Por Ricardo Aricapa
Hace 90 años en Bello, Antioquia, tuvo lugar una de las
huelgas obreras más significativas de la historia sindical colombiana, no sólo
porque paralizó por tres semanas el principal emporio textil de ese momento: la
Compañía Antioqueña de Tejidos, mejor conocida como la Fábrica de Tejidos de
Bello; sino porque quienes la impulsaron y sacaron triunfante fueron cerca de
400 mujeres obreras, en una época en que el rol social de la mujer no era
precisamente el de ir por ahí promoviendo protestas y alborotando el cotarro,
pues se entendía que su lugar natural era el hogar y la sumisión uno de sus
valores preclaros. El “sexo débil”, mejor dicho.
La historia dice que entre 1919 y 1920 hubo en Colombia
33 paros de trabajadores que buscaban mejorar sus condiciones laborales. Pero
eran paros desorganizados, más cercanos a la asonada y el motín, porque para
entonces el sindicalismo apenas se estaba formando. Los paros más sonados
fueron los de los artesanos de Bogotá, los mineros de Segovia, los ferroviarios
del Magdalena, y los sastres y zapateros de Medellín, Caldas, Manizales y
Bucaramanga. O sea todas protagonizados por hombres, porque era inconcebible un
paro de mujeres.
El paro de las obreras de Bello fue el primero que se
identificó con el rótulo de “huelga”, y, al igual que los paros precedentes,
éste fue espontáneo, surgido de la desesperación de las obreras ante el
maltrato y la explotación, rayana con la esclavitud, a la que eran sometidas Y
la lideró una tal Betsabé Espinal, hasta ese momento una anónima obrera de 24
años de edad a quien sus compañeras respetaban y acataban por su talante
decidido, don de mando y recio carácter.
Pero antes de avanzar en el relato de aquel suceso, es
pertinente ubicarlo en su contexto histórico, y decir que aquella fue una época
de iniciación industrial. Con el siglo XX estaba naciendo en Colombia la gran
industria manufacturera, con epicentro importante en Antioquia, donde era normal
que las fábricas emplearan mujeres y niños como mano de obra sumisa y barata.
Es decir, el mismo esquema fabril que primó durante la revolución industrial de
la Europa del siglo XIX.
Y esa irrupción de mano de obra femenina en las factorías
fue un fenómeno socialmente importante, tanto que para 1920 el 73% de la fuerza
obrera en el Valle de Aburrá la conformaban mujeres, solteras en el 85% de los
casos; e igual proporción se daba en las trilladoras de café y en las fábricas
de cigarrillos, oficios en los que las familias campesinas encontraron una
buena opción laboral para las hijas solteras, porque la sociedad clerical de
entonces no veía bien que por trabajar en las fábricas las mujeres casadas
descuidaran su familia y su sagrada misión de amas de casa. “La fábrica es
enemiga de las mujeres, enemiga de su cuerpo, de su alma, agotador de su salud
y envenenador de su virtud”, rezaba una publicación católica.
La Fábrica de Tejidos de Bello fue la primera textilera a
gran escala que nació bajo el modelo Manchesteriano. La fundó en 1904 Emilio
Restrepo Callejas, uno de los empresarios pioneros de la Antioquia de entonces,
además concejal de Medellín, reconocido latifundista y promotor de extensos
cultivos de algodón y caña de azúcar. Pero sólo hasta 1908 pudo la fábrica
empezar a funcionar, después de una inyección de capital. Y desde el principio
sus telares emplearon mujeres, muchas de ellas niñas entre 13 y 15 años. Para
1920, cuando estalla la huelga, ocupaba unas 400 mujeres y 110 hombres.
Las obreras vivían en un ambiente casi conventual, porque
al amparo del prurito paternalista de los industriales antioqueños nació una
institución bastante curiosa y emblemática: los patronatos obreros, que eran
casas-dormitorios para las trabajadoras solteras, administradas por monjas. En
estos patronatos se modelaba la conducta moral y laboral de las obreras, y se
vigilaba que no fueran influenciadas por la perniciosa ideología socialista que
llegaba de Europa, inspirada en la Revolución Soviética. Un dato que habla del
“espíritu” de estos patronatos es que el Día del Trabajo lo celebraban el 4 de
mayo, con misa campal y velada recreativa dentro de las fiestas a la Virgen
María, y no el 1º de mayo, fecha celebrada por las organizaciones obreras de
tendencia revolucionaria. Un año atrás se había fundado el Partido Socialista.
Las razones de la huelga
Dependiendo el oficio que realizaran, el salario de las
obreras en la fábrica de don Emilio oscilaba entre $0.40 y $1.00 la semana;
mientras los hombres, por hacer el mismo oficio, ganaban entre $1.00 y $2.70.
Un trabajador de construcción ganaba entre $3 y $3.60 semanales, lo que da idea
de la explotación que pesaba sobre las obreras.Esto porque una idea aceptada
socialmente era que el salario femenino constituía un ingreso familiar
complementario, y eso justificaba su diferencia con el de los hombres.
Por eso la exigencia de un salario igual fue el primer
punto en el pliego de peticiones de las obreras en huelga; lo mismo que la
revisión del sistema de multas, pues ocurría que las multaban por llegar tarde,
por estropear accidentalmente una lanzadera, por enfermar sin previo aviso, por
distraerse en el trabajo, o por cualquier minucia que al capataz se le
antojara. E incluso hubo denuncias de multas por negarse a acceder a las solicitudes
sexuales de los capataces de la fábrica; y lo contrario: veladas dádivas por
aceptarlas.
Precisamente el cese del acoso sexual fue otro punto
central del pliego; y en ese sentido el supervisor Manuel Velásquez, hombre de
escasa estatura, delgado y padre de 5 hijos, encarnaba el odio mayor de las
obreras. 5 de ellas lo acusaron de forzar su despido por no acceder a sus
pretensiones, y de ser el culpable de que una de ellas estuviera interna en la
“Casa de las arrepentidas”, que era donde expiaban su culpa las mujeres
violadas y deshonradas.
Una tercera exigencia era reducir la jornada de trabajo,
que se extendía de 6 de la mañana a 6 de la tarde, con una hora para la
ingestión de alimentos. Asimismo, exigían que se mejoraran las condiciones
higiénicas en los galpones de trabajo y se aboliera la prohibición de asistir
calzadas, pues don Emilio tenía la idea absurda de que las obreras perdían
tiempo y se retrasaban tratando de no embarrarse los zapatos en el trayecto
hacia la fábrica, de modo que lo mejor era que fueran descalzas. Además, decía,
era una manera de conservar la uniformidad de las obreras dentro de la fábrica,
pues la mayoría eran campesinas habituadas a andar a pie limpio, y era penoso
ver a unas calzadas y a otras no.
Otro punto del pliego en el que hicieron harto hincapié,
fue que se acabara la vigilancia cerril, las ofensivasrequisas a la salida de
la fábrica, y el trato despótico por parte de Jesús Monsalve y Teódulo
Velásquez, los dos administradores. De Monsalve, por ejemplo, decían que era
tirano y grosero de palabra, acusación de la que él se defendía aduciendo que
si estaban descontentas era porque estaba cumpliendo bien con su deber.
En tal sentido es elocuente la carta que Carlos E.
Restrepo, ex presidente de Colombia, le manda a Emilio Restrepo, en la que se
lee: “Bastante numerosas me parecen las horas de trabajo asignadas a las
obreras de Bello y demasiado rígidas las condiciones en que lo hacen,
especialmente si se mira el trabajo de las mujeres y los niños y las malas condiciones
fisiológicas de nuestros trabajadores. Creo que ese camino si se extrema trae
el anarquismo como consecuencia forzada y de ellos son los conatos de huelga
que usted habla y que empiezan con nuestra primera fábrica”.
La huelga y la figura de Betsabé Espinal
En realidad las obreras venían intentando la huelga de
tiempo atrás, e incluso en una ocasión paralizaron una sección de telares, pero
fracasaron porque los administradores encontraron quien las reemplazara. Pero
el 12 defebrero de 1920 el lance fue a otro precio. Ese día, antes de las 6 de
la mañana, las líderes del movimiento se pararon en la puerta de la fábrica
para convencer al resto de obreras y obreros de que no ingresaran. La totalidad
de las mujeres acataron la orden y no entraron, pero los hombres fueron reacios
y en su mayoría ingresaron, por lo que fueron blanco de las burlas
inmisericordes de las obreras, quienes no sólo les gritaban cobardes sino que
los incitaban a cambiarse los roles: que ellos se pusieran las faldas y ellas
los pantalones. “Pollerones pendejos”, les gritaban.
Entre las que se pararon en la puerta a instigar la
huelga estuvieron Teresa Tamayo, Adelina González, Carmen Agudelo, Teresa
Piedrahita, Matilde Montoya y Betsabé Espinal, la más fogosa y decidida de
todas, por lo que desde ese mismo día se erigió como la líder de la protesta y
la que organizó a sus compañeras en comisiones. Y ante ellas de nada valieron
las amenazas de los capataces ni los ruegos del cura de la parroquia, quien
llegó a los pocos minutos para tratar de convencer a las obreras de que
terminaran esa locura y regresaran al trabajo.
Y tampoco cedieron al día siguiente, cuando ya fue el
alcalde de Bello y las autoridades eclesiásticas de Medellín quienes llegaron a
tratar de convencerlas. Por el contrario, para ese momento la huelga se había
generalizado y los poquitos obreros hombres que quedaron en la fábrica apenas
alcanzaban para aceitar las máquinas y asear el edificio.
El tercer día, en el tren de las nueve de la mañana, una
delegación encabezada por Betsabé viajó a Medellín a buscar solidaridad y a
poner en conocimiento de la prensa la naturaleza de su movimiento y su pliego
petitorio. Estuvieron en la Gobernación de Antioquia y en las sedes de los
periódicos El Espectador, el Correo Liberal y El Luchador. “No tenemos ahorros
para sostener esta huelga, solo tenemos nuestro carácter, nuestro orgullo,
nuestra voluntad, y nuestra energía”, fueron las palabras de Betsabé que al día
siguiente salieron publicadas en la prensa.
Betsabé, a quien una foto de aquel año muestra como una
mujer cejona y bien plantada, tenía 24 años en ese momento. Había sido
bautizada en la iglesia Nuestra Señora del Rosario de Bello en 1896, y por ser
“hija natural” tomó el apellido de su madre: Celsa Espinal (que no Espinosa como
erróneamente se ha difundido).
De su vida se conocen muy pocos datos. Se sabe que era
muy hábil en el oficio del hilado y buena hija, dedicada por completo al
cuidado de su madre. Y la razón de que hoy sepamos tan poco es que no tuvo más
hermanos y tampoco nunca se casó, por lo que no dejó descendencia. De ella se
sabe por el protagonismo que tuvo en aquella huelga, en la que su nombre estuvo
en la mira de los periodistas. Uno de ellos escribió: “Surge una mujer de
nombre bíblico a encabezar un movimiento huelguista, el primero, el único de
alguna significación que ha podido llevarse a cabo en la tierra más impropia
para las huelgas: Antioquia”. Otro le dio connotaciones de una Juana de Arco
criolla, y otro más la definió como “una esclava rebelde, una mujer iluminada”.
Pero quien más se ocupó de la huelga y de la figura de
Betsabé fue un cronista de El Espectador que firmaba con el seudónimo El
Curioso impertinente, quien en el lenguaje florido del periodismo de la época
escribió: “Honor a esos cientos de mujercitas que han tenido la locura galante
y fértil de confrontar la resistencia y furia del capital, sin más equipaje que
una buena porción de rebelión y dignidad… Cómo no secundarlas si son heraldos
de una provechosa transformación social, si pueden ser las primeras víctimas
ineludibles de toda revolución que se inicia”. Y en otra crónica describió el
ambiente festivo que se vivía en torno a la fábrica de Bello, donde se ven
“cuadros pintorescos de grandes grupos de obreras y obreros que cantan, bailan,
juegan y dan vivas a la huelga, mientras los policías que vigilan están tan
desocupados como ellos”.
Y por esa vía la huelga se volvió comidilla pública y
generó una enorme simpatía entre la gente, no sólo de Bello sino también de
Medellín. Tanto que una semana después, por iniciativa de los periódicos El
Espectador y El Correo Liberal, ya se había conformado en Medellín un Comité de
Socorro para recoger víveres y dinero para las huelguistas, y los estudiantes
de medicina de la Universidad de Antioquia hicieron su propia colecta. Es más,
una fábrica de tejidos de Medellín se ofreció a sostenerlas para que no
cedieran, durante dos meses de ser necesario.
Logros y alcances de la huelga
Después de 21 días de parálisis, y gracias a la mediación
de algunos empresarios y las autoridades departamentales, e incluso del mismo
arzobispo de Medellín, Emilio Restrepo finalmente cedió a todas las exigencias
de las obreras y eso, el 4 de marzo, marcó el fin de la huelga. Se acordó un
aumento salarial del 40%, regulación del sistema de multas, jornada laboral de
10 horas y más tiempo para el almuerzo, permiso para ir calzadas a la fábrica,
y el despido fulminante del “acosador” Velásquez y los dos odiados
administradores.
Para ratificar el acuerdo, una delegación de obreras
encabezada por Betsabé Espinal se dirigió a las oficinas de la empresa en
Medellín. En la estación del tren las recibió una multitud de unas 3 mil
personas que las acompañó en el trayecto, en el que, según la crónica
periodística, hubo hasta insolados. Después la delegación fue objeto de varios
homenajes, como la corona de laurel que pusieron en cabeza de Betsabé, quien en
esta ocasión, encaramada en un taburete, pronunció un discurso memorable. Y más
tarde los estudiantes de medicina le ofrendaron una serenata.
Por su parte El Curioso Impertinente, quien para entonces
ya era un declarado fanático de las huelguistas, escribió un elogio de este
tenor: “El triunfo de esta causa ha sido, pues, completo. Por eso batimos
nuestras palmas entusiastas a esas heroicas y viriles mujeres de Bello, que han
dado un altísimo ejemplo de valor a Medellín, a Antioquia y a Colombia”.
La huelga de Bello fue un hito en la historia del
movimiento obrero colombiano; marcó una ruptura con la tradición de damas que
sumisa y silenciosamente eran carne de explotación laboral y acoso sexual en
las fábricas. Con esta huelga no sólo se dignificaron como obreras y como
mujeres, sino que su ejemplo tuvo repercusiones. Una de ellas fue que en la
Asamblea de Antioquia se presentó un proyecto sobre descanso dominical
remunerado para los obreros, y en Bogotá otros grupos de mujeres extrajeron
fuerza e inspiración para adelantar sus propios movimientos, como el de las
capacheras y las telefonistas de Bogotá. También al ejemplo de las huelguistas
de Bello se debe el paro que en 1929 protagonizaron 186 obreras de la fábrica
Rosellón, en Envigado, para protestar por la rebaja de salarios y para exigir
la destitución de algunos administradores abusivos.
El final trágico de Betsabé
No se sabe nada de lo que pasó en la vida de Betsabé
Espinal en los años siguientes. Se presume que salió de la fábrica de Bello y
fue a trabajar a Medellín, donde vivió en una casa aledaña al cementerio San
Lorenzo (hoyNiquitao), en compañía de una amiga llamada Paulina González. A
pocas cuadras de allí quedaba la residencia de María Cano, la otra gran líder
obrera de la época, por lo que es muy probable que se hayan conocido y
compartido alguna relación.
La muerte de Betsabé se produjo a causa de una descarga
eléctrica, y fue documentada por el periódico conservador La Defensa. Según
esta nota, en la que para nada se recuerda la gesta protagonizada por Betsabé
12 años atrás, el accidente se produjo de la siguiente manera:
La noche anterior, a causa de una tormenta, en la calle
frente a su casa cayó un cable de energía eléctrica de alto voltaje (una
primaria que llaman). Un vecino madrugó a alertar a todos del peligro que
corrían, pero Betsabé en un acto temerario, propio de su carácter, hizo caso
omiso y decidió solucionar el problema con sus propias manos. Así que fue hasta
la primaria, la agarró para retirarla, y ahí mismo cayó electrocutada. Alcanzó
a llegar con vida al hospital, donde falleció el 16 de noviembre de 1932, a la
corta edad de 36 años.
El destino, que suele gastarse sus ironías, quiso que su
muerte, con un mes escaso de diferencia, coincidiera con la de Emilio Restrepo,
el dueño de la fábrica donde ella lideró la huelga que inmortalizaría su
nombre.
Fuente: http://anarquismoencolombia.blogspot.com.es/2012/10/cronica-de-los-dias-en-que-400-obreras.html
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