El siguiente artículo se adentra en las repercusiones del caso de WikiLeaks, relacionando la persecución que está sufriendo su fundador Julian Assange y las reacciones furibundas en su contra por parte de los Estados y de las grandes corporaciones de la comunicación con las políticas des-informativas que llevan a cabo.
Es un placer infrecuente ver a los políticos de todo el mundo tirarse de los pelos tras haber quedado sus vergüenzas al descubierto. El responsable ha sido WikiLeaks, que nos ha mostrado la labor de la diplomacia estadounidense y la información, los propósitos y las preocupaciones del poder dominante.
No es, pues, ninguna sorpresa que WikiLeaks haya sido recibido con hostilidad por los políticos y hombres de Estado norteamericanos, pero aún así las amenazas que se han proferido en su contra han ido más lejos de lo que cabría esperar. La derecha clama venganza. Sarah Palin ha llamado a que Assange sea “perseguido con la misma saña que Al Qaeda y los talibanes”. Mike Huckabee, que fue candidato en las primarias republicanas, ha declarado que Assange debería ser juzgado por traición y ejecutado. Al otro lado de la frontera Tom Flanagan, asesor del presidente canadiense Stephen Harper, comentó que a Assange deberían asesinarle. Flanagan se retractó más tarde de sus palabras y los comentarios de Palin y de Huckabee pueden atribuirse parcialmente al exhibicionismo de orgullo nacional, pero tales amenazas indican hasta qué punto han afectado las filtraciones a los políticos norteamericanos.
Aunque para afrontar las últimas filtraciones se están desempolvando las leyes contra el espionaje, dichas sutilezas legales no bastan para aplacar a los más belicosos. Sabotaje, arresto, asesinato; Julian Assange puede ser juzgado por la calidad de sus enemigos y la cantidad de amenazas que se ciernen sobre él.
Los ataques llegan por todos los frentes. El senador Joe Lieberman exigió a las organizaciones que apoyan WikiLeaks que cesen sus relaciones con el sitio, y el dominio ha sido objeto de intensos ataques cibernéticos. Amazon dejó de alojar la página, afirmando que eso obedecía a una violación de las condiciones de servicio, no a presiones gubernamentales. Tableau Software dejó de prestar sus servicios a WikiLeaks. EveryDNS, otro servidor, también se retiró. WikiLeaks ha vuelto a la red en wikileaks.ch, pero los ataques continúan y a buen seguro continuarán. El ministro de cultura francés se ha hecho eco de las palabras de Lieberman y ha apelado a las empresas francesas que cooperan con WikiLeaks a dejar de hacerlo inmediatamente o “asumir las consecuencias”.
En paralelo, la policía sueca ha renovado la orden de arresto contra Julian Assange en relación con los cargos de violación y acoso. El caso, a decir verdad, apenas tiene base alguna. Una de las supuestas víctimas, Anna Ardin, tras el supuesto incidente, comentó en Twitter acerca de lo feliz que estaba de codearse “con la gente más simpática e inteligente del mundo” e intentó quedar con Assange para ir a una fiesta. Lo más curioso de todo es que Ardin intentó borrar sus comentarios en Twitter tras ir a la policía. Sin adentrarnos mucho en los intríngulis del caso, la falta de pruebas, el comportamiento de las supuestas víctimas y las muchas contradicciones de la acusación indican que no hay que tomarse en serio este caso, sino más bien como un ataque contra alguien que se ha ganado muchos enemigos poderosos.
Curiosamente, muchos periodistas y proveedores de noticias están mostrando una hostilidad parecida hacia la página de las filtraciones. Grandes empresas de la comunicación se han desentendido del contenido de los cables y se están centrando en la agitación diplomática y en la caza a Assange. En octubre Christian Whiton, un tertuliano de la Fox, llamó a declarar a los responsables de WikiLeaks “combatientes enemigos”, lo que permitiría “acciones no judiciales” contra ellos. Whiton, que fue un alto cargo del Departamento de Estado durante la administración Bush, sigue la senda de otros escritores reaccionarios, como Marc Thiessen, un antiguo asesor de Bush que pidió la persecución de Assange mediante las leyes contra el espionaje.
Además de indicar las incestuosas relaciones entre las corporaciones mediáticas y el Estado, vemos un chovinismo muy acentuado, contrario a la definición del periodismo en la tradición republicana norteamericana, como vigilante y fiscalizador del poder y como informador del pueblo.
La respuesta de la revista Time a la columna de opinion de Thiessen en el Washington Post es muy clarificadora a este respecto, poniendo el dedo en la llaga de los conservadores acusándoles de haber olvidado los valores tradicionales norteamericanos. Recordaban el caso de los “papeles del Pentágono”, cuando la administración Nixon fue duramente criticada por su sacrificio de la libertad de expresión en aras de la seguridad nacional.
“Nadie puede leer la historia de la adopción de la Primera Enmienda sin convencerse fuera de toda duda de que se trataba de procesos como este los que Madison y sus colaboradores querían proscribir de esta Nación para siempre. La palabra “seguridad” es una amplia y vaga generalización que no puede invocarse para pasar por encima de la ley fundamental de la Primera Enmienda. La salvaguarda de secretos militares y diplomáticos a costa de la información no ofrece ninguna seguridad real a nuestra República”.
Quizás el elemento más revelador de la histeria derechista es lo vacío que ha quedado un pilar fundamental del discurso político. En el caso de los “papeles del Pentágono”, con el cual se suelen comparar las revelaciones de WikiLeaks, la sentencia que absolvió a Ellsberg hacía una referencia explícita a la necesidad de una información fluida para la democracia.
"En ausencia de controles y contrapesos presentes en otros camposde nuestra vida nacional, el único freno efectivo sobre el poder ejecutivo en el área de la defensa nacional y de los asuntos exteriores descansa en una ciudadanía esclarecida, en una opinión pública bien informada y crítica capaz de proteger los valores democráticos… Sin una prensa de calidad y libre, no puede haber ciudadanía esclarecida”.
El descenso en las ventas de la prensa ha hecho que desde muchas corporaciones de la comunicación se haga uso de este discurso, pero no las ha animado a acudir en apoyo de WikiLeaks.
Cosa que fue especialmente notoria por el apoyo dado por algunas de ellas a una enmienda anti-WikiLeaks a una propuesta de ley federal para la protección de fuentes periodísticas. Desde el año 2004 los periodistas norteamericanos venían demandando una ley en ese sentido para poder defenderse de la ira de los gobiernos. Se trata de un asunto cada vez más candente, dado que la administración Obama ha interpuesto, en un acto sin precedentes, cuatro demandas simultáneas contra personas que han revelado datos de las agencias militares y de seguridad. En su defensa de la protección, los legisladores y periodistas parecen ser capaces de distinguir entre aquellos periodistas que son merecedores de dicha protección y los que no lo son.
Lucy Dalglish, directora del Reporters Committee for Freedom of the Press (Comisión de Periodistas en defensa de la Libertad de Prensa), lo dejaba claro en declaraciones a la revista Time: “se trata de difusión de datos y eso me preocupa… Los periodistas deben abrir un periodo de consultas antes de publicar material comprometido. WikiLeaks dice que lo hace. Pero los editores tradicionales pueden rendir cuentas por ello. Nadie sabe quién se encuentra al lado de Julian Assange”.
La responsabilidad es una palabra que siempre está en boca de las corporaciones de la información, pero se trata siempre de responsabilidad hacia los poderosos, no hacia la gente. Su diferenciación entre WikiLeaks y el periodismo casa perfectamente con la del portavoz del Departamento de Estado estadounidense, PJ Crowley, que ha afirmado que “el señor Assange persigue obviamente, con sus actividades, un objetivo político, y creo que eso, entre otras cosas, hace que no se le pueda considerar un periodista”.
Jay Rosen, un profesor de estudios sobre la comunicación en la Universidad de Nueva York, ha comentado que el papel de la prensa como fiscalizadora del poder terminó durante la guerra de Iraq, y que WikiLeaks ha llenado este vacío. No debemos sobrevalorar la importancia de la cruzada neo-conservadora, el servilismo de la prensa a los poderosos no es nada nuevo. Sin embargo, estamos de acuerdo con Rosen en que los medios corporativos han fracasado estrepitosamente a la hora de cumplir su papel en el marco de la teoría de la democracia.
Es lo que Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair han llamado “la muerte del cuarto estado”. Los gigantes de la comunicación están cada vez más en manos de los poderosos y convertidos en portavoces de la desinformación estatal y de los intereses corporativos.
La guerra de Iraq fue el ejemplo más claro, pero no el único, del grado de facilidad con el que el Estado norteamericano y sus diversos organismos pueden manipular a la opinión pública en su beneficio. Esta guerra ha sido el mayor ejemplo de cómo no hacer periodismo, una mezcla de desinformación, distorsión y mentiras en estado puro que se le hicieron llegar a través de los grandes medios de noticias a las poblaciones de los Estados combatientes. Historias sin pies ni cabeza sobre las conexiones de Al Qaeda y campañas sensacionalistas sobre supuestas armas de destrucción masiva llenaron las transmisiones y las columnas de los periódicos mientras el ruido se hacía más y más fuerte.
Se gastaron miles y miles de millones de dólares en “gestión de la información” y la “guerra contra el terrorismo” fue un gran negocio para los ejecutivos y “grandes guerreros” de la comunicación como John Rendon, que tienen su campamento en el cruce entre Madison Avenue y la circunvalación de Washington. Definida como “las acciones destinadas a transmitir y/o escamotear una información determinada y datos a una audiencia para influir en sus emociones, motivaciones y objetivos”, la “gestión de la información” supone el control del flujo informativo y el diseño de la actualidad para modelar la respuesta del público.
Desde la izquierda solemos achacar la timidez de la prensa a quiénes son sus propietarios o a su dependencia de la publicidad, pero en gran medida las prácticas habituales de las grandes corporaciones informativas también se deben a un exceso de trabajo y unas remuneraciones cada vez menores. El ligamen con los intereses institucionales y su dependencia de ellos se complementa con una carencia de recursos para investigar nuevos casos. En un informe sobre la independencia de los medios elaborado por MediaWise y por la Universidad de Cardiff los investigadores descubrieron que el 60% de los artículos de prensa y el 34% de los reportajes televisivos provenían total o principalmente de fuentes “precocinadas” (como los servicios de relaciones públicas de las grandes empresas o agencias de prensa como Reuters y AP) y también que “el 19% de las noticias aparecidas en prensa y el 17% de los reportajes televisivos provenían de servicios de relaciones públicas y menos de la mitad del contenido de los medios parecía ser independiente de dichos servicios”.
El estudio fue financiado por el periodista Nick Davies para su libro “Flat Earth News”, que denuncia la dependencia de la prensa de los intereses corporativos y las prácticas asociadas con ello, que hacen que los periodistas cada vez estén más atados de pies y manos para hacer su trabajo.
Assange ha comentado que “para tomar una decisión sensata debes saber realmente lo que está pasando, y para tomar una decisión justa debes saber y comprender qué injusticias se están cometiendo”. Para los gestores del conocimiento, WikiLeaks es el sabotaje de la información; romper con el control que el Estado y las corporaciones ejercen sobre ella.
Las instituciones y organizaciones que modelan el mundo a su antojo raramente están interesadas en la transparencia, y el declive del periodismo ha sido una bendición para los poderosos. Ellos cuentan con “guerreros de la información”, pero WikiLeaks puede convertirnos en guerrillas de la información.
Si queremos conocer mejor el mundo en el que vivimos, si queremos construirnos nuestra propia idea acerca de las cosas, debemos apoyar a WikiLeaks, debemos apoyar a sus fuentes y debemos encontrar los medios para hacer periodismo para el pueblo, no para los poderosos.
Dara para anarkismo.net
Es un placer infrecuente ver a los políticos de todo el mundo tirarse de los pelos tras haber quedado sus vergüenzas al descubierto. El responsable ha sido WikiLeaks, que nos ha mostrado la labor de la diplomacia estadounidense y la información, los propósitos y las preocupaciones del poder dominante.
No es, pues, ninguna sorpresa que WikiLeaks haya sido recibido con hostilidad por los políticos y hombres de Estado norteamericanos, pero aún así las amenazas que se han proferido en su contra han ido más lejos de lo que cabría esperar. La derecha clama venganza. Sarah Palin ha llamado a que Assange sea “perseguido con la misma saña que Al Qaeda y los talibanes”. Mike Huckabee, que fue candidato en las primarias republicanas, ha declarado que Assange debería ser juzgado por traición y ejecutado. Al otro lado de la frontera Tom Flanagan, asesor del presidente canadiense Stephen Harper, comentó que a Assange deberían asesinarle. Flanagan se retractó más tarde de sus palabras y los comentarios de Palin y de Huckabee pueden atribuirse parcialmente al exhibicionismo de orgullo nacional, pero tales amenazas indican hasta qué punto han afectado las filtraciones a los políticos norteamericanos.
Aunque para afrontar las últimas filtraciones se están desempolvando las leyes contra el espionaje, dichas sutilezas legales no bastan para aplacar a los más belicosos. Sabotaje, arresto, asesinato; Julian Assange puede ser juzgado por la calidad de sus enemigos y la cantidad de amenazas que se ciernen sobre él.
Los ataques llegan por todos los frentes. El senador Joe Lieberman exigió a las organizaciones que apoyan WikiLeaks que cesen sus relaciones con el sitio, y el dominio ha sido objeto de intensos ataques cibernéticos. Amazon dejó de alojar la página, afirmando que eso obedecía a una violación de las condiciones de servicio, no a presiones gubernamentales. Tableau Software dejó de prestar sus servicios a WikiLeaks. EveryDNS, otro servidor, también se retiró. WikiLeaks ha vuelto a la red en wikileaks.ch, pero los ataques continúan y a buen seguro continuarán. El ministro de cultura francés se ha hecho eco de las palabras de Lieberman y ha apelado a las empresas francesas que cooperan con WikiLeaks a dejar de hacerlo inmediatamente o “asumir las consecuencias”.
En paralelo, la policía sueca ha renovado la orden de arresto contra Julian Assange en relación con los cargos de violación y acoso. El caso, a decir verdad, apenas tiene base alguna. Una de las supuestas víctimas, Anna Ardin, tras el supuesto incidente, comentó en Twitter acerca de lo feliz que estaba de codearse “con la gente más simpática e inteligente del mundo” e intentó quedar con Assange para ir a una fiesta. Lo más curioso de todo es que Ardin intentó borrar sus comentarios en Twitter tras ir a la policía. Sin adentrarnos mucho en los intríngulis del caso, la falta de pruebas, el comportamiento de las supuestas víctimas y las muchas contradicciones de la acusación indican que no hay que tomarse en serio este caso, sino más bien como un ataque contra alguien que se ha ganado muchos enemigos poderosos.
Curiosamente, muchos periodistas y proveedores de noticias están mostrando una hostilidad parecida hacia la página de las filtraciones. Grandes empresas de la comunicación se han desentendido del contenido de los cables y se están centrando en la agitación diplomática y en la caza a Assange. En octubre Christian Whiton, un tertuliano de la Fox, llamó a declarar a los responsables de WikiLeaks “combatientes enemigos”, lo que permitiría “acciones no judiciales” contra ellos. Whiton, que fue un alto cargo del Departamento de Estado durante la administración Bush, sigue la senda de otros escritores reaccionarios, como Marc Thiessen, un antiguo asesor de Bush que pidió la persecución de Assange mediante las leyes contra el espionaje.
Además de indicar las incestuosas relaciones entre las corporaciones mediáticas y el Estado, vemos un chovinismo muy acentuado, contrario a la definición del periodismo en la tradición republicana norteamericana, como vigilante y fiscalizador del poder y como informador del pueblo.
La respuesta de la revista Time a la columna de opinion de Thiessen en el Washington Post es muy clarificadora a este respecto, poniendo el dedo en la llaga de los conservadores acusándoles de haber olvidado los valores tradicionales norteamericanos. Recordaban el caso de los “papeles del Pentágono”, cuando la administración Nixon fue duramente criticada por su sacrificio de la libertad de expresión en aras de la seguridad nacional.
“Nadie puede leer la historia de la adopción de la Primera Enmienda sin convencerse fuera de toda duda de que se trataba de procesos como este los que Madison y sus colaboradores querían proscribir de esta Nación para siempre. La palabra “seguridad” es una amplia y vaga generalización que no puede invocarse para pasar por encima de la ley fundamental de la Primera Enmienda. La salvaguarda de secretos militares y diplomáticos a costa de la información no ofrece ninguna seguridad real a nuestra República”.
Quizás el elemento más revelador de la histeria derechista es lo vacío que ha quedado un pilar fundamental del discurso político. En el caso de los “papeles del Pentágono”, con el cual se suelen comparar las revelaciones de WikiLeaks, la sentencia que absolvió a Ellsberg hacía una referencia explícita a la necesidad de una información fluida para la democracia.
"En ausencia de controles y contrapesos presentes en otros camposde nuestra vida nacional, el único freno efectivo sobre el poder ejecutivo en el área de la defensa nacional y de los asuntos exteriores descansa en una ciudadanía esclarecida, en una opinión pública bien informada y crítica capaz de proteger los valores democráticos… Sin una prensa de calidad y libre, no puede haber ciudadanía esclarecida”.
El descenso en las ventas de la prensa ha hecho que desde muchas corporaciones de la comunicación se haga uso de este discurso, pero no las ha animado a acudir en apoyo de WikiLeaks.
Cosa que fue especialmente notoria por el apoyo dado por algunas de ellas a una enmienda anti-WikiLeaks a una propuesta de ley federal para la protección de fuentes periodísticas. Desde el año 2004 los periodistas norteamericanos venían demandando una ley en ese sentido para poder defenderse de la ira de los gobiernos. Se trata de un asunto cada vez más candente, dado que la administración Obama ha interpuesto, en un acto sin precedentes, cuatro demandas simultáneas contra personas que han revelado datos de las agencias militares y de seguridad. En su defensa de la protección, los legisladores y periodistas parecen ser capaces de distinguir entre aquellos periodistas que son merecedores de dicha protección y los que no lo son.
Lucy Dalglish, directora del Reporters Committee for Freedom of the Press (Comisión de Periodistas en defensa de la Libertad de Prensa), lo dejaba claro en declaraciones a la revista Time: “se trata de difusión de datos y eso me preocupa… Los periodistas deben abrir un periodo de consultas antes de publicar material comprometido. WikiLeaks dice que lo hace. Pero los editores tradicionales pueden rendir cuentas por ello. Nadie sabe quién se encuentra al lado de Julian Assange”.
La responsabilidad es una palabra que siempre está en boca de las corporaciones de la información, pero se trata siempre de responsabilidad hacia los poderosos, no hacia la gente. Su diferenciación entre WikiLeaks y el periodismo casa perfectamente con la del portavoz del Departamento de Estado estadounidense, PJ Crowley, que ha afirmado que “el señor Assange persigue obviamente, con sus actividades, un objetivo político, y creo que eso, entre otras cosas, hace que no se le pueda considerar un periodista”.
Jay Rosen, un profesor de estudios sobre la comunicación en la Universidad de Nueva York, ha comentado que el papel de la prensa como fiscalizadora del poder terminó durante la guerra de Iraq, y que WikiLeaks ha llenado este vacío. No debemos sobrevalorar la importancia de la cruzada neo-conservadora, el servilismo de la prensa a los poderosos no es nada nuevo. Sin embargo, estamos de acuerdo con Rosen en que los medios corporativos han fracasado estrepitosamente a la hora de cumplir su papel en el marco de la teoría de la democracia.
Es lo que Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair han llamado “la muerte del cuarto estado”. Los gigantes de la comunicación están cada vez más en manos de los poderosos y convertidos en portavoces de la desinformación estatal y de los intereses corporativos.
La guerra de Iraq fue el ejemplo más claro, pero no el único, del grado de facilidad con el que el Estado norteamericano y sus diversos organismos pueden manipular a la opinión pública en su beneficio. Esta guerra ha sido el mayor ejemplo de cómo no hacer periodismo, una mezcla de desinformación, distorsión y mentiras en estado puro que se le hicieron llegar a través de los grandes medios de noticias a las poblaciones de los Estados combatientes. Historias sin pies ni cabeza sobre las conexiones de Al Qaeda y campañas sensacionalistas sobre supuestas armas de destrucción masiva llenaron las transmisiones y las columnas de los periódicos mientras el ruido se hacía más y más fuerte.
Se gastaron miles y miles de millones de dólares en “gestión de la información” y la “guerra contra el terrorismo” fue un gran negocio para los ejecutivos y “grandes guerreros” de la comunicación como John Rendon, que tienen su campamento en el cruce entre Madison Avenue y la circunvalación de Washington. Definida como “las acciones destinadas a transmitir y/o escamotear una información determinada y datos a una audiencia para influir en sus emociones, motivaciones y objetivos”, la “gestión de la información” supone el control del flujo informativo y el diseño de la actualidad para modelar la respuesta del público.
Desde la izquierda solemos achacar la timidez de la prensa a quiénes son sus propietarios o a su dependencia de la publicidad, pero en gran medida las prácticas habituales de las grandes corporaciones informativas también se deben a un exceso de trabajo y unas remuneraciones cada vez menores. El ligamen con los intereses institucionales y su dependencia de ellos se complementa con una carencia de recursos para investigar nuevos casos. En un informe sobre la independencia de los medios elaborado por MediaWise y por la Universidad de Cardiff los investigadores descubrieron que el 60% de los artículos de prensa y el 34% de los reportajes televisivos provenían total o principalmente de fuentes “precocinadas” (como los servicios de relaciones públicas de las grandes empresas o agencias de prensa como Reuters y AP) y también que “el 19% de las noticias aparecidas en prensa y el 17% de los reportajes televisivos provenían de servicios de relaciones públicas y menos de la mitad del contenido de los medios parecía ser independiente de dichos servicios”.
El estudio fue financiado por el periodista Nick Davies para su libro “Flat Earth News”, que denuncia la dependencia de la prensa de los intereses corporativos y las prácticas asociadas con ello, que hacen que los periodistas cada vez estén más atados de pies y manos para hacer su trabajo.
Assange ha comentado que “para tomar una decisión sensata debes saber realmente lo que está pasando, y para tomar una decisión justa debes saber y comprender qué injusticias se están cometiendo”. Para los gestores del conocimiento, WikiLeaks es el sabotaje de la información; romper con el control que el Estado y las corporaciones ejercen sobre ella.
Las instituciones y organizaciones que modelan el mundo a su antojo raramente están interesadas en la transparencia, y el declive del periodismo ha sido una bendición para los poderosos. Ellos cuentan con “guerreros de la información”, pero WikiLeaks puede convertirnos en guerrillas de la información.
Si queremos conocer mejor el mundo en el que vivimos, si queremos construirnos nuestra propia idea acerca de las cosas, debemos apoyar a WikiLeaks, debemos apoyar a sus fuentes y debemos encontrar los medios para hacer periodismo para el pueblo, no para los poderosos.
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