Le tocó vivir en una dictadura fascista que, tras
más de treinta años, seguía siendo tan sanguinaria y se encontraba tan fuerte
como cuando ganó la guerra civil que provocó para acabar con el gobierno
legítimo de la República. En aquella época, finales de los sesenta, los jóvenes
de medio mundo salían a las calles porque querían cambiar un mundo injusto. La
guerra del Vietnam, la revolución cubana y Mayo del 68, marcaron para siempre a
aquella generación de idealistas románticos capaces de dar hasta la vida por
los demás. Era un tiempo en el que no tomar partido, no luchar contra la
dictadura, te convertía en cómplice pasivo de sus atrocidades. Él no lo dudó ni
un instante y abrazó la causa que creía más justa: no solo acabar con la
dictadura, sino con el sistema capitalista y ayudar a que los trabajadores
tomasen el poder en una democracia de base que nada tenía que ver con las
rígidas estructuras de sindicatos y partidos. Las posiciones anarquistas
eran las que más se acercaban al ideal del mundo por el que quiso luchar.
Empuñó las armas, pero no para cometer atentados terroristas o echarse al monte
como habían hecho los maquis, sino para atracar bancos para conseguir el dinero
necesario para editar publicaciones clandestinas de textos prohibidos por la
dictadura que abriesen los ojos de la gente y para financiar la lucha del
movimiento obrero apoyando huelgas y acciones directas. Se llamaba Salvador.
Salvador Puig Antich. Le asesinaron cuando tenía 25 años.
Hijo de una familia trabajadora de clase media, era el tercero de seis
hermanos. Su padre había sufrido el exilio y había sido condenado a muerte por
la dictadura y finalmente indultado cuando regresó a España. Estudió en un
colegio de curas, La Salle Bonanova de Barcelona, hasta que le expulsaron
cuando era un adolescente. De allí pasó a un internado en Mataró y acabó el
bachillerato en el Instituto Maragall, compaginando sus estudios con el
trabajo. En el Instituto conoció a Xavier Garriga y a Oriol e Ignacio Solé
Sugranyes, con quienes poco después crearía el MIL (Movimiento Ibérico de
Liberación), desde el que organizaron y ejecutaron la mayoría de sus atracos a
bancos. Su época universitaria estudiando Ciencias Económicas coincide con
la de su mayor implicación en el MIL. Los trabajadores huelguistas se mostraban
reacios a recibir el dinero que les ofrecía el MIL porque tenían miedo de que
pudieran considerarles cómplices de aquellas acciones armadas. Entre 1972 y
principios de 1973 es cuando el MIL se muestra más activo. Las rudimentarias
medidas de seguridad de los bancos y el desconcierto inicial de la policía ante
aquellas acciones, propician el éxito de sus golpes. Sin embargo, el 2 de marzo
de 1973, en un atraco realizado por Puig Antich junto a Jordi Solé Sugranyes,
Jean Marc Rouillat y José Luis Pons Llobet, se produce un tiroteo en el que el
cajero del banco es gravemente herido. La policía se toma en serio al grupo y
crea un equipo específico para perseguirles.
A partir de ese momento las cosas se complican,
se producen discrepancias internas y la mayor parte de los miembros del MIL
proponen su autodisolución. Puig Antich y otros compañeros deciden seguir
luchando. El 15 de septiembre de aquel año atracan el que sería su último
banco. Oriol Solé y José Luis Pons Llobet son detenidos. Poco después caen
también la novia de Pons Llobet y Santi Soler que, torturado, confiesa que al
día siguiente tiene una cita con Xavier Garriga, otro de los miembros del MIL.
La policía utiliza a Soler para tender una emboscada a Garriga que,
inesperadamente, acude acompañado de Puig Antich a la cita. Garriga iba
desarmado y no opuso resistencia. Puig Antich se resistió al arresto y fue
golpeado en la cabeza por los policías que le quitaron una pistola cargada y
sin montar. Él siguió resistiéndose y los cinco policías le metieron junto a
Garriga en un portal, el número 70 de la Calle Girona. En el forcejeo Puig
Antich sacó un arma que llevaba en su espalda. Se escuchó un disparo que
Garriga aprovechó para escapar. Dos de los policías le siguieron por la calle y
varios transeúntes ayudaron a su detención. Estando en el suelo escucha varios
disparos que vienen de dentro del portal. En el tiroteo muere uno de los policías,
Francisco Anguas Barragán, de 23 años y cae gravemente herido Puig Antich, con
una bala en la mandíbula y otra en el hombro. En comisaría obligan a Garriga a
firmar una declaración diciendo que ha sido testigo de que Puig Antich ha
matado al policía.
Los cuerpos del policía muerto y de Puig Antich
son trasladados al Hospital Clinic, donde el doctor Barjau comprueba que el
cadáver del policía está cosido a balazos ya que tiene cinco entradas de bala.
La autopsia, en contra del procedimiento habitual, se realiza en una comisaría
y no en el hospital, sin presencia de testigos. El cadáver fue inmediatamente
embalsamado y enviado a Andalucía para su entierro imposibilitando la
realización de pruebas posteriores. El informe oficial dice que el cuerpo
presentaba tres orificios de bala que causaron la muerte al agente Anguas
Barragán. Tiene un añadido a máquina hecho por los forenses en el que se hace
constar que los tres orificios de bala son del mismo calibre, algo imposible de
determinar porque las pistolas de los policías nunca fueron puestas a
disposición judicial, por lo que nunca se pudieron realizar pruebas de
balística. Los casquillos de las balas usadas en el tiroteo y las balas
extraídas de los cuerpos de Anguas y de Puig Antich desaparecieron y nunca se
presentaron al Juez. El informe de la detención especifica que de la pistola de
Puig Antich salieron 4 balas y que una de ellas estaba incrustada en la pared.
El Consejo de Guerra que juzgó y condenó a muerte a Puig Antich desestimó hacer
la prueba de balística y no admitió ni uno solo de los testimonios ni pruebas
que pedía la defensa de Puig Antich, ni siquiera la declaración del doctor
Barjau, que había reconocido el cadáver del policía con los cinco orificios de
entrada de bala en el Hospital, o la del propio Garriga, testigo directo de la
detención, aunque sí se utilizó su declaración obtenida mediante tortura
acusando a Puig Antich de haber disparado contra el policía. En el Consejo de
Guerra, Puig Antich declaró que, tras haber sido golpeado en la cabeza y muy
aturdido, sacó una pistola que llevaba a su espada y que hizo “uno o dos
disparos sin apuntar y sin intención de herir a nadie, mientras estaba cayendo
hacia atrás”. Bocigas y Fernández Santorum, los dos policías que junto a su
compañero fallecido le arrestaron, reconocieron haberle pegado en la cabeza.
Bocigas acusó a Puig Antich de haber disparado sobre Anguas Barragán. Según sus
testimonios, Puig Antich disparó mientras caía de espaldas sobre Bocigas, que
trataba de reducirle agarrándole por los hombros, sin soltar la pistola.
Fernández Santorum declaró haber hecho dos disparos contra Puig Antich cuando
Anguas ya había caído al suelo. El Consejo de Guerra fue una farsa criminal que
condenó a muerte a Puig Antich sin siquiera juzgarle. Se celebró en un solo
día, el 8 de enero de 1974. Si de la pistola de Puig Antich, según la propia
policía, salieron 4 balas y una estaba incrustada en la pared, solo tres de sus
balas podían estar en el cadáver del policía. Las otras dos que el doctor
Barjau afirmó (y no le dejaron declarar en el Consejo de Guerra) haber visto en
el cuerpo del policía muerto, solo podían provenir de las pistolas de los
propios policías. ¿cuál de las cinco balas mató a Francisco Anguas Barragán?
¿Alguna de las de Puig Antich? ¿Alguna de las de los policías?. Nunca
llegaremos a saber lo que realmente pasó dentro de aquel portal durante el
forcejeo que se produjo. Aquel Consejo de Guerra se encargó de que no
pudiésemos saberlo.
El 11 de febrero el Consejo Supremo de Justicia
Militar ratificaba la sentencia que condenaba a Puig Antich a pena de muerte.
Dieciocho días antes del juicio, el 20 de diciembre de 1973, se había producido
el atentado de ETA contra Carrero Blanco. El régimen necesitaba una
demostración de mano dura. Poco importaba que Puig Antich nada tuviera que ver
con la muerte de Carrero, ni si era o no culpable de la del policía Anguas
Barragán. El Gobierno presidido por Carlos Arias Navarro, en el que estaban
como ministros Pío Cabanillas, Rodolfo Sanchez Villa y Manuel Fraga Iribarne
entre otros, firmó el “enterado” el 1 de marzo (procedimiento obligatorio en
los casos de pena de muerte según la legislación entonces vigente). A partir de
ese momento ya solo Franco tenía la potestad de detener la ejecución. Por
desgracia solo los partidos minoritarios de extrema izquierda, algunas
organizaciones pro derechos humanos como el CISE presidido por Marcos Ana, el
Vaticano y algunos mandatarios extranjeros como el Canciller alemán Willy
Brandt y pocos más, se movilizaron pidiendo clemencia. El padre de Puig Antich
envió un telegrama pidiendo piedad a Franco. Nunca recibió respuesta. La
mayor parte de la izquierda española, entonces en la clandestinidad, y del
centro y la derecha moderada, no movieron un dedo por salvar a Puig Antich, al
que consideraban un exaltado revolucionario soñador y utópico. A las nueve y
veinte de la mañana del día siguiente, dos de marzo de 1974, Salvador Puig
Antich fue legalmente asesinado en el almacén de papelería de la prisión Modelo
de Barcelona. Fue el último ejecutado en España mediante el garrote vil, un
instrumento de tortura que, tras atar al reo a una silla con las manos
esposadas en la espalda, le pone un collar metálico que le rodea el cuello que
es apretado manualmente por el verdugo mediante una manivela hasta
estrangularle y partirle el cuello.
Una vez ya muerto Puig Antich sí se movilizaron
las conciencias “bienpensantes” y se organizaron protestas masivas contra su
ejecución. Pero ya era tarde. Un dictador sanguinario y el silencio
cobarde de los que luego pomposamente se han llamado a sí mismos “defensores de
la libertad” y “demócratas de toda la vida”, le asesinaron. Puede
que una movilización multitudinaria no hubiera podido salvarle, eso no lo
sabemos ni lo sabremos nunca, pero lo que sí es cierto es que quienes
después han llevado a cabo la “modélica” Transición democrática en España
no salieron masivamente a las calles intentando impedir este atroz asesinato
legalizado. Estaban más preocupados intentando establecer puentes de diálogo
con quienes, muerto Carrero Blanco, podrían negociar la salida de la dictadura,
que en salvar la vida de aquel alocado joven anarquista que había pretendido
cambiar el mundo y que, de no haber sido asesinado, podría haberles creado más
de un quebradero de cabeza al poner en evidencia el vacío de sus discursos y
sus peroratas.
Las hermanas de Salvador Puig Antich llevan
treinta y ocho años pidiendo que se reabra el caso y se haga justicia con su
hermano. Saben que ya no pueden devolverle la vida, pero sí el respeto y la
dignidad que merece un joven de 25 años que dio su vida por intentar hacer de
este mundo un mundo mejor. En 1994 la justicia militar española denegó la
reapertura del caso alegando que era necesario aportar nuevas pruebas para
poder hacerlo. En 2005 las hermanas reunieron cinco nuevas pruebas que
podrían permitir que, por fin, se conociese la verdad de lo que ocurrió y se
hiciese justicia: los testimonios del doctor Barjau y de otro médico que
también vio el cadáver del policía, el doctor Latorre; el de Xavier Garriga; el
informe forense; la prueba de balística y una prueba infográfica que permitía
reconstruir la trayectoria de las balas que se dispararon durante el tiroteo.
La Sala V del Tribunal Militar, por tres votos en contra y dos a favor,
desestimó la reapertura del caso.
La película “Salvador”, de Manuel Huerga, y las
constantes e incansables intervenciones públicas de sus hermanas contando esta
historia en institutos, universidades y en todos los foros donde se lo
piden, es lo que permite que Salvador Puig Antich no sea hoy
asesinado de nuevo al condenar su nombre y su vida al olvido. Hoy, cuando no
pueden evitar dejar caer sus lágrimas al ser aplaudidas por los chavales de los
institutos donde han contado su historia, se sienten orgullosas porque saben
que esos aplausos son para ellas, pero sobre todo son para Salvador, su
hermano, un joven que jamás debió morir.
Quiero que despida esta entrada la canción que el
cantante Joan Isaac compuso en 1976 a Margalida, la que fue amor de Puig
Antich, una canción que nos ha acompañado siempre a los que vivimos y no
pudimos evitar el asesinato de Salvador Puig Antich.
Salvador trailer http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=iqCyiFob5iA#!
Nunca olvidemos
quienes son nuestros enemigos
Y jamás olvidemos a nuestros compañer@s muertos en la
lucha.
Muerte al estado fascista!!!
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