La Cámara de representantes es siempre inferior a la media del país, no sólo en cuanto a consciencia, sino también en inteligencia. Un país inteligente se achica en su representación. Si se propusiera estar representado por imbéciles y malos sujetos, no estaría escogiendo mejor.
En cuando a la honradez de los diputados, ya sabemos lo que vale. Leed solamente lo que dicen de ella los ex ministros y los mismos diputados en momentos de arrebato o sinceridad, y os podréis convencer por vuestros mismos.
Los antiguos emborrachaban a sus esclavos para crear en sus hijos la repugnancia por la ebriedad. Id, pues, al Parlamento para ver a vuestros representantes y asquearos del gobierno representativo.
A este hato de nulidades, el pueblo le entrega todos sus derechos, salvo el de destituirlos cada tanto y nombrar otros. Pero como la nueva asamblea, nombrada de acuerdo con el mismo sistema y encargada de la misma misión, será tan mala como la precedente, la gran masa termina por desinteresarse de la comedia y se limita a hacer unos pocos parches al aceptar algunos nuevos candidatos que logran imponerse por dinero o popularidad.
Pero si ya la elección está marcada por un vicio constitucional, irreformable, ¿qué diremos de la manera en que la asamblea cumple con su mandato? Reflexionad sólo un minuto y veréis de inmediato la inanidad de la tarea que le imponéis.
Vuestro representante deberá emitir una opinión, un voto, sobre toda la serie, variada hasta el infinito, de cuestiones que se plantean en esta formidable máquina centralizada: el Estado.
Tendrá que votar el impuesto sobre los perros y la reforma de la enseñanza universitaria, sin haber puesto jamás los pies en la Universidad; y sin conocer la diferencia entre un perro pastor y uno de caza. Deberá pronunciarse sobre las ventajas de tal fusil y el mejor sitio para criar los caballos y mulas del ejército.
Votará sobre la filoxera, el estiércol, el tabaco, la enseñanza primaria y el saneamiento de las ciudades; sobre los tubos de chimenea y sobre el observatorio astronómico nacional.
Él, que sólo ha visto soldados en los desfiles, se encargará de la movilización de grandes ejércitos; sin haber visto jamás un árabe, hará y deshará a su antojo un código para ellos. Votará por tal modelo de chaqueta y gorra para los uniformes, de acuerdo con el gusto de su esposa. Protegerá el azúcar y sacrificará el trigo candeal. Matará la viña mientras cree que la está protegiendo; votará la reforestación en contra del pastoreo y protegerá el pastoreo en contra del bosque.
Pretenderá dominar los temas de Banca. Sustituirá tal canal por un ferrocarril, sin saber muy bien en qué parte del país se encuentra cada uno de ellos. Añadirá nuevos artículos al Código penal, sin haberlo consultado nunca.
Proteo omnisciente y omnipotente, hoy militar, mañana criador de cerdos, alternadamente vaquero, académico, limpiador de alcantarillas, médico, astrónomo, farmacéutico, curtidor o negociante, según el orden del día de la Cámara, nunca vacilará. Acostumbrado por su función de abogado, de periodista o de orador en reuniones públicas a hablar de lo que no sabe, votará por todas estas cuestiones, con la única diferencia de que, antes, con sus artículos en el periódico entretenía a los porteros; en los tribunales adormecía a los jueces con su cháchara; y en la Cámara, en cambio, su opinión, más necia que nunca, será ley para muchos millones de habitantes.
Y como le resulta materialmente imposible tener opinión sobre los mil temas para los cuales su voto legislará, hablará de baile con su vecino, pasará su tiempo en el bar, escribirá cartas para encender el entusiasmo de sus “queridos electores”, mientras un ministro leerá un informe repleto de cifras alineadas para el caso por alguno de sus asesores; y en el momento de la votación, se pronunciará a favor o en contra del informe según la señal del jefe de su partido.
De modo que un problema de pienso para los cerdos o de equipamiento para los soldados sólo será, tanto para el partido del gobierno como para el de la oposición, una cuestión de escaramuza parlamentaria. No se preguntarán si los cerdos necesitan pienso o si los soldados no estarán ya sobrecargados como camellos del desierto; la única cuestión que les interesará, será saber si un voto afirmativo beneficia a su partido.
La batalla parlamentaria se librará sobre las espaldas del soldado, del agricultor o del trabajador industrial, en beneficio del gobierno o de la oposición.
KROPOTKIN, Palabras de un rebelde, 1885
jueves, 16 de junio de 2011
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