"Imaginaos 150.000 hombres, mujeres y niños que huyen en busca de
refugio, temerosos del ejército nacionalista del general Queipo de Llano. No
hay más que un camino. No hay más vía de escape. La ciudad que buscan es
Almería, y hay que andar hasta allí cerca de 200 kilómetros (...) Tienen que
caminar mujeres, ancianos y niños... tambaleándose, tropezando, abriéndose los
pies en los pedernales polvorientos, mientras que los fascistas los bombardean
sin piedad desde los aviones y los cañonean desde el mar".
El testimonio pertenece a la libreta de
anotaciones de Norman Bethune, reputado cirujano pulmonar canadiense que acudió
a la Guerra Civil española como voluntario del Socorro Rojo. Su testimonio
escrito y las fotos de su ayudante, Hazen Size, es de lo poco se conserva de
uno de los episodios más trágicos, y desconocidos, de la Guerra Civil: la
llamada desbandá.
El 6 de febrero de 1937 las tropas del general Gonzalo Queipo de Llano
llegaron a Málaga. La mayoría de los pueblos de la parte occidental de la
provincia ya estaba en manos de Franco, y la única salida que quedaba para los
milicianos republicanos, las mujeres, los niños y los ancianos era la ruta de
la costa, un camino que hoy se recuerda como "la carretera de la
muerte" (la actual N-340).
"Por tierra, mar y aire, las tropas
franquistas, apoyadas por italianos y alemanes, atacaron a miles de civiles
inocentes"
Por el norte de Málaga llegaban las tropas italianas; por el oeste, el
ejército de Queipo de Llano; y por mar, los buques del bando franquista.
"Por tierra, mar y aire, las tropas franquistas, apoyadas por italianos y
alemanes, atacaron a miles de civiles inocentes", asegura la historiadora
de la Universidad de Málaga, Encarna Barranquero, autora del libro Población y
Guerra Civil en Málaga: Caída, éxodo y refugio.
Entre 100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería por la
ruta de la costa. Saber con precisión cuánta gente murió es imposible, aunque
algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 7.500 personas. Muchos cadáveres
acabaron en fosas comunes o se los llevó el río Guadalfeo. "Sólo en la fosa
común del cementerio de San Rafael de Málaga ya se han identificado a más de
4.300 víctimas", señala Andrés Fernández, arqueólogo y responsable
científico de las investigaciones en el cementerio de San Rafael.
"Los niños llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido
ancho, medio desnudos todos bajo el sol... Niños con los bracitos y las piernas
enredados en trapos ensangrentados: niños sin zapatos, con los pies hinchados;
niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio... cuatro
días perseguidos por los aviones de los bárbaros fascistas, y cuatro noches de
caminar en grupo compacto hombres, mujeres, niños, mulas, burros y cabras,
tratando de mantenerse juntas las familias, llamándose por el nombre propio,
buscándose en las sombras", prosigue el relato de Bethune.
"Lo peor que una persona puede
ver"
Una de esas niñas que caminaba junto a su familia es Natalia Montasaroa.
Tenía 13 años aquel 7 de febrero de 1937. Hoy, 76 años después, recuerda para
Público, con voz temblorosa, lo que vivió durante aquellos días.
"Salimos de Málaga el día 7 a las diez de la noche. Teníamos miedo
porque oíamos a Queipo de Llano por la radio, que decía: 'Malagueños,
maricones, ponedle pantalones a la luna'. La carretera estaba llena de gente.
No se me olvidará nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían
disparado desde el barco un proyectil, y las piedras que saltaron le dieron a
la mujer en la cara: ella quedó muerta con el niño en brazos, al que no le pasó
nada...", recuerda Natalia, quien en 1937 tenía apenas 13 años.
La familia de Natalia, no obstante, no llegó nunca a Málaga. El ejército
italiano los alcanzó antes. "La cuarta noche de travesía recuerdo que
veíamos muchas luces detrás nuestra. Le pregunté a mi padre que qué era y me
dijo que se trataría del alumbrado de alguna localidad. No era cierto. Se
trataba de los tanques italianos. La gente se escondió en el monte. Desde los
tanques disparaban con las ametralladoras a todo lo que se movía. Al día
siguiente regresamos al camino, una mujer escondida en la cuneta había sido
aplastada por los tanques. Ya no tenía sentido seguir adelante, los nacionales
habían cortado la carretera de Motril", asegura.
No obstante, la peor parte del camino aún no había llegado para la familia
de Natalia. A pesar de que ya no corrían el peligro de ser atacados por el
ejército italiano, el camino de vuelta a casa dejó marcadas en su retina
"lo peor que una persona puede ver".
"Por la carretera vimos muchos muertos: milicianos ahorcados; una
familia entera (el padre miliciano, la madre y tres niños) con tiros en la
cabeza; muchos prefirieron suicidarse y dar muerte a su familia antes de caer
en manos de los nacionales. Cuando llegamos a Málaga a mucha gente la
encerraron en un barco que había en el puerto, y a otros muchos los
fusilaron", sentencia Natalia.
"Lo más cercano al infierno"
Salvador Guzmán, de 85 años, sí consiguió llegar a Almería con su familia.
Su padre, José Guzmán, era el primer teniente de alcalde del ayuntamiento de
Coín (Málaga), gobernado por una coalición de PCE y PSOE. Su huida arrancó la
madrugada del 7 de febrero. En un coche, "similar al Renault 4-L de los
60", la familia del alcalde de la ciudad y la suya emprendieron un largo
camino con destino en Almería. En total, diez personas en un coche de 1937.
"Lo primero que se queda en mi retina sucedió nada más salir de
Málaga. En un cruce, vi como un hombre le pegó un tiro en la sien a sus dos
hijas, después a su mujer y, por último, a él mismo. Fueron los primeros
muertos que vi en mi vida pero, desgraciadamente, no fueron los últimos",
recuerda para Público Salvador, que asegura que a lo largo de su travesía su
vehículo fue objeto de los disparos de los buques del bando franquista el
Cervera y el Canarias.
"Los primeros misiles los tiraron a nuestro coche porque pensarían que
éramos tropa. Aquello era lo más cercano al infierno que he visto nunca.
Conseguimos refugiarnos en un corte de la carretera. Entonces, vimos a unos
paisanos de Coín que también huían. Les dijimos que no pasaran, pero no nos
hicieron caso. Vimos como su coche reventaba en cientos de pedazos",
asegura Salvador.
“Vimos como abrieron las compuertas de un
pantano llevándose a muchísima gente por delante”, recuerda un superviviente
Cuatro días después, la familia de Salvador consiguió llegar a Almería. Por
el camino quedaron cientos de víctimas. "Vimos como abrieron las
compuertas de un pantano llevándose a muchísima gente por delante entre gritos
de desesperación de sus familiares", recuerda. La llegada a la capital
almeriense, no obstante, no puso fin al peligro.
La aviación italiana estaba esperando a los fugitivos. "Los aviones
italianos vinieron todas las noches. Bombardeaban el centro de la ciudad donde
había miles de refugiados", relata Salvador, que se encontraba refugiada
en la casa de unos amigos de la familia. Las noches de bombardeos sobre la
capital de Almería serían los últimos que la familia de Salvador pasara unida.
Terminada la guerra su padre fue detenido, humillado públicamente y
encarcelado. En 1947, fue fusilado.
El bombardeo sobre Almería fue recogido por el doctor canadiense, quien
llegó a la ciudad tras cuatro días trasladando enfermos desde Málaga a la
ciudad almeriense. "Cuando aquellas 50.000 personas exangües habían
llegado al sitio que creían un abrigo seguro, los aeroplanos fascistas,
alemanes e italianos, desataron sobre la población un nutrido bombardeo...
arrojaron diez bombas en el centro mismo de la ciudad, en la calle principal de
Almería, donde, amontonados en el pavimento, dormían exhaustos los refugiados.
La calle parecía un degolladero, con los muertos y los agonizantes, alumbrado
por las llamas de los edificios que ardían", escribe Norman Bethune en su
cuaderno.
“Su único crimen había sido el de votar
por un Gobierno del pueblo”, sentencia el doctor Bethune
La dureza de la imagen y la crueldad del destino de los republicanos que
huyeron de Málaga llevó a a Bethune, a los supervivientes y a los historiadores
contactados por este diario a pensar que la operación de los ejércitos del
bando franquista se trataba de un plan organizado de exterminio. "¿Qué
crimen habían cometido estos hombres de la ciudad para ser asesinados de modo
tan sangriento?", se pregunta Bethune en la conclusión de sus escritos.
"Su único crimen había sido el de votar por un Gobierno del pueblo;
moderado paliativo contra la carga aplastante de siglos de codicia del
capitalismo", concluye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario