Foto: Los Mártires de Chicago – (De izquierda a
derecha) George Engel, Samuel Fielden, Adolph Fischer, Louis Lingg, Michael
Schwab, Albert Parsons, Oscar Neebey August Spies.
Hace 129 años se consumaba un crimen judicial se condenaba a la horca a
varios dirigentes anarquistas por sus ideas políticas
El fraudulento
proceso judicial llevado a cabo en Chicago tendía a escarmentar al movimiento
obrero norteamericano y desalentar el creciente movimiento de masas que pugnaba
por la reivindicación de la jornada de ocho horas de trabajo.
Aquellos
trágicos hechos ocurridos en Chicago en 1886 -la huelga del 1º de Mayo, la
protesta sindicalista y el proceso judicial a los dirigentes y militantes
anarquistas- serían tenidos muy en cuenta, años después, por el movimiento
obrero internacional que, justamente, adoptó como el Día de los Trabajadores,
el 1º de Mayo.
Pero el
escarmiento no sólo abarcaba al sindicalismo. Debe tenerse en cuenta que de los
ocho dirigentes anarquistas, sólo dos eran norteamericanos y el resto se
trataba de inmigrantes extranjeros.
Sus nombres fueron: Michael Schwab, Louis Lingg, Adolph Fischer, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe y George Engel.
En Boston y en
algunas otras ciudades norteamericanas de la época había una fuerte corriente
contra los trabajadores extranjeros que reclamaban por sus derechos laborales y
sociales junto a sus hermanos norteamericanos.
La guerra de
Secesión había interrumpido el crecimiento de las organizaciones sindicales,
cuyo punto de partida data de 1829, con un movimiento que solicitó la
implantación de la jornada de ocho horas de trabajo, en el estado de Nueva
York.
Pero a partir
de los años ochenta, se fue acrecentando la actividad gremial en la cual
socialistas, anarquistas y sindicalistas, cumplieron un rol destacado en cuanto
a su labor propagandística y política.
Mauricio
Dommanget en su ‘Historia del Primero de Mayo’, al referirse a los trabajadores
de Chicago, afirma: ‘Muchos trabajaban aún catorce o diez y seis horas diarias,
partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaba a las 7 u 8 de la noche, o
incluso más tarde, de manera que jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz
del día. Unos se acostaban en corredores y desvanes, otros en chozas donde se
hacinaban tres y cuatro familias. Muchos no tenían alojamiento, se les veía
juntar restos de legumbres en los recipientes de desperdicios, o comprar al
carnicero algunos céntimos de recortes’.
La central
obrera norteamericana de entonces, la Federación de Gremios y Uniones
Organizados de Estados Unidos y Canadá, años después transformada en la
Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), había proclamado en su cuarto
congreso de 1884, que la duración legal de la jornada de trabajo, a partir del
1º de Mayo de 1886, sería de ocho horas de duración. Ese 1º de Mayo se había constituido
en una fecha clave tanto para los trabajadores como para los capitanes de la
industria.
La huelga del
1º de mayo de 1886
La prensa
norteamericana, principalmente el ‘Chicago Mail’, el ‘New York Times’, el
‘Philadelphia Telegram’ y el ‘Indianapolis Journal’ habían advertido por esos
días el ‘peligro’ de la implantación de la jornada de 8 horas ‘sugerida -decía
el ‘Chicago Mail’- por los más locos socialistas o anarquistas’.
La huelga del
1º de Mayo de 1886 fue masiva en todos los Estados Unidos. Algunos sectores
industriales admitieron la jornada de ocho horas, pero la mayoría fue
intransigente a aceptar ese reclamo. En Milwaukee la represión policial produjo
nueve muertos obreros y hubo enfrentamientos violentos en Filadelfia,
Louisville, St. Louis, Baltimore y principalmente en Chicago.
En esta última
ciudad actuaban, además de las fuerzas policiales y antimotines, una suerte de
policía privada al servicio de los industriales y empresarios: la compañía
Pinkerton.
En tanto el 1º
de mayo había transcurrido sin ninguna violencia, fue dos días después, cuando
los sindicatos de la madera convocaron a una reunión, que los ‘rompehuelgas’ de
la Pinkerton atacaron a los trabajadores. Intervino la policía y el fuego de
las armas produjo seis muertos y medio centenar de heridos, todos entre los
trabajadores.
Así fue que los
anarquistas llamaron, para el 4 de mayo, a una concentración en el Haymarket
Square, acto público que contaba con autorización de las autoridades. Al
finalizar la reunión y cuando se desconcentraban los trabajadores, el capitán
Ward avanzó sobre los grupos obreros en actitud amenazante.
Alguien lanzó
entonces una bomba contra efectivos policiales y abatió a uno de los policías,
hiriendo a otros varios. Entonces, las fuerzas policiales abrieron nutrido
fuego contra los trabajadores matando a varios y causando 200 heridos.
Ese hecho de
violencia permitió a las autoridades judiciales, instigadas por varios
políticos y diarios -principalmente el ‘Chicago Herald’ -a detener y procesar a
la plana mayor del movimiento sindical anarquista.
Así fueron
arrestados el inglés Fielden, los alemanes Spies, Schwab, Engel, Fischer y
Lingg y los norteamericanos Neebe y Parsons.
Comenzaba el
Proceso de Chicago, una burla a la justicia y un verdadero fraude procesal como
demostró pocos años después el gobernador del estado de Illinois, John Peter
Atlgeld.
‘Razón de
Estado’
Es evidente que
el Proceso de Chicago contra los ocho sindicalistas anarquistas produjo una
sentencia dónde primó el principio de la ‘razón de Estado’ y que no se buscaron
pruebas legales ni se tuvo en cuenta la normativa jurídica de la época. Se
quiso juzgar a las ideas anarquistas en la cabeza de sus dirigentes, y en ellos
escarmentar al movimiento sindical norteamericano en su conjunto.
Para ello
fueron amañados testigos, se dejaron de lado las normas procesales, y los
miembros del jurado -como se demostró pocos años después- fueron seleccionados
fraudulentamente. Entre otras anomalías procesales, la primera fue que se los
juzgó colectivamente, y no en forma individual, como disponía la legislación
penal. Se trataba de un juicio político, y la causa no era la violencia
desatada el 4 de mayo de 1886, sino las ideas anarquistas, por un lado, y la
necesidad de impedir el avance de la organización gremial que había paralizado
a los Estados Unidos el 1º de mayo del mismo año, por el reclamo de la jornada
laboral de ocho horas.
El gobernador
Altgeld, años después, explicaría al pueblo norteamericano que el juez
interviniente en el Proceso de Chicago actuó ‘con maligna ferocidad y forzó a
los ocho hombres a aceptar un proceso en común; cada vez que iban a ser
sometidos a un interrogatorio los testigos suministrados por el Estado, el juez
Gary obligó a la defensa a limitarse a los puntos específicamente mencionados
por la fiscalía pública’ en tanto que ‘en el interrogatorio de los testigos de
los acusados, permitió que el fiscal se perdiera en toda clase de vericuetos
políticos y leguleyerías extrañas al asunto motivo del proceso’.
‘Ahorcadles y
salvareis a nuestra sociedad’
El fiscal
Grinnel, en su alegato, proclamó: ‘Señores del jurado: ¿declarad culpables a
estos hombres, haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras
instituciones, a nuestra sociedad!’.
El 28 de agosto
de 1886 el jurado, especialmente elegido para aniquilar a los acusados, dictó
su veredicto especificando que siete de los imputados -Parsons, Spies, Fielden,
Schwab, Fischer, Lingg y Engel- debían ser ahorcados, y el octavo, Neebe,
condenado a 15 años de prisión.
Antes que el
crimen judicial se consumara, se cometió otro previo, el misterioso suicidio de
uno de los condenados: Louis Lingg, quien con la colilla de un cigarrillo
habría prendido la mecha de un cartucho de dinamita. En realidad, como afirman
los historiadores actuales, se trató de representar ante el gran público otra
demostración de que los anarquistas morían en su propia ley, las ‘bombas’. Hoy
se coincide en que Lingg fue asesinado.
Spies, Fischer,
Engel y Parsons subieron al patíbulo el 11 de noviembre, y fueron ahorcados
ante el periodismo, las autoridades judiciales, la policía y el público allí
reunido.
El escándalo
fue tan grande que a Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la
de prisión perpetua. La movilización de las fuerzas sindicalistas y la
actuación de políticos como John Peter Atlgeld, hizo que el 26 de julio de 1893
se les otorgar el ‘perdón absoluto’ a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael
Schwab.
De todas
maneras, estos tres anarquistas tuvieron mucha más suerte que otros dos
ajusticiados cuarenta años después: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, en otro
proceso igualmente fraudulento. Pero la reivindicación de los mártires de
Chicago fue realizada pocos años después de la muerte de cuatro de ellos y de
la liberación de los tres restantes.
Video de Los Mártires de Chicago
“Los pueblos
que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo”.
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