó siempre una atención especial a la educación
dentro de su estrategia revolucionaria. Baste con recordar el conjunto de
resoluciones sobre enseñanza aprobadas por la C.N.T. en sus congresos de 1910,
1919, 1931 y 1936”. Fue, en definitiva, el tipo de educación libre,
cooperativa, solidaria y crítica que habían recibido miles de obreros
anarquistas lo que provocó que, al darse las circunstancias propicias,
surgieran espontáneamente las colectivizaciones libertarias.
La mayor parte del movimiento libertario español tenía puestas todas sus
esperanzas en la cultura y en la educación como auténtico motor del cambio
social. De hecho, como escribía hace unos años Álvarez Junco, “entre los
anarquistas, el planteamiento es, en principio, tajante: cada militante debe
realizar una ‘revolución interior’, fundamentalmente intelectual, antes de
poder aspirar legítimamente a transformar la sociedad..., y sólo cuando,
gracias a la cultura, se haya creado un número considerable de seres
‘conscientes’ de sus derechos y liberados personalmente del militarismo, la
religión, los vicios y la ignorancia de la sociedad actual, será positiva una
acción revolucionaria tendente a derribar las estructuras sociales y
sustituirlas por otras en las que esos individuos transformados previamente
puedan iniciar la práctica de la libertad”.
Maestros por curas
En resumidas cuentas, la preocupación por la educación y la cultura ocupó
siempre un lugar central en el pensamiento político del anarquismo español,
impregnando totalmente la ideología e incluso la forma de vivir de sus
miembros, hasta el punto de que en cuanto podían abrían ateneos libertarios,
escuelas libertarias y editaban infinidad de periódicos. Pero se trataba de una
educación que tenía como objetivo último la transformación radical de la
sociedad, para lo que promovía ante todo el pensamiento crítico, la libertad y
los valores de igualdad y solidaridad entre todos los seres humanos. Y en
cuanto tuvieron ocasión, los anarquistas españoles llevaron a la práctica sus
ideales en el campo de la educación, tanto a nivel cuantitativo
(aumentaron mucho más aún el número de maestros, de forma que a menudo en un pueblo
en el que había tres curas y un maestro, los anarquistas quitaron los tres
curas y pusieron cinco maestros; implantaron la escolarización obligatoria
hasta los 14 ó 15 años; por ejemplo, en Calanda se pasó de ocho a dieciocho
maestros, aumentando el alumnado en un 25% con respecto al curso 1935-1936. ¡Y
todo ello en plena guerra! Y teniendo en su contra no sólo a los militares
rebeldes, sino incluso al gobierno de la República y a toda Europa.
Pero la empresa educativa de las colectivizaciones no se circunscribió sólo
a la educación primaria ni siquiera sólo a la educación formal, sino que
también se ocuparon de abrir bibliotecas en todos los pueblos colectivizados,
fomentar conferencias y charlas culturales así como la educación de adultos o
la implementación de cursos y centros de formación profesional. También
adquirieron un cierto auge las escuelas de párvulos y guarderías infantiles,
dada la necesidad de atender a los niños y niñas pequeños a causa de la
incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa para suplir la falta de
brazos. Por otra parte, el arte y la cultura general fueron también objeto de
diversas iniciativas, con objeto de procurar un ambiente rico y estimulante
para el desarrollo integral de la población colectivista (apertura de Ateneos, veladas
culturales…).
Finalmente, no deberíamos olvidar algo tan central en la concepción
anarquista de la cultura como es la educación no formal que englobaba una muy
variada serie de actividades como la educación artística, la divulgación
científica y cultural, el desarrollo de una nueva estética, el debate sobre
temas de actualidad, la edición de obras literarias o científicas, etc., y que
fueron llevadas a cabo principalmente por los propios sindicatos de la C.N.T.,
por las Juventudes Libertarias, por el colectivo feminista Mujeres Libres y por
los Ateneos Libertarios, y siempre bajo la concepción de la cultura y la
educación como instrumento de liberación de la clase trabajadora.
Y ésa fue siempre –y lo sigue siendo- uno de los principales objetivos de los
anarquistas: propagar una educación realmente libre, cooperativa y solidaria
que pueda transformar radicalmente la sociedad, frente a la escuela oficial que
lo que pretende es justamente lo contrario, es decir, reproducir tanto las
diferencias sociales como la misma sociedad actual desigual e injusta. Y ello
sería de gran interés hoy día frente al proyecto opuesto que con tanto éxito el
neoliberalismo está implementando en todo el planeta.
* Anastasio Ovejero Bernal, es catedrático de Psicología Social por la
Universidad de Valladolid.
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