“Intentar reanimar el marxismo, el anarquismo o el sindicalismo
revolucionario dotándolos de una inmortalidad ideológica, sería un obstáculo
para el desarrollo de un importante movimiento radical. Se necesita una
perspectiva totalmente revolucionaria que sepa afrontar de manera coherente los
diferentes argumentos que puedan conducir a gran parte de la sociedad a
oponerse de forma eficaz al sistema capitalista, un sistema que está en
continua evolución y cambio”.
Así escribía Murray Bookchin,
pero su discurso no es particularmente original: sin ir muy atrás en el tiempo,
al menos desde los años inmediatamente sucesivos a la caída del Muro de Berlín,
se ha convertido en una especie de recurso literario invocado sobre todo por ex
marxistas, pero también en el seno del llamado “post-anarquismo”.
Sin embargo, yo creo que el
discurso de Bookchin y de todos los que lo han precedido y los que lo seguirán,
no es válido por varios motivos que trataré de enumerar y argumentar aquí.
El primer orden de problemas es
el siguiente: He empezado con la frase de Bookchin porque en pocas líneas
condensa tanto la tesis como su fundamento. Él –pero no es el único– cree en el
cuento que el capitalismo se cuenta a sí mismo –“un sistema en continua
evolución y cambio”– escondiendo tras la fábula de “lo nuevo avanza” lo viejo
que retorna (incluso nunca se fue…). En los últimos tiempos han circulado
numerosos textos, y no solamente en el ámbito radical sino de la izquierda en
general –cito aquí solamente El Capital del siglo XXI, de Piketty, y Débito, de
Graeber– que habrían debido desmontar ampliamente esta construcción ideológica
y mistificadora, que trastorna la realidad de las cosas presentando a quien
lleva realmente “un mundo nuevo en el corazón” como una especie de
reaccionario, y al autoritarismo y viejo Estado presente de las cosas como
intrínsecamente “revolucionario”. Se aprecian como novedades absolutas cosas
como los poderes financieros, las multinacionales, el hecho de que el enemigo
se haya convertido en un “sin rostro”, la dependencia de los “índices de la
Bolsa”, etc., que son más viejos que los caminos, y que aparecen como “lo nuevo
que avanza” solo en la mitología del capital.
Una mistificación apoyada en
determinados errores de valoración de Marx sobre las novedades efectivas del
capitalismo industrial relativas a las formas de producción precedentes, que le
lleva a elogiar descaradamente el mundo capitalista como claramente
“revolucionario”. Los ejemplos más destacados están en el Manifiesto Comunista:
“La burguesía ha desempeñado en
la historia un papel altamente revolucionario. (…) Ha sido ella la primera en
demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy
distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las
catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de
los pueblos y a las Cruzadas.
La burguesía no puede existir
sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción
y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las
relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el
contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales
precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción
de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes
distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones
estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas
durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de llegar a
osificase. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es
profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus
condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas. (…) Mediante la
explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a
la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los
reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Merced al rápido
perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de
los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la
civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios
de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las
murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a
los extranjeros” (Capítulo I, “Burgueses y proletarios”).
En consecuencia, del hecho de
que Bookchin –como inicialmente Marx y posteriormente otros muchos– acepte esta
narración mitológica que hace el capital sobre sí mismo, no se puede derivar
más que la idea de que las ideologías contestatarias, cambiando el objeto, han
sido superadas y representan “un obstáculo para el desarrollo de un importante
movimiento radical”, por lo que “se necesita una nueva perspectiva totalmente
revolucionaria”. Como inciso, diremos que, aun admitiendo que tal tesis fuera
verdadera, se trataría en cualquier caso de una especie de paradoja pragmática:
no se sabría con qué objeto realizar tal definición conceptual, dado que en el
momento en que esta se desarrolle, su inefable objeto será ulteriormente
cambiado, haciéndola inútil.
Como decíamos más arriba, hoy
sabemos por investigaciones científicas y empíricas precisas que marxismo,
anarquismo y sindicalismo revolucionario han tenido que lidiar exactamente con
las mismas dinámicas del capital que vemos actualmente en acción: en
consecuencia, si eran correctos o erróneos en la época, lo serían hoy también y
viceversa. En el análisis de los hechos, decir de uno de ellos –el marxismo–
que ha resultado enormemente incapaz de superar el capitalismo es un eufemismo,
habiéndose mostrado como el gran apoyo del capitalismo del siglo XX,
destruyendo el movimiento obrero y revolucionario para después pasar del
capitalismo de Estado al capitalismo neoliberal más feroz. El anarquismo, por
el contrario, incluso con sus fuerzas limitadas, ha logrado como poco mejorar
las condiciones de vida de las poblaciones oprimidas, inspirando las luchas y
las organizaciones más radicales en el periodo de la segunda fase de la
revolución industrial y durante los “treinta años gloriosos” –algo curiosamente
poco reconocido– llevando las mayores conquistas sociales incluso donde las
dimensiones relativas del anarquismo sobre el marxismo estaban a favor del
primero (y viceversa: piénsese en la diferencia entre Suecia y la Italia del
“gran Partido Comunista”). Donde se ha llegado a experiencia revolucionarias –México,
Ucrania, España– habrá mucho que hablar, pues son con los únicos
acontecimientos históricos que hoy se pueden citar a favor de la realización
efectiva de una sociedad comunista.
Discursos como el de Bookchin
en su llamamiento a la búsqueda de un “nuevo camino” hacen olvidar todo esto y
despojan a los movimientos revolucionarios de momentos fundamentales de
reflexión teórica sobre las vías contraproducentes y sobre las que, por el
contrario, han dado y siguen dando un mínimo fruto (como el zapatismo y la
Rojava)*.
*A propósito de la cuestión del
confederalismo democrático que se experimenta en el noreste de Siria, hay que
precisar que el Bookchin que ha influido en Ocalan es, por motivos banalmente
temporales, el de antes de la conversión al “post-anarquismo”. De hecho Ocalan,
que es un intelectual destacado, no tenía necesidad de ser adoctrinado en el
marxismo: si algo le ha podido proporcionar Bookchin, han sido las ideas
anarquistas.
Enrico Voccia
Publicado en el
Periódico Anarquista Tierra y Libertad, nº363 octubre 2018
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