Los consejos de administración de Endesa, La Caixa, Telefónica o Iberdrola fueron el cobijo en democracia de la mitad de los últimos ministros franquistas. La otra mitad recalaron en la política. También en la justicia hubo puerta giratoria: 10 de los 16 jueces del Tribunal de Orden Público franquista ascendieron al Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional.
Recuerda Julián
Casanova, uno de los historiadores de referencia del siglo XX en España, que la
generación de investigadores de la transición llegó a obsesionarse con la II
República y la Guerra Civil después de 40 años de silencio académico impuesto
por la dictadura. La república, el golpe, la guerra, el exilio… Y fue el
hispanista Paul Preston el que le advirtió del error que estaban cometiendo los
jóvenes historiadores españoles en democracia: “El verdadero desconocido, lo
que realmente está por investigar, es el franquismo”. Cuatro décadas después de
que casi medio Madrid abarrotara el Palacio Real para llorar, curiosear o
atestiguar el ataúd de Francisco Franco, la siguiente generación de
historiadores, la que nació después de aquel primer 20 N, ha dado un paso más y
se pregunta si la gran desconocida no fue la transición a una democracia que
ascendió a todos los poderosos con Franco.
Un replanteamiento histórico de la transición que
llevó al politólogo y periodista Lluc Salellas (Girona 1984) a publicar El
franquisme que no marxa (Edicions Saldonar) (El franquismo que no marcha). El
libro investiga cómo le fue a los que mandaban durante la dictadura.
“Investigué las vidas de los últimos 50 ministros de Franco y encontré que
ninguno fue degradado por la democracia. Al revés, la mitad fueron a parar a
los consejos de administración de las grandes empresas, la otra mitad a la
política”, explica.
Durante los últimos
años es recurrente el caso de Rodolfo Martín Villa, ministro de Gobernación en
1976, cuando fueron asesinados cinco manifestantes en Vitoria y que
acabó siendo consejero de Endesa y luego presidente de Sogecable. “No sé si el
franquismo inventó las puertas giratorias, pero desde luego la pusieron de
moda”, detalla Salellas. Pone otro ejemplo. “El presidente de honor de La
Caixa, José Vilarasau Salat, fue nombrado director general de Telefónica en
1966 y posteriormente tuvo varios altos cargos del Ministerio de Hacienda”.
Este tecnócrata y asesor del régimen de Franco encontró en democracia un gran
futuro en la banca.
La banca precisamente
fue otro cobijo bien remunerado para los cargos del franquismo. El historiador
Ángel Viñas reveló que el banquero Juan March costeó el avión que trasladó a
Francisco Franco a la península el 18 de julio de 1936. Fue el inicio de una
buena relación. Un ejemplo es el de Antonio Barrera de Irimo, vicepresidente
primero del Gobierno franquista que asesinó a Salvador Puig Antich. Después fue consejero de
Telefónica, Banco Hispano Hipotecario e Hispamer. “Lo decía Félix Millet. Somos
400 familias y siempre somos los mismos”, apunta Salellas.
El libro de Salellas habla de otros casos como el de
Demetrio Carceller, falangista y ministro de Franco, que aprendió que los
negocios se hacían mejor con contactos desde fuera del Gobierno y fundó el
imperio Estrella Damm. O el caso de la familia Urquijo en la que un hermano era
ministro y el otro presidente de Iberdrola. Capitalismo de amiguetes como
definen los críticos del sistema económico actual a los negocios cosechados
gracias a grandes contratos públicos a empresas financiadoras de partidos
políticos con exministros en sus consejos de administración. “Todos se
colocaron en empresas estratégicas”, concluye Salellas.
A los protagonistas
conocidos de la dictadura les fue de maravilla en la democracia. Sus hijos,
como Enrique Fernández Miranda (hijo de Torcuato Fernández Miranda), que
preside la Fundación de Price Waterhouse Coopers, tampoco penaron su pasado.
Pero los desconocidos funcionarios de la policía represiva o los jueces que
aplicaban las antidemocráticas leyes franquistas tampoco fueron castigados por
la democracia.
Es el caso del policía Antonio González Pacheco, más conocido como Billy
El Niño, que alcanzó una enorme fama por las torturas que aplicó en la Brigada Político-Social que
se ocupaba de la oposición al régimen y que nunca pagó por ello. De hecho, ha
sido una denuncia en 2013 presentada por sus víctimas en Argentina la
única vía por la cual ha tenido que ir a un juzgado a responder sobre sus
torturas sin ninguna consecuencia previsible.
Los desconocidos funcionarios de la policía represiva o los jueces que
aplicaban las antidemocráticas leyes franquistas tampoco fueron castigados por
la democracia
Como dijo el exfiscal
anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo en 2010 en un acto de apoyo al juez Baltasar Garzón, acusado de prevaricación por la causa de las víctimas
del franquismo: “El auto de Varela dice que la labor de jueces y
fiscales a favor de las víctimas de la dictadura es encomiable. ¿Cómo puede
decir eso? Pero si estuvieron formando parte del Tribunal de Orden Público
(TOP) hasta 1976. Fueron cómplices hasta el último día de las torturas de la
Brigada Político-Social y nunca abrieron una causa ni siquiera por lesiones durante
40 años”.
Villarejo fue muy criticado, pero sabía de lo que
hablaba. El TOP se estrenó en 1963 para condenar a 10 años de cárcel a Timoteo
Buendía. Su crimen fue beber un poco de más en la barra de un bar y gritar al
televisor: “¡Me cago en Franco!”. El juez le aplicó la pena por injurias al
jefe del Estado. Así fueron aplicadas 3.797 sentencias hasta su disolución en
1977. ¿Fueron apartados de la carrera judicial estos jueces que aplicaban las
normas franquistas? 10 de los 16 jueces que tuvieron plaza en el TOP
ascendieron en democracia al Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional.
DIEGO BARCALA
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