domingo, 16 de junio de 2013

El agente de Stalin con licencia para matar en la República




Lev Nikolsky operaba en España con el seudónimo de Alexander M. Orlov. Nació en una familia judía, en Bielorrusia, medía alrededor de 1,72 m, era atractivo y tenía la típica nariz de boxeador y bigote oscuro. Hablaba un mal español y siempre iba acompañado de su intérprete personal. En septiembre de 1936, Nikolsky tenía 41 años y llegó a España desde Moscú para hacer el trabajo sucio de Stalin en la República, contra los enemigos de la Unión Soviética. El más conocido de todos fue el asesinato de Andreu Nin, líder del POUM.
“Fue un espía de una inteligencia muy mediocre que falló en todas sus misiones de inteligencia”, resume el historiador Boris Volodarsky, del que en unos días aparece el libro El caso Orlov (Crítica), un estudio sobre la actuación de los servicios secretos soviéticos en la Guerra Civil española de una exactitud y amplitud inédita. “Orlov ni siquiera operaba contra Franco, sólo hacía el trabajo sucio para Stalin”.
El agente llegó a España para buscar y liquidar a los trotskistas. Esa era su misión, que también ejecutó por Europa. El investigador señala que entre sus víctimas estaban Dmitry Navashin (en París), Brian Goold-Vershoyle (secuestrado en Barcelona y que ​​más tarde murió en un campo de prisioneros de Rusia), Marc Rein (muerto en España), Hans Freund, Ignatz Reiss (disparados en Suiza), Kurl Landau, el general Skoblin (un agente del NKVD muerto en Barcelona), Georges Agabekov (un oficial de alto rango, que desertó, y luego llegó a España y fue asesinado) y, sin duda, Andreu Nin.
Acabar con los traidores
A los seis meses de su estancia en España pasa un informe a Moscú en el que asegura tajantemente que si el Gobierno español quiere realmente su ayuda habrá que “imponer en el ejército y sus mandos una disciplina más saludable (disparar a los desertores, mantener la disciplina, etc.) y poner fin a las rencillas entre partidos”. Y advierte: si esto no se lleva a cabo, “los acontecimientos darán un giro catastrófico”.
El NKVD entiende lo que manda Orlov: hay que acabar con las traiciones que se dan en Cataluña y luchar contra la contrarrevolución. Para que nos entendamos, acabar con la disidencia del POUM, con el que la Komintern y el PCE estaban indignados.
A finales de agosto el POUM denunció públicamente ejecuciones en la Unión Soviética de Kamenev, Zinoviev y otros viejos bolcheviques. Además, y esto fue lo que peor debió sentar, Andreu Nin invitó a Trotski, entonces exiliado en Noruega, a Barcelona. La operación contra el POUM comenzó a finales de mayo de 1937. El plan de Orlov era tergiversar el papel del partido en el alzamiento de Barcelona.
“He decidido aprovechar su trascendencia [la incautación de unos documentos comprometedores que indicaban la ubicación exacta de las baterías antiaéreas franquistas en la Casa de Campo madrileña] y los hechos irrefutables para implicar a los dirigentes del POUM (cuyas [posibles] conexiones estamos estudiando en el trascurso de la investigación)”, escribe.
Espionaje a la española
Elaboran un documento que revela la colaboración de los dirigentes del POUM con la Falange y, por consiguiente, con Franco y Alemania. “Codificaremos el contenido del documento utilizando las claves de Franco, que tenemos disponibles, y lo escribiremos en el dorso del mapa”. Habla de tinta invisible, de procesos de manipulación de textos criptográficos, de químicos, para aclarar que el propósito es “dejar a los dirigentes del POUM en una situación comprometida”. Pero como tampoco confía demasiado en los servicios de contrainteligencia del Gobierno de la República, apunta que si no logra descifrar el código que le consta que tienen entrarán “y lo descifraremos nosotros”.
El resultado de este guion berlanguiano conocido es el arresto de Nin, que fue escoltado a Valencia y luego a Madrid y alojado en el centro de detención de Atocha. De allí a una casa de Alcalá de Henares, donde lo interrogaron en secreto durante tres días. Hasta que llegó un grupo de hombres uniformados con documentos firmados por el general Miaja y el coronel Ortega en los que se ordenaba la entrega del prisionero.
Los guardias se llevaron a Nin y dejaron el lugar sembrado de falsas (y ridículas) pruebas que lo vincularan con los “fascistas”. Camino de Perales de Tajuña, el vehículo se detuvo y fue el agente ilegal de la NKVD Grigúlevich quien disparó. Por primera vez, describe a todos los participantes de la 'Operación Nikolai'. “Orlov fue responsable de esta operación”, pero no hay ninguna prueba documental de que Nin fuera torturado, asegura, ni desollado como cuenta la leyenda.
Volodarsky es un especialista en el tema. Asegura que nunca ha sido espía ruso, sino un “oficial de operaciones especiales del GRU (inteligencia militar)”. Combina su experiencia en armas con el rigor propio de un doctor en historia por la London School of Economics and Political Science, gracias a una tesis dirigida por Paul Preston. “Es una combinación poco frecuente que da resultados muy fuertes. El caso Orlov es una buena prueba, como se puede ver”, dice a este periódico.
Desmonta la leyenda que el propio Orlov se construyó durante su larga vida en los EEUU (desde julio de 1938 a abril de 1973), donde se presentaba como un general de la NKVD y una persona cercana a Stalin. Solamente era su sicario. Escribió tres libros, uno de los cuales fue publicado póstumamente por su amigo del FBI Edward Gazur. “Todo lo escrito en esos tres libros es pura invención y desinformación”, dice Voladarsky. Por uno de ellos recibió de la editorial un anticipo de un millón de dólares.
Stalin y Franco, unidos en la guerra
La importancia de este libro estriba en la documentación de la actuación de los cuatro servicios de inteligencia soviéticos durante la Guerra Civil: el del Ejército Rojo, el de la Marina, el del NKVD o policía de seguridad del Estado y el OMS, subordinado a la Komintern. En la colaboración con estos, Voladarsky aporta luz sobre los intelectuales que colaboraron. “Koltsov, Ehrenburg, Hemingway, Orwell, Münzenberg jugaron su papel en los acontecimientos españoles, con vínculos con los servicios de inteligencia soviéticos”, asegura.
Los documentos rescatados por Volodarsky revelan algo que, en su opinión, no puede seguir discutiéndose: “Stalin no tenía ni la intención ni el interés ni la posibilidad de sovietizar o estalinizar España, como afirman algunos autores. No estaba interesado en una España comunista, porque ello perjudicaría su oportunidad de negociar con Gran Bretaña y Francia”.
Los intereses políticos de Stalin en la Guerra Civil española, explica el historiador, se debían a la simpatía y atención de millones de personas en todo el mundo. “Su intervención atraería a muchas personas de todo el mundo a la Unión Soviética. Además, era una oportunidad para que Stalin mostrara a Gran Bretaña y Francia el peligro del fascismo. Resultó que las democracias tuvieron más miedo del peligro comunista que del fascismo. Creían que con Hitler, Mussolini y Franco sí podían negociar”, explica a este periódico.
A Stalin también le interesó la guerra, porque esta fue importante para poner a prueba nuevos tanques y aviones, tácticas y estrategias, operaciones especiales de cara a la II Guerra Mundial. Así que en 1938, tanto Stalin como Franco, a pesar de discrepar en las intenciones, “querían prolongar la guerra”. Para Volodarsky las únicas alianzas del dictador ruso eran con su propio interés: “Fue el peor enemigo de la República”.

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