Juan Oliva Moncasí
Era el 25 de octubre de 1878 cuando el rey Alfonso XII
estuvo a punto de morir por los disparos de pistola que efectuó un individuo a
su paso por la calle Mayor, ya de regreso al palacio real en la calle Bailén. A
unos 150 metros, años después, en 1906, su hijo Alfonso XIII también salió
ileso de la bomba lanzada por Mateo Morral desde un quinto piso de la misma
calle, pero entonces murieron muchas personas. Era el primero de los atentados
que sufrió el joven monarca; el segundo vino un año después, también en Madrid
por dos disparos de un joven panadero gallego de 20 años.
Era aquel 1878 el cuarto de su reinado, y también el
más feliz y el más triste. A comienzos de año se había casado con la
jovencísima María de la Mercedes de Orleans, su prima, que murió enferma en
menos de tres meses, el 26 de junio, hechos aquellos de extraordinario impacto
social, en la calle, en la prensa y entre los políticos. La popularidad del
rey, acaso unido a su juventud y sencillez, iba en aumento conforme avanzaba su
reinado, que resultó corto. No hubo otro caso igual en la monarquía española, a
excepción de su hermana Isabel de Borbón –La Chata-, único miembro de la
familia real que fue invitado a no abandonar España por el gobierno provisional
de la segunda república.
El atentado contra Alfonso XII, sin dejar de ser grave
aun habiendo saliendo ileso, apenas tuvo trascendencia en la prensa, incluido
el desarrollo del juicio sumarísimo que llevó al regicida frustrado al garrote
vil, lo que no se entiende muy bien dado que otros, también sin consecuencias,
fueron mucho más sonados. Los atentados eran frecuentes en toda Europa en las
tres últimas décadas del siglo XIX, parte de los cuales cometidos por
individuos fanatizados que obraban por su cuenta. La proliferación también tenía
que ver siendo tan fácil acercarse a reyes y jefes de gobierno. En cualquier
caso, la acción asesina de Juan Oliva careció de relevancia incluso para el
pueblo de Madrid, que apenas mostró escaso interés por asistir a la ejecución
en el Campo de Guardias de Chamberí, todo lo contrario de las anteriores de
Luis Candelas, Rafael de Riego, Diego de León y El Cura Merino.
El atentado ocurrió en la calle Mayor por la tarde
ante la Farmacia de la Reina Madre, la más antigua de Madrid, cuando un
individuo de 23 años, tonelero tarraconense venido expresamente a la capital,
le disparó dos tiros con pistola de dos cañones, aunque fallando ambos. Otros
habían dicho que fueron tres los disparos. Nadie resultó herido, lo cual hay
que tomarlo como un milagro dada la afluencia de gente en la calle. La
impericia de aquel Juan Oliva con el manejo del arma, la tensión a que estaría
sometido y el hecho mismo de que el objetivo, el rey, pasase a caballo, es
decir, que estuviese en movimiento, fueron factores determinantes para que no
ocurriera nada. Se dijo también que se salvó porque una anciana logró sujetar
el brazo de Oliva un segundo antes, lo cual resulta casi inverosímil en esa
clase acciones casi instantáneas ante las que nadie reacciona.
Alfonso XII era rey de España desde 1874, desde dos
años antes de que terminase la tercera guerra carlista a la que puso fin, de
ahí el apelativo de Pacificador. No se decía entonces, pero la realidad indicaba
que el pueblo no lo aclamaba tanto por el hecho de ser rey, sino por afecto
viéndolo tan joven y por los muchos sentimientos que concitó haberse quedado
viudo al poco de casarse. Había nacido también la veneración por la joven reina
muerta de 16 años, que sigue atrayendo las miradas de los visitantes en su
nicho de la Catedral de la Almudena.
Aquella tarde del 25 de octubre el rey desfiló
por las calles de Madrid acompañado por las tropas que habían participado en
unas maniobras por tierras abulenses. Aquella clase de actos oficiales siempre
concitaba la curiosidad popular, al tiempo que atraía los riesgos de
visionarios y anarquistas obnubilados por consignas irracionales, pero aun así
no se tomaban medidas para tratar de impedirlo. Alfonso XII, por ejemplo, era
un paseante asiduo del Retiro en carruaje descubierto, de donde regresa a
palacio siempre por las mismas calles.
Octubre de 1878. Alfonso XII tenía tan solo 21 años.
Su asesino frustrado, 23, de profesión tonelero, vecino de Cabra del Camp,
Tarragona, llamado Juan Oliva Moncasí, nacido el 15 de noviembre de
1855. Oliva había llegado a Madrid una semana antes, y enseguida se
dispuso a buscar el lugar del atentado. El día elegido, por la mañana, entró en
un café, donde escribió las últimas líneas de un diario que se le ocupó, en el
que contaba los pormenores del atentado. Cualquier punto de la estrecha calle
Mayor le hubiera valido, y eligió uno como podía haber elegido otro, acaso porque
observó que no había ningún guardia en derredor. El lugar fue la acera de la
Farmacia de la Reina Madre, hoy situada en el número 59.
Pero Oliva erró los dos tiros. No tuvo tiempo ni humor
para cargarla de nuevo. Fue detenido allí mismo en plena calle Mayor. El rey
apenas se enteró, obligado entonces a proseguir apresurado en dirección a
palacio. Oliva confesó a la policía que era republicano federal, que el
atentado no se lo había comunicado a nadie y que fue hecho por propia y
exclusiva voluntad, no por odio a la persona del rey, sino a la tiranía que
representaba. Razonamientos propios de una mentalidad anarquista de época. En
el juicio fueron nombrados cuatro facultativos, dos por la defensa y dos
forenses por el juzgado. Tres declararon que no habían hallado en Juan Oliva
síntoma, signo ni acto alguno que demostrase perturbación de sus facultades
intelectuales y afectivas, pero sí se pusieron de acuerdo en que el acto
criminal, aunque fue producto del fanatismo doctrinario, había que situarlo
bajo el dominio de su libre albedrío.
Juzgado en Madrid el 12 de noviembre de 1878, la
sentencia la impuso el juez de primera instancia del distrito de Palacio, que
calificó el acto como delito frustrado de lesa majestad contra la vida del rey,
con las circunstancias agravantes de alevosía y premeditación conocida,
condenándolo a la pena de muerte, sentencia que confirmó la Sala de lo Criminal
de la Audiencia, matizando que los hechos probados constituían un delito de
regicidio frustrado sin circunstancias atenuantes, por lo que lo condenaba a la
pena de muerte en garrote, lo que se llevó a cabo el 4 de enero de 1879 en el
Campo de Guardias de Chamberí, terrenos que ocupan los depósitos e
instalaciones del Canal de Isabel II entre las calles Bravo Murillo y Santa
Engracia.
Al cabo de unos días, el rey recibió en audiencia
particular al abogado defensor de Oliva, Jiménez del Cerro, al procurador de la
Audiencia, Manuel de Elías, y al hermano del acusado, Gregorio, que le
presentaron los pliegos de firmas recogidas para la conmutación de la pena. El
rey les prometió que pediría al Presidente del Consejo de Ministros el indulto.
Antonio Cánovas del Castillo, una vez conocida la sentencia última del Tribunal
Supremo, la llevó a debate a su gobierno, pero al margen de trámites y
peticiones de clemencia, lo cierto es que Oliva rechazó cualquier intento de
petición de indulto. Asumía plenamente los hechos.
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