martes, 25 de junio de 2019

Julio Verne, escritor sin dios ni amo


El 24 de marzo de 1905 moría, a los 77 años de edad, uno de los más populares novelistas de lengua francesa: Julio Verne. Considerado autor para la infancia, nunca fue incluido en los anales de la literatura francesa. En todos sus escritos, la sociedad prevista por este visionario es de raíz técnica y moralmente anarquista, seguramente inspirada por largas conversaciones con su amigo Piotr Kropotkin.
Para que la obra de Verne adquiera todo su sentido, hay que situarla en relación a tres corrientes ideológicas del siglo XIX francés: la solidaridad con las nacionalidades, la fe saintsimoniana en la expansión económica y la crítica social anarquista llevada hasta la negación más radical.
Esta última tendencia empuja a Julio Verne a la crítica social y al individualismo libertario. Es la más escondida, la más secreta. En este dominio sería preciso contentarse con anotaciones fugitivas, con episodios y personajes aparentemente secundarios, incluso con deducciones, si hacia el final de su existencia Julio Verne no hubiese dado, repentinamente, libre curso a sus simpatías anarquistas, si el grito "ni dios ni amo" no hubiese resonado bruscamente en el universo que él creara mediante Los náufragos del Jonathan, obra póstuma de una importancia considerable por la inteligencia de su pensamiento político y en la que nos expone, retrospectivamente, una de las "claves" del conjunto de su obra.
En su serie de Viajes extraordinarios arremete contra el oro, considerado como instrumento ficticio de potencia y de riqueza. En Cinco semanas en globo (primero de los Viajes extraordinarios) el oro representa un valor convencional y muy relativo. El doctor Ferguson, cuyo globo se posó en pleno desierto africano, lastró el ingenio con enormes sacos de cuarzo aurífero: los bloques de mineral serán arrojados por la borda a medida que el viaje se prolonga y sea necesario aligerar el aerostato.
El único caso donde el oro aparece con otra significación es el episodio de los galeones de la Bahía de Vigo reencontrados por Nemo gracias a su Nautilus, que le facilitan recursos ilimitados. Sin embargo, el oro esta vez está al servicio de un hombre que ha roto con la sociedad y que sabe, no obstante, y lo considera preciso, ayudar a los oprimidos. Para el caso, Nemo remite una cantidad importante a un emisario de los insurrectos candiotas de 1868.
Sin embargo, no va más lejos en el análisis del juego de las fuerzas económicas y las desigualdades sociales. Prácticamente no hace referencia a la producción, la explotación del trabajo por el capital, noción, sin embargo, bien conocida en la época. Por el contrario, aunque sea indirectamente, ataca al derecho de propiedad. Las atribuciones de terrenos a los mineros auríferos o diamantíferos, la fragilidad de las bases sobre las cuales aquéllas descansan, los errores que las mismas comportan, le dan ocasión para demostrar más generalmente el carácter convencional -y de rechazo la fragilidad, lo fortuito, lo revocable- de la propiedad individual del suelo.
La crítica social es vigorosa, aunque no llegue a ser específicamente anarquista. La disconformidad con la autoridad estatal, la distribución de las tierras, la existencia de fronteras, es más específicamente anarquista. Julio Verne repudia profundamente, al parecer, el carácter frágil, litigioso de las fronteras y de las soberanías territoriales. En César Cascabel esta contingencia resulta novelesca. El tratado de cesión de Alaska a los Estados Unidos de América y de transferencia de soberanía entra en vigor el día mismo que un proscrito ruso se presenta en la frontera y teme caer en manos de la policía zarista.
En cuanto al nacionalismo, a pesar de algunos arranques de patriotismo, no influye en el conjunto de su obra. La comunidad social creada por el capitán Nemo es la expresión más explícita de esa preocupación de superar las nacionalidades. La tripulación del Nautilus habla un lenguaje artificial e incomprensible del cual se nos da una muestra; solamente ante la muerte, cuando un pulpo gigante se lo lleva, uno de los marineros recurre de nuevo a su lengua natal para gritar socorro en francés.
Los jueces son formulistas y pretenciosos: todo acusado es, para ellos, un culpable. Los policías son antipáticos y cínicos. El error judicial, tema familiar en la literatura anarquista de la época, este símbolo del conflicto de la sociedad y del individuo y del carácter inseguro de la justicia establecida, tiene asimismo un lugar importante en el universo de Los Viajes extraordinarios. La posición de Julio Verne referente a la criminalidad es equívoca. Las bandas de forajidos y de piratas intervienen con frecuencia en sus relatos, y bajo rasgos en apariencia muy desfavorables, muy convencionales: "hez de la sociedad", "miserables", "criminales endurecidos". Sin embargo, observándolo de cerca, el autor ¿no testimonia una estima secreta por el vigor humano de estos fuera de la ley?
A la sociedad establecida, con sus obligaciones y sus montajes ficticios, los anarquistas oponen los "medios libres", las pequeñas comunidades voluntariamente creadas y fundadas en la solidaridad y la ayuda mutua según la tradición proudhoniana. Tales comunidades encontraremos con frecuencia en Los mundos conocidos y desconocidos; nacidas, claro, fortuitamente, a resultas de catástrofes o de aventuras: los colonos de La isla misteriosa, donde su globo es abatido a causa de una tempestad; la guarnición del Fuerte-Esperanza, enviada por la Compañía de la Bahía de Hudson para crear un establecimiento subpolar, instalándose, aquélla, sobre una plataforma de hielo cubierta de tierra, la cual deriva sin remedio posible; Hatteras y sus compañeros, invernando cerca del Polo dentro de su fortín de hielo; la colonia del capitán Savardac, llevada por el cometa Galia; los náufragos de Segunda patria, continuación servil del célebre Robinson suizo; los pupilos de la pensión Chairman, abandonados en una isla del Estrecho de Magallanes durante dos años, debido al naufragio de su "brick", a la deriva desde Nueva Zelanda sin ningún adulto a bordo (Dos años de vacaciones); la tripulación del Nautilus.
Todas estas colectividades nacidas de la aventura se caracterizan por su natural armonía; los conflictos de nacionalidad no existen, o se esfuman; cada cual puede desarrollar sus cualidades humanas, concretando escuelas de iniciativa y solidaridad a la vez. Sin embargo, se distinguen de los "medios libres" anarquistas (incluidas sus relaciones novelísticas como Terre Libre de Juan Grave) por un rasgo fundamental: las colectividades de Verne son dirigidas por un jefe, un organizador de la actividad económica y de la vida social. Ese jefe es, generalmente, un oficial (el capitán Savardac, el teniente Hobson den En el país de las pieles), un técnico y un sabio (Nemo, Robur, el ingeniero Cyrus Smith). Igualmente los muchachos de la pensión Chairman sienten la necesidad de elegir un jefe por sufragio universal.
Cuando Verne exalta la revuelta del individuo frente a la sociedad, se sitúa muy próximo a la ideología anarquista. En Veinte mil leguas de viaje submarino, la bandera de Nemo es negra y la planta, en señal de posesión, en el Polo Sur, tierra libre de toda implantación estatal en la época. Esta aparición de la bandera negra de la anarquía y de la piratería es tanto más significativa por repetirse con frecuencia en el universo verneriano. Igualmente, los campesinos canadienses enarbolan la enseña negra al rebelarse contra los ingleses (Familia sin nombre), con voces terminantes: "Fuera, tiranos; el pueblo despierta… Unión de los pueblos, terror de los grandes… Antes una lucha sangrienta que la opresión del Poder corrupto"; este pabellón negro lleva una calavera y dos huesos en cruz, con el nombre de los gobernadores detestados, Dalhouise y Craig. El pabellón del ingeniero Robur es negro con un sol amarillo, pero el pirata Sacratif también iza el pabellón negro, marcado esta vez con una S, cuando ataca a los navíos griegos en lucha contra los turcos (El archipiélago en llamas); es el mismo trapo negro que enarbolan los piratas que sitian a los colonos de La isla misteriosa; es decir, que la bandera negra aparece en la obra de Verne con una ambigüedad muy significativa, a la vez como emblema de personajes menospreciables y de héroes positivos.
Veinte mil leguas de viaje submarino es la obra de Verne más reveladora de sus secretas simpatías libertarias, por lo menos hasta la publicación de Los náufragos del Johathan, siendo esta la ocasión de recordar la curiosa leyenda según la cual Louise Michel sería la verdadera autora de la novela, cuyo argumento habría vendido por cien francos en un día de miseria. Esta leyenda, por la forma en que ha sido explicada, es evidentemente falsa; el manuscrito de la obra fue remitido a Hetzel en diciembre de 1868, es decir, mucho antes de la fecha supuesta de la cesión a Julio Verne; es particularmente imposible que Louise Michel haya imaginado el nombre de Nautilus recordando las conchas denominadas "nautilus" que ella encontrara en las playas de Nueva Zelanda durante su deportación. El estudio de los archivos de Verne quizás revele que, desde el fin del Imperio, el autor estuvo en relación con la inteligentsia antiautoritaria de París, sabiéndose al efecto que en el periodo posterior entabló gran amistad con los hermanos Reclus y su grupo, y que su amigo Nadar evolucionó hacia el anarquismo.
Los náufragos del Jonathan, obra póstuma editada en 1909, fue redactada en las postrimerías de la vida de Julio Verne, en fecha incierta. No existe razón alguna para sospechar de su autenticidad como hizo un erudito italiano de la Sociedad Julio Verne. Contrariamente, esta novela de un vigor excepcional, reincide coherente y explícitamente en los temas anarquistas veladamente introducidos en los volúmenes de los Viajes extraordinarios; nadie que no fuese Verne habría sido capaz de operar ese reagrupamiento, ese legado aclaratorio del tema. Puede igualmente notarse que el Jonathan es la única obra, con Los hijos del Capitán Grant y La isla misteriosa, que Julio Verne ha elaborado sobre un plan ternario, más amplio y más dramático; todas sus demás producciones tienen una o dos partes, lo que indica una vez más que se trata de una obra de importancia muy particular, ya que Verne nada confiaba al azar en materia de composición literaria.
En una isla del Estrecho de Magallanes, la isla Hoste, vive un proscrito, KawDjer (tal es el nombre que le dan los fueguinos); este anarquista abandonó el mundo civilizado, no conociendo otro principio social que la libertad de cada individuo; frente a la civilización, él prefiere la vida primitiva de los habitantes del país. Un navío americano, el Jonathan, naufraga en aquellos parajes; sus pasajeros son emigrantes que una compañía colonizadora reclutó en California para expedirlos en África. Toda esa gente desembarca en plena confusión, en desorden, y KawDjer queda, contra su gusto, obligado a dirigir, a mandar, a organizar la vida social de los recién integrados a la isla. Gracias a los efectos transportados por el navío, destinados a ser utilizados en África, los náufragos se preparan para soportar el invierno. El gobierno chileno -del cual la isla depende desde la firma de un tratado de partición con la Argentina- acuerda la independencia de la isla Hoste si los colonos aceptan el compromiso de explotarla. De ello resulta el nacimiento de un pueblo, una experiencia de sociedad nueva. Una villa emerge: Liberia, pero la experiencia no resulta afortunada. Políticos socialistas y comunistas se crean clientelas particulares incapaces de organizarse en colectividad.
El hambre aparece con el segundo invierno, se forman bandas de pillos y una guerra civil se entabla entre el socialista Beauval (que consiguió que se le eligiera gobernador) y la banda del comunista Dorick.
Por segunda vez KawDjer acepta la función de dirigente cuyo principio le causa horror. Restablece el orden, reorganiza la agricultura y el comercio y rechaza una invasión de los patagones; pero asiste impotente a una marcha en pos del oro que atrae a la isla Hoste a aventureros de los cinco continentes, cuando son descubiertas algunas pepitas. El desorden se reinstala y KawDjer se ve obligado a hacer disparar contra los mineros en revuelta, contándose más de mil muertos, dando pretexto a Chile para revocar su concesión de independencia. KawDjer abdica, refugiándose en la isla Hornos para entregarse a la vida solitaria.
Varios temas anarquizantes que ya hemos seguido a través de la obra de Verne vuelven a esta novela, esta vez para ocupar un lugar esencial; los del oro, la propiedad, las fronteras territoriales y las soberanías estatales. El carácter ficticio del oro como fundamento del valor económico es tanto más manifiesto tratándose de una sociedad nueva, potencialmente libre de toda convención. Por otra parte, el derecho a la propiedad privada es puesto, abiertamente, en duda. El problema del acaparamiento estatal de los territorios del planeta, el carácter ficticio y convencional de fronteras y soberanías, temas ya apuntados varias veces en otras obras, se plantean igualmente en el Jonathan, esta vez a plena luz. La Magallania, al empezar la novela, es definida como tierra libre de toda implantación estatal, como el Polo Sur cuando Nemo planta en él el pabellón negro; es esa condición de la isla la que atrajo a KawDjer para quedarse en ella.
Julio Verne se ocupa igualmente en el Jonathan del carácter irrisorio de las declaraciones de guerra y de las formalidades diplomáticas que llevan consigo. El mundo de los náufragos es un microcosmos que revela (para el mal, según Verne) toda la experiencia histórica de las sociedades humanas. A propósito de una joven que quiere casarse contra la voluntad de su padre, estalla una crisis entre el gobernador (el socialista Beauval) y el grupo de amigos de KawDjer; y como la tensión se encrespa, los kaw-djeristas derriban el puente de madera que separa sus casas de la zona ocupada por los adversarios.
Ciertos temas libertarios ya expuestos por Verne en otras obras se incluyen en el Jonathan con más fuerza y nitidez. No obstante, el interés de la novela -según entendemos- radica en que el autor expone sus ideas anarquistas a través del protagonista, KawDjer. Exposición notable por su tono familiar, de interioridad; pero sobre todo por el hecho de que Verne no quebranta sino a propósito del anarquismo la regla de mutismo político que parece se fijó para el conjunto de los Viajes extraordinarios. KawDjer es el único personaje en toda la obra de Verne que desarrolla sistemáticamente y de forma coherente una filosofía política, y ello no en un desliz de párrafo según la técnica secreta de la cual disfrutara extraordinariamente Verne. Todos sus comentaristas han notado el fenómeno, ya desde el primer capítulo, de manera que el lector no tenga duda.
A lo largo de Jonathan la disposición de KawDjer por la anarquía es señalada en varios episodios. "Sus ojos despedían refulgencias inquietantes" cuando uno de sus adversarios pronunció el vocablo "leyes". Es el culto a la libertad y a la independencia que el protagonista inculca a sus amigos fueguinos: "dueño no puede haberlo para un hombre digno de este nombre", les explica. KawDjer es, se ve claro, "un alma feroz, indomable, intransigente, refractaria a todas las leyes". Seguidamente, Julio Verne toma la precaución de distinguir dos categorías de anarquistas: unos "corroídos por la envidia y el odio, siempre prestos para la violencia y la muerte"; otros "verdaderos poetas que ensueñan una humanidad quimérica de la que el mal será arrojado para siempre"; KawDjer pertenece "a la sección de ensoñadores y no a la de los profesionales de la violencia".
El nudo esencial de la novela se resume en la confrontación trágica entre las concepciones anarquistas de KawDjer y la sociedad que se organiza en la isla Hoste tras el naufragio. Jonathan no relata una simple aventura para la juventud, sino un drama moral que le confiere una intensidad particularísima.
KawDjer ve, en efecto, sus teorías rebatidas, o por lo menos defraudadas en razón del comportamiento de los náufragos: apego a la propiedad, individualismo, aceptación de la autoridad ajena, menosprecio por el interés general, incluso la guerra civil acudirá para desgarrar ese microcosmos. Mas las convicciones anarquistas del protagonista no serán quebrantadas, sino solamente reafirmadas.
En resumen, el anarquismo por el que Julio Verne ha podido sentir algún interés, una cierta simpatía, es el de los años 1880-1890, situado antes de la corriente de atentados (de los cuales los Viajes extraordinarios prácticamente no hacen mención). Es igualmente anterior al reencuentro entre el anarquismo intelectual y el movimiento obrero, es decir, el anarcosindicalismo. A tal efecto se puede notar que el proletariado de la gran industria moderna está totalmente ausente, o casi, de la obra de Julio Verne.
Jean Chesneaux
(Condensado de su artículo Drapeaunoir)
Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad en su número de Marzo de 2005

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