Portada de un periódico francés de 1892 donde
se habla de la ejecución de los anarquistas.
La desobediencia civil contra una norma injusta es un
objetivo correcto e incluso necesario desde el punto de vista ético.
Henry Thoureau
Hace unos ciento treinta años, una temprana mañana del 14 de junio de 1884,
con la postrera brisa que reciben los que se van rumbo hacia el gran
tránsito, fueron ejecutados a garrote vil en Jerez
de la Frontera siete braceros de la comarca, acusados de haber
cometido graves crímenes en nombre de una sociedad secreta anarquista cuyo
nombre era La Mano Negra. Una severa campaña de intimidación, terror y
represión hacia un colectivo de descamisados y analfabetos que sólo eran
espectadores mudos ante la condena de su propia miseria, acabaría ajusticiando
a estos sin muchas contemplaciones, después de un juicio plagado de inquietantes
pruebas prefabricadas y descaradas manipulaciones.
El gobierno monárquico aprovecharía una serie de asesinatos alimentados por
el hambre solemne de unos jornaleros habituados a una explotación inmisericorde
por parte de una aristocracia de terratenientes, donde una existencia infame
era el único horizonte demoledor e ineludible. El
fatal destino condenaba en aquel tiempo a una vivencia infrahumana a una
ingente mayoría de la clase trabajadora en Andalucía y Extremadura. Este
escarmiento a los desheredados de la tierra lo que buscaba era, esencialmente,
desarticular el pujante movimiento obrero andaluz.
Hacia 1875 un régimen liberal de corte capitalista y burgués se
consolidaba bajo el manto protector de la monarquía de Alfonso XII, lejos de
cualquier devaneo democrático. Derrotado
el carlismo, sólo quedaba embridar al proletariado militante y al
movimiento obrero consciente y organizado, el único que podía amenazar la paz
social. Era en la Cataluña obrera y en la Andalucía jornalera donde los
trabajadores reconstruían sus células de resistencia bajo la influencia del
anarquismo, sometido a constante acoso, pero nunca derrotado. Para escarmentar
al campesinado andaluz, que andaba un poco alterado, se fraguó una conspiración
que chirriaba por su mal tufo y pésima confección, con la participación de
instancias gubernativas, policiales, judiciales y los voceros de la prensa que
no escatimaron esfuerzos para intoxicar adecuadamente al personal. Para ello,
se organizó una supuesta organización subversiva de corte ácrata, llamada
la Mano Negra, a la que se responsabilizó de varios delitos.
La revuelta del hambre
En aquel tiempo, Andalucía se debatía por alcanzar los mínimos
estadios de su desarrollo, en tanto que su
estructura socio-económica estaba constreñida a una demarcación
exclusivamente agraria. Mientras, las dos revoluciones industriales
del siglo XIX pasaban de largo como en la película de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall. En aquel desierto de pobreza no se
veía ninguna venturosa nube en lontananza.
En la década de 1882 a 1892, una serie de conflictos sociales, tales como
los sucesos de La Mano Negra, la masacre de Riotinto de 1888 y el asalto de los
campesinos a Jerez, no sólo conmocionarían a la opinión pública por la oleada
de represión y solidaridad que levantaron, si no que reforzarían el asentamiento y
consolidación de los movimientos sindicales obreros con más arraigo,
como sería el caso de la CNT y la UGT. Mientras el anarquismo catalán
ambicionaba una confederación del trabajo (lo que ocurriría en la segunda
década del siglo XX), el anarquismo andaluz se sumerge en el modelo de
sociedades secretas entre juramentados que se dedican al atentado personal y al
secuestro de terratenientes.
El desastroso invierno de 1882, llenaría las calles de las principales
poblaciones andaluzas de centenares de familias jornaleras, dedicadas a la
mendicidad sin ambages ni alternativas posibles. Los cinco últimos años, el
campo había padecido pésimas cosechas y la pertinaz sequía había rematado la ya
frágil situación. En general, la ausencia de disturbios era la tónica, pero en los primeros meses de 1882 en la zona
de Jerez las cosas se empezaban a poner feas. Entre julio y agosto
proliferaron los asaltos a distintos cortijos para robar víveres. Los sacos de
harina, huevos, gallinas y otros animales de granja desaparecían por arte
de magia, cuando no eran directamente expropiados por la muchedumbre
hambrienta. La alarma cundía entre los propietarios y el gobierno de Sagasta
comenzaba a inquietarse.
La multitud reclamaba pan y trabajo a las puertas de los ayuntamientos
mientras la represión iba in crescendo. Los asaltos a las tahonas se hacían
habituales y los jornaleros enfurecidos armaron algunos alborotos que la
burguesía agraria local y la prensa conservadora se encargarían de amplificar
con hechos manipulados convenientemente. Se
habían cargado las tintas hasta un punto de no retorno. A la ya
implantada presencia de efectivos militares que desde hacía un año venían
patrullando la zona de Cádiz, se habían sumado un centenar de guardias civiles
que se estaban empleando a fondo con detenciones selectivas unas
veces, discrecionales otras.
La vida exige más
comprensión que conocimiento; lamentablemente a aquel gobierno le
faltaban ambos. La situación se les estaba yendo de las manos y en vez de admitir su
incompetencia para solucionarlo por las buenas y dar una justa respuesta a las
carencias de aquellos desarrapados, decidieron quebrar al movimiento campesino
con severos y desproporcionados correctivos. Nada nuevo bajo el sol.
La "época dorada" del anarquismo
La primera revolución de izquierdas en España sería La Gloriosa de 1868,
que alumbraría una Constitución, la de 1869, que llegaría a albergar en
sí misma toda una Ínsula Barataria de elevados propósitos. Esta revolución
crearía expectativas entre los colectivos de trabajadores, pero la reacción
conservadora en España despeñaría los sueños de un gran segmento de la
población que pensaba que la Utopía se podía obtener a precio de saldo.Sólo los grupos anarquistas
sobrevivirían en la clandestinidad dado su perfil de geometría
variable y por la reducida composición de sus células que los hacía poco
vulnerables a la acción policial. El final del sueño republicano tras la
entrada de Pavía en el Congreso provocaría una persecución feroz por parte del
nuevo régimen “restaurador” que dirigió todo su empeño destructor hacia los
grupúsculos anarquistas que a la postre se radicalizarían. La única salida a la
que se impelía a estos colectivos ácratas era pues, la acción directa, que se
tornaría en una forma de terrorismo reactivo ante la falta de canales de
expresión adecuados. Angiolillo,
un anarquista italiano acabaría con la vida de Canovas, que
era la cabeza visible de aquel régimen represor. Comenzaba así la “época dorada
“del anarquismo.
Alineados con la lógica imperante en una sociedad poco habituada a la
reflexión y la autocrítica, la indiferencia ante lo que sustanciaba los hechos
que ocurrían en Andalucía, conducía a una conclusión fácil; aquellos descarriados campesinos sólo
podían ser una cosa: terroristas. Y así fue, que todo el peso
de la ley en manos de serviles togados caería sobre las ya castigadas
espaldas de quienes no podían escapar a la sentencia de una cuna con mal
pronóstico; la de la pobreza.
Algunos crímenes de naturaleza pasional, y otros que tenían carácter de
hurtos o robos, fueron el pretexto para una salvaje represión sobre la clase
obrera local. Centenares de arrestados fueron encarcelados en Cádiz, Jerez y
Sevilla sin garantías procesales dignas de tal nombre. Había
que dar un escarmiento ejemplar a aquellos incipientes y balbuceantes
movimientos sindicales y se le imputaron a una ubicua sociedad
secreta, La Mano Negra, aquellos actos delictivos que no tenían más trasunto
político que la filiación de algunos de los detenidos al sindicato anarquista.
Destacadas personalidades de
la época acusaron a la Guardia Civil de un montaje policial. Al
parecer todas las pruebas que acabarían con los “conjurados” sentados en aquel
artilugio inventado por la Inquisición se centraban en un manuscrito que
jamás se presentaría a las autoridades. El “sensacional” descubrimiento hecho
por la Guardia Civil de unos estatutos de la sociedad, bajo el elocuente título
de Reglamento de la Sociedad de Pobres contra sus ladrones y verdugos,
determinaría la condena a muerte inexorable y sin remisión para estos pobres
desgraciados.
Siete ejecuciones en el garrote vil
En su alegato de veintiún artículos publicados en el periódico madrileño El Día, a partir del 21 de diciembre del año 1882, titulado
genéricamente «El Hambre en Andalucía», el escritor y periodista Leopoldo Alas Clarínhablaba
de los contundentes efectos de las palizas y torturas infligidos
indiscriminadamente a los campesinos como aviso para navegantes. Más humillantes eran todavía los paseos
de las cuerdas de presos por las calles de Jerez, para mayor
escarnio de los detenidos y sus familias.
Tras apelar al Supremo infructuosamente las ejecuciones se llevarían a
cabo el 14 de junio de 1884, con el mismo garrote vil que había acabado con la
vida del cura Merino.
Verdugos venidos de diferentes puntos del estado liquidarían aquel
sueño emancipatorio contra la esclavitud.
Finalmente sólo se llevarían a cabo siete ejecuciones, ya que José León Ortega, uno de los
encausados, sería eximido del garrote al haberse vuelto loco en la cárcel donde
sus guardianes quebrarían su dignidad a base de terribles palizas.
Más de quinientos de aquellos jornaleros fueron deportados a las
colonias. Mientras tanto, muchas
madres ahogarían a sus hijos en las marismas para evitarles un futuro desolador.
Las raíces del odio, a veces son profundas e inescrutables.
Los trágicos sucesos de la llamada Mano Negra acontecidos en las periferias
del año 1883, cuya aparición, finalidad, contexto y proyección siguen siendo
hoy en día todavía un enigma, empujaron a aquellos hombres a acciones
desesperadas. Algunas de las
causas que generaron aquel levantamiento siguen siendo muy actuales. Muchas
cosas han cambiado desde aquel escenario, aunque algunos actores siguen siendo
los mismos.
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