8 de diciembre de 1936. El bombardeo de las tropas franquistas sobre Alcalá
de Henares enardece a los milicianos. Armados, se dirigen a las puertas de la
cárcel. Claman venganza. Quieren abrir las celdas y linchar a los presos del
bando nacional.
Cuando la turba ya ha franqueado la primera puerta, aparece Melchor
Rodríguez, el delegado de prisiones del Gobierno republicano. Subido a una
mesa, evita la entrada en las celdas. Le ponen una pistola en el pecho, le
empujan, le desgarran la camisa. La situación es insostenible. Con ingenio,
lanza un farol a los milicianos. Les dice que ha dado la orden de que armen a
los presos en caso de que se consume el asalto a la cárcel. Las horas pasan. La
multitud se dispersa. Rodríguez consigue que la retaguardia republicana no
colme su sed de sangre y venganza. Había salvado la vida de cientos de presos.
Entre ellos estaban personas tan conocidas como Muñoz Grandes, Raimundo
Fernández Cuesta, el futbolista Ricardo Zamora, el torero Villalta y dos de los
hermanos Luca de Tena. Se lo agradecieron con un avión artesanal en miniatura
decorado con sus firmas.
Alfonso Domingo, periodista y escritor, ha dedicado una década a bucear en
la vida de Melchor Rodríguez. Su investigación quedó plasmada en el libro “El
ángel rojo” (Almuzara, 2009) y ahora está a punto de estrenar un documental. Con
brillo en los ojos y pasando con mimo las manos sobre las fotografías, dice:
“Quijotesco, maravilloso, es una historia de película”. Con él recorremos la
vida de un niño de Triana que se convirtió en anarquista después de intentar
ser torero y que, como delegado de prisiones, evitó la ejecución de miles de
presos en la retaguardia republicana durante la Guerra Civil.
DEL TOREO AL ANARQUISMO
Melchor Rodríguez nació en Sevilla en 1893. Hijo de un maquinista de puerto
y de una cigarrera, quedó huérfano de padre a los diez años. En ese momento,
obligado por la pobre economía familiar, aprendió el oficio de calderero.
Ya adolescente, soñó con ser torero. Vestido de luces, lidió novillos en
muchas plazas de Andalucía. No tomó la alternativa. Una grave cogida en Madrid
–en la plaza de Tetuán de las Victorias– arruinó sus expectativas de
convertirse en matador. Era 1918.
Melchor
Rodríguez. Cedida por Alfonso Domingo.
Instalado en la capital se ganaba la vida como chapista. Su primer
acercamiento al sindicalismo fue su afiliación a UGT. Más tarde, giró a la CNT
y comenzó su lucha por los derechos de los reclusos, una batalla que le
llevaría a prisión muchas veces a lo largo de su vida. “Estuvo en la cárcel en
treinta y cuatro ocasiones y con regímenes distintos: monarquía, república y
franquismo”, cuenta Domingo.
UN DELEGADO DE PRISIONES APUNTADO EN EL PECHO
En noviembre de 1936, fue nombrado Delegado de Prisiones por el ministro de
Justicia anarquista, Juan García Oliver. Eran días de “paseos”, de checas y de
tiros en la nuca. Una de sus primeras medidas fue prohibir sacar a los presos
de las cárceles entre las seis de la tarde y las seis de la mañana.
Además, cuenta Domingo, exigía un documento que él tenía que firmar para
que trasladaran a los reclusos de un sitio a otro: “Se evitaron muchos
asesinatos. También impidió muchos traslados a Paracuellos. Incluso se jugó la
vida deteniendo convoys alegando que él mismo aplicaría la sentencia de los
presos, para luego volver a conducirlos a prisión y salvarles la vida”.
Esta actitud –que le granjeó el mote de ángel rojo– le enemistó con los
comunistas que controlaban la Junta de Defensa de Madrid, entre ellos Santiago
Carrillo. Existen testigos, cuenta Domingo, que aseguran que tuvieron que
separarles para que no llegaran a las manos.
A Melchor Rodríguez intentaron matarlo muchas veces. Más de un día entraron
en su despacho para ponerle una pistola en el pecho. Pero el atentado más
flagrante ocurrió en Valencia: “Les acribillaron a balazos cuando iban en el
coche, pero no murió ni él ni ninguno de los que le acompañaban. Fue un
milagro”, relata Domingo.
SIN SER CREYENTE, SE JUGÓ LA VIDA POR UN CRUCIFIJO
En marzo de 1937, Melchor Rodríguez fue destituido de su cargo y pasó a ser
concejal y responsable de los cementerios de Madrid. Su amigo Serafín Álvarez
Quintero pidió que se le enterrara con un crucifijo, lo que por aquel entonces
era casi imposible.
Aquel día, Melchor apareció con una cruz de madera. Cuando percibió la
reticencia de los anarquistas y de las autoridades presentes en el funeral,
lanzó un farol, al igual que hizo aquel 8 de diciembre en la prisión de Alcalá
de Henares: “Llevo aquí un permiso”, dijo tocándose el abrigo. En su bolsillo,
revela Domingo, no había nada.
SU CASA: UN REFUGIO PARA LOS REPRESALIADOS
Melchor Rodríguez se apoderó de dos casas durante la guerra. Sus
propietarios, al término del conflicto, aseguraron que las encontraron igual
que las habían dejado. En ellas alojaba a curas, homosexuales, monjas…
“¡Incluso a un modisto de la reina!”, recuerda Domingo.
Melchor Rodríguez se quedó en Madrid hasta la entrada de las tropas
franquistas. Fue nombrado alcalde por las autoridades que todavía no se habían
exiliado. “Fue él quien entregó Madrid a Alcocer, el primer alcalde franquista
de la ciudad”, explica el biógrafo.
LA DEUDA DE MUÑOZ GRANDES
A pesar de sus labores humanitarias, fue apresado y sometido a juicio
militar en dos ocasiones. “En la primera quedó absuelto, pero la fiscalía
recurrió y volvió a ser juzgado. Ahí fue cuando intervino Muñoz Grandes”,
cuenta Domingo.
Cuando iba a decretarse la pena de muerte para Melchor Rodríguez, intervino
el general Muñoz Grandes con una lista de 2.500 firmas, todas ellas
pertenecientes a personas del bando nacional que fueron salvadas por el alcalde
republicano.
El propio Muñoz Grandes fue ayudado por Melchor en Alcalá de Henares, pero
también en otra ocasión: “Cuando estaba preso en la cárcel de La Modelo, hubo
un incendio y un asalto. En ese momento intervino Melchor y eso salvó la vida a
Muñoz Grandes, que luego se lo agradeció de esta manera”.
DE SU PUÑO Y LETRA
Melchor Rodríguez fue condenado a veinte años de cárcel, de los que cumplió
cinco. Murió en 1972. Rechazó las ayudas de los miembros del régimen a los que
un día ayudó. En su funeral concurrieron cargos del franquismo y anarquistas,
lo que no había sucedido hasta aquel momento.
“Se le enterró con una bandera anarquista y, por fuera, se colocó un
crucifijo en el ataúd. Así lo pidió su familia, aunque él nunca fue religioso.
Era un santo laico”, sonríe Domingo.
Han pasado cuarenta y cuatro años de su muerte. El pleno ha aprobado por
unanimidad otorgarle una de las nuevas calles. Melchor Rodríguez amó la
libertad y lo dejó escrito para la Historia: “Anarquía significa amor, poesía,
igualdad, fraternidad, sentimiento, LIBERTAD, cultura, arte, armonía… La razón,
suprema guía; la ciencia, excelsa verdad, vida, nobleza, bondad, satisfacción y
alegría”.
Videos: Melchor Rodríguez: el Ángel Rojo
https://www.youtube.com/watch?v=m-sj9i9Gj_8
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