El Día de la Hispanidad se convirtió oficialmente en
la fiesta nacional española por la Ley 18/1987 de 7 de octubre, aunque antes
había sido, alineado ideológicamente con los intereses de la España monárquica
y feudal, el día de la Raza. Los motivos de esta Ley aparecen explicados por la
“efeméride histórica” en la que España inició “un período de proyección
lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. Una manera muy
eufemística y enormemente dulcificada de la llamada Conquista de América, que se
inició a finales del siglo XV.
Lo que llamaron los que promovieron esta Ley “un período de proyección lingüística y
cultural más allá de los límites europeos” fue, en realidad, según
innumerables estudios históricos y antropológicos, el mayor genocidio de la
historia de la humanidad, infinitamente mayor que el de la Alemania nazi. Lo
que nos contaron en la escuela con respecto a la llamada “colonización” fue, desde
la perspectiva más amable, una visión deformada de la verdad, una
interpretación sesgada de la historia, en interés de los grupos de poder que,
durante siglos, se han estado enriqueciendo de ello. Dicho en otras palabras,
fue, y es, una gran mentira.
Dicen al respecto Nahuel Moreno y George Novak
(Feudalismo y Capitalismo en la colonización de América, Buenos Aires, 1972,
Ediciones Avanzada) que “Un siglo después de la llegada de las carabelas de
Colón, de los más de setenta millones de indígenas preexistentes sólo quedaban
tres millones y medio de almas. Primero fueron derrotados por la desproporción
de recursos bélicos, la sorpresa y la confusión. Luego fueron privados de su cultura y creencias,
sometidos al trabajo esclavo y a las enfermedades nuevas que les
llevaron los europeos… La casi extinción de la población nativa generó otro
genocidio, el repudiable comercio de seres humanos, al arrancar a millones de
africanos de su tierra ancestral como mano de obra esclava”.
Mientras que en la conciencia colectiva
se ha instaurado durante siglos la idea de la grandeza de una supuesta gesta
nacional, la verdad es, en realidad, muy otra; lo cual nos revela el impacto
del adoctrinamiento cultural, político y social en el inconsciente colectivo.
Sin embargo, en las últimas décadas multitud de voces se han alzado contra la
celebración de este día que representa, objetivamente, el ensalzamiento de dos
genocidios históricos con los que millones de españoles y americanos en
absoluto nos identificamos, y que representa un atentado, no sólo contra la
verdad histórica, sino también contra la memoria del exterminio de muchos
millones de seres humanos.
De hecho, en 1977 una delegación de representantes de
los indígenas norteamericanos solicitó la sustitución del Columbus Day
(equivalente norteamericano del Día de la Hispanidad) por el Día del Indígena,
al amparo de la Conferencia Internacional sobre la Discriminación Contra la
Población indígena, que fue promovida por la ONU. Y a día de hoy son cada vez
más los Estados y ciudades americanos, del norte y del sur, que, como Vermont,
Denver, Phoenix, Costa Rica, Chile, Nicaragua, Venezuela, han pasado a
sustituir esta celebración colonialista por otra mucho más humana y solidaria,
que se suele nombrar como Día de la Resistencia Indígena, en homenaje a los
pueblos y las culturas precolombinos que han resistido, y aun a día de hoy
siguen resistiendo, a la explotación, la marginación, la persecución y el
exterminio.
En España algunos políticos se han negado a participar
en esta fiesta que, en esencia, es
una loa a la obsoleta institución monárquica. Han rechazado la
invitación al besamanos real Pablo Iglesias, Ada Colau y el alcalde de Cádiz,
por ejemplo”. Por descontado, no han sido políticos del PP, tan patriotas
ellos; han sido políticos de izquierdas y “políticamente incorrectos” los que
han apelado a la renovación de la conciencia colectiva, a la verdad histórica y
al reconocimiento de las culturas indígenas masacradas para no asistir a una
celebración que, además, sólo en el desfile militar nos ha costado a los
españoles empobrecidos casi un millón de euros.
Por mi parte, nada que celebrar los 12
de octubre que no sea la resistencia de los pueblos explotados y oprimidos. Y
eso no significa que no me sienta española. Lo soy. Y orgullosa de serlo, de
ser de la España que evoluciona, no de esa España que ora y embiste cuando se
digna a usar la cabeza, como diría Machado. Y nada mejor para celebrarlo que
recordar las palabras sabias del ilustrísimo Eduardo Galeano, quien en su obra
“Las venas abiertas de América Latina” dejó escrito: En 1492 los pueblos nativos descubrieron que
eran indios, que estaban desnudos, que existía el pecado, que debían
obediencia a un rey y a una reina de otro mundo, y a un dios de otro cielo, y
que ese dios había inventado la culpa, y había ordenado que fuera quemado vivo
quien considerara sagrados el sol, la luna, la tierra, y la lluvia que la moja.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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