Antes
que nada confieso que me tragué casi a pies juntillas la versión oficial cuando
apresaron a Jaime Jiménez Arbe, alias “El Solitario”, bautizado así por un
periodista de la prensa “seria”. Como siempre el montaje policial estaba muy
bien planificado, más retorcido que la raíz de un olivo centenario, como sólo
las mentes de quienes nos manipulan puedan llegar a serlo. Jaime aparecía como
un asesino despiadado que acabó con la vida de dos picoletos y que si
continuaba suelto podría seguir matando. El enemigo público Nº1, desde el Lute
no se conocía nada comparable. Robaba bancos con una facilidad pasmosa, él
solo, y después escapaba sin dejar rastro, la policía estaba que trinaba, Jaime
demostraba a ojos vista lo que ya todos sabemos, que la madera es estúpida.
En una
de las ocasiones que lo vi en el telediario, pudo gritar algo antes de que lo
encerraran el el furgón policial, gritó ¡soy el solitario! y después algo que
llamó mi atención ¡viva la anarquía! Los perros de prensa se apresuraron
rápidamente a manipular la verdad, antes de que estas palabras calaran y
alguien se preguntara quien era realmente Jaime Jiménez Arbe, lo descalificaron
tachándolo de zumbado, que decía esas cosas sólo para llamar la atención, que
era una pose típica de los atracadores (cuando al menos yo es la primera vez
que oigo decir eso a un delincuente común que se dedique a atracar bancos) que
era un ser vanidoso que buscaba la polémica para darse notoriedad y aparecer
ante los medios como un mártir de la causa anarquista, debo confesar que me
tragué todas estas descalificaciones prácticamente a pies juntillas, la censura
funcionó a la perfección y sólo se conocía una sola versión de los hechos, la
oficial, o lo que es lo mismo, la que dictaron los maderos. Por supuesto que a
nadie se le ocurrió comentar el hecho de que Jaime donaba parte del botín a
organizaciones anarquistas como la Cruz Negra Internacional, para ayuda de
presos o víctimas del estado.
Existen
muchas posibilidades de que todas estas acusaciones (incluidos los asesinatos
de los picolos) sean falsas, según Jaime y su propio abogado. Los maderos le
tenían ganas por haberlos dejado en ridículo repetidas veces, además era un
anarquista, los mayores enemigos de los que protegen al estado o viven de él.
Así que no bastaba con encerrarlo 40 años, su persona debería ser denostada, se
le debería rebajar hasta la condición de mísero asesino y ladrón sin más
motivación para cometer esos crímenes que el placer de perpetrarlos junto al
móvil monetario, sus principios morales y convicciones políticas deberían ser
absolutamente acalladas, en la medida de lo posible se tenía que evitar hablar
de la orientación política de Jaime, su condición de anarquista, condición
arraigada en su ser desde la cuna, su padres y abuelos fueron víctimas de la
represión franquista, tenía sobrados motivos para odiar a este sistema heredado
de Franco y pegarles donde más les duele, en su puto dinero.
Cuando
me dispuse a leer este libro, – que por cierto está muy bien escrito, al menos
para mi gusto – lo haría cargado con una pesada mochila llena de prejuicios,
puesto que también había escuchado a los perros de prensa ladrar los argumentos
espúreos que les dictan sus amos y que descalificaban o rebatían lo dicho en el
libro. Pero ¡oh! sorpresa, me encuentro con que el prólogo del libro corre a
cargo nada más y nada menos que de Lucio Urtubia, uno de los más insignes
anarquistas nacido en Iberia, uno de los seres más generosos y solidarios que
ha dado este país de paletos, mangantes y envidiosos, alguien cuya credibilidad
está fuera de toda duda y a quien tuve la suerte de conocer en persona hace
unos meses en Sevilla durante una manifestación, aunque no pude beber mucho de
una fuente tan limpia como lo son sus palabras llenas de sabiduría y
conocimiento, estaba muy ocupado, todo el mundo quería hablar con él y yo no
quería molestarlo en demasía con la veneración que siento hacia su persona y
que no podía disimular, de haber podido le habría escuchado durante horas,
aunque se que su modestia y sencillez le hacen sentir incómodo ante tanta baba,
je. Una vez leido el libro escrito por Jaime y conocer su versión de los
hechos, la historia de su vida, su manera de contar las cosas y todo ello con
el aval que le da a sus palabras el prólogo de Lucio, sólo me queda decir lo
mismo que Lucio, Jaime, ojalá salgas pronto de prisión, quien roba a un ladrón
tiene cien años de perdón. A continuación os dejo el prólogo escrito por Lucio
y el enlace para descargar el libro, que lo disfrutéis con salud y anarquía.
Todos los bancos son bancos de
sangre (anónimo)
Lucio
Urtubia
Los ladrones son ellos
En el
mes de septiembre de 2008, mi amigo y editor Josemari Esparza me preguntó:
«Lucio: ¿conoces a El Solitario?». Yo creí que me preguntaba por el juego de
cartas del mismo nombre y le contesté que no: «El único juego que conozco un
poco y me gusta es el mus». «¡No hombre! –me dijo– te pregunto por El Solitario
que está preso en Portugal, que asaltaba bancos y le acusan de haber matado a
dos guardias civiles en Castejón». Le contesté que en la prensa había leído alguna
vez la historia y una vez estando en Cascante leí un poco sobre el juicio que
le hicieron en Tudela y Pamplona, pero sin demasiado interés. Eso sí, me chocó
la expectación de gente y prensa en los alrededores de esos tribunales. Parecía
un encierro.
Mi amigo
editor me explicó que se escribía con El Solitario (entonces yo no sabía que
ese era un nombre policial y que para los amigos es Jaime) y que se había
decidido a editar sus memorias con Txalaparta por el tipo de editorial que era
y, entre otras cosas, porque editaba libros como el del anarquista Lucio
Urtubia. Me pidieron prologar su libro y dije que sí gustoso, a pesar de que
apenas lo conocía. Simplemente sabía que robaba a los bancos y para mí el que
roba a los ladrones ya tiene todos los perdones. Comencé a escribirme con él:
yo le preguntaba por la situación en las cárceles, ese horroroso invento humano
que no debería existir, y él me pidió que le contara cosas de mi amigo y
compañero Quico Sabaté, con el cual viví y compartí con él lo que tenía y recibí
de él lo que soy. Y eso voy a hacer en este prólogo.
Hay
mucha gente que envidia sanamente mi humilde pero riquísima suerte de haber
compartido aquellos tiempos con Quico, todo cuanto viví y me transmitió, la
semilla que germinó en mí y en cuantos le conocieron. Un animal para la
clandestinidad, olía a la Policía, a la Guardia Civil, a la Gendarmería, pero
también tenía fino olfato para conocer a las personas, para alejarse de los
habladores y falsos revolucionarios. Desde muy joven practicó la expropiación y
empezó a robar para ayudar, trabajando y militando en la cnt desde muy
jovencito, todo ello desde una familia numerosa de trabajadores. Por él supe de
los compañeros que habían emigrado a América, de las huelgas en que había
participado en Barcelona, de la guerra de Ma rruecos… Cuando hoy día oigo
hablar de inteligencia me acuerdo de la suya, natural, práctica. Quico estaba
considerado por los verdaderos criminales como un criminal y también como un
analfabeto. Pero demostró ser inteligentísimo.
Vivió
años intensos, aunque muriera joven, y si lo tenemos tan presente es porque
llevó a cabo cientos de acciones y casi todas le salieron bien. No haremos un
dios del Quico, pero hay que reconocer que tuvo mucha vida y mucha suerte.
Siempre estuvo solo y siempre acompañado. Quico tuvo treinta años de
subversión, de práctica revolucionaria, pero los veinte últimos fueron
increíbles: hacía sus míticas expropiaciones, estudiaba para ellas, trabajaba
intensamente, vivía intensamente.
Sin ser
intelectual, él preparaba sus octavillas, su periódico y su propaganda, sus
pases de frontera, a pie, llevando el material a hombros. Yo le decía: «Nano,
si vamos a Barcelona, cruzaremos la muga por Valcarlos, por Navarra podemos
pasar más fácilmente que por Cataluña. Navarra es mi provincia, conozco la
frontera y en 24 horas podemos presentarnos en Barcelona. Además, tú no
deberías ir. Somos nosotros los que no estamos quemados, ni somos conocidos
como tú. Podemos ir sin problemas, preparar pisos, escondites, garajes, gente».
La respuesta de Quico era: «Nano, cuando llamo en una casa en Cataluña y hablo
en catalán, las puertas se me abren de par en par». Quico, que era
internacionalista, era un catalán que quería y amaba a su país y jamás aceptó
pasar la frontera por ningún lugar que no fuese Cataluña, la tierra que conocía
y lo había criado.
En las
expropiaciones, actuaba con la cara descubierta. Era tan conocido que con decir
«soy el Quico», todos los empleados del banco le ayudaban a recuperar el dinero
para que se fuese lo antes posible, unos por simpatía y los otros por temor.
Les decía: «No somos gánsteres, somos trabajadores antifranquistas que luchamos
por la libertad, contra Franco y contra el fascismo. No robamos». Rechazaba la
violencia y sólo se servía de ella cuando no tenía más remedio, para protegerse.
De los bancos salía bien pero en algunos casos tuvo que emplear la violencia
para poder salvarse.
Lo que
recaudaba pasaba a su trabajo revolucionario: compraba todo lo necesario para
hacer su propaganda, pagar las imprentas, ayudar a las familias de los presos,
abogados, pisos alquilados, viajes… todo era para el trabajo clandestino y
Quico enviaba el valor de su paga a su mujer. Él decía que si trabajara en una
fábrica, llevaría a casa un salario y eso era lo que hacía. Éramos riquísimos
aunque nada teníamos. Era un ser honrado que luchaba porque creía en sus ideas,
ideas que hoy más que ayer son necesa rias. Si su ideal hubiera sido tener una
gran casa, Quico hubiera tenido cien casas.
El
movimiento libertario en el exilio estaba en Toulouse. Allí vivíanlas grandes
figuras del anarquismo español. Quico era más joven que los grandes
responsables de la CNT y no se ponía de acuerdo con ellos. Uno no dispone de
las mismas energías a los treinta años que a los cincuenta. Hacía muchos años
que el movimiento libertario era una pura sangría. Los comités, grupos,
organizaciones, imprentas… Todo caía en las manos enemigas. Fusilamientos,
miles de años de cárcel… Todo era un fracaso. El enemigo era superior y
desorganizaba todo. Quico y su hermano José conocían los fallos y no se
entendían con la organización ni con sus responsables. Por eso Quico empezó a
trabajar por su cuenta, podemos decirlo así, pues había perdido la confianza en
la organización.
Luego,
todo lo que ocurre en Cataluña se le atribuye al Quico: expropiaciones,
arreglos de cuentas a fascistas, imprentas clandestinas… Quico consigue una
infraestructura importante, ganada a pulso con su prestigio, coraje y
generosidad. No quiere decir que fueran ángeles, pero casi, comparado con los
políticos corruptos de la actualidad. Quico no esperó a que el sectarismo o la
burocracia política o sindical le autorizaran lo que tenía que hacer. Era
adulto, un libertario, un ser responsable que sabía que un revolucionario tiene
que ser humilde, pero tiene que pasar a la acción. Que de nada sirven las ideas
y las palabras si no se es coherente. Y Quico lo fue hasta el final. Y esto es,
muy resumido, lo que te puedo decir de Quico Sabaté, amigo Jaime. No te
conozco, salvo por este libro que acabas de escribir en unas condiciones tan
adversas.
Yo
creo, Quico me lo enseñó, en lo que uno es, y uno es lo que es por lo que hace
y no por lo que dice. No creo ni acepto las cárceles, como no creo en el
Estado. Tampoco creo en su Justicia ni en sus juicios apañados. Mucho menos
creo en los Bancos, pero también sé por mi vida y experiencia que nadie tiene
una solución exacta para arreglar las injusticias del mundo. Por eso debemos
escuchar con sensibilidad y tratar con respeto a todos aquellos que luchan, que
actúan con buena intención, que se enfrentan al sistema y que, en muchos casos,
acaban en la cárcel.
Tú has
expropiado bancos en solitario; yo acompañé a Quico y falsifiqué moneda; mi
mujer Anne es médico responsable de la acción humanitaria en Haití y en un
pueblo navarro: Valcarlos-Luzaide; los jóvenes vascos ocupan casas abandonadas
en el campo para autogestionarlas. Todo puede servir en algún momento si todas
las acciones están sustentadas en los principios de la libertad, la
generosidad, la justicia y la solidaridad entre las personas y los pueblos. Los
delincuentes, los malhechores, los que hacen las guerras y los pobres, los que
roban, son otros. Son ellos. Ojalá te vea pronto en libertad.
Lucio Urtubia
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