viernes, 22 de febrero de 2013

LA GRAN MENTIRA DEL 23-F



La versión canónica y mil veces difundida de lo sucedido el 23 de febrero de 1981 obra como recurso propagandístico de primer orden del régimen establecido en 1978. Es una verdad oficial y beneficiosa para los archimandritas del sistema (el rey, los partidos turnistas...) que, gracias a ella, pueden postularse como grandes héroes de la democracia a los que el pueblo debe estar agradecido.
Sin embargo las verdades oficiales suelen ser poco más que eso: un simple recurso propagandístico, una construcción mitológica destinada a legitimar a sus emisores, al régimen dominante y las élites a él adscritas. En otras palabras: son manipulaciones interesadas  de la realidad realizadas con el único fin de sostener regímenes necesitados de cortinas de humo gloriosas para esconder su verdadera naturaleza, a menudo mucho más tenebrosa, sucia y detestable de lo que el pueblo estaría dispuesto a soportar.
Lo que consiguió las mil veces repetida versión canónica de lo sucedido el 23 de febrero de 1981 ha sido crear unos héroes ficticios dentro de una reinterpretación de los hechos destinada a arrebatar el protagonismo del pueblo y depositarlo en la clase política cuyos verdaderos movimientos en los meses anteriores al golpe llevaban una dirección muy diferente a la que quisieron hacer ver después de la algarada tras la que, por cierto, como veremos, nada cambió en las altas esferas de la política española.
El momento apoteósico de aquella jornada, el que más ha encumbrado la monarquía y ha servido para incensar la figura del Borbón reinante, es el discurso de Juan Carlos I por televisión en la madrugada del 23 al 24 de febrero de 1981 declarando que no aceptaba otra legalidad que la vigente dentro de la constitución de 1978. Se dice que con ese discurso salvo la democracia. Sin embargo hay que tener muy en cuenta que este discurso no tuvo lugar hasta después de que el teniente coronel Tejero impidiera que el general Armada, preceptor del rey, hablara ante el pleno de las cámaras. Fue cuando esa posibilidad se difuminó como efecto de la chapuza que supuso la perpetración del golpe "blando" aprovechando las tramas de los golpes "duros" cuando el rey apareció en televisión. Y debe tenerse muy en cuenta a ese respecto que el único capitán general que sacó tropas a la calle en aquellas horas fue precisamente el más monárquico de todos: Milans del Bosch. Razón por la cual cabe suponer que el rey no se encontraba ayuno de información e incluso es muy posible que la historia, en un futuro libre del actual régimen pretendidamente democrático pero lleno de limitaciones a la libertad de expresión, de reticencias y de mentiras interesadas, señale muy directamente la responsabilidad de la cabeza del estado en un torpe proyecto que fracasó.
La clave de todo se encuentra en el llamado "golpe blando" una operación paraconstitucional dirigida a forzar la creación de un gobierno de unidad nacional que sirviera para limitar lo que se consideraban excesos democráticos inherentes a la transición, frenar la efervescencia social que amenazaba con desbordar el limitado marco de la monarquía parlamentaria para acabar desembocando en una esperanzadora tercera república y legitimar la mano dura respecto a ETA. El modelo a seguir fue el golpe de estado de De Gaulle cuando en 1958 acabó con la IV república francesa y organizó la ultraconservadora V república. En un momento de caos, con tropas paracaidistas avanzando desde Argelia hacia París para establecer una dictadura militar, el general De Gaulle se plantó ante la asamblea parlamentaria y expuso un escueto mensaje: o yo, o la dictadura pura y dura. Y la IV república se hizo el harakiri poniendo el poder absoluto en manos del general "salvador" (en la práctica con un ideario muy similar del de Franco) que pudo constituir una nueva realidad política, como he dicho, mucho más conservadora y derechista.
Eso mismo se pretendía hacer en España. La transición y las libertades consagradas en la constitución de 1978 estaban amenazando con dar al traste con la restauración borbónica que pretendía no ir más allá del restablecimiento del parlamentarismo turnista y caciquil de 1876. Y en este aspecto no debemos engañarnos. Nunca los monárquicos tuvieron en mente otra posibilidad. Todas las proclamas "democráticas" del Conde de Barcelona y todos los esfuerzos de sus seguidores iban encaminados única y exclusivamente a restaurar el régimen de Alfonso XII y Alfonso XIII con sus mismos límites e idénticos vicios. El ideario político de Juan Carlos I tampoco fue, en ese sentido, diferente.
El que fuera pretendiente al trono y pertinaz lameculos del caudillo, criado y educado en círculos monárquicos y dentro del régimen franquista, no podía ser un democráta convencido ni tener inquietudes políticas más allá de la simple y corrupta tradición borbónica. Nos lo han vendido como un gran estadista, un héroe al que le debemos la democracia, un padre-salvador...y nos han mentido. Es, simple y llanamente, otro Borbón más y, como tal, defensor de un régimen cutre, oligárquico, escasamente democrático, corrupto desde su ápice, corto de miras y fieramente anclado en la defensa de las oligarquías de siempre. Las que trajeron a Alfonso XII como garantía de orden (es decir: represión) en 1874 y propiciaron el golpe de 1936 para mantener sus privilegios.
En 1975 esos oligarcas eran los mismos que en 1936, no habían cambiado los perros aunque resultaba evidente que debían cambiar los collares. No otra cosa fue el tránsito de las leyes fundamentales del movimiento a la constitución de 1978.
No obstante en la calle estaba vivo el debate entre transición y ruptura, entre aceptar la restauración del turnismo canovista o la de avanzar hacia una verdadera democracia. Y en esa época había tejido social suficiente y suficiente movilización para conseguir esto último a despecho de los señoritos que apoyaban al rey con la condición de seguir manteniendo sus privilegios, había que hacer algo. El peligro para el rey y quienes deseaban medrar en la nueva situación radicaba en la impaciencia e intransigencia de un ejército mayoritariamente franquista y poco partidario de aventuras ajenas a las citadas leyes fundamentales. Había que actuar rápida y decisivamente para garantizar el control de la tarta que representaba España.
Los primeros pasos se dieron entre 1977 y 1979. En ese bienio, aparte de elaborarse una constitución llena de buenas intenciones que estaban desde el primer instante destinadas a convertirse en papel mojado, se jugaron varias bazas decisivas como, por ejemplo, transliterar al nuevo régimen los sindicatos verticales franquistas que tanta importancia tenían (y siguen teniendo) para anestesiar a la clase obrera y mantenerla controlada. ¿Como hacerlo?...sencillamente domesticando a los domesticables. Se generó todo un sistema de subvenciones públicas que, en la práctica, convertían a los sindicatos mayoritarios en cómplices del nuevo régimen eso sí: asegurándose de que las organizaciones poco dóciles como la CNT quedaran apartadas del reparto (de hecho este sindicato todavía no ha recuperado su patrimonio histórico) y arrumbados en las catacumbas de la marginalidad. El segundo paso para domesticar a los sindicatos dominantes y convertirlos en "verticales" fue imponer la idea de consenso social a través de los llamados Pactos de la Moncloa. Desde ese instante los sindicatos dejaron de cumplir su función de clase para convertirse en apéndices del poder y, por lo tanto, de la dominación oligárquica. Y en ese mismo papel continuan.
 Otra jugada importante consistió en articular el turnismo en torno a dos partidos principales y se consiguió un triunfo muy importante cuando en 1979 el PSOE renunció al marxismo para convertirse en "progresista" en otras palabras: en remedo del partido liberal del turnismo canovista. Hasta 1982 no se definió con claridad la opción conservadora estando en pugna entre una UCD en descomposición y una AP todavía aquejada de su evidente lastre franquista.
En ese caldo de cultivo, y con el pueblo pugnando todavía por la ruptura y la conquista de una verdadera democracia, tocaba dar un golpe de timón, un volantazo hacia la derecha que atase en corto al pueblo y garantizase el control de una transición de cortos vuelos, hacia el turnismo y el caciquismo confesional propio de los regímenes borbónicos. Ahí empezó a diseñarse la Operación Armada, el golpe blando, la imitación del golpe de De Gaulle en 1958.
No suponía un secreto para nadie que los militares eran poco partidarios de las nuevas alegrías democráticas, que se inclinaban a retornar al franquismo puro y que algunos de ellos estaban conspirando para hacerlo mediante un golpe de estado. El ruido de sables en 1979 y 1980 era un clamor y la baza de los partidarios del turnismo caciquil era presentarse a sí mismos como una alternativa aceptable para el pueblo. Como en 1958 era preferible un régimen ultraconservador, corrupto, oligárquico y cerrado que una dictadura militar y a eso jugaron los monárquicos.
La idea era aprovechar las tramas militares en marcha para propiciar un golpe y reconducirlo presentando la alternativa intermedia: un hombre del rey, el general Armada.
Adolfo Suarez se oponía a esas medidas y resultaba preciso derribarle. Se hizo pero no antes de que, junto con el general Gutierrez Mellado, lograra desalojar a los hombres claves de la trama de sus puestos en Madrid. Armada fue destinado a Lérida, Milans del Bosch a Valencia, el jefe de la Acorazada Brunete a La Coruña...
El golpe blando perseguía la formación de un gobierno de unidad nacional con participación del PSOE (que por lo demás había colaborado con Primo de Rivera durante le dictadura de 1923-1931) que redefiniera la transición dejando la constitución y su verdadero significado social en simple papel mojado.
Para conseguirlo, y siguiendo el modelo de De Gaulle en 1958, se utilizó una algarada de los "duros" ,de los militares franquistas, para meter el miedo en el cuerpo, amagar el golpe con un puño y darlo con el otro. Tejero debía, como en efecto hizo, ocupar el congreso durante una sesión plenaria y ceder la tribuna a un general que se dirigiría a los diputados proponiéndoles un gobierno de salvación y unidad nacional que, por lo demás, estaba ya pactado. El general que debería lanzar esa arenga y postularse como presidente de aquel engendro pseudoconstitucional, el famoso "Elefante Blanco", era precisamente el general Armada, preceptor, consejero íntimo y muy seguramente testaferro político de los deseos reales.
Con lo que los conjurados no contaban era con el hecho de que el teniente coronel Tejero era un franquista convencido, un hombre íntegro en sus ideas (eso hay que reconocerlo aunque estas no se compartan como, evidentemente, es mi caso) y que no estaba dispuesto a tolerar el típico pasteleo monárquico. Cuando el general Armada llegó al congreso dispuesto a dar su discursito y ser elegido prácticamente por aclamación como héroe patrio y presidente del gobierno de unidad nacional Tejero, que a fin de cuentas tenía las armas y controlaba el edificio, enterado de lo que se proponía, se negó a dejarle hablar. El golpe blando, sencillamente, había fracasado. Era momento de recoger velas y tratar de quedar bien ante la opinión pública dejando en la estacada, eso sí, a los que habían dado la cara. El general Milans del Bosch, poco después de la media noche, menos de una hora después de que el general Armada desistiera de convencer a Tejero, retiró los carros de combate de las calles de Valencia. Poco después el rey salía a defender públicamente la constitución.
Llegaba el momento de reelaborar los hechos para que tanto el rey como los conjurados en el golpe blando (incluyendo a los dirigentes del PSOE) se erigieran en héroes y salvadores de la democracia cuando, en realidad, la verdadera vacuna frente al golpismo no fueron ellos, a la postre unos golpistas, sino los millones de españoles de toda edad, clase y condición que se arrojaron a la calle en los días siguientes al grito de democracia y libertad. Ese fue el verdadero revulsivo contra el golpismo: un pueblo decidido y en la calle. Un pueblo al que desde 1981 se hizo todo lo posible por desmovilizar y engañar.
 Por supuesto los conspiradores no cesaron en sus designios y los intentaron de otro modo. Cuando en 1982 el PSOE, convertido de tapadillo en partido monárquico y turnista, llegó al poder por mayoría absoluta como supuesto representante de la opción más democrática de las moderadas, el partido del cambio como se postulaba, puso de inmediato en práctica los pactos que habían conducido al fracasado golpe blando del 23 de febrero de 1981. Fue entonces cuando empezó a hablarse del "jefe de la oposición" figura inconstitucional pero propia del turnismo canovista que se perpetuó desde esa fecha. Cuando se implementó la guerra sucia contra ETA, la sumisión a los deseos del imperialismo yanqui, cuando se iniciaron políticas sociales y económicas abiertamente neoliberales, empezando por la reconversión industrial y acabando con las privatizaciones subsiguientes a la entrada en la UE (véase a este efecto el artículo Destruyendo El Patrimonio Comun, julio de 2010, en este mismo blog)...y por supuesto cuando se extendió la cultura del pelotazo, la corrupción masiva como forma de gobierno que todavía padecemos y de la que la corona, como demostrará la historia cuando acabe el régimen vigente y podamos estudiar y hablar con libertad, seguramente no está libre (piénsese que los mejores amigos del rey han sido condenados por corrupción y estafa: De La Rosa, Mario Conde, Prado y Colón de Carvajal...demasiadas amistades sospechosas como para pensar que la corona tiene las manos limpias).
En fin, y para no alargarme más: que el modo en que nos cuentan el 23-f es pura y simple mentira, que la realidad es mucho más sucia y oscura y que los pactos que condujeron a aquella chapuza son los que han conformado la triste realidad política y social que padecemos. Tan solo el pueblo unido, movilizado y reivindicando en la calle una verdadera democracia puede cambiar las cosas. Nos la robaron en 1981 pero todavía estamos a tiempo de recuperarla. 2011 podría ser una bonita fecha para deshacernos del turnismo corrupto y caduco, de la oligarquía que lo sustenta y que se aprovecha de él perjudicándonos a todos y para conquistar una III República verdaderamente democrática y social.

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