sábado, 9 de enero de 2016

Matanza en Casas Viejas: el fracaso de una utopía




Aquella madrugada murieron 14 campesinos, un guardia de asalto y dos guardias civiles. La matanza de un puñado de humildes campesinos que soñaban con implantar un comunismo utópico hería de muerte al Gobierno de Azaña.

Todo había empezado el 8 de enero en Barcelona . Se había previsto una insurrección anarquista en toda España que debía empezar por los ferroviarios y seguir en el campo. En Casas Viejas, los anarquistas estaban excitados, los acontecimientos se desarrollaron tres días después. En el municipio, 42 propietarios de los 612 que tenía el municipio en 1933 (o sea, el 6,83%) poseían el 66,12% de la riqueza imponible total. El pueblo pasaba hambre. La mitad de ellos vivía en chozas, de una dependencia donde la familia dormía junta, sobre lechos de paja. Sólo en la época de recolecta había jornal para la mayoría, el resto del año la supervivencia era difícil.
Los anarquistas decidieron que había llegado el momento de ‘su’ revolución, y en la noche del 10 de enero pasaron a la acción. El caciquismo debía llegar a su fin. El pueblo soñaba con implantar sus derechos, proclamaron el comunismo libertario y pasaron a la acción: ‘Había en Casas Viejas un anarquista de prestigio’ –explicó el legendario anarquista Joan Ferrer a Baltasar Porcel en su libro La revuelta permanente– al que llamaban Seisdedos, que se pone al frente de la situación. Dice: "Ha llegado la hora" y, rodeado de su familia, se lanza a la calle. Le siguen todos los campesinos influidos por la CNT y el acratismo. Van con sus escopetas de cazar conejos, las balas de papel (...) La Guardia Civil es escasa y se ha parapetado en la casa-cuartel. Pero desde Madrid, Cádiz y otros sitios se reúnen compañías de fuerzas de asalto, que se presentan en Casas Viejas".
Pero… ¿quién disparó primero? Nadie sabe decirlo. El caso es que, en el primer tiroteo, caen heridos dos agentes del orden. Ambos fallecerían posteriormente.
Las autoridades se alarman. Sofocada la sublevación en el resto de España, los insurrectos de Casas Viejas pueden convertirse en un foco desde el que la revuelta se extienda de nuevo. Manuel Azaña, presidente del Gobierno, se ve obligado a restablecer el orden y envía al ejército.
Así el 13 de enero, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto al mando del capitán Rojas, atacan con fusiles y bombas de mano, infructuosamente, una choza donde se han refugiado tres hombres, dos mujeres y un chico, a los que se acusa de haber asaltado, con otros, el cuartel de la Guardia Civil. La orden era terminante y el capitán no duda en acatarla: ni prisioneros ni heridos. Finalmente, un algodón impregnado en alcohol logra prenderle fuego: solo una mujer y un niño pueden huir por un ventanuco, el resto mueren tiroteados o carbonizados. Era la cabaña de Seisdedos, el admirado anarquista, un anciano de 94 años, encorvado por la artrosis, casi ciego pero con grandes dotes de mando. Una de las mujeres es su nieta, una joven de tan solo dieciséis años, analfabeta. Ambos pasaran a la historia convertidos en leyenda. María Silva, ‘La libertaria’, sería fusilada tres años después, ajena a los hechos que la condenaban.
Todos aquellos conciudadanos acusados de su supuesta participación en la rebelión son fusilados indiscriminadamente.
Una investigación parlamentaria esclarecería los hechos. El capitán Rojas, que había atribuido a Azaña la orden de ‘tiros a la barriga’, sería juzgado. Pero la insidia cuajaría. Condenado a veinte años de prisión, liberado por el Movimiento, participaría en las tareas de represión de Granada donde se le vincularía con la ejecución de García Lorca.
La sociedad clamaba justicia y dio crédito a las insidias sobre Azaña. El presidente, incapaz de superar el golpe, se vería obligado a dimitir el 8 de noviembre de ese mismo año.






Recomiendo el libro “Casas Viejas”  del historiador José Luis Gutiérrez Molina 


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