Ahora que se están recordando hechos y episodios referidos a la pasada
Guerra Civil española, me parece oportuno aludir aquí a uno paradójico, en
extremo sorprendente y no demasiado conocido: la presencia entre las filas
anarquistas de la columna Durruti de un sacerdote altoaragonés que además
ejerció como secretario o escribiente del mítico líder libertario.
En 1935, Jesús Arnal, que tenía entonces 31 años, fue nombrado cura ecónomo
de la parroquia de Aguinalíu, un pequeño pueblo ribagorzano -actualmente
perteneciente al municipio de Graus- cuyo caserío, hoy en parte derruido y casi
del todo despoblado, se desparrama arracimado desde un roquedo de la cara norte
de la sierra de la Carrodilla hasta un pequeño barranco de aguas saladas, que
ya en la Edad Media fue explotado en unas salinas de las que aún se conservan
restos no lejos del lugar. La disposición del pueblo responde a la perfección a
su topónimo, formado a partir de la metátesis de Aguilaniedo, es decir,
"nido de águilas".
Mosén Jesús Arnal era un cura moderno. Llegó al pueblo a lomos de una motocicleta que causó sensación entre los vecinos y vestido con un mono de trabajo. Al cabo de poco tiempo, se compró un automóvil que fue de los primeros que se vieron por la zona. También se hizo con un aparato de radio, a través del cual le llegaban las preocupantes noticias del deterioro de la situación política en España. Fue así como se enteró del levantamiento militar del 18 de julio de 1936 y enseguida se percató de la gravedad de la situación y del peligro que corría su vida. El día 22 de ese caluroso mes de julio se trasladó con su Peugeot al vecino pueblo de Torres del Obispo para entrevistarse con dos párrocos de Graus, a los que no consiguió convencer de su preocupación y que luego pagaron con sus vidas su exceso de confianza.
Mosén Jesús se mantuvo muy alerta, y cuando el día 27 desde la iglesia parroquial de Aguinaliu, situada en lo más alto del pueblo, vio acercarse por la carretera un coche del que después salieron varios hombres armados, le faltó tiempo para, tras avisar a la señora María -su casera- del lugar donde podría encontrarlo, dirigirse a toda prisa a la sierra que, como aficionado a la caza, conocía ya a la perfección. Allí se encontró con el cura de Olvena, que también había tenido que huir de su pueblo y buscar cobijo en la misma sierra. Tras bajar de nuevo a Aguinalíu y ser informados de la gravedad del asunto y de la casi segura vuelta al lugar de los milicianos, decidieron esconderse de nuevo en los montes que se extienden entre los pueblos de Aguinalíu y Estadilla. Pasaron unos días refugiados en una cueva, pero, cuando la señora María les dijo que se sentía vigilada y ya no podía llevarles más víveres, decidieron ir a Estada, donde el párroco de Olvena tenía un sobrino miembro del Comité y de quien esperaba recibir protección. No pudieron dársela a mosén Jesús, quien, para evitar comprometerlos y encontrándose en un callejón sin salida, decidió ir al vecino Barbastro y enrolarse como miliciano como única manera de intentar salvar su vida.
Llegado a la ciudad del Vero, intentó camuflarse en el ambiente y adoptó un lenguaje y una vestimenta más apropiados para sus intenciones. Sin embargo, varios avisos le hicieron ver el gran peligro que corría y decidió escapar de la población. Andando por la noche y escondiéndose durante el día, llegó primero a Selgua y a Monzón y se dirigió después hacia Candasnos, lugar donde había nacido, donde residía su familia y donde esperaba encontrar protección y apoyo. Pasando calor, hambre y sed, llegó hasta las puertas de Pomar de Cinca y, tras atravesar por la noche el barranco de la Clamor, desorientado a ratos y con el cuerpo lleno de rasguños y arañazos, logró alcanzar los alrededores de Estiche. Allí, encontró trabajando en el campo a antiguos conocidos que le informaron de la situación relativamente tranquila que reinaba en Candasnos, donde Timoteo Callén, viejo amigo suyo, era el jefe del comité local revolucionario. Siguió mosén Jesús andando hasta Ontiñena y alcanzó finalmente su pueblo natal.
Escondido en un carro de leña, entró en Candasnos y llegó hasta su casa. Consiguió hablar con Timoteo Callén, militante de la FAI y hombre idealista y honesto, que se ofreció para ayudarlo. Pero las cosas se pusieron difíciles cuando corrió la noticia de la presencia del cura en el pueblo. Aprovechando la ausencia momentánea de su protector, el mosén fue arrestado y encarcelado por algunos elementos más radicales. Con la vuelta de Timoteo, mosén Jesús es liberado; sin embargo, nadie puede garantizar por completo su seguridad. Ante las amenazas que penden sobre su vida, Timoteo somete al cura a una especie de juicio popular del que sale bien parado, y pide informes sobre él, también favorables, en su antigua parroquia de Aguinalíu. Con estos argumentos de su lado y ante la dificultad del problema, Timoteo propone a mosén Jesús una solución enormemente atrevida y audaz pero tal vez definitiva: recomendarlo a Durruti, con quien le une una gran amistad y cuya columna de milicianos se halla por las inmediaciones del lugar, para que lo acepte en sus filas y le otorgue su protección. Dada su situación crítica, acepta el cura ese ofrecimiento y él y Timoteo se entrevistan con Durruti, que admite al sacerdote entre los suyos. Falto el líder anarquista de personas preparadas para menesteres administrativos, encarga al recién llegado llevar la estadística y el papeleo del personal de la columna de milicianos que tiene a su mando.
La relación entre Buenaventura Durruti y Jesús Arnal será siempre de mutua lealtad y respeto. Muy pronto se gana el cura candansino la confianza del carismático anarquista, quien le encarga, además de las burocráticas, otras tareas de importancia como acabar con la corrupción que se había apoderado de la ciudad de Lérida, en la retaguardia. Hacia ella partió mosén Arnal en una misión especial que sabrá resolver favorablemente con discreción y eficacia. Siempre el cura habla con respeto y admiración de Durruti y desmiente con argumentos sólidos, basados en su propia presencia en los hechos, todas las noticias que le atribuyen fechorías y desmanes que, según rebate con solvencia el sacerdote, él nunca cometió, aunque entre sus seguidores hubiera algunos elementos incontrolados y fanáticos. Al menos en el tiempo en que estuvo con él, Durruti se mostró siempre como una persona íntegra y fiel a unas creencias que predicaba con su ejemplo, como pone de manifiesto el cura con algunos episodios de los que fue testigo. Entre las numerosas anécdotas que vivieron juntos hay una que destaca por sorprendente. Un día Durruti entró en el despacho de Arnal con un paquete en las manos que contenía un regalo para su secretario. Cuando éste lo desenvolvió quedó enormemente sorprendido al ver que contenía una espléndida Biblia escrita en latín.
Cuando Durruti con algunos de sus hombres fue enviado a reforzar la defensa de Madrid, mosén Jesús continuó en la columna en el frente de Aragón y siguió disfrutando de la protección de los nuevos mandos. Así siguió ocurriendo incluso tras la muerte del líder anarquista, el 20 de noviembre de 1936, en la capital de España. El cura sintió la muerte del libertario leonés y siempre, incluso después de terminar la guerra, indagó sobre las causas de la misma. Tras oír muchos testimonios, algunos de testigos presenciales del suceso, llegó a la conclusión inequívoca de que se debió a un accidente producido al disparase el naranjero que portaba cuando éste golpeó sobre el estribo del automóvil del que Durruti se estaba apeando. Había, sin embargo, otras versiones que indicaban que el golpe fatídico que disparó el arma se produjo contra el firme de la acera de la calle. La muerte de Durruti dejó a mosén Jesús en una situación difícil, pero a la postre sus temores sobre la pérdida de la protección de los nuevos mandatarios de la columna resultaron infundados, y el cura de Aguinalíu siguió entre las filas anarquistas hasta el final de la contienda.
Aunque la columna miliciana fue militarizada a comienzos del 37 y pasó a denominarse 26 división, continuó siendo predominantemente anarquista. El cura Arnal mantuvo posiciones de confianza y de gran influencia dentro de la misma, si bien siempre rechazó cualquier tipo de rango militar que pudiera luego comprometerlo. Tras un periodo de estancamiento, las fuerzas republicanas fueron obligadas a retirarse hacia el este de manera ya irreversible. Desde Bujaraloz, donde estuvo al principio la columna, las fuerzas anarquistas recularon hacia Fraga. Allí sufrieron un severo bombardeo y se vieron obligadas a cruzar el río Segre, situándose lo que quedaba de la 26 división en la localidad leridana de Artesa. Poco después retrocedieron hasta la población de Suria, lugar que fascinó a Jesús Arnal y donde pasó una temporada inolvidable. Allí, al parecer, una de las mozas del pueblo, llamada Neus, se enamoró de él. Sin descubrir nunca su verdadera identidad, mosén Jesús tuvo que apagar las ilusiones de la joven para evitarle falsas esperanzas y no traicionar su propia condición sacerdotal. La desbandada final en la derrota militar republicana llevó a lo que quedaba de la división hasta Puigcerdá y de allí a la frontera francesa. Al pasar al país vecino hacia el campo de Bourg-Madame, el cura Arnal llevaba consigo el naranjero que le había producido la muerte a Durruti. Las autoridades francesas se lo confiscaron cuando atravesó la frontera. Mientras la mayoría de sus compañeros empezaba un exilio sin retorno, mosén Arnal decidió de inmediato tramitar su regreso a España. Su despedida de algunos amigos, sobre todo de su apreciado Ricardo Rionda "Rico", fue muy emotiva, pero el cura volvió a nuestro país por Irún, para ser conducido a Pamplona, donde, tras los controles de rigor, le fue concedida la libertad.
Mosén Jesús Arnal se reincorporó a sus labores eclesiásticas y, aunque su deseo era ser reintegrado a la parroquia de Aguinalíu, fue nombrado cura ecónomo de Lascuarre -con las parroquias de Laguarres y Monte de Roda a su cargo-, cuya titularidad había quedado vacante. Allí tuvo algún problema por haber recibido la visita de varios maquis, hecho sobre el que debió informar en los años siguientes y que lo tuvo un tiempo bajo la sospecha y vigilancia del obispo de la diócesis. Posteriormente, ejerció dos años como cura de Torrebeses y Sarroca, en Lérida, y en 1947 fue enviado a Ballobar, donde fue cura párroco hasta su muerte en 1971.
Todo lo explicado hasta aquí no es sino un resumen adaptado al espacio de este artículo de lo que el propio Jesús Arnal contó en sus memorias, acabadas de escribir el año de su muerte y publicadas en libro en 1995 por Mira Editores con el título de "Yo fui secretario de Durruti" y el subtítulo de "Memorias de un cura aragonés en las filas anarquistas". En estos días de recuerdos de nuestra última contienda civil, me ha parecido oportuno rememorar tan insólito y paradójico episodio que demuestra que la Historia, como la propia vida, puede deparar en ocasiones mayúsculas sorpresas.
Carlos Bravo Suárez
http://carlosbravosuarez.blogspot.com.es/2008/02/el-cura-que-fue-secretario-de-durruti.html
Mosén Jesús Arnal era un cura moderno. Llegó al pueblo a lomos de una motocicleta que causó sensación entre los vecinos y vestido con un mono de trabajo. Al cabo de poco tiempo, se compró un automóvil que fue de los primeros que se vieron por la zona. También se hizo con un aparato de radio, a través del cual le llegaban las preocupantes noticias del deterioro de la situación política en España. Fue así como se enteró del levantamiento militar del 18 de julio de 1936 y enseguida se percató de la gravedad de la situación y del peligro que corría su vida. El día 22 de ese caluroso mes de julio se trasladó con su Peugeot al vecino pueblo de Torres del Obispo para entrevistarse con dos párrocos de Graus, a los que no consiguió convencer de su preocupación y que luego pagaron con sus vidas su exceso de confianza.
Mosén Jesús se mantuvo muy alerta, y cuando el día 27 desde la iglesia parroquial de Aguinaliu, situada en lo más alto del pueblo, vio acercarse por la carretera un coche del que después salieron varios hombres armados, le faltó tiempo para, tras avisar a la señora María -su casera- del lugar donde podría encontrarlo, dirigirse a toda prisa a la sierra que, como aficionado a la caza, conocía ya a la perfección. Allí se encontró con el cura de Olvena, que también había tenido que huir de su pueblo y buscar cobijo en la misma sierra. Tras bajar de nuevo a Aguinalíu y ser informados de la gravedad del asunto y de la casi segura vuelta al lugar de los milicianos, decidieron esconderse de nuevo en los montes que se extienden entre los pueblos de Aguinalíu y Estadilla. Pasaron unos días refugiados en una cueva, pero, cuando la señora María les dijo que se sentía vigilada y ya no podía llevarles más víveres, decidieron ir a Estada, donde el párroco de Olvena tenía un sobrino miembro del Comité y de quien esperaba recibir protección. No pudieron dársela a mosén Jesús, quien, para evitar comprometerlos y encontrándose en un callejón sin salida, decidió ir al vecino Barbastro y enrolarse como miliciano como única manera de intentar salvar su vida.
Llegado a la ciudad del Vero, intentó camuflarse en el ambiente y adoptó un lenguaje y una vestimenta más apropiados para sus intenciones. Sin embargo, varios avisos le hicieron ver el gran peligro que corría y decidió escapar de la población. Andando por la noche y escondiéndose durante el día, llegó primero a Selgua y a Monzón y se dirigió después hacia Candasnos, lugar donde había nacido, donde residía su familia y donde esperaba encontrar protección y apoyo. Pasando calor, hambre y sed, llegó hasta las puertas de Pomar de Cinca y, tras atravesar por la noche el barranco de la Clamor, desorientado a ratos y con el cuerpo lleno de rasguños y arañazos, logró alcanzar los alrededores de Estiche. Allí, encontró trabajando en el campo a antiguos conocidos que le informaron de la situación relativamente tranquila que reinaba en Candasnos, donde Timoteo Callén, viejo amigo suyo, era el jefe del comité local revolucionario. Siguió mosén Jesús andando hasta Ontiñena y alcanzó finalmente su pueblo natal.
Escondido en un carro de leña, entró en Candasnos y llegó hasta su casa. Consiguió hablar con Timoteo Callén, militante de la FAI y hombre idealista y honesto, que se ofreció para ayudarlo. Pero las cosas se pusieron difíciles cuando corrió la noticia de la presencia del cura en el pueblo. Aprovechando la ausencia momentánea de su protector, el mosén fue arrestado y encarcelado por algunos elementos más radicales. Con la vuelta de Timoteo, mosén Jesús es liberado; sin embargo, nadie puede garantizar por completo su seguridad. Ante las amenazas que penden sobre su vida, Timoteo somete al cura a una especie de juicio popular del que sale bien parado, y pide informes sobre él, también favorables, en su antigua parroquia de Aguinalíu. Con estos argumentos de su lado y ante la dificultad del problema, Timoteo propone a mosén Jesús una solución enormemente atrevida y audaz pero tal vez definitiva: recomendarlo a Durruti, con quien le une una gran amistad y cuya columna de milicianos se halla por las inmediaciones del lugar, para que lo acepte en sus filas y le otorgue su protección. Dada su situación crítica, acepta el cura ese ofrecimiento y él y Timoteo se entrevistan con Durruti, que admite al sacerdote entre los suyos. Falto el líder anarquista de personas preparadas para menesteres administrativos, encarga al recién llegado llevar la estadística y el papeleo del personal de la columna de milicianos que tiene a su mando.
La relación entre Buenaventura Durruti y Jesús Arnal será siempre de mutua lealtad y respeto. Muy pronto se gana el cura candansino la confianza del carismático anarquista, quien le encarga, además de las burocráticas, otras tareas de importancia como acabar con la corrupción que se había apoderado de la ciudad de Lérida, en la retaguardia. Hacia ella partió mosén Arnal en una misión especial que sabrá resolver favorablemente con discreción y eficacia. Siempre el cura habla con respeto y admiración de Durruti y desmiente con argumentos sólidos, basados en su propia presencia en los hechos, todas las noticias que le atribuyen fechorías y desmanes que, según rebate con solvencia el sacerdote, él nunca cometió, aunque entre sus seguidores hubiera algunos elementos incontrolados y fanáticos. Al menos en el tiempo en que estuvo con él, Durruti se mostró siempre como una persona íntegra y fiel a unas creencias que predicaba con su ejemplo, como pone de manifiesto el cura con algunos episodios de los que fue testigo. Entre las numerosas anécdotas que vivieron juntos hay una que destaca por sorprendente. Un día Durruti entró en el despacho de Arnal con un paquete en las manos que contenía un regalo para su secretario. Cuando éste lo desenvolvió quedó enormemente sorprendido al ver que contenía una espléndida Biblia escrita en latín.
Cuando Durruti con algunos de sus hombres fue enviado a reforzar la defensa de Madrid, mosén Jesús continuó en la columna en el frente de Aragón y siguió disfrutando de la protección de los nuevos mandos. Así siguió ocurriendo incluso tras la muerte del líder anarquista, el 20 de noviembre de 1936, en la capital de España. El cura sintió la muerte del libertario leonés y siempre, incluso después de terminar la guerra, indagó sobre las causas de la misma. Tras oír muchos testimonios, algunos de testigos presenciales del suceso, llegó a la conclusión inequívoca de que se debió a un accidente producido al disparase el naranjero que portaba cuando éste golpeó sobre el estribo del automóvil del que Durruti se estaba apeando. Había, sin embargo, otras versiones que indicaban que el golpe fatídico que disparó el arma se produjo contra el firme de la acera de la calle. La muerte de Durruti dejó a mosén Jesús en una situación difícil, pero a la postre sus temores sobre la pérdida de la protección de los nuevos mandatarios de la columna resultaron infundados, y el cura de Aguinalíu siguió entre las filas anarquistas hasta el final de la contienda.
Aunque la columna miliciana fue militarizada a comienzos del 37 y pasó a denominarse 26 división, continuó siendo predominantemente anarquista. El cura Arnal mantuvo posiciones de confianza y de gran influencia dentro de la misma, si bien siempre rechazó cualquier tipo de rango militar que pudiera luego comprometerlo. Tras un periodo de estancamiento, las fuerzas republicanas fueron obligadas a retirarse hacia el este de manera ya irreversible. Desde Bujaraloz, donde estuvo al principio la columna, las fuerzas anarquistas recularon hacia Fraga. Allí sufrieron un severo bombardeo y se vieron obligadas a cruzar el río Segre, situándose lo que quedaba de la 26 división en la localidad leridana de Artesa. Poco después retrocedieron hasta la población de Suria, lugar que fascinó a Jesús Arnal y donde pasó una temporada inolvidable. Allí, al parecer, una de las mozas del pueblo, llamada Neus, se enamoró de él. Sin descubrir nunca su verdadera identidad, mosén Jesús tuvo que apagar las ilusiones de la joven para evitarle falsas esperanzas y no traicionar su propia condición sacerdotal. La desbandada final en la derrota militar republicana llevó a lo que quedaba de la división hasta Puigcerdá y de allí a la frontera francesa. Al pasar al país vecino hacia el campo de Bourg-Madame, el cura Arnal llevaba consigo el naranjero que le había producido la muerte a Durruti. Las autoridades francesas se lo confiscaron cuando atravesó la frontera. Mientras la mayoría de sus compañeros empezaba un exilio sin retorno, mosén Arnal decidió de inmediato tramitar su regreso a España. Su despedida de algunos amigos, sobre todo de su apreciado Ricardo Rionda "Rico", fue muy emotiva, pero el cura volvió a nuestro país por Irún, para ser conducido a Pamplona, donde, tras los controles de rigor, le fue concedida la libertad.
Mosén Jesús Arnal se reincorporó a sus labores eclesiásticas y, aunque su deseo era ser reintegrado a la parroquia de Aguinalíu, fue nombrado cura ecónomo de Lascuarre -con las parroquias de Laguarres y Monte de Roda a su cargo-, cuya titularidad había quedado vacante. Allí tuvo algún problema por haber recibido la visita de varios maquis, hecho sobre el que debió informar en los años siguientes y que lo tuvo un tiempo bajo la sospecha y vigilancia del obispo de la diócesis. Posteriormente, ejerció dos años como cura de Torrebeses y Sarroca, en Lérida, y en 1947 fue enviado a Ballobar, donde fue cura párroco hasta su muerte en 1971.
Todo lo explicado hasta aquí no es sino un resumen adaptado al espacio de este artículo de lo que el propio Jesús Arnal contó en sus memorias, acabadas de escribir el año de su muerte y publicadas en libro en 1995 por Mira Editores con el título de "Yo fui secretario de Durruti" y el subtítulo de "Memorias de un cura aragonés en las filas anarquistas". En estos días de recuerdos de nuestra última contienda civil, me ha parecido oportuno rememorar tan insólito y paradójico episodio que demuestra que la Historia, como la propia vida, puede deparar en ocasiones mayúsculas sorpresas.
Carlos Bravo Suárez
http://carlosbravosuarez.blogspot.com.es/2008/02/el-cura-que-fue-secretario-de-durruti.html
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