Nada demuestra más la persistencia del franquismo sociológico que un editorial de El país diciendo que no existe el fascismo sociológico.
Vuelve a la carga El país a
hacerle el trabajo al pasado. Dice que Franco
ha muerto y que recuperar los parecidos hoy con el pasado es un delirio. No me
extraña que les haya hecho gracia repetir las palabras de Arias Navarro en
1975. Es el diario del régimen del 78. Para bien y para mal. Y por eso da
hoy tanto bochorno. Solían guardar mejor las formas. No en vano, Fraga fue fundador de
ese periódico y la crítica al franquismo siempre tuvo límites. Algo tiene que
ver que su estela siempre ha sido la de los vencedores de la guerra.
Incluidas sus incorporaciones al consejo editorial. Felipe González no movió un
dedo para que los 200.000 fusilados por Franco tuvieran una sepultura digna.
Explicamos en la ciencia
política (y politólogos como Ignacio Torreblanca, que también está en el
consejo editorial del diario debiera saberlo) que el presente no puede
explicarse sin la “dependencia de la trayectoria” (path dependence). Querer dejar de mirar en el pasado es una oferta de mentirosos que
quieren hurtar claves para entender los acontecimientos. El ascenso de la
extrema derecha en Alemania regresó a los medios el pasado nazi y la entrada en
el Parlamento de Allianz für Deutchsland llenó los periódicos de recordatorios de 1933. Lo
mismo en Italia con los neofascistas de Fuerza Nueva o
del Movimiento
Social o en Grecia con Amanecer Dorado.
Pero en España, dice El país,
hablar de Franco es de enemigos de la patria. De su patria, claro. Tampoco le gusta al grupo PRISA
que se hable de Cebrián y los papeles de Panamá. Han
echado a periodistas de sus tertulias por hacerlo. Siempre han dictado de qué
se podía hablar y de qué no.
Nadie en su sano juicio va a decir que la España actual es como la España
de Franco. Estaría bueno. Tampoco se dice que la Alemania de Merkel sea
nazi, pero si crece la extrema derecha, se mira al pasado y la reflexión es:
algo hemos hecho mal cuando estos criminales no se han ido definitivamente. En
España es más evidente, porque cada mañana hay
114.000 desaparecidos, asesinados por Franco -ese que ha muerto- que siguen
gritando a nuestra democracia que quieren una sepultura digna para que sus
familiares sepan qué fue de ellos y dónde están. Pero ni el PSOE ni el PP ni
Ciudadanos tienen el más mínimo interés por recuperar esos cadáveres.
Sinvergüenzas de esos partidos, como Pablo Casado o Rafael Hernando, dicen que
eso son batallitas del abuelo o una búsqueda de negocio de las víctimas. No
como las asociaciones de víctimas del PP, que destacan por su altruismo. A
Rivera le molesta que hablemos del pasado, porque su partido cada día huele más
a falangismo.
Cuando vemos amenazada la
democracia, tenemos que mirar a nuestro pasado por dos cosas: primero,
porque mirar a lo que ya
pasó nos ayuda a entender lo que está pasando y nos da pistas para interpretar
el presente; en segundo lugar, porque cuando se amenaza la convivencia
democrática, es bastante fácil que lo que ocurra se parezca a cosas que ya nos
ocurrieron. Se trata de no desperdiciar la experiencia,
como dice Boaventura de Sousa Santos. Si detienen a unos titiriteros, a unos
raperos o a unos políticos, debemos saber que en España hemos encarcelado en
otros tiempos a los que hacían teatro contra el régimen, a los que cantaban al
viento y a la libertad y hemos levantado cárceles solo para meter a los
enemigos del franquismo. Y también podríamos recordar
que, como advirtió el mismo Pablo Casado que podía volver a ocurrir, hemos
fusilado a gente que luchaba por el reconocimiento de Catalunya como una nación
(dentro de la República española) y que lo hicieron sin violencia. Lo que pasa
es que los parecidos con el pasado escuecen porque quitan mucha legitimidad a
nuestra democracia. Eso es lo que les molesta a los de El país.
En esos encarcelamientos
siempre contó el franquismo con un poder judicial comprometido con el régimen
del 18 de julio. Los mismos jueces del
franquismo pasaron a ser jueces de la democracia, y aunque el poder judicial es
evidente que se ha democratizado, una parte sigue rehén de su pasado. Pero
lo realmente grave es la costumbre de la política de inmiscuirse en los
asuntos judiciales. Esa no la hemos perdido. Le recuerdo a El país que el
Parlamento ha reprobado el Ministro de Justicia y al Fiscal General del Estado.
Y que ni han dimitido ni han sido cesados. Y que políticos corruptos quieren a determinados
jueces, y que dicen si no habría que pegarle dos tiros a los jueces
desobedientes (¿alguien se imagina que dieran libertad provisional a
alguien vinculado a Podemos que dijera que había que pegarle dos tiros a un
juez, como ha hecho con Ignacio González?). Eso se llama franquismo sociológico.
El franquismo siguió la estela canovista de inventarse una España falsa
que vendría de los visigodos y sancionaron los Reyes Católicos. Es tan falsa
esa historia que no les basta para hacerla real con la propaganda. Siempre la
han completado con fusilamientos. No en vano, tanto Cánovas como Franco como la Constitución de 1978
le entrega al ejército, negro sobre blanco, la defensa de la “unidad
territorial de España”. Y por eso, desde la Restauración canovista, toda
esta historia llena de mentiras viene con Rey -jefe de las fuerzas armadas- ,
incluida la etapa franquista porque con Franco, ese muerto, también éramos un
Reino. ¿Por qué no quiere El país que
nos acordemos de estas cosas? Tenemos una herida
territorial que solamente vamos a cerrarla cuando los catalanes puedan decidir
formar parte -o no- de una España federal que zanje esa discusión que nos lleva
enredando siglos. Cuanto más tardemos, más catalanes habrá que no quieran estar
con nosotros. A los golpes se construye poco cariño.
Tenemos también una
herida social, que arrastramos desde el pistolerismo de la patronal a comienzos
del siglo XX, y una herida ciudadana, con una esfera pública débil, arrastrada
por nuestra condición de país de la
Inquisiciónal que nunca le interesó construir otra cosa que
catolicismo integral y obediencia política a la monarquía. Hasta la invasión francesa de
1808 no empezamos a pensarnos como nación española. O entendemos esto, o no
vamos a entender nunca a España.
Se entiendo mejor la
policía política creada por el PP si pensamos en lo que aún permanece del franquismo. Se entiende mejor el “a por
ellos” que algunos españoles cantaban a la policía que iba a Catalunya
pidiéndoles que reprimieran con dureza a otros españoles. Se entiende mejor por
qué alguien golpea a otro en la cabeza con la bandera española o por qué te dan
una paliza si no gritas a la orden de unos energúmenos ¡Viva España! Se
entiende mejor que Rajoy siga siendo Presidente pese a sus sobresueldos o sus
sms a detenidos si entendemos que aún pesa el franquismo sociológico y que los
medios hacen mal su trabajo cuando hay periodistas corruptos protagonizando
programas y tertulias, que haya políticos que enseñan facturas falsas en sus
ruedas de prensa o por qué volvemos, tan pronto, a invitar a maltratadores a la
televisión como si fueran estrellas . Franquismo sociológico. Entenderíamos
mejor nuestras “puertas giratorias” si supiéramos de las familias del poder que
llevan mandando desde el siglo pasado (podríamos citar a los Botín, accionistas
por cierto de El país). Y entenderíamos mejor los ataques
furibundos de El país a Podemos si
entendiéramos que nuestra democracia tiene débiles mimbres porque nunca hemos
discutido la actual Constitución en un país donde hay 23 millones de españoles
que ya no es que no la discutiéramos -que nadie lo hizo- sino que ni siquiera
la votamos.
Siga El país con su
deriva. Que nosotros seguiremos
recordando lo que aún pesa del franquismo en España -y en Catalunya- para que
esa gente, que lleva los mismos apellidos que los que mandaron durante el
franquismo, no vuelvan a robarnos la democracia.
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