La versión canónica y mil veces difundida de lo
sucedido el 23 de febrero de 1981 obra como recurso propagandístico de primer
orden del régimen establecido en 1978. Es una verdad oficial y beneficiosa para
los archimandritas del sistema (el rey, los partidos turnistas...) que, gracias
a ella, pueden postularse como grandes héroes de la democracia a los que el
pueblo debe estar agradecido.
Sin embargo las verdades oficiales suelen ser
poco más que eso: un simple recurso propagandístico, una construcción
mitológica destinada a legitimar a sus emisores, al régimen dominante y las
élites a él adscritas. En otras palabras: son manipulaciones interesadas
de la realidad realizadas con el único fin de sostener regímenes necesitados
de cortinas de humo gloriosas para esconder su verdadera naturaleza, a menudo
mucho más tenebrosa, sucia y detestable de lo que el pueblo estaría dispuesto a
soportar.
Lo que consiguió las mil veces repetida versión
canónica de lo sucedido el 23 de febrero de 1981 ha sido crear unos
héroes ficticios dentro de una reinterpretación de los hechos destinada a
arrebatar el protagonismo del pueblo y depositarlo en la clase política cuyos
verdaderos movimientos en los meses anteriores al golpe llevaban una dirección
muy diferente a la que quisieron hacer ver después de la algarada tras la que,
por cierto, como veremos, nada cambió en las altas esferas de la política
española.
El momento apoteósico de aquella jornada, el que
más ha encumbrado la monarquía y ha servido para incensar la figura del Borbón
reinante, es el discurso de Juan Carlos I por televisión en la madrugada del 23
al 24 de febrero de 1981 declarando que no aceptaba otra legalidad que la
vigente dentro de la constitución de 1978. Se dice que con ese discurso salvo
la democracia. Sin embargo hay que tener muy en cuenta que este discurso no
tuvo lugar hasta después de que el teniente coronel Tejero impidiera que el
general Armada, preceptor del rey, hablara ante el pleno de las cámaras. Fue
cuando esa posibilidad se difuminó como efecto de la chapuza que supuso la
perpetración del golpe "blando" aprovechando las tramas de los golpes
"duros" cuando el rey apareció en televisión. Y debe tenerse muy en
cuenta a ese respecto que el único capitán general que sacó tropas a la
calle en aquellas horas fue precisamente el más monárquico de todos: Milans del
Bosch. Razón por la cual cabe suponer que el rey no se encontraba ayuno de
información e incluso es muy posible que la historia, en un futuro libre del actual
régimen pretendidamente democrático pero lleno de limitaciones a la libertad de
expresión, de reticencias y de mentiras interesadas, señale muy directamente la
responsabilidad de la cabeza del estado en un torpe proyecto que fracasó.
La clave de todo se encuentra en el llamado
"golpe blando" una operación paraconstitucional dirigida a forzar la
creación de un gobierno de unidad nacional que sirviera para limitar lo que se
consideraban excesos democráticos inherentes a la transición, frenar la
efervescencia social que amenazaba con desbordar el limitado marco de la
monarquía parlamentaria para acabar desembocando en una esperanzadora tercera
república y legitimar la mano dura respecto a ETA. El modelo a seguir fue el
golpe de estado de De Gaulle cuando en 1958 acabó con la IV república francesa
y organizó la ultraconservadora V república. En un momento de caos, con tropas
paracaidistas avanzando desde Argelia hacia París para establecer una dictadura
militar, el general De Gaulle se plantó ante la asamblea parlamentaria y expuso
un escueto mensaje: o yo, o la dictadura pura y dura. Y la IV república se hizo
el harakiri poniendo el poder absoluto en manos del general
"salvador" (en la práctica con un ideario muy similar del de Franco)
que pudo constituir una nueva realidad política, como he dicho, mucho más
conservadora y derechista.
Eso mismo se pretendía hacer en España. La
transición y las libertades consagradas en la constitución de 1978 estaban
amenazando con dar al traste con la restauración borbónica que pretendía no ir
más allá del restablecimiento del parlamentarismo turnista y caciquil de 1876.
Y en este aspecto no debemos engañarnos. Nunca los monárquicos tuvieron en
mente otra posibilidad. Todas las proclamas "democráticas" del Conde
de Barcelona y todos los esfuerzos de sus seguidores iban encaminados única y
exclusivamente a restaurar el régimen de Alfonso XII y Alfonso XIII con sus
mismos límites e idénticos vicios. El ideario político de Juan Carlos I tampoco
fue, en ese sentido, diferente.
El que fuera pretendiente al trono y pertinaz
lameculos del caudillo, criado y educado en círculos monárquicos y dentro del
régimen franquista, no podía ser un democráta convencido ni tener inquietudes
políticas más allá de la simple y corrupta tradición borbónica. Nos lo han
vendido como un gran estadista, un héroe al que le debemos la democracia, un
padre-salvador...y nos han mentido. Es, simple y llanamente, otro Borbón más y,
como tal, defensor de un régimen cutre, oligárquico, escasamente democrático,
corrupto desde su ápice, corto de miras y fieramente anclado en la defensa de
las oligarquías de siempre. Las que trajeron a Alfonso XII como garantía de
orden (es decir: represión) en 1874 y propiciaron el golpe de 1936 para
mantener sus privilegios.
En 1975 esos oligarcas eran los mismos que en
1936, no habían cambiado los perros aunque resultaba evidente que debían
cambiar los collares. No otra cosa fue el tránsito de las leyes fundamentales
del movimiento a la constitución de 1978.
No obstante en la calle estaba vivo el debate
entre transición y ruptura, entre aceptar la restauración del turnismo
canovista o la de avanzar hacia una verdadera democracia. Y en esa época había
tejido social suficiente y suficiente movilización para conseguir esto último a
despecho de los señoritos que apoyaban al rey con la condición de seguir
manteniendo sus privilegios, había que hacer algo. El peligro para el rey y
quienes deseaban medrar en la nueva situación radicaba en la impaciencia e
intransigencia de un ejército mayoritariamente franquista y poco partidario de
aventuras ajenas a las citadas leyes fundamentales. Había que actuar rápida y
decisivamente para garantizar el control de la tarta que representaba España.
Los primeros pasos se dieron entre 1977 y 1979.
En ese bienio, aparte de elaborarse una constitución llena de buenas
intenciones que estaban desde el primer instante destinadas a convertirse en
papel mojado, se jugaron varias bazas decisivas como, por ejemplo, transliterar
al nuevo régimen los sindicatos verticales franquistas que tanta importancia
tenían (y siguen teniendo) para anestesiar a la clase obrera y mantenerla
controlada. ¿Como hacerlo?...sencillamente domesticando a los domesticables. Se
generó todo un sistema de subvenciones públicas que, en la práctica, convertían
a los sindicatos mayoritarios en cómplices del nuevo régimen eso sí:
asegurándose de que las organizaciones poco dóciles como la CNT quedaran
apartadas del reparto (de hecho este sindicato todavía no ha recuperado su
patrimonio histórico) y arrumbados en las catacumbas de la marginalidad. El
segundo paso para domesticar a los sindicatos dominantes y convertirlos en
"verticales" fue imponer la idea de consenso social a través de los
llamados Pactos de la Moncloa. Desde ese instante los sindicatos dejaron de
cumplir su función de clase para convertirse en apéndices del poder y, por lo
tanto, de la dominación oligárquica. Y en ese mismo papel continuan.
Otra jugada importante consistió en
articular el turnismo en torno a dos partidos principales y se consiguió
un triunfo muy importante cuando en 1979 el PSOE renunció al marxismo para
convertirse en "progresista" en otras palabras: en remedo del partido
liberal del turnismo canovista. Hasta 1982 no se definió con claridad la opción
conservadora estando en pugna entre una UCD en descomposición y una AP todavía
aquejada de su evidente lastre franquista.
En ese caldo de cultivo, y con el pueblo pugnando
todavía por la ruptura y la conquista de una verdadera democracia, tocaba dar
un golpe de timón, un volantazo hacia la derecha que atase en corto al pueblo y
garantizase el control de una transición de cortos vuelos, hacia el turnismo y
el caciquismo confesional propio de los regímenes borbónicos. Ahí empezó a
diseñarse la Operación Armada, el golpe blando, la imitación del golpe de De
Gaulle en 1958.
No suponía un secreto para nadie que los
militares eran poco partidarios de las nuevas alegrías democráticas, que se
inclinaban a retornar al franquismo puro y que algunos de ellos estaban
conspirando para hacerlo mediante un golpe de estado. El ruido de sables en
1979 y 1980 era un clamor y la baza de los partidarios del turnismo caciquil
era presentarse a sí mismos como una alternativa aceptable para el pueblo. Como
en 1958 era preferible un régimen ultraconservador, corrupto, oligárquico y
cerrado que una dictadura militar y a eso jugaron los monárquicos.
La idea era aprovechar las tramas militares en
marcha para propiciar un golpe y reconducirlo presentando la alternativa
intermedia: un hombre del rey, el general Armada.
Adolfo Suarez se oponía a esas medidas y
resultaba preciso derribarle. Se hizo pero no antes de que, junto con el
general Gutierrez Mellado, lograra desalojar a los hombres claves de la trama
de sus puestos en Madrid. Armada fue destinado a Lérida, Milans del Bosch a
Valencia, el jefe de la Acorazada Brunete a La Coruña...
El golpe blando perseguía la formación de un
gobierno de unidad nacional con participación del PSOE (que por lo demás había
colaborado con Primo de Rivera durante le dictadura de 1923-1931) que
redefiniera la transición dejando la constitución y su verdadero significado
social en simple papel mojado.
Para conseguirlo, y siguiendo el modelo de De
Gaulle en 1958, se utilizó una algarada de los "duros" ,de los
militares franquistas, para meter el miedo en el cuerpo, amagar el golpe con un
puño y darlo con el otro. Tejero debía, como en efecto hizo, ocupar el congreso
durante una sesión plenaria y ceder la tribuna a un general que se dirigiría a
los diputados proponiéndoles un gobierno de salvación y unidad nacional que,
por lo demás, estaba ya pactado. El general que debería lanzar esa arenga y
postularse como presidente de aquel engendro pseudoconstitucional, el famoso
"Elefante Blanco", era precisamente el general Armada, preceptor,
consejero íntimo y muy seguramente testaferro político de los deseos reales.
Con lo que los conjurados no contaban era con el
hecho de que el teniente coronel Tejero era un franquista convencido, un hombre
íntegro en sus ideas (eso hay que reconocerlo aunque estas no se compartan
como, evidentemente, es mi caso) y que no estaba dispuesto a tolerar el típico
pasteleo monárquico. Cuando el general Armada llegó al congreso dispuesto a dar
su discursito y ser elegido prácticamente por aclamación como héroe patrio y
presidente del gobierno de unidad nacional Tejero, que a fin de cuentas tenía
las armas y controlaba el edificio, enterado de lo que se proponía, se negó a
dejarle hablar. El golpe blando, sencillamente, había fracasado. Era momento de
recoger velas y tratar de quedar bien ante la opinión pública dejando en la
estacada, eso sí, a los que habían dado la cara. El general Milans del Bosch,
poco después de la media noche, menos de una hora después de que el general
Armada desistiera de convencer a Tejero, retiró los carros de combate de
las calles de Valencia. Poco después el rey salía a defender públicamente la
constitución.
Llegaba el momento de reelaborar los hechos para
que tanto el rey como los conjurados en el golpe blando (incluyendo a los dirigentes
del PSOE) se erigieran en héroes y salvadores de la democracia cuando, en
realidad, la verdadera vacuna frente al golpismo no fueron ellos, a la postre
unos golpistas, sino los millones de españoles de toda edad, clase y condición
que se arrojaron a la calle en los días siguientes al grito de democracia y
libertad. Ese fue el verdadero revulsivo contra el golpismo: un pueblo decidido
y en la calle. Un pueblo al que desde 1981 se hizo todo lo posible por
desmovilizar y engañar.
Por supuesto los conspiradores no cesaron
en sus designios y los intentaron de otro modo. Cuando en 1982 el PSOE,
convertido de tapadillo en partido monárquico y turnista, llegó al poder por
mayoría absoluta como supuesto representante de la opción más democrática de
las moderadas, el partido del cambio como se postulaba, puso de inmediato en
práctica los pactos que habían conducido al fracasado golpe blando del 23 de
febrero de 1981. Fue entonces cuando empezó a hablarse del "jefe de la
oposición" figura inconstitucional pero propia del turnismo canovista que
se perpetuó desde esa fecha. Cuando se implementó la guerra sucia contra ETA,
la sumisión a los deseos del imperialismo yanqui, cuando se iniciaron políticas
sociales y económicas abiertamente neoliberales, empezando por la reconversión
industrial y acabando con las privatizaciones subsiguientes a la entrada en la
UE (véase a este efecto el artículo Destruyendo El Patrimonio Comun, julio
de 2010, en este mismo blog)...y por supuesto cuando se extendió la cultura del
pelotazo, la corrupción masiva como forma de gobierno que todavía padecemos y
de la que la corona, como demostrará la historia cuando acabe el régimen
vigente y podamos estudiar y hablar con libertad, seguramente no está libre
(piénsese que los mejores amigos del rey han sido condenados por corrupción y
estafa: De La Rosa, Mario Conde, Prado y Colón de Carvajal...demasiadas
amistades sospechosas como para pensar que la corona tiene las manos limpias).
En fin, y para no alargarme más: que el modo en
que nos cuentan el 23-f es pura y simple mentira, que la realidad es mucho más
sucia y oscura y que los pactos que condujeron a aquella chapuza son los
que han conformado la triste realidad política y social que padecemos. Tan
solo el pueblo unido, movilizado y reivindicando en la calle una verdadera
democracia puede cambiar las cosas. Nos la robaron en 1981 pero todavía estamos
a tiempo de recuperarla. 2011 podría ser una bonita fecha para deshacernos del
turnismo corrupto y caduco, de la oligarquía que lo sustenta y que se aprovecha
de él perjudicándonos a todos y para conquistar una III República
verdaderamente democrática y social.
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