Aquella madrugada murieron 14 campesinos, un guardia
de asalto y dos guardias civiles. La matanza de un puñado de humildes campesinos
que soñaban con implantar un comunismo utópico hería de muerte al Gobierno de
Azaña.
Todo había empezado el 8 de
enero en Barcelona . Se había previsto una insurrección anarquista en toda España que debía empezar por
los ferroviarios y seguir en el campo. En Casas Viejas, los anarquistas estaban
excitados, los acontecimientos se desarrollaron tres días después. En el
municipio, 42 propietarios de los 612 que tenía el municipio en 1933 (o sea, el
6,83%) poseían el 66,12% de la riqueza imponible total. El pueblo pasaba hambre. La
mitad de ellos vivía en chozas, de una dependencia
donde la familia dormía junta, sobre lechos de paja. Sólo en la época de recolecta
había jornal para la mayoría, el resto del año la supervivencia era difícil.
Los anarquistas decidieron que había
llegado el momento de ‘su’ revolución, y en la noche del 10 de enero pasaron a la acción. El
caciquismo debía llegar a su fin.
El pueblo soñaba con implantar sus derechos, proclamaron el comunismo libertario
y pasaron a la acción: ‘Había en Casas Viejas un anarquista de prestigio’
–explicó el legendario anarquista Joan Ferrer a Baltasar Porcel en su libro La
revuelta permanente– al que llamaban Seisdedos,
que se pone al frente de la situación. Dice: "Ha llegado la hora" y,
rodeado de su familia, se lanza a la calle. Le siguen todos los campesinos
influidos por la CNT y el acratismo. Van con sus escopetas de cazar conejos,
las balas de papel (...) La Guardia Civil es escasa y se ha parapetado en la casa-cuartel.
Pero desde Madrid, Cádiz y otros sitios se reúnen compañías de fuerzas de
asalto, que se presentan en Casas Viejas".
Pero…
¿quién disparó primero? Nadie sabe decirlo. El caso es que, en el primer
tiroteo, caen heridos dos agentes del orden. Ambos fallecerían posteriormente.
Las autoridades se alarman. Sofocada
la sublevación en el resto de España, los insurrectos de Casas Viejas pueden convertirse en un foco desde el que la
revuelta se extienda de
nuevo. Manuel Azaña, presidente del Gobierno, se ve obligado a restablecer el
orden y envía al ejército.
Así el 13 de enero, la Guardia Civil y
la Guardia de Asalto al mando del capitán Rojas, atacan con fusiles y bombas de
mano, infructuosamente, una choza donde se han refugiado tres hombres, dos
mujeres y un chico, a los que se acusa de haber asaltado, con otros, el cuartel
de la Guardia Civil. La orden era terminante y el capitán no duda en acatarla: ni prisioneros ni heridos. Finalmente,
un algodón impregnado en alcohol logra prenderle fuego: solo una mujer y un
niño pueden huir por un ventanuco, el resto mueren tiroteados o carbonizados.
Era la cabaña de Seisdedos, el admirado anarquista, un anciano
de 94 años, encorvado por la artrosis, casi ciego pero con grandes dotes de
mando. Una de las mujeres es su nieta, una joven de tan solo dieciséis años,
analfabeta. Ambos pasaran a la historia convertidos en leyenda. María Silva,
‘La libertaria’, sería fusilada tres años después, ajena a los hechos que la
condenaban.
Todos aquellos conciudadanos acusados
de su supuesta participación en la rebelión son fusilados indiscriminadamente.
Una investigación parlamentaria
esclarecería los hechos. El capitán Rojas, que había atribuido a Azaña la orden de ‘tiros a la barriga’, sería juzgado. Pero la insidia
cuajaría. Condenado a veinte años de prisión, liberado por el Movimiento,
participaría en las tareas de represión de Granada donde se le vincularía con
la ejecución de García Lorca.
La sociedad clamaba justicia y dio
crédito a las insidias sobre Azaña. El presidente, incapaz de superar el golpe,
se vería obligado a dimitir el 8 de noviembre de ese mismo año.
Recomiendo el libro “Casas Viejas” del historiador José Luis Gutiérrez Molina
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