jueves, 1 de agosto de 2013

Queipo de Llano y la Brigadilla de Ejecuciones






Queipo de Llano y el auditor Bohórquez a la salida de la Macarena
José María García Márquez 
Investigador e historiador 
Les voy a contar una pequeña historia. Tras la violenta ocupación de la ciudad de Sevilla en julio de 1936, el ex general Queipo de Llano se encontró con un problema importante, cual era organizar la represión de sus adversarios y que resolvió con el nombramiento de un capitán llamado Manuel Díaz Criado como delegado de Orden de Público para Andalucía Occidental y Extremadura. Este individuo ya tenía un glorioso historial conspirativo y delictivo desde la proclamación de la República y, sin lugar a dudas, reunía un brillante perfil para el puesto. Sin pérdida de tiempo, se fue a tomar posesión de su cargo y poner a la policía a sus órdenes, a la par que reunía a su alrededor un equipo de fieles seguidores compuesto con lo más granado de lo que más adelante se llamaría “justicia de la Nueva España”. Pero he aquí que el pobre hombre tropezó a su vez con un nuevo problema. Tenía que matar a mucha gente, decenas y decenas de “rojos”, y eso creaba dificultades logísticas y operativas importantes, así que se entendió con el partido de Falange, que tan ardorosamente apoyaba la sublevación. Aunque fuera un grupúsculo que en las elecciones de febrero anterior hubieran sacado menos votos que afiliados decían tener, contaban con hombres de gran abnegación y entrega, de tal manera que ofrecieron al señor delegado una recién creada Brigadilla de Ejecuciones (el nombre se lo dieron ellos) formada por voluntarios y dirigida por el Vieja Guardia Pablo Fernández Gómez, que se encargaría de asesinar a todos aquellos que el señor delegado dispusiera.

Dicho y hecho. Empezaron muy pronto a funcionar y demostraron con creces el gran arrojo y valentía que tenían en eso de disparar a hombres y mujeres amarrados por los codos. Lo único desagradable eran los gritos, los insultos o que muchos de esos rojos no se dejaban matar y se negaban a andar hacia la tapia, de tal forma que había que matarlos al bajar del camión. Pero, bueno, todos los oficios tienen sus gajes y el de asesino también. Así estuvieron durante varias semanas mostrando la generosa contribución que, con la sangre de otros, ofrecían a la “Nueva España”. Según el jefe de la brigadilla, fueron ochocientos uno los “rojos” que eliminaron en poco más de un mes, total, casi nada comparado con lo de Caín y Abel, que murieron el cincuenta por ciento.
Eso ocurría en 1936 y está adecuadamente documentado. En 2013 un periodista ha sido imputado por calificar al partido de Falange de ser una organización “con un amplio historial de crímenes contra la humanidad” después de que una jueza admitiera una querella promovida por Falange Española y de las JONS. El caso está pendiente de resolución.
O no entendemos nada o el tiempo se ha detenido.
Pero sigamos, que aún no hemos terminado de contar esta historia. Para documentar las víctimas de esa patriótica Brigadilla de Ejecuciones, nada más fácil que acudir al Registro Civil y sacar los certificados de defunción. Pero, vaya por Dios, de esas ochocientas una víctimas, tan solo 28 fueron inscritas en 1936. Había otras diez inscripciones más de militares republicanos, pero éstos no murieron a manos de la Brigadilla sino directamente de sus compañeros. Sin embargo, la decepción de no poder utilizar el Registro Civil para conocer los nombres de los asesinados podría paliarse con los Libros de Enterramientos del cementerio de Sevilla, pero ¡ay! otra vez  nuestro gozo en un pozo, porque los diligentes empleados cuando rellenaban el libro de Fosa Común dejaban las casillas en blanco una vez que eran inhumados los cadáveres bajo paletadas de cal viva. Se complicaba esto de los archivos y las fuentes documentales, así que la solución había que buscarla directamente, esto es, ir a los archivos militares ya que los sublevados responsables tenían en su poder las listas X-2 (como denominaban a la pena de muerte) y a ellos informó diariamente el sr. delegado de Orden Público. Pero ¿de qué listas me habla Vd.? No, no, aquí no hay nada. Vaya Vd. al Archivo Intermedio. ¿Qué? ¿listas de asesinados por bandos de guerra? Vd. está equivocado. Aquí no sabemos donde está eso que busca. Tiene que dirigirse al Tribunal Militar Territorial Segundo y allí le atenderán. Gracias por todo, que ahora mismo voy para allá.
¡Qué pena! Me han dicho que no, que allí tampoco, que ellos tienen los consejos de guerra, pero claro los fusilados por sentencia de un sumarísimo no eran los miles de asesinados por aplicación de los bandos del macareno Gonzalo Queipo de Llano.
Tranquilos, porque la paciencia del investigador en este país está fabricada a prueba de bombas. Anda, llégate al Gobierno Civil y pregunta allí por si hay suerte. ¡Qué va! De eso aquí no tenemos nada. Creemos que se perdió con la riada. Vaya, hombre, esto se pone difícil. Así que, venga, vamos a ir a la Jefatura de Policía. Cuando terminó la guerra y se suprimieron las delegaciones de Orden Público, sus archivos quedaron en poder de la policía y allí estuvieron siempre. Bueno, siempre no. Esos papeles que Vd. busca se mandaron a Madrid (los tuvieron hasta 1984, como mínimo). Pues, muchísimas gracias. Por fin vamos a encontrar los documentos.
No, hombre, no. En la Dirección General de la Policía tampoco saben donde están esos papeles. ¿Aquí? Aquí nunca han llegado, decía el respectivo cargo. Uno antes pensaba que la policía tenía la suficiente sagacidad para saber donde estaban sus archivos, y sigo pensando igual, pero para algunos años, porque de los archivos de la represión de 1936 no tienen idea.
No les quiero cansar contándoles las peripecias del intento de localización de los archivos de las comandancias militares de los pueblos, que dirigieron la represión y de la que dieron cumplidos partes diarios a sus mandos. Cuando terminó la guerra, las comandancias de puesto de la Guardia Civil se quedaron con sus archivos y años más tarde los enviaron a sus zonas y jefaturas respectivas. Al final, “se mandaron a Madrid”. ¿Sabe alguien donde están?
De todas formas creo que ya falta poco para que se solucione esta situación. El gobierno ha empezado a tomar buena nota y a reparar injusticias históricas que merecían una atención preferente. De momento ya se ha concedido la Laureada de San Fernando al regimiento Alcántara, por su gesta en la guerra colonial de Marruecos. En tan solemne acto, con el Rey, el Príncipe y toda suerte de autoridades, decía el ministro García Margallo, nieto del capitán de dicho regimiento García Margallo y el mismo al que no le gustó nada la cita de familiares de víctimas en la embajada argentina en Madrid, que  un país que no honra a sus héroes no será honrado por los demás. Así que pronto veremos otra vez lleno el patio de la Armería del Palacio Real  para honrar, por ejemplo, al teniente Ignacio Alonso Alonso, muerto en la defensa de la Telefónica en Sevilla enfrentándose valientemente a la artillería de los golpistas o muchos más héroes asesinados, como el capitán Justo Pérez, el capitán José Álvarez, el capitán Manuel Patiño, el capitán Eloy Bonichi, el teniente Pedro Cangas, el alférez Manuel López, etc. Sobran héroes para medallas.
Se me olvidaba. Si alguien quiere conocer los nombres de las otras víctimas, las que provocó la izquierda, que no se preocupe, lo puede hacer desde casa y por ordenador en los archivos del Ministerio de Educación y Cultura buscando en P.A.R.E.S.: “Causa General”. Es rápido y cómodo. Aunque con muchos errores, está todo digitalizado y a disposición del ciudadano.
Las victorias traen consigo estas cosas. Ahora me explico esa frase de Franco en el balcón del ayuntamiento de Palencia en 1962: Este régimen que hoy tenemos no lo hemos conquistado hipócritamente con papeletas; lo hemos conquistado a punta de bayoneta.

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