domingo, 11 de noviembre de 2012

Un polémico episodio de la Guerra Civil «Amor Nuño no fue un asesino»


«Amor Nuño no fue un asesino», proclama la familia del cudillerense culpado de Paracuellos
Carmen Águeda García, sobrina de la mujer del anarquista asturiano, asegura que «salvó a muchos que luego declararon a su favor, por lo que estuvo a punto de ser indultado» 
Oviedo, L. Á. VEGA
«Amor Nuño no fue un asesino, fue una persona idealista y honrada, que durante la Guerra Civil no se aprovechó de su puesto para obtener ventajas para él y su familia», asegura Carmen Águeda García, sobrina y ahijada de la mujer del anarquista cudillerense, al que el escritor y periodista Jorge Martínez Reverte atribuye un papel esencial en la matanza de Paracuellos, perpetrada en noviembre y diciembre de 1936.
Águeda afirma que investigadores como Jesús Salgado, de la Universidad de Santiago, han demostrado que Nuño no pudo intervenir en la decisión de las sacas de presos. «Salvó a muchos durante la guerra. Los escondía en el número 41 de la calle O'Donnell de Madrid. Después de la guerra declararon a su favor y estuvo a punto de ser indultado, pero al final se lo cargaron el 17 de julio de 1940», explica esta mujer, que vive a caballo entre la localidad abulense de Cebreros y Madrid, junto a su madre, que tenía 11 años cuando el anarquista cudillerense fue ejecutado.
La visión que tiene la familia de Amor Nuño del papel del asturiano en la guerra difiere diametralmente del retrato que hacen de él Martínez Reverte en «La defensa de Madrid» o Paul Preston en «El holocausto español», donde se le muestra como un partidario a ultranza de los «paseos» o ejecuciones extrajudiciales. «No era partidario de esas prácticas. En cuanto se enteraba de que iba a haber uno, acudía rápidamente para evitarlo. Un cura al que salvó, a él no lo pudo salvar luego», sostiene Águeda.
Y también resaltan la entereza y el «increíble valor» con que encaró la muerte. «Escribió varias cartas, cuyos originales están ahora en Cudillero, llenas de dulzura y amor por su mujer, María Asunción Maestre, y en las que se muestra consciente del fin que le espera», asegura la familiar del anarquista.
Asunción Maestre murió con 59 años. Ella y Amor Nuño nunca tuvieron hijos. Cuando lo fusilaron, la mujer del anarquista y su madre, Carolina Pérez, «Carola», reclamaron el cuerpo. «Está enterrado en el cementerio de la Almudena, en una tumba individual, no en una fosa común», añade Águeda.
Carolina Pérez vivió en Brasil y cuando llegó la democracia regresó a España, donde residió en Cudillero junto a una hermana, hasta que murió, casi centenaria a principios de los años noventa. Carmen Águeda recuerda cómo al filo de 1980 acudió con la madre de Nuño -«una mujer luchadora, muy activa», según señala- a los archivos para reclamar una pensión. «Nos dejaron en una habitación llena de expedientes para que lo encontrásemos. Tuvimos suerte y no tardamos mucho. Los muy sinvergüenzas indicaban en el expediente que estaba prófugo, cuando lo habían fusilado cuarenta años atrás», relata.
La madre de esta mujer mantiene muy nítida la imagen de Amor Nuño, aunque era apenas una niña cuando le mataron. «Vivieron mucho tiempo juntos en la calle O'Donnell de Madrid, y me dice que era una persona muy honrada, que no se traía nada para casa, ni siquiera se apropió de una galleta», asegura.
Martínez Reverte sacó a la luz un documento fechado el 8 de noviembre de 1936, un acta de la ejecutiva de la CNT, en la que Amor Nuño daba cuenta del acuerdo alcanzado el día anterior con la «cúpula de JSU» en la Junta de Defensa de Madrid, esto es, el gijonés Santiago Carrillo, consejero de Orden Público, y su segundo, José Cazorla, por el que se dividía a los presos derechistas del Madrid de aquellos días, en riesgo de caer en manos de las tropas de Varela, en tres categorías: los peligrosos, a los que había que ejecutar de inmediato, «salvando las responsabilidades» de quienes lo hiciesen; los menos peligrosos, que debían ser encerrados a retaguardia, y los inocentes, a los que había que liberar para mejorar la imagen de la República.
Para el investigador Jesús Salgado, es imposible que Amor Nuño tuviese que ver con la decisión de fusilar a los presos, en primer lugar porque cuando se produjeron las primeras sacas, en la madrugada del 7 de noviembre, los anarquistas aún no formaban parte de la Junta de Defensa. El acuerdo al que alude Martínez Reverte se produjo en la tarde del 7 de noviembre, horas después de que se produjesen los primeros fusilamientos, en la mañana de esa misma jornada.
Pero es que Salgado niega que Amor Nuño estuviese en la citada reunión del Comité Nacional de la CNT. Sí aparece en el acta el nombre de Enrique García, suplente de Nuño en la Junta de Defensa, donde desempeñaba la Consejería de Industrias de Guerra. El investigador niega incluso que se hubiese producido el pacto secreto. A la hora en que supuestamente se produjo la reunión, Carrillo estaba en una entrevista con el diplomático Félix Schlayer, uno de los primeros en descubrir y divulgar las matanzas, y Amor Nuño en una reunión con Gregorio Gallego, otro libertario. Y va más allá. Sostiene que el acta de la CNT no da cuenta de un encuentro secreto, sino de la segunda reunión de la Junta de Defensa de Madrid, en la noche del 7 al 8 de noviembre, de lo cual se desprende que tanto Miaja como Carrillo participaron en la decisión de fusilar a los presos derechistas «más peligrosos».
Salgado también ha negado que Amor Nuño fuese expulsado de sus cargos de la CNT, como sostiene Reverte, y le coloca en Barcelona, detenido durante las Jornadas de Mayo en las que fueron aplastados los anarquistas.

(Respuesta del Secretariado Permanente de CNT-AIT.
"A río revuelto": Paracuellos
Escrito originalmente para El País y no publicado por su extensión).
El 5 de noviembre pasado el escritor J. Martínez Reverte escribía en el diario El País un artículo claramente tendencioso (y extracto de su libro “novelado” La Batalla de Madrid) sobre una de las pocas matanzas sistemáticas, frías y calculadas ocurridas en la zona republicana durante la Guerra Civil (semejante a las que se venían repitiendo por centenares en la zona fascista, desde el mismo día en que se inaugura la violencia con el golpe de estado del 17 de julio en el Marruecos español), que segó la vida fundamentalmente a militares sublevados que se encontraban presos en un Madrid sitiado y bombardeado salvajemente por las tropas de Franco, y en prisiones que se situaban a pocos kilómetros, casi metros, del frente de guerra.
La matanza fue muy criticada por autoridades y periódicos republicanos de la época (algo que en ningún caso ocurría en la zona controlada por los sublevados, donde las máximas autoridades dirigían, promovían y bendecían la violencia) y supuso una quiebra importante de la imagen de la República frente a la opinión pública extranjera, y un símbolo franquista insistente de los desmanes de “las hordas marxistas” desde la misma “finalización” de la guerra, recuperando la memoria de las víctimas con la exhumación de los restos, la construcción de un cementerio con una inmensa cruz para dignificarlos y la compensación económica y moral, con ceremonias públicas y prebendas de todo tipo, a los familiares.
Ciertas autoridades republicanas, y sobre todo los mandos del Partido Comunista, no tuvieron entonces ningún argumento para responsabilizar de estos hechos “nada descontrolados” a los “descontrolados” libertarios, como poco después comenzarán a hacer de manera mecánica y habitual, primeramente al Consejo de Aragón (justificando así la represión republicana hacia la CNT y el POUM), y después de finalizada la guerra a los libertarios en general señalándolos como responsables de todos los males habidos en la zona republicana.
Sin embargo, de los estudios de historiadores como Julián Casanova y José Luis Ledesma se deduce que la represión en la zona republicana fue responsabilidad de todos los partidos y organizaciones, no siendo mayor la que se llevó a cabo desde los ambientes libertarios, “mito” interesadamente generalizado para explicar la violencia en zona republicana a cargo de “descontrolados anarquistas” que no responde a criterios objetivos de investigación. Estos autores señalan que las cifras de la violencia más o menos protagonizada por los libertarios en todo Aragón es similar a la de Madrid (donde el protagonismo es del Partido Comunista y PSOE), y que la llevada a cabo en Cataluña (con protagonismo libertario) es similar a la de Albacete (con protagonismo nuevamente del Partido Comunista y PSOE) pero con mucha menor población.
En el caso de Paracuellos la evidencia clara de la implicación de agentes soviéticos, de la propia Junta de Defensa de Madrid (como refleja el libro de actas de la JDM del día 8-11-36 publicadas por Aróstegui y Martínez) y en concreto del Partido Comunista y del PSOE que la controlaban entonces (Junta en donde estaban representados TODOS los partidos y organizaciones, estando la CNT-FAI en manifiesta minoritaria) hacían inviables las acusaciones a los libertarios.
Los documentos reflejan las órdenes dadas por Serrano Poncela (a las órdenes de San-tiago Carrillo, de las Juventudes Socialistas Unificadas, entonces consejero de Orden Público de dicha Junta) a los directores de prisiones para llevar a cabo los días 7 y siguientes los traslados de presos a cargo de la Milicia de Vigilancia en la Retaguardia (en su mayoría compuesta por miembros del PCE-JSU-PSOE).
Pero ahora J. Martínez Reverte “descubre” en la fundación libertaria Anselmo Lorenzo, y gracias a la labor de uno de sus colaboradores, un documento del acta de la reunión del 8 de noviembre de 1936 del Comité Nacional de la CNT en Madrid, reproducido (que no fotocopiado) en su libro como máxima aportación original (pero que aparece sin referencia ni nº de microfilm para ser cotejado), donde “se da cuenta de los acuerdos que se han tenido con los socialistas que tienen la Consejería de Orden Público sobre lo que debe hacerse con los presos” y que por tanto la CNT estaba al corriente del acuerdo, y de ahí infiere tendenciosamente el escritor la implicación directa de la CNT en la matanza. De esta manera, con la participación de los anarquistas, la matanza se explicaría mejor...y “a río revuelto” las responsabilidades de los máximos implicados quedarían rebajadas por la entrada en escena de los violentos anarquistas.
Lo que no cuenta J. Martínez Reverte en el artículo, o minimiza interesadamente en el libro, es que en las mismas actas que reproduce se habla de cómo hubo que frenar desde la organización de la CNT-FAI el intento de asalto a la embajada de Chile, donde se refugiaban señalados fascistas, e incluso de cómo se llegó al acuerdo de proteger con milicias anarquistas las sedes de varias de ellas; tampoco señala cómo García Oliver (señalado anarquista de la FAI y ministro de Justicia) ya el día 6 de noviembre se dirige al Ministerio de la Guerra para exigir a M. Nelken (diputada por el PSOE) que terminara con los excesos, amenazando incluso con su dimisión como ministro; tampoco menciona el escritor que Melchor Rodríguez (anarquista de la FAI), propuesto por el Colegio de Abogados para dirigir las prisiones, estuviera totalmente en contra de los fusilamientos (como analiza Alfonso Domingo en su biografía), y que una vez nombrado por García Oliver en ese cargo terminó acabando con las “sacas” (no sin fuertes enfrentamientos con sectores de las cúpulas del PCE y PSOE), poniendo incluso en riesgo su propia integridad física al enfrentarse personalmente a los que acudían para llevarse a los presos, salvando in extremis a muchos de ellos... actitud que no le evitaría pasar muchos años de prisión al finalizar la guerra.
Algo parecido ocurría con los editoriales y titulares del periódico anarquista Solidaridad Obrera llamando a acabar con los fusilamientos descontrolados, o con la actitud de otro afamado anarquista, Joan Peiró (Ministro de Industria) que en la Cataluña revolucionaria denunciaba desde las circulares del Comité Nacional de la CNT los desmanes que “deshonraban la revolución”, protegiendo personalmente a numerosos eclesiásticos y derechistas... aunque ello tampoco impidiera que le terminaran fusilando al término de la guerra.
Pero ya lo decía en los años 60 el gran pensador Noam Chomsky al referirse a la Gue-rra Civil española cuando criticaba la generalizada historiografía que denominó “liberal-comunista”, llena de prejuicios, muy poco objetiva y tendenciosa que convierte en chivos expiatorios a los libertarios españoles y los responsabiliza de todos los males, sin explicar, obviar, minusvalorar o directamente manipular y falsear la historia del movi-miento libertario durante la República y la Guerra Civil, “argumentos” interesados que vinieron muy bien para buscar equidistancias con los franquistas y propiciar de esa manera una Transición de olvido y página en blanco sin “extremistas”.
Mas como afirma el gran pensador, “sólo cuando abandonen estos prejuicios podrán los historiadores llevar a cabo un estudio serio del movimiento popular que transformó la España republicana en una de las revoluciones sociales más extraordinarias que se conocen en la historia” (N. Chomsky: La objetividad y el pensamiento liberal. Los intelectuales de izquierdas frente a la guerra de Vietnam y a la Guerra Civil española” Ed.Península –2004- pag.:105) ... con todos los errores que se quiera, pero desde luego con toda la grandeza de la honestidad, la coherencia y la generosidad.



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