El 28 de marzo se cumplió 46 años del asesinato en Madrid del joven Jorge Caballero Sánchez, militante de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) a manos de un conocido grupo de fascistas.
El primer acto de
este crimen impune ocurrió en 1980. El dictador Franco había muerto cinco años
antes. España, tras la celebración de los Pactos de la Moncloa y la aprobación
de la Constitución de 1978 se encaminaba, entre tensiones y graves conflictos,
hacia el régimen actual. Los grupos y partidos políticos en su conjunto, desde
el Partido Comunista o el PSOE hasta la derecha de Unión de Centro Democrático
(UCD), habían acordado que el paso de la dictadura a la democracia (que no a la
República, por más que vehementemente ansiada por muchos) se haría bajo los
principios rectores de la “reforma” y no de la “ruptura” con el franquismo, por
más que significados personajes defensores del fascismo y el militarismo,
continuasen ocupando sus altos cargos en la administración del nuevo estado,
desde el ejército al aparato judicial.
Eran las diez de la
noche del 28 de marzo de 1980. Jorge Caballero, un joven de veintiún años,
salía del madrileño cine Azul, situado en la Gran Vía, acompañado por su novia.
Apenas a unos metros de la salida del cine un grupo de jóvenes afiliados al partido
político de Fuerza Nueva (FN), nostálgico feroz del franquismo y el horror
fascista, observaron que Jorge llevaba en la chaqueta una insignia con el
anagrama de la central obrera anarcosindicalista, CNT. Le señalaron y le
abordaron con gritos e insultos, mientras la compañera de Jorge salía corriendo
en busca de ayuda, sin que nadie pudiese evitar el trágico asesinato que
enseguida se produjo.
El grupo de matones
estaba integrado por José Juan Llobregat, alias “El loco”, armado con un
machete; José María Vargas Villaba, de sobrenombre “El jerezano”; y José Miguel
Gómez González, de apodo “El masa”, jefe de centuria de Fuerza Joven. Estos dos
últimos estaban armados con palos. Además de este trío dirigente, al menos
otros siete pandilleros fascistas jaleaban a sus jefes, portando bates de
béisbol y navajas.
Todos ellos
rodearon al joven anarco-sindicalista y en un estado frenético, pasaron de los
insultos a la violencia, le golpearon en la cara, hasta que cayó y una vez en
el suelo comenzaron a patearle los costados y la cabeza. Cuando el compañero
intentaba ponerse en pie, Juan José Llobregat empuñó su machete, hundiéndolo en
el pecho de su víctima hasta la empuñadura. Jorge Caballero tardaría en morir
15 días agónicos en el hospital.
El asesino, Juan Jose
Llobregat, huyó al extranjero gracias a la ayuda del propio subjefe de Fuerza
Nueva, Ricardo Alba, que le había proporcionado el billete para sacarlo del
país, para así evitar la acción de la justicia, así como por posibles
represalias de las organizaciones tanto anarquistas como de izquierdas.
Finalmente, la
policía detuvo a algunos de ellos. Junto a “El masa” y “El jerezano”, estaban
como agresores y colaboradores del asesinato, los siguientes miembros de Fuerza
Nueva: Fernando Saliquet, Felipe Queipo, Antonio Pagazanturdia, Pascual García
y los hermanos Miguel Ángel y Javier Fernando Masia Linaza. Mientras a los dos
encausados se les impuso una fianza de 25.000 Pts, ese mismo tribunal exigió
3.400.000 pesetas a los partidos y sindicatos que intentaban ejercer como
acusación popular.
Tras más de siete
años de espera, el 28 de abril de 1987, la Audiencia
Provincial de
Madrid, sentó a los acusados en el banquillo, acusándoles de desordenes
públicos y no de asesinato como pedía la abogada particular, en representación
de los familiares de la víctima.
El texto de la
sentencia dictada el 5 de junio por el juez Carlos Entrena, antiguo miembro del
Tribunal de Orden Público del franquismo, ni siquiera mencionó la condición
fascista de los acusados, olvidando también que estos habían amenazado con sus
armas a los transeúntes en varias ocasiones durante aquella misma noche. Los
acusados solo fueron condenados a pagar ridículas multas, mientras el asesino
material, Juan José Llobregat, “El loco” seguía en paradero “desconocido”. Cada
cual hizo su trabajo en el asesinato.
Es un deber
“recuperar la memoria y los sueños de nuestros compañer@s que dedicaron su vida
al ideal libertario”.
Que sus nombres no
se borren jamás de nuestra memoria.
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