miércoles, 7 de mayo de 2014

El cementerio de las Botellas y El Fuerte San Cristobal.


En la cresta del monte Ezkaba, en la periferia de Pamplona, se erige una fortaleza militar, construida entre finales del siglo XIX y principios del XX (1878-1919), bajo el reinado de Alfonso XII, tras comprobar la vulnerabilidad de la ciudad de Pamplona después de la última Guerra Carlista, bajo la dirección del comandante de ingenieros José de Luna y Orfila.
Está formado por tres edificios: el más grande y conocido, situado en el centro, y otros dos edificios, uno en el este y otro en el oeste, con un diseño octogonal.
Los túneles construidos en el subsuelo del fuerte comunican los tres edificios y los fosos. En el subsuelo existen tres plantas. En ellas se encuentran los lavaderos, el almacén de víveres y 16 aljibes que guardaban el agua de lluvia.
Los tres edificios que forman el fuerte ocupan 180.000 metros cuadrados, sin contar el perímetro exterior de seguridad.  

La fortificación estaba preparada para albergar a 1.100 soldados que, en caso de guerra, podían subsistir 4 meses sin ayuda del exterior. Para ello, el Ejército compró un manantial situado en Berriozar con el que se abastecía el fuerte, además de con el agua de lluvia. Los depósitos de agua tienen una capacidad de 315 millones de litros. 

Cuando se construyó, era uno de los mejores fuertes de Europa, prácticamente infranqueable por tierra, pero con la llegada de la aviación, era fácilmente  bombardeable desde el aire, con lo que nunca se llegó a usar con fines defensivos, sino que se utilizó como penal militar entre 1.934 y 1.942, y como hospital penitenciario entre 1.942 y 1.945, siendo además centro receptor de otras cárceles con presos convalecientes por la tuberculosis. 
En 1.991 el ejército abandonó definitivamente el lugar y desde 2.001 el Fuerte fue declarado "Bien de Interés Cultural" por la Unesco, aunque actualmente su estado es de completo abandono. Ahora es propiedad del Ministerio de Defensa.

Durante la Guerra Civil, fue una de las prisiones más duras. Llegaban presos de todas las comunidades, pero solo se registraban aquellos que tenían una condena firme.  Muchos, no fueron registrados, si no que directamente fueron fusilados. 

En las celdas de castigo, los presos podían estar varios meses pasando hambre y con un alto nivel de humedad. Algunos presos podían recibir la visita de sus mujeres, que les llevaban algo de ánimo. Dormían en el suelo, sobre agua. Según Ernesto Carratalá, sobreviviente de la prisión: "El peor invierno de mi vida fue el pasado allá. Era una mazmorra fría, húmeda, con chinches y piojos en derredor." Les dejaban morir de hambre.

Los archivos del juzgado de Ansoain indican que, entre el 1 de noviembre de 1.936 y el 6 de agosto de 1.945, los reos morían por anoxemia, tuberculosis pulmonar o colapso cardíaco.

En 1.938 había 2.487 personas detenidas. El 22 de Mayo de ese año se produjo la fuga de San Cristóbal, considerada la mayor fuga de España y una de las mayores fugas del mundo, por la fuga en sí y por las consecuencias para los presos, en donde 795 presos, sin ayuda exterior y desesperados por el maltrato y el hambre, lograron huir anhelando su preciada libertad. Iban descalzos, con escasos fusiles y sin organizar un plan de huida.
Según Ernesto Carratalá: "El desconcierto era total. Había rumores, pero nunca pensamos que la fuga fuera a llevarse a cabo. Cada uno tiró por su lado; algunos, que incluso pensaron que se había terminado la guerra, fueron directos a la estación de tren de Pamplona y trataron inocentemente de comprar un billete con los vales de la prisión. Naturalmente, los detuvieron enseguida. Yo calculo que estuve unos 15 minutos corriendo desorientado por el monte hasta que oí claramente el toque de trompeta de las fuerzas que venían de refuerzo desde Pamplona. Estábamos muy débiles por el hambre. Muchos iban sin zapatos. Comprendí que no podría correr muy lejos, y además no sabía adónde, así que decidí regresar a la prisión. Para cuando llegaron los refuerzos militares de Pamplona, yo estaba en mi sitio de siempre"

La fuga, planificada durante meses entre un grupo de unos 30 reclusos, se ejecutó según lo previsto: redujeron a los guardias que les llevaban la cena, les quitaron las llaves y se disfrazaron con sus uniformes para atravesar el patio, hasta que uno de los centinelas de la entrada intentó resistirse y lo mataron. En grupo, los presos comienzan a salir del fuerte, pero uno de los guardas escapó y fue a pedir refuerzos a Pamplona.

La primera parte de la fuga, salir de la prisión, funcionó, la segunda parte, la huida, no. De los 795 presos que se fugaron aquel día, 585 fueron capturados y 207 muertos a tiros en el campo cuando trataban de escapar por el monte. Sólo tres presos consiguieron llegar a Francia.
Según Félix Álvarez, sobreviviente: "Las tropas nos perseguían a tiros por el monte, nos iban matando como a conejos, al que veían lo mataban, así que nos fuimos dividiendo y dividiendo, y al final íbamos dos gallegos y yo, que soy de León, juntos. No sabíamos dónde estaba Francia. Por la noche avanzábamos y por el día permanecíamos agazapados, hasta que ya no aguantamos más el hambre y nos arriesgamos de día. Llegamos a un pueblo, Gascue-Odieta, y una mujer avisó a los militares. Vinieron a por nosotros, pero, antes de devolvernos al fuerte, la señora nos dio el mejor manjar que he probado en mi vida, un plato de sopa, ¡con fideos!".

Al principio, los presos son enterrados en fosas comunes en cementerios de pueblos de la zona, pero los alcaldes protestaron porque ya no quedaba sitio para sus muertos y el director del penal improvisó un camposanto alrededor del fuerte. Según Carratalá: "Cada día se moría de hambre ahí una persona y la teníamos que enterrar, meterlo en la nieve durante el invierno, hasta que venían a buscarlos. Y a esos los llevaban a ese cementerio. Aquello fue un sufrimiento tremendo".

Cuando el penal se convierte en hospital, entre 1.942 y 1.945, hay constancia de la muerte de 131 presos, la mayoría por tuberculosis, que son enterrados en el cementerio del fuerte, pero no hay cruces ni lápidas como es usual en un camposanto. Eran enterrados con una botella entre las piernas, que dentro contenía un papel que recogía su nombre y las causas de su condena y muerte. Por esto pasa a ser conocido como "el cementerio de las botellas". Se les enterró en filas de 5, y estaba preparado para enterrar a unos 400.

En 2.007, comenzaron a exhumar los cadáveres de las laderas de la prisión. El origen de estas exhumaciones está en los papeles hallados por Roldán Jimeno a su padre, el historiador Jimeno Jurío, en los que se indicaba la existencia de un cementerio en la ladera de San Cristóbal y que fueron corroborados por autoridades militares y eclesiásticas.

Entre los descubrimientos, ha aparecido, entre las tibias de un esqueleto, una botella de jarabe con el nombre y los apellidos del muerto. El tapón de rosca de la botella y un fragmento de periódico enrollado que llevaba dentro ha permitido conservar en su interior un documento del penal en el que el 26 de diciembre de 1.943 un funcionario anota que Andrés Gangoiti Cuesta fallece en esa fecha por una tuberculosis pulmonar, era el preso número 42, con 23 años de edad, soltero, marino de profesión, natural de Gorliz (Vizcaya) y vecino de Bilbao. Hijo de Lorenzo y de Lucía, condenado a la pena de 30 años por un consejo de guerra celebrado en San Sebastián por el delito de adhesión a la Rebelión.

En otros 6 cuerpos exhumados hasta ahora, han aparecido botellas también pero de vidrio y los antropólogos creen que tenían el tapón de corcho, que se pudrió con la humedad,  por lo que no se han conservado los documentos de su interior.

En octubre de este año, el grupo Barricada lanza el single de su nuevo álbum, llamado "por la libertad", inspirado en el cementerio de las botellas. Os dejo el videoclip, en el que además, salen familiares de fusilados y represaliados:


Fuentes: El País.com, BBC MundoWikipediaAsociación para la rec. Memoria Histórica, Diario de Navarra.es


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