Queipo de
Llano y el auditor Bohórquez a la salida de la Macarena
José María
García Márquez
Investigador e historiador
Les voy a
contar una pequeña historia. Tras la violenta ocupación de la ciudad de Sevilla
en julio de 1936, el ex general Queipo de Llano se encontró con un problema
importante, cual era organizar la represión de sus adversarios y que resolvió
con el nombramiento de un capitán llamado Manuel Díaz Criado como delegado de
Orden de Público para Andalucía Occidental y Extremadura. Este individuo ya
tenía un glorioso historial conspirativo y delictivo desde la proclamación de
la República y, sin lugar a dudas, reunía un brillante perfil para el puesto.
Sin pérdida de tiempo, se fue a tomar posesión de su cargo y poner a la policía
a sus órdenes, a la par que reunía a su alrededor un equipo de fieles
seguidores compuesto con lo más granado de lo que más adelante se llamaría
“justicia de la Nueva España”. Pero he aquí que el pobre hombre tropezó a su
vez con un nuevo problema. Tenía que matar a mucha gente, decenas y decenas de
“rojos”, y eso creaba dificultades logísticas y operativas importantes, así que
se entendió con el partido de Falange, que tan ardorosamente apoyaba la
sublevación. Aunque fuera un grupúsculo que en las elecciones de febrero
anterior hubieran sacado menos votos que afiliados decían tener, contaban con
hombres de gran abnegación y entrega, de tal manera que ofrecieron al señor
delegado una recién creada Brigadilla de Ejecuciones (el nombre se lo dieron
ellos) formada por voluntarios y dirigida por el Vieja Guardia Pablo Fernández
Gómez, que se encargaría de asesinar a todos aquellos que el señor delegado
dispusiera.
Dicho y
hecho. Empezaron muy pronto a funcionar y demostraron con creces el gran arrojo
y valentía que tenían en eso de disparar a hombres y mujeres amarrados por los
codos. Lo único desagradable eran los gritos, los insultos o que muchos de esos
rojos no se dejaban matar y se negaban a andar hacia la tapia, de tal forma que
había que matarlos al bajar del camión. Pero, bueno, todos los oficios tienen
sus gajes y el de asesino también. Así estuvieron durante varias semanas
mostrando la generosa contribución que, con la sangre de otros, ofrecían a la
“Nueva España”. Según el jefe de la brigadilla, fueron ochocientos uno los
“rojos” que eliminaron en poco más de un mes, total, casi nada comparado con lo
de Caín y Abel, que murieron el cincuenta por ciento.
Eso ocurría
en 1936 y está adecuadamente documentado. En 2013 un periodista ha sido
imputado por calificar al partido de Falange de ser una organización “con un
amplio historial de crímenes contra la humanidad” después de que una jueza
admitiera una querella promovida por Falange Española y de las JONS. El caso
está pendiente de resolución.
O no
entendemos nada o el tiempo se ha detenido.
Pero
sigamos, que aún no hemos terminado de contar esta historia. Para documentar
las víctimas de esa patriótica Brigadilla de Ejecuciones, nada más fácil que
acudir al Registro Civil y sacar los certificados de defunción. Pero, vaya por
Dios, de esas ochocientas una víctimas, tan solo 28 fueron inscritas en 1936.
Había otras diez inscripciones más de militares republicanos, pero éstos no
murieron a manos de la Brigadilla sino directamente de sus compañeros. Sin
embargo, la decepción de no poder utilizar el Registro Civil para conocer los
nombres de los asesinados podría paliarse con los Libros de Enterramientos del
cementerio de Sevilla, pero ¡ay! otra vez nuestro gozo en un pozo, porque
los diligentes empleados cuando rellenaban el libro de Fosa Común dejaban las
casillas en blanco una vez que eran inhumados los cadáveres bajo paletadas de
cal viva. Se complicaba esto de los archivos y las fuentes documentales, así
que la solución había que buscarla directamente, esto es, ir a los archivos
militares ya que los sublevados responsables tenían en su poder las listas X-2
(como denominaban a la pena de muerte) y a ellos informó diariamente el sr.
delegado de Orden Público. Pero ¿de qué listas me habla Vd.? No, no, aquí no
hay nada. Vaya Vd. al Archivo Intermedio. ¿Qué? ¿listas de asesinados por
bandos de guerra? Vd. está equivocado. Aquí no sabemos donde está eso que
busca. Tiene que dirigirse al Tribunal Militar Territorial Segundo y allí le
atenderán. Gracias por todo, que ahora mismo voy para allá.
¡Qué pena!
Me han dicho que no, que allí tampoco, que ellos tienen los consejos de guerra,
pero claro los fusilados por sentencia de un sumarísimo no eran los miles de
asesinados por aplicación de los bandos del macareno Gonzalo Queipo de Llano.
Tranquilos,
porque la paciencia del investigador en este país está fabricada a prueba de
bombas. Anda, llégate al Gobierno Civil y pregunta allí por si hay suerte. ¡Qué
va! De eso aquí no tenemos nada. Creemos que se perdió con la riada. Vaya,
hombre, esto se pone difícil. Así que, venga, vamos a ir a la Jefatura de
Policía. Cuando terminó la guerra y se suprimieron las delegaciones de Orden
Público, sus archivos quedaron en poder de la policía y allí estuvieron
siempre. Bueno, siempre no. Esos papeles que Vd. busca se mandaron a Madrid
(los tuvieron hasta 1984, como mínimo). Pues, muchísimas gracias. Por fin vamos
a encontrar los documentos.
No, hombre,
no. En la Dirección General de la Policía tampoco saben donde están esos
papeles. ¿Aquí? Aquí nunca han llegado, decía el respectivo cargo. Uno antes
pensaba que la policía tenía la suficiente sagacidad para saber donde estaban
sus archivos, y sigo pensando igual, pero para algunos años, porque de los
archivos de la represión de 1936 no tienen idea.
No les
quiero cansar contándoles las peripecias del intento de localización de los
archivos de las comandancias militares de los pueblos, que dirigieron la
represión y de la que dieron cumplidos partes diarios a sus mandos. Cuando
terminó la guerra, las comandancias de puesto de la Guardia Civil se quedaron
con sus archivos y años más tarde los enviaron a sus zonas y jefaturas
respectivas. Al final, “se mandaron a Madrid”. ¿Sabe alguien donde están?
De todas
formas creo que ya falta poco para que se solucione esta situación. El gobierno
ha empezado a tomar buena nota y a reparar injusticias históricas que merecían
una atención preferente. De momento ya se ha concedido la Laureada de San
Fernando al regimiento Alcántara, por su gesta en la guerra colonial de Marruecos.
En tan solemne acto, con el Rey, el Príncipe y toda suerte de autoridades,
decía el ministro García Margallo, nieto del capitán de dicho regimiento García
Margallo y el mismo al que no le gustó nada la cita de familiares de víctimas
en la embajada argentina en Madrid, que un país que no honra a sus
héroes no será honrado por los demás. Así que pronto veremos otra vez lleno
el patio de la Armería del Palacio Real para honrar, por ejemplo, al
teniente Ignacio Alonso Alonso, muerto en la defensa de la Telefónica en
Sevilla enfrentándose valientemente a la artillería de los golpistas o muchos
más héroes asesinados, como el capitán Justo Pérez, el capitán José Álvarez, el
capitán Manuel Patiño, el capitán Eloy Bonichi, el teniente Pedro Cangas, el
alférez Manuel López, etc. Sobran héroes para medallas.
Se me
olvidaba. Si alguien quiere conocer los nombres de las otras víctimas, las que
provocó la izquierda, que no se preocupe, lo puede hacer desde casa y por
ordenador en los archivos del Ministerio de Educación y Cultura buscando en
P.A.R.E.S.: “Causa General”. Es rápido y cómodo. Aunque con muchos errores,
está todo digitalizado y a disposición del ciudadano.
Las
victorias traen consigo estas cosas. Ahora me explico esa frase de Franco en el
balcón del ayuntamiento de Palencia en 1962: Este régimen que hoy tenemos no
lo hemos conquistado hipócritamente con papeletas; lo hemos conquistado a punta
de bayoneta.
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