No, no me he
equivocado en la suma. No quiero hablar de los 40 años de silencio impuesto por
la dictadura franquista; o por lo menos no hablar en exclusiva de esa negra
etapa. Me propongo denunciar también los posteriores 43 años de verdad oficial
patrocinada por los historiadores de izquierdas y los partidos políticos que
muchos de esos intelectuales e investigadores toman como referencia.
Del oscurantismo y la represión que
sucedieron a la victoria de los militares fascistas, la oligarquía nacional y
la cúpula de la Iglesia católica en 1939 nunca se dirá lo suficiente. Es
necesario seguir abriendo archivos y fosas comunes; recuperar la memoria y los
restos de los vencidos, su historia personal y colectiva.
En la segunda etapa, la que va de 1975 a
nuestros días, la cosa es todavía más sorprendente y no menos denunciable.
Construir un relato donde el gobierno de la II República encarna todas las
virtudes y es el depositario único de los valores y realizaciones de todo un
pueblo no deja de ser otra manipulación, no por sutil y disimulada menos
canalla que la de los cronistas del régimen anterior.
Por supuesto que la agresión, el golpe
de Estado, vino de Franco y sus secuaces, eso es incuestionable. Tan
irrebatible como que el gobierno legal y legítimo era el republicano. Y tan
irrefutable como que las potencias europeas y las democracias antifascistas
abandonaron a su suerte al primer país que se enfrentaba al fascismo.
Otra cosa muy distinta es si esa
república, burguesa al fin y al cabo, fue el modelo idílico que ahora se nos
quiere vender, incluso por aquellos partidos que, a la muerte de Franco,
negociaron con sus sucesores para pactar una transición/transacción donde
quedaba aceptada la monarquía como forma de gobierno.
A partir de aquel momento se recupera superficialmente
una versión de la historia donde el gobierno, el ejército y los intelectuales
de la república son protagonistas de una lucha épica contra los sublevados, que
acaba con la derrota y el exilio del bando republicano. Pero decir “republicano”
es una forma de simplificar las cosas y dar por sentado que todas aquellas
gentes que tomaron las armas contra los militares golpistas eran republicanos
convencidos. Por hacer conversos, hasta los milicianos anarquistas que entraron
como avanzadilla en París son transformados en republicanos por ese nuevo
historicismo democrático.
Lo cierto es que en el Frente Popular
-el triunfador en las elecciones del 36- había socialistas, comunistas,
republicanos y otras corrientes. No menos verdad es que la mayor fuerza social
eran los sindicatos obreros, y que los anarcosindicalistas formaban el núcleo
central de la corriente revolucionaria que en la mañana del 19 de julio empujó
al pueblo a tomar las armas en las principales ciudades, derrotando a los
militares rebeldes e iniciando un proceso de cambios profundos que acabaría en
mayo de 1937 con el ataque de las fuerzas republicanas a la Telefónica de
Barcelona, controlada por los trabajadores como la mayoría de la economía de la
zona leal, y la puesta en marcha de medidas gubernamentales para disolver las
colectivizaciones y militarizar las columnas populares.
Para la historia oficial de la izquierda
dichos sucesos fueron medidas necesarias para poner un poco de orden en el
bando republicano y acabar con los experimentos estériles y el desorden propio
de los anarquistas. Tampoco parece que existieron para estos profesionales tan
poco objetivos la matanza de Casas Viejas, la represión contra la revolución de
Asturias, los asesinatos de Andreu Nin, Camilo Bernieri y otros muchos
revolucionarios por parte de la policía política del nuevo régimen ni la
disolución a tiro limpio de las colectividades de Aragón.
El papel de la CNT y del anarquismo en
general se ha procurado ocultar y, como era imposible esconder totalmente las
realizaciones de la clase trabajadora organizada, posteriormente se ha
construido un discurso partidista en el que el gobierno de la república y los
intelectuales con carnet de los partidos de izquierda quedan como los
protagonistas de esa revolución fallida.
Por eso hoy, 83 años después, sigue
pendiente la recuperación de la historia real, de los proyectos levantados en
cada pueblo y en cada fábrica, de las mejoras impulsadas por los trabajadores
en el transporte, la industria, los servicios y la agricultura, de la
revolución experimentada en la cultura, el arte, la enseñanza o la sanidad… de
todo lo que la población trabajadora fue capaz de crear de forma
autogestionaria, al margen -o en clara oposición- a los designios de las
instituciones gubernamentales. De esa revolución, que se estudia en muchas
universidades del resto del mundo, es de lo que tienen que hablar los
historiadores españoles para romper definitivamente con el largo período de
manipulación iniciado por Franco y sus académicos fascistas.
Antonio Pérez Collado
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