domingo, 2 de diciembre de 2012

¿Anarquista o libertario? Regreso a las fuentes del anarquismo


"Desde luego, el mundo de la anarquía no es un invento mío -escribía Joseph Dejacque-del mismo modo que tampoco es una invención de Proudhon ni de Pierre, ni de Jean. Uno solo no inventa nada. Los inventos son resultado de observaciones colectivas" (1). Pero es precisamente él quien introduce el término libertario, que consideraba superior al anarquismo en su concepción de la libertad; es, en todo caso, lo que afirmaba Pierre Leroux cuando escribía, no sin espíritu polemizador: "Ya no es Proudhon, en efecto, el que puede representar hoy día esta Secta (la anarquía), tras la conclusión final (la mujer esclava de la autoridad marital) que ha producido. Faltaba otro. El estandarte Libertad está hoy en manos de uno de sus discípulos, de un an-arquista como él, pero que se toma la an-arquía más en serio que él. Se trata de Dejacque, un proletario, que escribe en Nueva York una hoja cuyo título, neologismo inventado por él, expresa bien su pensamiento: El Libertario" (2). Desde entonces se admite la sinonimia de los términos libertario y anarquista, pero conviene hacer notar que se utilizan con los matices aportados por sus respectivas definiciones. Lo libertario está vinculado a la libertad y los derechos individuales, mientras que lo anarquista es ante todo antiautoritario y socialista. Ronald Creagh, estudiante del anarquismo más allá del Atlántico, ha mostrado perfectamente la convergencia de un pensamiento y un movimiento auténticamente americano, de espíritu puramente libertario, con el anarquismo europeo introducido tras el fracaso de la Comuna de París. Afirma lo siguiente: "Así aparece la esencia del anarquismo americano anterior a la guerra civil y hasta este periodo: no una condena del principio de Estado sino la exigencia del consentimiento explícito e individual del ciudadano a todas las contribuciones legales o económicas que se le exigen. Aunque un gobierno despótico sea aceptado por quienes lo eligieron libremente, un gobierno de los más tolerantes será siempre una odiosa tiranía para quienes no lo aceptan" (3). Eso indica que ser libertario no implica necesariamente ser anarquista.
Proudhon, en su periodo reconocido como el más anarquista, fue libertario, estimulando un movimiento de desenvoltura que algunos llamaron "indiferentista" en política. Hizo falta el golpe de Estado de 1851 y la obstinación autoritaria del poder por mantenerse para que Proudhon se planteara promover una oposición anarquista más sistemática. Así hizo evolucionar su doctrina socio-económica mutualista hacia una concepción más "militante" de la revolución social federalista. Eso caracterizará su conducta a partir de 1860, y esta evolución teórica será claramente marcada entre las dos ediciones de La Justice (1858 y 1860). Abandonó su postura puramente libertaria en política para anunciar una auténtica política anarquista. Así, en la edición de 1860, revisada y aumentada, critica a fondo la posición libertaria de los jóvenes anarquistas: "La mente va de un extremo a otro. Advertida por el fracaso del comunismo, se ha arrojado a la hipótesis de una libertad ilimitada", pero precisa: "Mientras que la utopía comunista tiene todavía sus seguidores, la utopía de los libertarios no ha podido ni siquiera iniciarse (…) En el sistema de la libertad pura, si fuera posible admitir por un solo instante su realización, habría todavía menos sociedad que en el comunismo. (…) Es una aglomeración de individualidades yuxtapuestas, marchando paralelamente, sin nada orgánico, sin la fuerza de la colectividad" (4). Al situar hombro con hombro a libertarios (démonos cuenta de que emplea el término introducido por Dejacque) y comunistas, subraya muy claramente el carácter mutualista-colectivista de la anarquía que los federalistas proudhonianos y los colectivistas bakunianos desarrollarán pronto en la Comuna y la Internacional de los Trabajadores. Esta condena del despotismo comunista y de la utopía individualista, claramente pronunciada por el "padre de la anarquía", toma toda su importancia ante ciertas derivas del pensamiento comunista y libertario en el seno mismo del anarquismo actual. Para el libertario, el antiestatismo surge generalmente de una exigencia de libertad individual y no de una crítica social del principio de autoridad; ahora bien, el anarquismo espontáneo, salido de una idea libertaria, como se habían manifestado abiertamente en la Revolución francesa, no gustaba mucho a Proudhon, que veía en ello -siguiendo a Mirabeau- una incitación al regreso rápido de la autoridad y el despotismo. Así, precisaba -tal vez pensando en Stirner- que "la teoría de la Libertad, en la que el egoísmo bien entendido, irreprochable en la hipótesis de una ciencia económica cumbre y de la identidad demostrada de los intereses, se reduce a una petición de principios" (5). Petición de principios que se encuentra a menudo en el fundamento de las concepciones comunistas e individualistas de carácter puramente libertario. Pero la idea de una libertad absoluta no solo es rápidamente sancionada por la autoridad, además alimenta las críticas dirigidas a la anarquía social positiva. Así es como Karl Marx había establecido una distinción entre el ideal libertario y su solución política, dando a su manera una insólita lección de anarquía, en la famosa circular privada que pretendía la expulsión de los bakuninistas de la Asociación Internacional de Trabajadores. Escribió: "La anarquía, el gran caballo de batalla de su dueño Bakunin, que de los sistemas socialistas solo ha tomado las etiquetas. Todos los socialistas entienden por anarquía esto: el objeto del movimiento proletario, la abolición de las clases, una vez alcanzado el poder del Estado, que sirve para mantener a la gran mayoría productora bajo el yugo de una minoría explotadora, desaparece y las funciones gubernamentales se transforman en simples funciones administrativas" (6). El ideal "anarquista" de Marx no se aleja de esta sencilla declaración de intención libertaria y oculta una realidad autoritaria resultante de una política abolicionista de las clases por medio de una dictadura de clase. Este absurdo, que defienden de manera diferente los blanquistas y de una manera más general todos los jacobinos de la revolución social, encuentra generalmente una justificación en la idea comunista de una sociedad ya formada. La continuación del texto de Marx desvela el fondo: "La Alianza (la organización de Bakunin en la Internacional) toma, según Marx, las cosas al revés. Proclama la anarquía en las filas proletarias como el medio más infalible de romper la poderosa concentración de fuerzas sociales y políticas en manos de los explotadores. Bajo ese pretexto, demanda a la Internacional, en el momento en que el viejo mundo trata de aplastarla, que sustituya su organización por la anarquía" (7). Así es como el ideal anarquista, admitido por el socialista autoritario como el fin de la revolución, permanece fuertemente alejado como realidad política, medio económico y revolucionario abierto a la liquidación social. La anarquía entre las filas proletarias es repentinamente despreciada por el señor del socialismo, que no ve en ella, en el fondo, más que un puro desorden. La fraseología "anarquizante", no obstante, ha impresionado a los exégetas más celosos de la escuela, que admiten desde entonces una profunda intención anarquista en Marx. Con entusiasmo, algunos intelectuales han llegado a atribuir la paternidad y la autenticidad de este pensamiento al filósofo alemán (8). Ahora bien, es curioso notar que el ideal anarquista del socialismo es en Marx la anarquía negativa, dicho de otro modo, el espontaneismo libertario (que Proudhon denominaba un movimiento de desenvoltura), mientras que rechaza vivamente la anarquía positiva, dicho de otro modo, la organización antiautoritaria de los federalistas.
Para Daniel Guérin, no hay ninguna duda; si el fin es libertario, el ideal comunista marxista sería al final… el comunismo libertario. De hecho, el marxismo espera todavía escapar por medio de esta declaración de principios a las cuestiones que suscita la práctica bolchevique, por ejemplo. Pero los hechos son obstinados. Las políticas autoritarias, incluidas las proletarias y revolucionarias, no han permitido nunca dar vida a las declaraciones de principios libertarios, y el marxismo resulta ejemplar a este respecto. Según los marxistas, los libertarios alientan un comunismo utópico que solo pueden llevar a cabo mediante una apropiación autoritaria (parlamentaria o revolucionaria). Ahora bien, Proudhon tenía razón, el despotismo inherente al comunismo no puede equilibrarse por una simple petición de principios libertarios. Para anclar la espontaneidad libertaria en la realidad social, la intervención de la realidad autoridad-libertad, capital-trabajo, etc., sería, según el anarquista, absolutamente necesaria, y por eso quería reconstruir el partido de la revolución preconizando la abstención y provocando una secesión democrática y social. El federalismo permite esta revolución al prohibir cualquier regreso al régimen autoritario, con su política gubernamental, su administración centralizada y su economía monopolista, como lo había sabido entender una minoría de comuneros. El comunismo libertario es en este sentido un colectivismo anarquista, como afirmaron los bakuninistas, superando la utopía comunitaria con el mutualismo y el federalismo aplicados de abajo arriba.
Gustave Lefrançais había advertido que Proudhon "había hecho dar una paso de gigante al socialismo al que liberó para siempre de las garras de una escolástica enervante" (9), porque la cuestión política era directamente resuelta por la organización económica y social. "El pueblo es un ser colectivo -escribía Proudhon- los que lo explotan desde tiempo inmemorial y lo mantienen en la esclavitud se basan en la naturaleza de esa colectividad para deducir una incapacidad legal que eterniza su despotismo. Nosotros, por el contrario, obtenemos de la colectividad del ser popular la prueba de que es perfecta y superiormente capaz, que lo puede todo, y que no necesita de nadie. No se trata de cuestionar sus facultades" (10). El movimiento libertario hace así un llamamiento a una organización colectivista y es esta solución la que se plantea Proudhon muy seriamente en su periodo llamado "federalista", que a menudo se quiere oponer a su periodo llamado anarquista. Pierre Ansart tiene, por tanto, razón en insistir, el Proudhon federalista no contradice al anarquista; lo realiza (11). La leyenda de los dos Proudhon, anarquista rabioso y luego federalista moderado, no se sostiene. El Proudhon ochentón era libertario, se contentaba con la inminencia revolucionaria y afrontaba a la vez, no sin ironía, un posible golpe de mano del Estado, si consideramos sus "vacilaciones" de los años 1852-1857. (Resultaba paradójico para un anarquista, pero se trataba más bien de una postura intelectual al servicio de la propaganda, adoptada con el fin de evitar la censura, la prisión o el exilio, y no de una verdadera vacilación política. Su controversia con Alfred Darimon a propósito de la abstención no es equívoca desde ese punto de vista). El "segundo" Proudhon es el que será solidario con el movimiento obrero y socialista, que dará a la insurrección una justificación democrática preconizando la abstención, y que sistematizará la anarquía positiva por el federalismo. Bakunin, que por temperamento reivindica el Proudhon ochentón, se inscribe, se diga lo que se diga, en el surco federalista. Y así es como el anarquismo ha encontrado su origen en ese movimiento proudhoniano-bakuninista que se manifiesta "oficialmente" en 1872 en la Internacional, en el Congreso de Saint-Imier, del que se celebran ahora los 140 años, y no en una inspiración libertaria que se podría disfrazar de una ideología individualista o comunista, como ocurre hoy en ciertos medios intelectuales y militantes.
Esta pequeña evocación del pasado trata sobre todo de mostrar que el anarquismo no puede reducirse a una simple intención o voluntad libertaria. El anarquismo tiene una historia, unas teorías y no hace de la libertad un dogma que podría contrariar la idea misma de la justicia social. Nuestro movimiento debe ser considerado en lo que encierra de enseñanza y reflexión, y es útil recordar aquí que si bien en todo anarquista hay un libertario, no siempre se puede afirmar lo contrario.
Claude Fréjaville
(Le Monde libertaire)

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