La
Iglesia se confiesa: Ni anarquismo, ni memoria histórica, ni referéndum por la
autodeterminación, ni nada que no hubiese apoyado Franco
“Bueno a mí no me extraña que en el
ambiente general respecto a la moral personal y la moral sexual, que domina
actualmente en la sociedad, de un relajamiento ético sin fronteras ni privadas,
ni públicas, suceda lo de Pamplona” declara Rouco Varela interpelado por La
Manada.
Una entrevista al Cardenal Rouco Varela, referente
de la Iglesia católica en España, deja claras sus coincidencias ideológicas con
el Ibex, el PPSOEC´s. El régimen se enroca en sus diferentes apéndices. Una
entrevista muy plácida con en El Mundo pero que igual fija posición y convierte
a decenas de miles de creyentes en apartados de la institución.
A
muchos católicos les ha dolido ver recuentos de votos en iglesias durante el
1-O. ¿Cree que la Iglesia, o más concretamente el cardenal Omella, ha sido lo
suficientemente clara con los curas independentistas?
Creo que la comunidad eclesial en
Cataluña ha mantenido y mantiene básicamente la doctrina de la Iglesia sobre la
relación de la persona con el Estado, con la comunidad política. Los Estados no
existen abstractamente, sino concretamente. Y en el fondo, todos son
prácticamente frutos de la historia. Desde este punto de vista creo que la
doctrina de la Iglesia respecto a ese hecho (lo que tiene de hecho moral) ha
sido respetada. Puede haber excepciones. Puede haber hasta grupos que pudieran
apartarse de esa línea, pero a mí no me consta que en general los que ejercen
la responsabilidad doctrinal última, o penúltima, (que la última la tiene el
Papa) hayan enseñado una doctrina en contra de lo que es la doctrina de la
Iglesia al respecto. Que ha habido quien por ejemplo ha colocado urnas en una
Iglesia. Pues eso está prohibido por el derecho canónico, por el ordenamiento
jurídico de la Iglesia. Para empezar, se trata de un uso profano de un lugar
sagrado. Y en este caso, además, implica una actuación que choca con las
obligaciones de la Iglesia de respetar el orden jurídico legítimo y
legítimamente establecido. Y lo mismo podría aplicarse a los colegios
concertados religiosos que participaron en el 1 de Octubre.
Cuando
usted estuvo al frente de la Conferencia Episcopal, se votó para decir que la
unidad de España era un bien moral. Ahora parece que la Iglesia no lo tiene tan
claro.
Esa doctrina no se ha cambiado. La nota
de la comisión permanente y la intervención del señor cardenal arzobispo
presidente [D. Ricardo Blázquez] en su discurso inaugural de la última Asamblea
Plenaria no contradicen la doctrina que la conferencia ha expuesto en dos
documentos (de 2002 y 2006) que, por lo demás, revisten la misma autoridad que
cuando fueron aprobadas y son de actualidad: el de las causas y consecuencias
del terrorismo y el de orientaciones morales ante la situación actual de
España. Reconociendo en principio la legitimidad de las posturas nacionalistas
verdaderamente cuidadosas del bien común, se hacía una llamada a la
responsabilidad respecto del bien común de toda España que hoy es bueno
recordar. [El Cardenal lee]. “Ninguno de los pueblos o regiones que forman
parte del Estado español podrían entenderse tal y como es hoy si no hubieran
formado parte de la larga historia de unidad cultural y política de esa antigua
nación que es España. Propuestas políticas encaminadas a la desintegración
unilateral de esta unidad nos causan una gran inquietud, por el contrario,
exhortamos encarecidamente al diálogo entre todos los interlocutores políticos
y sociales. Se ha de perseverar el bien de la unidad, al mismo tiempo que el de
la rica diversidad de los pueblos de España».
En
la reciente plenaria los obispos han sido más claros, ¿no?
El presidente, sí. Hablando de la
relación entre el ciudadano y España en este momento de su vida política y
cultural se refirió a la Constitución y al mantenimiento del orden
constitucional como un bien. El mantenimiento del orden constitucional garantiza
el bien común, y guardar el bien común es un deber moral para los ciudadanos,
para todos los que forman parte de una comunidad política. Desde esta
perspectiva, fue muy concreto al aludir a la aplicación del artículo 155 de la
Constitución en Cataluña.
El
obispo de Solsona, los curas contando votos… Hasta Junqueras presume de orar en
la cárcel. ¿Se puede ser católico y defender el independentismo?
Efectivamente, un católico sigue las
exigencias de la conciencia moral, en la que el valor de la justicia y el valor
de la caridad ocupan un lugar central, no puede concluir afirmándose
independentista, en el sentido de lo que explican los dos documentos de la
Conferencia Episcopal Española. No debe actuar rompiendo la unidad de una forma
unilateral. Si se concibe, pues, el independentismo rigurosamente, es decir,
como una forma de romper, en este caso, la unidad de España o de cualquier país
unilateralmente, no es conciliable con la conciencia católica rectamente
formada. Y con respecto a España, hay incluso razones adicionales, podríamos
decir, que tienen que ver con los rasgos más hondamente característicos de su
historia, que refuerzan moralmente este juicio. En cualquier hipótesis, mi
respuesta vale para cualquier Estado. No puede ser que una parte de los ciudadanos,
de una parte de un Estado legítimamente constituido, quieran romper
unilateralmente la unidad de la comunidad política. No lo deben de hacer, si
viven cristianamente. Si viven su vida desde el punto de vista moral y desde el
punto de vista espiritual y religioso, en clave de conciencia cristiana, de
conciencia católica.
¿Por
qué dice usted que España es un bien moral superior?
Porque
es la forma histórica, concreta, en la que se configura la comunidad política
que asegura a los que formamos parte de ella bienes fundamentales y esenciales:
la garantía de la Justicia en su elemento más fundamental de neutralizar la
violencia, de evitar, en frase famosa de un filósofo muy conocido del derecho
de la Ilustración, que la sociedad se convierta en un teatro fatal de la lucha
de omnium contra omnes [de todos contra todos], la seguridad
de la convivencia y de la cooperación solidaria para una obtención justa y
humanamente fecunda del bien común. El pertenecer o no pertenecer a la
comunidad política no es un asunto moralmente libre. Es decir, el anarquismo,
considerado y valorado con los criterios propios de la conciencia cristiana, no
es aceptable. Por lo tanto, si España es el nombre de la realidad histórica
concreta o, lo que es lo mismo, de la comunidad política en la que vives, debes
de cuidar su unidad en la justicia, en la solidaridad, en el amor y en la paz.
Y no puedes decir que te vas, que rompes unilateralmente con ella porque estás
rompiendo un bien muy decisivo para ti y para los demás.
Los
independentistas querían que mediaran el abad de Montserrat y el cardenal
Omella.
Pues yo he oído un rumor vago, sin más
información sobre lo que usted menciona. El Papa naturalmente se manifestó
crítico. Se expresó claramente en el sentido de que la pretendida ruptura de la
unidad de España no era aceptable.
El
independentismo como el relativismo es egoísta.
Bueno, sí podríamos hablar de que
efectivamente nos encontramos en la Europa de hoy (no solo en España) con un
estado de opinión, intelectual y éticamente muy confuso, respecto al llamado
derecho a decidir. Se tiene derecho a decidir sobre realidades y
comportamientos que moralmente sean aceptables, pero no hay derecho a decidir
de una manera absoluta ni respecto a uno mismo, ni mucho menos, respecto a los
demás. El hombre no es la medida de lo bueno y de lo malo; y, consecuentemente,
si se impone esa conciencia de que yo lo puedo todo, de que yo puedo decidir de
mi vida haciendo lo que me parece sin tener en cuenta mi dignidad personal y a
mi prójimo, olvidando el bien común, no es de extrañar que se pueda llegar a
posturas independentistas. No hay duda.
¿Ha
seguido usted el juicio de ‘La Manada’? Se habla que los chicos están muy
influidos por la pornografía, que tienen una concepción del sexo más…
Hedonista, radicalmente hedonista. Bueno
a mí no me extraña que en el ambiente general respecto a la moral personal y la
moral sexual, que domina actualmente en la sociedad, de un relajamiento ético
sin fronteras ni privadas, ni públicas, suceda lo de Pamplona. Que se den estos
casos tan brutales, tan lamentabilísimos como lo ocurrido allí. Urge sanar las
raíces humanas y espirituales de las que se alimentan estas conductas de
jóvenes que hay que calificar como una barbaridad sin paliativo alguno. Si se
trata del hecho de una violación, lo sucedido no puede ser más grave. Pero,
aunque no hubiera sido así, aunque se tratase de una participación voluntaria
de todos sus actores, asistiríamos a un tristísimo exponente de un trato íntimo
en las relaciones personales, en el que la dignidad de la persona queda
arrastrada por los suelos.
Es
que el derecho ahora mismo es líquido también…
Es
una palabra que no se suele usar en el lenguaje de la ciencia jurídica, pero
sí, el término positivista. El positivismo jurídico es un fenómeno de una larga
tradición científica y política, dominante sobre todo en la historia moderna
del derecho. Sus manifestaciones más problemáticas se dan en el siglo XX, sobre
todo en su primera mitad. Toda la gran crisis europea y mundial que significan
la Primera Guerra y, muy especialmente, la Segunda Guerra Mundial, no se
explica suficientemente sin tener en cuenta lo que supuso el factor de una
concepción del derecho en la que éste era lo que el poder -incluso en el
sentido más descarnado y despótico de la expresión- mandaba o prohibía a los
ciudadanos. Claro, cuando el derecho se reduce a ser lo que dicta el que tiene
el poder, también cuando es ejercido despóticamente, es decir, cuando, en
cualquier caso, el derecho se concibe exclusivamente como el resultado del nudo
ejercicio del poder y no representa la expresión normativa del ejercicio de una
autoridad que se sabe vinculada por el bien del hombre, o, lo que es lo mismo,
por el bien de las personas, formulado y garantizado en y con las categorías de
los derechos fundamentales de la persona humana y del bien común, pues puede
pasar cualquier cosa, y de hecho pasó en la Europa de las dos guerras
mundiales. Es buena y provechosa todavía la lectura de la monografía de Romano
Guardini Die Macht [El Poder], publicada en el año 1965.
¿Y
ahora vivimos una situación parecida, usted cree?
Tentaciones para poder llegar a situaciones
similares sí que las hay. Se dice que el Papa Francisco es progresista…La
distinción -“progresista”, “conservador”–viene un poco de los años 70, sobre
todo, después del crucial 68, y nos ha acompañado hasta hoy mismo. Pero yo creo
que quedó superada en la realidad, incluso en la realidad de los medios de
comunicación, al menos en un amplio espectro de los mismos, con el pontificado
de Juan Pablo II y Benedicto XVI y, por supuesto, con el del Papa Francisco.
Hablar ahora de posiciones conservadoras o de posiciones progresistas en la
Iglesia relacionadas con las verdades fundamentales de la fe, yo creo que no se
puede hablar. No hay ninguna gran corriente teológica que se haya apartado del
credo de la Iglesia ni hay ninguna gran realidad teológica o pastoral que se
haya separado de las exigencias que para la acción apostólica, la predicación,
la celebración de los sacramentos y los principios rectores que rigen la vida
cristiana, establecidos en el Concilio Vaticano II y, luego, en el código de
derecho canónico que lo refleja y concreta.
¿Qué
tal está Benedicto XVI? Usted es de los pocos a los que escribe con una letra
pequeñísima…
Le veo de cuando en cuando. Le he
encontrado mejor que en junio del verano anterior, no en la movilidad, pero sí
en el estado general, bueno, y en la frescura intelectual, en la frescura
espiritual, que es muy propia y muy típica de él.
En
alguna manera sí que contrasta el discurso de Ratisbona de Benedicto XVI con lo
que dijo el Papa Francisco sobre el puñetazo que se le da a la persona que
insulta a la madre, hablando de los dibujos de Charlie Hebdo de los atentados…
Lo que afirma el Papa en el discurso de
Ratisbona -su tesis de fondo- es que la violencia para imponer la fe está en
absoluta contradicción con la tradición cristiana y no sólo con la vivencia
religiosa del cristianismo sino también con cualquier vivencia auténtica de lo
religioso, incluso en el contexto de las tradiciones islámicas. El Papa
Benedicto XVI, en ese discurso, que lo concibe como una lección universitaria
en el marco académico de su antigua universidad, -un discurso de un
extraordinario rigor teológico y de palpitante actualidad- quiere alertar de
los peligros teóricos y prácticos que se desprenden de una experiencia
religiosa desligada de la razón, cuando no contraria a ella, y de una razón
ajena y cerrada al horizonte de la fe. Según él, hay que superar tanto “las
patologías de la fe” como “las patologías de la razón”.Se le criticó mucho…
Sí,
se le criticó en círculos relacionados con lo que podía llamarse el islamismo
moderado.
No se le interpretó bien. Cuando refiere
una cita del emperador bizantino sobre el Islam, no es que la haga suya, sino
que le sirve como punto de partida para desarrollar su reflexión teológica
sobre la relación libertad religiosa-libertad del acto de fe y libertad
política y jurídica.
¿Qué
le parece la ley de memoria histórica?, que se vayan a cambiar calles y todo
eso…
No es lo más oportuno que se haya podido
hacer en el arranque del siglo XXI en España. No se debe olvidar que hemos
pasado en la década de los 70 de una situación histórica, dramática y
complicada, a una reconciliación efectiva entre los españoles con el proceso no
sólo político-jurídico, que significó y significa la Constitución vigente del
78, sino también, con el trasfondo social, cultural y espiritual que lo inspiró
y lo sustentó. Deberíamos dar por finiquitada esa visión de una historia de
España, partida en dos Españas, que no se reconocen mutuamente, alumbrada por
la Ilustración, crecida y debatida intelectualmente al socaire de nuestras
dolorosas experiencias históricas de los siglos XIX y XX. Pues no tener en
cuenta suficientemente lo que supuso la Transición, su valor -un valor que
trasciende lo sociológico y lo político y que alcanza a los fundamentos mismos
culturales y éticos de nuestro común camino en el presente y hacia el futuro- o
querer revisarlo, de algún modo, ni es oportuno, ni bueno.
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