Han pasado 34 años desde que
a los pueblos de “España” se les impuso este ominoso documento
político-jurídico. Han sido 34 años de dictadura del Estado y el capitalismo,
de destrucción acelerada de la esencia concreta humana, inmoralidad rampante,
aniquilación de la vida convivencial, opresión reduplicada de las mujeres,
imposición de las religiones políticas a la plebe, laminación del saber, el
arte y la cultura, de barbarie, aniquilación del individuo y deshumanización en
suma.
Tras estos 34 años el pueblo
ha sido convertido en populacho y el ser humano en ente subhumano, todo ello
para que el poder del par Estado-capital sea más seguro y más efectivo.
La casi desaparición de lo
humano ha resultado ser el elemento sustantivo de estos 34 años de “democracia”.
Ahora tenemos una sociedad desestructurada, unas multitudes rebajadas al nivel
de lo zoológico, más propias de una granja de la ganadería industrial que de
una sociedad civilizada, y unos individuos triturados por el victimismo, el
egotismo, el hedonismo, la cobardía, la pereza, la debilidad personal, la
pérdida de las facultades pensantes, la codicia y la agresividad hacia sus
iguales.
A las mujeres se les está
destruyendo a través del Ministerio de Igualdad y sus posteriores derivaciones
de la Ley de Violencia de Género, de la androfobia y sobre todo de un
victimismo tan virulento que, al tenerlas por irresponsables, les infantiliza y
desestructura. Se les prohíbe el amor, el sexo heterosexual y la maternidad, se
les ha hecho robots dedicados al trabajo asalariado, y se les ha
sacrificado a los apetitos de codicia y del poder de la patronal, así como a
las exigencias estratégicas del Estado.
Una sociedad en la que los
mayores sólo piensan en el dinero y el consumo y los jóvenes en el alcohol y
las fiestas no tiene futuro: esa es la obra de la Constitución de
1978, construida e impuesta por la izquierda, la derecha y los nacionalismos
burgueses de las naciones oprimidas.
Además, el majadero tinglado
económico montado por los gobiernos del PSOE se ha venido abajo. No podía
mantenerse tanto derroche, corrupción, irresponsabilidad, fanatismo
desarrollista, catetil devoción por la tecnología y ciega veneración por el
dinero. Un orden económico destinado a embrutecer a las masas con el placer, la
pereza, la irresponsabilidad y el consumo se ha ido al garete, dejando la
temible herencia de 6 millones de personas en paro, la pobreza avanzando en
oleadas y un futuro sobremanera negro. Lo que hace verdaderamente trágica la
crisis económica es el desplome de la calidad del sujeto y la destrucción
de la vida colectiva y convivencial.
Quienes apoyaron de la forma
más fanatizada y durante tantos años la vigente Constitución no pueden ahora
pretender cambiar de bando y aparecer como “críticos” y “disidentes”. Los
que hablan de iniciar un nuevo “Proceso Constituyentes” son los que desean
repetir el gran engaño de 1978, cuando al pueblo/pueblos se le impuso, por
medio de la demagogia y la amenaza, la Ley Fundamental que ahora
padecemos. Quienes forman parte de la casta política no pueden aportar
soluciones, ya que ellos son causa principal de los males.
Un proceso constituyente
llevaría a la octava Constitución española. Por necesidad sería tan militarista
como la de 1812, tan criminal como la de 1837, tan repulsiva como la de 1845,
tan demagógica como la de 1869, tan carca como la de 1876, tan policial y
represiva como la de 1931, republicana, y sobre todo, tan dirigida a la
destrucción de la esencia concreta humana como la de 1978, hoy vigente.
Los males sociales y personales
son sin remedio mientras no desaparezca del todo la casta política, no sea el
pueblo quien se autogobierne por medio de asambleas, no se extinga el
capitalismo y se imponga un régimen de autogestión, colectivización y
cooperativismo, no se elimine la sociedad del adoctrinamiento y se abra camino
a la libertad de conciencia, no haya un clamor popular contra la inmoralidad y
un compromiso personal por la rectitud y la ética, no se ponga fin al
victimismo, la irresponsabilidad y la frivolidad.
Lo que necesitamos es
una revolución integral, no un nuevo “proceso constituyente” ni una
“III República” burguesa, con la advertencia de que una república de las
asambleas y el colectivismo no sería la III sino la I.
Una revolución integral es
lo que necesitamos, no una nueva Constitución. El pueblo, y no el Estado, debe
ser lo único existente. El colectivismo con respeto por la propiedad privada no
explotadora, pero no a la gran empresa capitalista, es lo único que nos ha de
permitir vivir como seres humanos, con consumo mínimo de bienes materiales y
uso máximo de los bienes espirituales.
Pero las soluciones
políticas y económicas no son, ni mucho menos, suficientes. Necesitamos
hacernos responsables como individuos, para auto-construirnos como personas.
Basta de culpar en exclusiva a “banqueros” y “políticos” conforme al nuevo
populismo, banal, pueril y del todo inofensivo, ahora de moda. Mientras no
reconozcamos que cada una y cada uno de nosotros somos también culpables, y no
establezcamos la decisión de un cambio en nuestra manera de pensar, sentir y
desear, pero sobre todo, de obrar y vivir, nada tendrá remedio.
Sin autotransformación y
autoconstrucción personal no podemos avanzar. Las soluciones políticas, por sí
mismas, son del todo insuficientes, incluso las mejores. Lo mismo sucede con
las económicas.
La revolución integral
incluye una revolución en el interior de cada una y cada uno. Si no
damos un paso adelante para admitir nuestra responsabilidad y culpa, para
destruir el capitalismo en nuestro interior, que toma la forma de egoísmo e
interés particular, y para destruir al Estado dentro de nosotras y nosotros,
que se presenta como desamor, odio, afán de dominación, egos inflados y
ausencia de espíritu de servir y amar, no hay solución.
La lucha tiene que ser en el
exterior, en la sociedad, y en el interior, dentro de cada una y cada uno. Lo
demás es autoengaño y demencia victimista.
Ninguna Constitución futura,
ningún político profesional, ningún nuevo partido, nada que no sea el propio
esfuerzo, del yo con las y los iguales, puede emanciparnos. La libertad no nos
la regalará nadie, tenemos que merecerla y conquistarla.
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