Desde el final de
la Guerra Civil española, la gran mayoría de los exiliados republicanos y
revolucionarios se refugiaron en Francia y fueron internados en campos de
refugiados próximos a la frontera española. La mayor parte de ellos se alistó
luego en las Compañías de Trabajadores Extranjeros, dirigidos por el mando
militar francés, o participaron en las actividades clandestinas de la
Resistencia gala, tras la ocupación alemana. Los que tuvieron la desgracia de
ser capturado ejercitando algún tipo de actividad contra el ejército de
ocupación fueron enviados a diversos campos de concentración, particularmente
al centro austriaco de Mauthausen.
Sobre la gran puerta que accedía al recinto había colocado un frontal en el que se podía leer: “Vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”.
-El infierno de Mauthausen-
Pocas semanas después de producirse en 1938 la anexión de Austria por Alemania, se empezó a construir en el municipio austriaco de Mauthausen un campo de concentración destinado para los adversarios declarados del régimen nacional- socialista. La entrada del campo estaba coronada por una enorme águila hitleriana y sobre la gran puerta que accedía al recinto había colocado un frontal en el que se podía leer: “Vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”. Con el paso de los meses, se convirtió en uno de los centros con mayor mortandad del Reich alemán, al servirse, sobre todo, de los prisioneros para la realización de trabajos, en unas condiciones inhumanas, en la cantera que existe en el lugar.
De los 200.000 presos que entraron en el campo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, más de la mitad de ellos murieron por la fatiga física derivada de los durísimos trabajos a que eran sometidos, la deficiente alimentación y las devastadoras epidemias causadas por las infrahumanas condiciones higiénicas del campo. En muchas ocasiones fueron torturados hasta la muerte, matados a tiros por los guardias de las SS o ahogados en las cámaras de gas de Mauthausen, en el campo dependiente de Gusen o en el Instituto de Eutanasia de Hartheim. Por este lugar pasaron más de 7.000 republicanos y revolucionarios españoles y sólo alrededor de 2.000 sobrevivieron a los años de cautiverio, convirtiéndose en el campo nazi que vio morir a más españoles en este período.
Mauthausen no fue un campo en el que se aplicase la “solución final” contra los judíos, como lo fueron Auschwitz, Sobibor o Treblinka, pero sí se puede catalogar como centro de exterminio por el uso de las cámaras de gas y los extenuantes trabajos forzados que sufrieron los prisioneros que llegaron a él. A ello se añade los numerosos casos de experimentación médica con humanos, que hizo que miles de personas fueran utilizadas como cobayas por parte de médicos alemanes para comprobar, por ejemplo, la eficacia de las inyecciones letales.
A partir del campo central de Mauthausen, se fue desarrollando gradualmente, y de manera reforzada en el año 1943, un complejo sistema de campos dependientes, a los cuales los prisioneros fueron distribuidos y forzados, principalmente, al trabajo en la industria del armamento.
Estos campos desarrollaron su actividad en dos fases. Una primera sería el exterminio puro y simple, que va desde su creación en 1939 hasta el año 1942. La segunda fase, hasta el 7 de mayo de 1945 en que quedó liberado el campo, se organizaba a base de trabajos de esclavo, debido a las necesidades crecientes de la guerra.
-Los cerdos del capitán-
La forma como los responsables del campo de Mauthausen lograron deshacerse de muchos de los allí confinados fue mediante la innecesaria construcción de un escalinata de 186 peldaños que la hacían subir cargados de enormes piedras procedentes de una cantera que estaba situada en el nivel más bajo del campo, con el fin de aumentar la penalidad y fatigas de su ascenso; las condiciones insalubres del campo, una insuficiente alimentación y la mala asistencia médica hacieron el resto.
Imagen de la escalinata de 186 peldaños que los judíos habían de subir diariamente cargados de enormes piedras.
Según dejaron escrito en su libro Los cerdos del capitán Eduardo Pons Prados y Mariano Constante (Editorial Argos/Vergara, 1978), “los judíos, nada más entrar en el campo, eran enviados a la llamada Sección Disciplinaria, que era la de los hombres encargados de subir las piedras durante toda la jornada, a un ritmo demoledor. Cada mañana, antes de empezar a acarrear piedras, los SS encargados de vigilarlos preguntaban si había algún voluntario para el suicidio, arrojándose escaleras abajo. A estas barbaridades, como es lógico, nadie respondía, pero después del primer viaje de piedras, volvían a repetir la pregunta. Entonces, algunos de ellos, desesperados, se lanzaban al vacío. Y así cada viaje”.
-Ciento cuarenta y dos malagueños-
En el campo de Mauthausen, durante seis años fueron maltratadas, humilladas, escarnecidas y reducidas a peleles humanos por agotamiento físico criaturas de diferentes nacionalidades, y también de España… y muchos malagueños. Aunque se tenía constancia de que muchos paisanos nuestros habían sido internados en ese campo en concreto, hasta hace relativamente poco tiempo desconocíamos el número de los que no llegaron a salir con vida de él: 142 malagueños no lograron escapar de aquel infierno.
Ninguno de esos 142 pudo sobrevivir a aquel horrendo holocausto, pero quienes lograron salir con vida de aquel ignominioso cautiverio se unieron en la Internacional Amical Mauthausen, no sólo para dar a conocer al mundo los horrores de la etapa que vivieron, sino para rendir homenaje a los compañeros que fueron víctimas del sistema represor que los estuvo masacrando de manera tan impune.
Se sabía que muchos malagueños encontraron la muerte en este campo de concentración, pero se ignoraban sus nombres y lugar de nacimiento. Esta relación de 142 personas formaba parte del material literario y gráfico de la exposición que, con motivo de unas Jornadas sobre Racismo y Medios de Comunicación, se abrió en la Facultad de Ciencias de la Información de Málaga, desde el 28 de enero de 1997 hasta el 15 del siguiente mes.
Los malagueños que dejaron su existencia en el campo de Mauthausen eran oriundxs de Málaga capital y de 44 pueblos de su provincia, así como de las barriadas de Churriana y Olías y pedanía de Gibralgalia.
Por el número de muertes, a la cabeza figura la capital con 38 personas; segunda, Antequera, con 11; Vélez-Málaga, con 7; Marbella, con 6; Carratraca, con 5; Ronda y Ardales, con 4, y, entre 1 y 3, pueblos, pedanías y barriadas, como Fuengirola, Nerja, Alhaurín el Grande, Cortes de la Frontera, Campillos, San Pedro de Alcántara, Valle de Abdalajís, Jimera de Líbar, Genalguacil, Gaucín, Arriate y Arenas.
De los 200.000 presos que entraron en el campo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, más de la mitad de ellos murieron por la fatiga física derivada de los durísimos trabajos a que eran sometidos, la deficiente alimentación y las devastadoras epidemias causadas por las infrahumanas condiciones higiénicas del campo.
Los malagueños de la capital muertos, con los posibles errores que puedan existir en el orden y grafía de los apellidos, por haber sido tomados muchas veces de oído por compañer@s del mismo campo de exterminio, son los siguientes:
José Domingo Cruz de la Diego, Eduardo Brandi Martín, Antonio Díaz Salas, Cristóbal Díaz Villega, Andrés Díaz Valderrama, José Cobos Sánchez, Eduardo Nieto González, Manuel Rojas Palomo, Laureano Vallejo Román, Lázaro Sardá Cánovas, Juan Ruiz Alguera, Manuel Sánchez Rodríguez, Francisco Pérez Sánchez, José Romero García, Francisco Román Román, Manuel Ramírez Vaca, Enrique Ríos Llorente, Manuel Silva Cabello, Francisco Benítez Mariano, Juan Vicario Román, José Pérez Bardenas, Antonio Sepúlveda Rueda, Manuel Martínez Jiménez, Lorenzo Torres Hijora, Antonio Solves Laborda, Emilio Moreno Medrano, Andrés Montiel Lucas, Rafael Montillo Vaquero, Ángel Palomar Caladrín , Antonio Pérez Burgos, Eduardo Díaz Lagos, José Gil Molina, Luís García López, Manuel Méndez Molina, Francisco Fernández Vidal, Tomás Gil Guillén, Eduardo Nieto Ramírez y Ramón Lozano Martínez.
-De la provincia-
La relación de malagueños muertos en Mauthausen de las barriadas, pedanías y pueblos de la provincia totalizan, como ya se ha comentado más arriba, 104 personas. Las fechas de sus muertes se anotan en 1940, 1941, 1942 y 1943, y, de estos años citados, corresponde el mayor número de víctimas a 1941, con 84 muertos.
Alameda: Juan Corredera Pérez.
Alhaurín el Grande: Pedro Rueda Vázquez.
Almáchar: Adolfo España López.
Almogía: Pedro Leiva Pino y Pedro Díaz González.
Álora: Antonio Ramos Sánchez, Juan Rodríguez Gil, Antonio Díaz Gutiérrez.
Antequera: Francisco García Villalón, Antonio García Méndez, Francisco Lara Moreno, José Hidalgo Reguero, Antonio Muñoz Guerrero, José Navarro Bravo, Antonio Morea Lara, Francisco Zurita Cuenca, Juan Martín Padilla, Rafael Rubio García y Antonio Escobar Navarro.
Archidona: Serafín Suárez Luque y Manuel Pena Lara.
Ardales: Antonio Trigo Ortega, Joaquín Cantalejo Sánchez, Juan Rodríguez Naranjo y Pedro Sánchez Muñoz.
Sobre la gran puerta que accedía al recinto había colocado un frontal en el que se podía leer: “Vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”.
-El infierno de Mauthausen-
Pocas semanas después de producirse en 1938 la anexión de Austria por Alemania, se empezó a construir en el municipio austriaco de Mauthausen un campo de concentración destinado para los adversarios declarados del régimen nacional- socialista. La entrada del campo estaba coronada por una enorme águila hitleriana y sobre la gran puerta que accedía al recinto había colocado un frontal en el que se podía leer: “Vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”. Con el paso de los meses, se convirtió en uno de los centros con mayor mortandad del Reich alemán, al servirse, sobre todo, de los prisioneros para la realización de trabajos, en unas condiciones inhumanas, en la cantera que existe en el lugar.
De los 200.000 presos que entraron en el campo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, más de la mitad de ellos murieron por la fatiga física derivada de los durísimos trabajos a que eran sometidos, la deficiente alimentación y las devastadoras epidemias causadas por las infrahumanas condiciones higiénicas del campo. En muchas ocasiones fueron torturados hasta la muerte, matados a tiros por los guardias de las SS o ahogados en las cámaras de gas de Mauthausen, en el campo dependiente de Gusen o en el Instituto de Eutanasia de Hartheim. Por este lugar pasaron más de 7.000 republicanos y revolucionarios españoles y sólo alrededor de 2.000 sobrevivieron a los años de cautiverio, convirtiéndose en el campo nazi que vio morir a más españoles en este período.
Mauthausen no fue un campo en el que se aplicase la “solución final” contra los judíos, como lo fueron Auschwitz, Sobibor o Treblinka, pero sí se puede catalogar como centro de exterminio por el uso de las cámaras de gas y los extenuantes trabajos forzados que sufrieron los prisioneros que llegaron a él. A ello se añade los numerosos casos de experimentación médica con humanos, que hizo que miles de personas fueran utilizadas como cobayas por parte de médicos alemanes para comprobar, por ejemplo, la eficacia de las inyecciones letales.
A partir del campo central de Mauthausen, se fue desarrollando gradualmente, y de manera reforzada en el año 1943, un complejo sistema de campos dependientes, a los cuales los prisioneros fueron distribuidos y forzados, principalmente, al trabajo en la industria del armamento.
Estos campos desarrollaron su actividad en dos fases. Una primera sería el exterminio puro y simple, que va desde su creación en 1939 hasta el año 1942. La segunda fase, hasta el 7 de mayo de 1945 en que quedó liberado el campo, se organizaba a base de trabajos de esclavo, debido a las necesidades crecientes de la guerra.
-Los cerdos del capitán-
La forma como los responsables del campo de Mauthausen lograron deshacerse de muchos de los allí confinados fue mediante la innecesaria construcción de un escalinata de 186 peldaños que la hacían subir cargados de enormes piedras procedentes de una cantera que estaba situada en el nivel más bajo del campo, con el fin de aumentar la penalidad y fatigas de su ascenso; las condiciones insalubres del campo, una insuficiente alimentación y la mala asistencia médica hacieron el resto.
Imagen de la escalinata de 186 peldaños que los judíos habían de subir diariamente cargados de enormes piedras.
Según dejaron escrito en su libro Los cerdos del capitán Eduardo Pons Prados y Mariano Constante (Editorial Argos/Vergara, 1978), “los judíos, nada más entrar en el campo, eran enviados a la llamada Sección Disciplinaria, que era la de los hombres encargados de subir las piedras durante toda la jornada, a un ritmo demoledor. Cada mañana, antes de empezar a acarrear piedras, los SS encargados de vigilarlos preguntaban si había algún voluntario para el suicidio, arrojándose escaleras abajo. A estas barbaridades, como es lógico, nadie respondía, pero después del primer viaje de piedras, volvían a repetir la pregunta. Entonces, algunos de ellos, desesperados, se lanzaban al vacío. Y así cada viaje”.
-Ciento cuarenta y dos malagueños-
En el campo de Mauthausen, durante seis años fueron maltratadas, humilladas, escarnecidas y reducidas a peleles humanos por agotamiento físico criaturas de diferentes nacionalidades, y también de España… y muchos malagueños. Aunque se tenía constancia de que muchos paisanos nuestros habían sido internados en ese campo en concreto, hasta hace relativamente poco tiempo desconocíamos el número de los que no llegaron a salir con vida de él: 142 malagueños no lograron escapar de aquel infierno.
Ninguno de esos 142 pudo sobrevivir a aquel horrendo holocausto, pero quienes lograron salir con vida de aquel ignominioso cautiverio se unieron en la Internacional Amical Mauthausen, no sólo para dar a conocer al mundo los horrores de la etapa que vivieron, sino para rendir homenaje a los compañeros que fueron víctimas del sistema represor que los estuvo masacrando de manera tan impune.
Se sabía que muchos malagueños encontraron la muerte en este campo de concentración, pero se ignoraban sus nombres y lugar de nacimiento. Esta relación de 142 personas formaba parte del material literario y gráfico de la exposición que, con motivo de unas Jornadas sobre Racismo y Medios de Comunicación, se abrió en la Facultad de Ciencias de la Información de Málaga, desde el 28 de enero de 1997 hasta el 15 del siguiente mes.
Los malagueños que dejaron su existencia en el campo de Mauthausen eran oriundxs de Málaga capital y de 44 pueblos de su provincia, así como de las barriadas de Churriana y Olías y pedanía de Gibralgalia.
Por el número de muertes, a la cabeza figura la capital con 38 personas; segunda, Antequera, con 11; Vélez-Málaga, con 7; Marbella, con 6; Carratraca, con 5; Ronda y Ardales, con 4, y, entre 1 y 3, pueblos, pedanías y barriadas, como Fuengirola, Nerja, Alhaurín el Grande, Cortes de la Frontera, Campillos, San Pedro de Alcántara, Valle de Abdalajís, Jimera de Líbar, Genalguacil, Gaucín, Arriate y Arenas.
De los 200.000 presos que entraron en el campo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, más de la mitad de ellos murieron por la fatiga física derivada de los durísimos trabajos a que eran sometidos, la deficiente alimentación y las devastadoras epidemias causadas por las infrahumanas condiciones higiénicas del campo.
Los malagueños de la capital muertos, con los posibles errores que puedan existir en el orden y grafía de los apellidos, por haber sido tomados muchas veces de oído por compañer@s del mismo campo de exterminio, son los siguientes:
José Domingo Cruz de la Diego, Eduardo Brandi Martín, Antonio Díaz Salas, Cristóbal Díaz Villega, Andrés Díaz Valderrama, José Cobos Sánchez, Eduardo Nieto González, Manuel Rojas Palomo, Laureano Vallejo Román, Lázaro Sardá Cánovas, Juan Ruiz Alguera, Manuel Sánchez Rodríguez, Francisco Pérez Sánchez, José Romero García, Francisco Román Román, Manuel Ramírez Vaca, Enrique Ríos Llorente, Manuel Silva Cabello, Francisco Benítez Mariano, Juan Vicario Román, José Pérez Bardenas, Antonio Sepúlveda Rueda, Manuel Martínez Jiménez, Lorenzo Torres Hijora, Antonio Solves Laborda, Emilio Moreno Medrano, Andrés Montiel Lucas, Rafael Montillo Vaquero, Ángel Palomar Caladrín , Antonio Pérez Burgos, Eduardo Díaz Lagos, José Gil Molina, Luís García López, Manuel Méndez Molina, Francisco Fernández Vidal, Tomás Gil Guillén, Eduardo Nieto Ramírez y Ramón Lozano Martínez.
-De la provincia-
La relación de malagueños muertos en Mauthausen de las barriadas, pedanías y pueblos de la provincia totalizan, como ya se ha comentado más arriba, 104 personas. Las fechas de sus muertes se anotan en 1940, 1941, 1942 y 1943, y, de estos años citados, corresponde el mayor número de víctimas a 1941, con 84 muertos.
Alameda: Juan Corredera Pérez.
Alhaurín el Grande: Pedro Rueda Vázquez.
Almáchar: Adolfo España López.
Almogía: Pedro Leiva Pino y Pedro Díaz González.
Álora: Antonio Ramos Sánchez, Juan Rodríguez Gil, Antonio Díaz Gutiérrez.
Antequera: Francisco García Villalón, Antonio García Méndez, Francisco Lara Moreno, José Hidalgo Reguero, Antonio Muñoz Guerrero, José Navarro Bravo, Antonio Morea Lara, Francisco Zurita Cuenca, Juan Martín Padilla, Rafael Rubio García y Antonio Escobar Navarro.
Archidona: Serafín Suárez Luque y Manuel Pena Lara.
Ardales: Antonio Trigo Ortega, Joaquín Cantalejo Sánchez, Juan Rodríguez Naranjo y Pedro Sánchez Muñoz.
Arenas: Antonio Ariza Hurtado. Arriate: Juan López
Sánchez.
Benagalbón: Lucas Carne Escaño, Manuel Montaner Amaya y Bernardo Ruiz Rodríguez
Benamargosa: Antonio Hijazo Clavera y Antonio Gómez Jiménez. Juan Gutiérrez Pera.
Campanillas: Francisco Suárez Cánovas.
Campillos: Juan Verdún Verdún.
Canillas de Albaida: Celedonio Gallardo Pérez.
Cañete la Real: Francisco Rodríguez Navarro, Antonio Braceo Martín y José Gómez Gómez
Carratraca: Miguel Guerrero Casido, Federico Aureoles Rubín, Juan Ponce López, Salvador Moreno León, Miguel Guerrero Rodríguez y José González Jiménez.
Cartaojal: Manuel Carvajal Vázquez.
Casarabonela: Diego Cantarero Ballestero.
Comares: Miguel Bustos Muñoz.
Cortes de la Frontera: Sebastián Aguilar García, Antonio García Arillo y Manuel Vega Gutiérrez.
Cuevas Bajas: José Gómez Artacho y Andrés Cruz Valle, Sebastián Aguilar García, Antonio García Arillo y Manuel Vega Gutiérrez. José Gómez Artacho y Andrés Cruz Valle.
Cuevas del Becerro: Rafael Villarejo Nieblas y Francisco Perujo González.
Cártama: Francisco Gómez Cañete.
Churriana: Francisco Castillo Briales.
Estepona: Antonio Guerrero Reyes, Francisco Berrocal Palacios.
Fuengirola: José Marfil Escalona, José Leyva González y Francisco Díaz Burgos.
Gaucín: Andrés Ortega Mateos y Cristóbal Tineo Vázquez.
Genalguacil: Juan Rodríguez Trujillo y Domingo Trujillo Herrera.
Gibralgalia: Juan Gómez Marcilla.
Guaro: Diego Ruiz Agüera y Felipe Fernández Sánchez.
Igualeja: Lisboa Ruiz González.
Istán: Francisco Granados Ortiz y Gonzalo Granados Ortiz.
Jimera de Líbar: Fernando Téllez Carrasco, Juan Téllez Moreno y Domingo García López.
Junquera: José Mateo Rivas y Antonio Piñeiro Mateo.
Marbella: Manuel Pérez Matera, Miguel Morelló Cerece, José Martín Bizano y Andrés López Cubas.
Nerja: Antonio Cerezo Cutilla.
Benagalbón: Lucas Carne Escaño, Manuel Montaner Amaya y Bernardo Ruiz Rodríguez
Benamargosa: Antonio Hijazo Clavera y Antonio Gómez Jiménez. Juan Gutiérrez Pera.
Campanillas: Francisco Suárez Cánovas.
Campillos: Juan Verdún Verdún.
Canillas de Albaida: Celedonio Gallardo Pérez.
Cañete la Real: Francisco Rodríguez Navarro, Antonio Braceo Martín y José Gómez Gómez
Carratraca: Miguel Guerrero Casido, Federico Aureoles Rubín, Juan Ponce López, Salvador Moreno León, Miguel Guerrero Rodríguez y José González Jiménez.
Cartaojal: Manuel Carvajal Vázquez.
Casarabonela: Diego Cantarero Ballestero.
Comares: Miguel Bustos Muñoz.
Cortes de la Frontera: Sebastián Aguilar García, Antonio García Arillo y Manuel Vega Gutiérrez.
Cuevas Bajas: José Gómez Artacho y Andrés Cruz Valle, Sebastián Aguilar García, Antonio García Arillo y Manuel Vega Gutiérrez. José Gómez Artacho y Andrés Cruz Valle.
Cuevas del Becerro: Rafael Villarejo Nieblas y Francisco Perujo González.
Cártama: Francisco Gómez Cañete.
Churriana: Francisco Castillo Briales.
Estepona: Antonio Guerrero Reyes, Francisco Berrocal Palacios.
Fuengirola: José Marfil Escalona, José Leyva González y Francisco Díaz Burgos.
Gaucín: Andrés Ortega Mateos y Cristóbal Tineo Vázquez.
Genalguacil: Juan Rodríguez Trujillo y Domingo Trujillo Herrera.
Gibralgalia: Juan Gómez Marcilla.
Guaro: Diego Ruiz Agüera y Felipe Fernández Sánchez.
Igualeja: Lisboa Ruiz González.
Istán: Francisco Granados Ortiz y Gonzalo Granados Ortiz.
Jimera de Líbar: Fernando Téllez Carrasco, Juan Téllez Moreno y Domingo García López.
Junquera: José Mateo Rivas y Antonio Piñeiro Mateo.
Marbella: Manuel Pérez Matera, Miguel Morelló Cerece, José Martín Bizano y Andrés López Cubas.
Nerja: Antonio Cerezo Cutilla.
San Pedro
de Alcántara: Álvaro Mayen
Cuellas.
Torrox: Antonio Rico Rodríguez.
Totalán: Francisco Montaner Castillo.
Valle de Abdalajís: Juan Castillo Pérez, Antonio Rico Rodríguez. Francisco Montaner Castillo.
Vélez-Málaga: Juan García Fernández, Francisco Jiménez Salido, Antonio Pérez Galindo, Juan Pérez Díaz, José Martín Ortiz, Juan García Quintana y Antonio Gálvez Gálvez.
El afán de los dominadores era reducir a los deportados, por una doble acción física y moral, a la condición de bestias antes de hacerlos morir.
-Absurdo universo-
En los campos de exterminio, no existía ninguna posibilidad de redención, perdón, piedad ni ley. El afán de los dominadores era reducir a los deportados, por una doble acción física y moral, a la condición de bestias antes de hacerlos morir. Y ello, por distintos procedimientos: la degradación física por agotamiento, la sed y el frío, en interminables esperas en las noches de invierno, desnudos en la nieve, para pasar una revista médica; por falta de descanso, por los golpes que les llovían por todas partes.
A todos estos posibles azares hay que unir la degradación moral que, al actuar sobre organismos debilitados, creaba un estado de angustia perpetua, una soledad de tensión en medio de elementos hostiles. En este universo espantoso, absurdo y perverso, sin norte preciso, sin seguridad, sin justicia, sin esperanza, en donde todo era posible.
Fuente: G.A.S. (Grupo de Acción Social)
Torrox: Antonio Rico Rodríguez.
Totalán: Francisco Montaner Castillo.
Valle de Abdalajís: Juan Castillo Pérez, Antonio Rico Rodríguez. Francisco Montaner Castillo.
Vélez-Málaga: Juan García Fernández, Francisco Jiménez Salido, Antonio Pérez Galindo, Juan Pérez Díaz, José Martín Ortiz, Juan García Quintana y Antonio Gálvez Gálvez.
El afán de los dominadores era reducir a los deportados, por una doble acción física y moral, a la condición de bestias antes de hacerlos morir.
-Absurdo universo-
En los campos de exterminio, no existía ninguna posibilidad de redención, perdón, piedad ni ley. El afán de los dominadores era reducir a los deportados, por una doble acción física y moral, a la condición de bestias antes de hacerlos morir. Y ello, por distintos procedimientos: la degradación física por agotamiento, la sed y el frío, en interminables esperas en las noches de invierno, desnudos en la nieve, para pasar una revista médica; por falta de descanso, por los golpes que les llovían por todas partes.
A todos estos posibles azares hay que unir la degradación moral que, al actuar sobre organismos debilitados, creaba un estado de angustia perpetua, una soledad de tensión en medio de elementos hostiles. En este universo espantoso, absurdo y perverso, sin norte preciso, sin seguridad, sin justicia, sin esperanza, en donde todo era posible.
Fuente: G.A.S. (Grupo de Acción Social)
Teresa
Sánchez Sarria
Extraido de: http://www.gibralfaro.uma.es/historia/pag_1699.htm
Extraido de: http://www.gibralfaro.uma.es/historia/pag_1699.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario