Isaac Rosa
Los ciudadanos árabes de varios países, esos que siempre se nos muestran incompatibles con la democracia, de natural violentos y partidarios del burka, se han hartado de sus gobiernos corruptos y represores y se han echado a la calle. La falta de expectativas, el cambio generacional y la crisis económica han encendido países donde, créanme, es un pelín más difícil manifestarse que aquí.
Pero claro, esa gente a medio civilizar no puede hacerse cargo de sus asuntos, así que ya están las elites locales y los aliados extranjeros maniobrando para que las cosas cambien pero sin pasarse, para encontrar ese equilibrio que contente lo justo a los ciudadanos pero sin alterar las estructuras de poder, y sobre todo sin perder esa “estabilidad” regional que tanto valoramos.
Nos hemos pasado décadas sosteniendo dictaduras en el norte de África y en Oriente para asegurar el control de los recursos energéticos, el equilibrio geoestratégico, la llamada “guerra contra el terrorismo” y la contención del islamismo. Ahí están los 1.300 millones anuales de ayuda militar a Egipto, cuya principal virtud es su buena relación con Israel. Pero se ve que las dictaduras corruptas ya no nos valen, no sirven para contener el descontento, y habrá que inventar otra cosa.
Los Ben Ali, Mubarak y compañía que hoy se tambalean han sido durante años nuestros hijos de puta en la zona, siguiendo la vieja máxima de la realpolitik (ya saben: “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”). Sabíamos que se enriquecían a costa de la miseria de sus pueblos, que encarcelaban y torturaban, pero eso eran minucias a cambio de la tranquilidad de tener controlados a esos árabes revoltosos, que ya sabemos lo que pasa cuando les dejan votar, acaban eligiendo a gobernantes que no nos dan gas barato, ni nos dejan poner cárceles secretas en su territorio, ni doblan el espinazo con tanta facilidad, y que además apoyan a los palestinos y llevan la contraria a Israel.
Ojalá los tunecinos, los egipcios y el resto de pueblos sometidos puedan decidir su futuro. Pero me temo que no se lo permitiremos.
Los ciudadanos árabes de varios países, esos que siempre se nos muestran incompatibles con la democracia, de natural violentos y partidarios del burka, se han hartado de sus gobiernos corruptos y represores y se han echado a la calle. La falta de expectativas, el cambio generacional y la crisis económica han encendido países donde, créanme, es un pelín más difícil manifestarse que aquí.
Pero claro, esa gente a medio civilizar no puede hacerse cargo de sus asuntos, así que ya están las elites locales y los aliados extranjeros maniobrando para que las cosas cambien pero sin pasarse, para encontrar ese equilibrio que contente lo justo a los ciudadanos pero sin alterar las estructuras de poder, y sobre todo sin perder esa “estabilidad” regional que tanto valoramos.
Nos hemos pasado décadas sosteniendo dictaduras en el norte de África y en Oriente para asegurar el control de los recursos energéticos, el equilibrio geoestratégico, la llamada “guerra contra el terrorismo” y la contención del islamismo. Ahí están los 1.300 millones anuales de ayuda militar a Egipto, cuya principal virtud es su buena relación con Israel. Pero se ve que las dictaduras corruptas ya no nos valen, no sirven para contener el descontento, y habrá que inventar otra cosa.
Los Ben Ali, Mubarak y compañía que hoy se tambalean han sido durante años nuestros hijos de puta en la zona, siguiendo la vieja máxima de la realpolitik (ya saben: “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”). Sabíamos que se enriquecían a costa de la miseria de sus pueblos, que encarcelaban y torturaban, pero eso eran minucias a cambio de la tranquilidad de tener controlados a esos árabes revoltosos, que ya sabemos lo que pasa cuando les dejan votar, acaban eligiendo a gobernantes que no nos dan gas barato, ni nos dejan poner cárceles secretas en su territorio, ni doblan el espinazo con tanta facilidad, y que además apoyan a los palestinos y llevan la contraria a Israel.
Ojalá los tunecinos, los egipcios y el resto de pueblos sometidos puedan decidir su futuro. Pero me temo que no se lo permitiremos.
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