Hace 127 años se consumaba un
crimen judicial se condenaba a la horca a varios dirigentes anarquistas por sus
ideas políticas
El fraudulento proceso judicial llevado a cabo en Chicago
tendía a escarmentar al movimiento obrero norteamericano y desalentar el
creciente movimiento de masas que pugnaba por la reivindicación de la jornada
de ocho horas de trabajo.
Aquellos trágicos hechos ocurridos en Chicago en 1886 -la
huelga del 1º de Mayo, la protesta sindicalista y el proceso judicial a los
dirigentes y militantes anarquistas- serían tenidos muy en cuenta, años
después, por el movimiento obrero internacional que, justamente, adoptó como el
Día de los Trabajadores, el 1º de Mayo.
Pero el escarmiento no sólo abarcaba al sindicalismo.
Debe tenerse en cuenta que de los ocho dirigentes anarquistas, sólo dos eran
norteamericanos y el resto se trataba de inmigrantes extranjeros.
Sus nombres fueron: Michael
Schwab, Louis Lingg, Adolph Fischer, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Hessois
Auguste Spies, Oscar Neebe y George Engel.
En Boston y en algunas otras ciudades norteamericanas de
la época había una fuerte corriente contra los trabajadores extranjeros que
reclamaban por sus derechos laborales y sociales junto a sus hermanos
norteamericanos.
La guerra de Secesión había interrumpido el crecimiento
de las organizaciones sindicales, cuyo punto de partida data de 1829, con un
movimiento que solicitó la implantación de la jornada de ocho horas de trabajo,
en el estado de Nueva York.
Pero a partir de los años ochenta, se fue acrecentando la
actividad gremial en la cual socialistas, anarquistas y sindicalistas,
cumplieron un rol destacado en cuanto a su labor propagandística y política.
Mauricio Dommanget en su ‘Historia del Primero de Mayo’,
al referirse a los trabajadores de Chicago, afirma: ‘Muchos trabajaban aún
catorce o diez y seis horas diarias, partían al trabajo a las 4 de la mañana y
regresaba a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que jamás
veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día. Unos se acostaban en
corredores y desvanes, otros en chozas donde se hacinaban tres y cuatro
familias. Muchos no tenían alojamiento, se les veía juntar restos de legumbres
en los recipientes de desperdicios, o comprar al carnicero algunos céntimos de
recortes’.
La central obrera norteamericana de entonces, la
Federación de Gremios y Uniones Organizados de Estados Unidos y Canadá, años
después transformada en la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), había
proclamado en su cuarto congreso de 1884, que la duración legal de la jornada
de trabajo, a partir del 1º de Mayo de 1886, sería de ocho horas de duración. Ese
1º de Mayo se había constituido en una fecha clave tanto para los trabajadores
como para los capitanes de la industria.
La huelga del 1º de mayo de 1886
La prensa norteamericana, principalmente el ‘Chicago
Mail’, el ‘New York Times’, el ‘Philadelphia Telegram’ y el ‘Indianapolis
Journal’ habían advertido por esos días el ‘peligro’ de la implantación de la
jornada de 8 horas ‘sugerida -decía el ‘Chicago Mail’- por los más locos
socialistas o anarquistas’.
La huelga del 1º de Mayo de 1886 fue masiva en todos los
Estados Unidos. Algunos sectores industriales admitieron la jornada de ocho
horas, pero la mayoría fue intransigente a aceptar ese reclamo. En Milwaukee la
represión policial produjo nueve muertos obreros y hubo enfrentamientos
violentos en Filadelfia, Louisville, St. Louis, Baltimore y principalmente en
Chicago.
En esta última ciudad actuaban, además de las fuerzas
policiales y antimotines, una suerte de policía privada al servicio de los
industriales y empresarios: la compañía Pinkerton.
En tanto el 1º de mayo había transcurrido sin ninguna
violencia, fue dos días después, cuando los sindicatos de la madera convocaron
a una reunión, que los ‘rompehuelgas’ de la Pinkerton atacaron a los
trabajadores. Intervino la policía y el fuego de las armas produjo seis muertos
y medio centenar de heridos, todos entre los trabajadores.
Así fue que los anarquistas llamaron, para el 4 de mayo,
a una concentración en el Haymarket Square, acto público que contaba con
autorización de las autoridades. Al finalizar la reunión y cuando se
desconcentraban los trabajadores, el capitán Ward avanzó sobre los grupos
obreros en actitud amenazante.
Alguien lanzó entonces una bomba contra efectivos
policiales y abatió a uno de los policías, hiriendo a otros varios. Entonces,
las fuerzas policiales abrieron nutrido fuego contra los trabajadores matando a
varios y causando 200 heridos.
Ese hecho de violencia permitió a las autoridades
judiciales, instigadas por varios políticos y diarios -principalmente el
‘Chicago Herald’ -a detener y procesar a la plana mayor del movimiento sindical
anarquista.
Así fueron arrestados el inglés Fielden, los alemanes
Spies, Schwab, Engel, Fischer y Lingg y los norteamericanos Neebe y Parsons.
Comenzaba el Proceso de Chicago, una burla a la justicia
y un verdadero fraude procesal como demostró pocos años después el gobernador
del estado de Illinois, John Peter Atlgeld.
‘Razón de Estado’
Es evidente que el Proceso de Chicago contra los ocho
sindicalistas anarquistas produjo una sentencia dónde primó el principio de la
‘razón de Estado’ y que no se buscaron pruebas legales ni se tuvo en cuenta la
normativa jurídica de la época. Se quiso juzgar a las ideas anarquistas en la
cabeza de sus dirigentes, y en ellos escarmentar al movimiento sindical
norteamericano en su conjunto.
Para ello fueron amañados testigos, se dejaron de lado
las normas procesales, y los miembros del jurado -como se demostró pocos años
después- fueron seleccionados fraudulentamente. Entre otras anomalías
procesales, la primera fue que se los juzgó colectivamente, y no en forma
individual, como disponía la legislación penal. Se trataba de un juicio
político, y la causa no era la violencia desatada el 4 de mayo de 1886, sino
las ideas anarquistas, por un lado, y la necesidad de impedir el avance de la
organización gremial que había paralizado a los Estados Unidos el 1º de mayo
del mismo año, por el reclamo de la jornada laboral de ocho horas.
El gobernador Altgeld, años después, explicaría al pueblo
norteamericano que el juez interviniente en el Proceso de Chicago actuó ‘con
maligna ferocidad y forzó a los ocho hombres a aceptar un proceso en común;
cada vez que iban a ser sometidos a un interrogatorio los testigos
suministrados por el Estado, el juez Gary obligó a la defensa a limitarse a los
puntos específicamente mencionados por la fiscalía pública’ en tanto que ‘en el
interrogatorio de los testigos de los acusados, permitió que el fiscal se
perdiera en toda clase de vericuetos políticos y leguleyerías extrañas al
asunto motivo del proceso’.
‘Ahorcadles y salvareis a nuestra sociedad’
El fiscal Grinnel, en su alegato, proclamó: ‘Señores del
jurado: ¿declarad culpables a estos hombres, haced escarmiento con ellos,
ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a nuestra sociedad!’.
El 28 de agosto de 1886 el jurado, especialmente elegido
para aniquilar a los acusados, dictó su veredicto especificando que siete de
los imputados -Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg y Engel- debían
ser ahorcados, y el octavo, Neebe, condenado a 15 años de prisión.
Antes que el crimen judicial se consumara, se cometió
otro previo, el misterioso suicidio de uno de los condenados: Louis Lingg,
quien con la colilla de un cigarrillo habría prendido la mecha de un cartucho
de dinamita. En realidad, como afirman los historiadores actuales, se trató de
representar ante el gran público otra demostración de que los anarquistas
morían en su propia ley, las ‘bombas’. Hoy se coincide en que Lingg fue
asesinado.
Spies, Fischer, Engel y Parsons subieron al patíbulo el 11
de noviembre, y fueron ahorcados ante el periodismo, las autoridades
judiciales, la policía y el público allí reunido.
El escándalo fue tan grande que a Fielden y Schwab se les
conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua. La movilización de las fuerzas
sindicalistas y la actuación de políticos como John Peter Atlgeld, hizo que el
26 de julio de 1893 se les otorgar el ‘perdón absoluto’ a Samuel Fielden, Oscar
Neebe y Michael Schwab.
De todas maneras, estos tres anarquistas tuvieron mucha
más suerte que otros dos ajusticiados cuarenta años después: Nicola Sacco y
Bartolomeo Vanzetti, en otro proceso igualmente fraudulento. Pero la
reivindicación de los mártires de Chicago fue realizada pocos años después de
la muerte de cuatro de ellos y de la liberación de los tres restantes.
http://labanderanegra.wordpress.com/2009/05/02/los-martires-de-chicago-historia-del-1%C2%BA-de-mayo/
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