La «A» anarquista.
Nacida en París y potenciada en Milán, miles de manos la crearon en las calles
del mundo
Han trascurrido ya muchos años desde que Michel Foucault
nos hiciera ver con cuánta facilidad tendemos a creer que mucho de lo que
configura hoy nuestra sensibilidad, es decir, los conceptos, las creencias, las
vivencias, los símbolos, etc., que nos resultan más familiares, vienen
existiendo prácticamente desde siempre y, es más, no podían no haber llegado a
existir… puesto que, sencillamente… existen. Sin embargo, pese a los esfuerzos
de Foucault, seguimos cayendo en la misma trampa con incorregible asiduidad, y
el caso de la «A» resulta aquí bastante ejemplar.
En efecto, el vínculo mediante
el cual la «A» simboliza hoy al anarquismo es tan intenso, y ha
sedimentado tan hondamente en el imaginario político contemporáneo, que ha
llegado a adquirir prácticamente un carácter de naturalidad. El anarquismo y la
«A» se evocan mutuamente con tanta naturalidad, y de manera tan
universalizada, que parecen haber nacido en el curso de un mismo proceso, y
haber caminado juntos desde entonces. Pero, bien sabemos que esto no es así, y
que, como dijo Foucault a propósito del hombre, se trata de una
invención bien reciente, sólo que, en el caso de la «A», la invención es
tan reciente, que la memoria personal aún alcanza fácilmente a recordar cómo
aconteció.
La verdad es que no estaba en mis intenciones hablar de
este tema, pero como ya se han publicado varios textos sobre la historia de la «A»,
y como mi nombre ha salido a la palestra en algunos de ellos, he pensado que,
más tarde o más temprano, algo me tocaría decir, así que, por qué no decirlo
precisamente en un mes de abril, ya que ese fue el mes en el cual se creó la «A».
Pero entendámonos bien, nadie podría poner fecha a la
primera vez en que se trazó un círculo alrededor de una A. Sin duda,
miles de niños lo hicieron, aprendiendo a jugar con las letras, y puede que
algún ranchero marcara su ganado con una «A» porque esa era la inicial
de su apellido. De lo que se trata aquí es, propiamente, de la construcción de
un símbolo, no de la originalidad de un dibujo y, para ser más precisos, se
trata de la construcción plenamente deliberada de un símbolo que pudiera servir
como signo de identidad específicamente anarquista. y esto sí que tiene una
fecha precisa, un lugar determinado, y unas circunstancias bien concretas.
Tampoco fue una brillante idea surgida de repente y
porque sí, desde las calenturas de una mente individual, fue el producto de
unas circunstancias bien definidas, el fruto de un contexto particular, y el
resultado de un determinado proceso. Por lo tanto, conviene relatar con
suficiente detalle estos condicionantes si queremos entender el cómo, el cuándo
y el porqué de lo que aquí nos ocupa.
Así que vaya por delante la historia, vivida, del nacimiento
de la «A», aunque esto nos obligue a lanzar la vista atrás y retroceder
unas cuatro décadas.
Desde Marsella, donde militaba en el grupo de los Jeunes
Libertaires, me traslado a París en septiembre de 1963, para matricularme
en la Universidad de la Sorbonne. En cuanto llego a la capital gala, me integro
en el grupo local de los Jeunes Libertaires, así como en uno de los
grupos de la Federation Anarchiste, y comienzo a colaborar, más
intensamente de lo que lo hacía en Marsella, con la Federación Ibérica de
Juventudes Libertarias (FIJL) que acababa de ser ilegalizada en
Francia.
Una de las cosas que me impacta de inmediato es la
extraordinaria fragmentación del movimiento anarquista parisino y el
pronunciado sectarismo que existe en su seno. En efecto, aunque ese movimiento
era bastante reducido numéricamente, se encontraba dividido en un mosaico de
organizaciones y grupos aislados los unos de los otros, cuando no directamente
enfrentados entre sí, inmerso en lo que más tarde denominaríamos irónicamente «la
guerra entre las capillas». Esta peculiaridad parisina resultaba tanto más
llamativa para un recién llegado de «provincias» por cuanto, fuera de París, un
mismo grupo libertario solía difundir, con toda naturalidad, la prensa y las
revistas editadas por las distintas corrientes anarquistas. Frente a esa
fragmentación y a ese ostracismo, mi reacción fue, por una parte, la de
afiliarme y militar simultáneamente en una pluralidad de grupos libertarios y,
por otra parte, la de impulsar la creación de espacios de confluencia y de
colaboración entre los jóvenes anarquistas ubicados en los distintos grupos
ácratas.
Como, al llegar a París, uno de mis proyectos consistía
en desarrollar una actividad libertaria en el seno de la universidad, empiezo a
buscar estudiantes anarquistas, pero para mi sorpresa, sólo consigo ponerme en
contacto con «otro» estudiante, «el otro estudiante anarquista», como decían
irónicamente nuestros amigos trotskistas. Ese compañero formaba parte del grupo
que editaba la revista Noir et Rouge y, con él, decidimos crear
en octubre de 1963 la Liaison des Etudiants Anarchistes (LEA).
Esa agrupación, esquelética en sus inicios, iría creciendo paulatinamente hasta
llegar a desempeñar pocos años más tarde un papel significativo en la
emergencia del Mayo del 68, vía la constitución del Movimiento del 22
de Marzo en la Universidad de Nanterre. Pero esa es otra historia y lo
único que viene al caso recalcar aquí es que la LEA fue aglutinando poco
a poco a jóvenes pertenecientes a distintos grupos, propiciando que se fuesen
difuminando sus discrepancias gracias a la labor conjunta que desarrollábamos
en el ámbito universitario.
Ese mismo mes de octubre de 1963, con unos pocos
compañeros lanzamos el Comité de Liaison des Jeunes Anarchistes (CLJA),
cuya finalidad explícita consistía en poner en contacto e impulsar actividades
conjuntas de los jóvenes anarquistas que militaban en los distintos grupos y
organizaciones de la región parisina.
El éxito de esta iniciativa fue llamativo. A la asamblea
de diciembre 1963 acuden unos cuarenta jóvenes, representando prácticamente a
todo el arco del movimiento anarquista parisino. Aunque algunas asambleas
fueron bastante menos concurridas, en otras se sobrepasarían los sesenta
participantes, lo cual, considerando los efectivos numéricos del movimiento
anarquista parisino en esa época resultaba más que esperanzador. La dirección
de contacto del CLJA era M. Marc. 24 rue Ste. Marthe, el local de la Federación
Local de la CNT-E de París, exactamente la misma que para la LEA, y
exactamente la misma que para Action Libertaire, el periódico
elaborado conjuntamente por la ilegalizada FIJL, que lo financiaba, y
por el CLJA.
En su corta vida (el CLJA se extinguirá de facto
en 1968), esta instancia de coordinación de los jóvenes anarquistas
desarrollaría una intensa actividad, ayudando a resquebrajar la incomunicación
y el ostracismo que existían entre los grupos anarquistas. Tras el éxito
conseguido en París, el CLJA procuraría extender su radio de acción en
todo el territorio francés, y no tardaría en volcarse, junto con la FIJL
y con los jóvenes libertarios de Milán, en la creación de un espacio que
permitiese aglutinar la juventud anarquista en el ámbito europeo, asumiendo la
organización del Primer Encuentro Europeo de Jóvenes Anarquistas que se
celebró en Paris los días 16 y 17 de abril de 1966 y que contó con la
participación de jóvenes provenientes de siete países.
La fuerte dinámica iniciada en octubre de 1963 para
aglutinar a los distintos componentes del arco anarquista parisino, a través de
la creación de espacios de confluencia tales como la LEA y el CLJA,
pretendía hacer aflorar lo que compartían y lo que tenían en común las
distintas variantes del movimiento anarquista, por encima de unas diferencias
que eran a veces sustanciales, pero que en muchos casos no obedecían sino a
personalismos o bien a remotos conflictos que, con el paso del tiempo, se
habían enquistado.
Fue esa misma dinámica la que abrió directamente las
puertas a una sugerencia que planteé en el seno del grupo de los Jeunes
Libertaires de París a finales de 1963 o principios de 1964.
La idea era simple, se trataba de encontrar un signo
distintivo, un logotipo si se quiere, que todos los grupos anarquistas pudieran
utilizar en sus manifestaciones propagandísticas, de manera que, sin alterar la
identidad y la especificidad de cada grupo, constara una referencia común,
susceptible de multiplicar, aunque sólo fuera por simple repetición de un mismo
estímulo visual, el impacto de la propaganda anarquista. Las exigencias eran
que ese símbolo común fuese sencillo y rápido de pintar en las paredes y que no
estuviese asociado a ninguna organización o grupo en concreto.
La sugerencia fue bien acogida y tras dedicarle bastantes
horas de discusión en el exiguo piso de Clignancourt donde nos reuníamos
habitualmente, se nos ocurrió la idea de una A dentro de un círculo.
René Darras, un compañero del grupo, versado en el diseño gráfico, se
encargó del dibujo, yo redacté buena parte del texto en el que se explicaban
los objetivos que perseguía nuestra propuesta, y lo publicamos en la primera
página del numero 48 (Abril de 1964), del Buletín des Jeunes Libertaires,
bajo el título: Pourquoi A?, donde el dibujo de la «A» ocupaba
toda la primera plana.
La presentación decía literalmente lo siguiente:
¿Por qué esta sigla que proponemos al conjunto del
movimiento anarquista…? Dos motivaciones principales nos han guiado: primero,
facilitar y hacer más eficaces las actividades prácticas de inscripción en las
paredes… y en segundo lugar asegurar una mayor presencia del movimiento
anarquista… mediante un elemento común que acompañe a todas las expresiones del
anarquismo en sus manifestaciones públicas… Se trata para nosotros de elegir un
símbolo suficientemente general para poder ser adoptado por todos los
anarquistas… Asociando constantemente [... este símbolo... ] a la palabra
anarquista terminará, mediante un mecanismo mental bien conocido, por evocar,
por sí solo, la idea del anarquismo en la mente de las personas.
Esto fue exactamente lo que ocurriría, pero aún hubo que
esperar algunos años para que el efecto perseguido consiguiera concretarse.
En efecto, durante las semanas siguientes llevamos
nuestra propuesta a los distintos foros del movimiento juvenil libertario,
especialmente al CLJA. La sugerencia no fue rechazada, pero tampoco
consiguió despertar, ningún entusiasmo especial, probablemente porque la
propuesta provenía de un grupo en concreto, y no había surgido desde la propia
asamblea del CLJA. Así que durante un tiempo, el pequeño grupo parisino
de los Jeunes Libertaires, fue prácticamente el único que utilizó la «A»,
lo cual, todo sea dicho, no le confería una gran visibilidad.
Pocos meses más tarde, Salvador Gurucharri tomó la
iniciativa de hacer figurar en el titulo de uno de mis artículos («Perspectives
Anarchistes»), publicado en Action Libertaire (número 4,
diciembre de 1964), el logotipo que habíamos lanzado, pero sin reproducir esta
vez ni su significado ni los objetivos que se perseguían. El hecho de que la FIJL
y el CLJA difundieran masivamente Action Libertaire
hubiera podido propiciar la difusión del símbolo, pero esto no fue lo que
sucedió, probablemente porque desconectada de su contexto argumentativo, la «A»
quedaba, para los lectores, como una simple originalidad tipográfica.
No fue sino a raíz del Primer Encuentro Europeo de
Jóvenes Anarquistas en abril de 1966, cuando los jóvenes anarquistas del
grupo de Milán retomaron por su cuenta la propuesta y empezaron a utilizar
sistemáticamente la «A» en toda su propaganda, dándole, esta vez sí, el
impulso que necesitaba para generalizarse.
El resto lo harían las miles de manos anónimas que se
apropiaron literalmente, y felizmente, la autoría de la «A» y fueron
transformando en una realidad lo que nuestro texto de abril de 1964 sólo
planteaba como un objetivo. Desde luego, la «A» nunca hubiera conseguido
adquirir el significado que tiene hoy si hubiese quedado asociada a un grupo
particular. Pero, sobre todo, queda claro, o por lo menos así lo espero, que,
por su propio origen, la historia de la «A» se inscribe, muy
directamente, en la voluntad de poner coto a los sectarismos y a los
dogmatismos que aquejan endémicamente al movimiento anarquista. Es, muy
precisamente, está vertiente de la «A» la que me parecía importante
rescatar mediante estas líneas.
Tomás IBÁÑEZ
Publicado en Polémica, n.º 85, julio 2005
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