lunes, 6 de enero de 2020

El anarquista vasco que lo dio todo por hacer felices a los niños en un día de reyes en plena Guerra Civil



El donostiarra Clemente Famaraza Sandegui pidió a su comandante de las Milicias Antifascistas Vascas que sus 40 duros de nómina se destinaran a asegurar los juguetes que él no tuvo en un hospicio a niños de Madrid el día de los Magos de Oriente

Hay nombres y apellidos que son ejemplo humano, pero que no los conoce ni el omnipresente dios sabelotodo Google. Desde hoy sabremos que el donostiarra nómada Clemente Famaraza Sandegui posibilitó en plena Guerra civil una noche de magos sin reyes, en los que como anarquista no creía: ni en los cristianos portadores de oro, incienso y mirra ni en los soberanos de monarquías o reinos.

Su historia casi de fábula continuaría anónima entre los legajos a conservar con trato cariñoso de guantes y mascarillas si no fuera por Ritxi Zárate, investigador de la asociación Burdin Hesia Ugaon. El analista de Miraballes a modo de regalo de fin de año nos ha hecho llegar una entrevista que la publicación Mundo Gráfico dedicó al ácrata Famaraza, miembro de las Milicias Antifacistas Vascas que operaron en Madrid.
Su biografía despacha kilos de ternura, empatía ideológica, y dispara directa a las conciencias de quienes un día dieron un golpe de Estado, un par de hostias mal dadas a la siempre legítima Segunda República. Hizo falta que Mundo Gráfico desvelara la identidad de un guipuzcoano que fue hospiciano, vendedor de periódicos más tarde y combatiente por las libertades a más 450 kilómetros de su inclusa.
Hizo falta, tal vez, vivir lo que sintió siendo niño para acabar donando el dinero de sus nóminas navideñas para asegurarse de que algunos menores el 5 de enero de 1937 irían a la cama, acomodando sus cabezas sobre una almohada que soñaba con un mágico despertar al día siguiente.
Mario Arnold fue quien acuñó la entrevista a aquel hombre de corazón más grande que cuerpo. Aquél era el pseudónimo de José García un poeta leonés, periodista y escritor considerado uno de los “grandes bohemios” del grupo cultural de Mario Buscarini. Era hijo de un suicida que se quitó la vida tras un “intento desastroso” -dice la historia- de emigrar a Argentina.
Aquellas dos personas -el miliciano caritativo y el entrevistador bohemio- con entrañas de pasado doloroso se conocieron en las trincheras. El cronista alargaba en su trabajo la sombra de aquel antifascista del que se hablaba en el momento.
El periodista contextualizaba en su artículo el duro capítulo que protagonizaban, que olían, que se llegaba a hacer casi tacto en aquellas jornadas de muerte y, si acaso, vida. “Los niños españoles tienen vacíos de alegría y de calor sus hogares, que la guerra está destruyendo. Hay que hacerles olvidar ese fantasma de las trágicas horas actuales”, contextualizaba y  señalaba con su tinta a un hombre afiliado a la CNT. “Clemente Famaraza Sandegui sabía esto—como lo sabemos todos los hijos del pueblo—y era su mayor deseo contribuir con algo a esas horas de ventura y de olvido que necesitan nuestros pequeñuelos. Él tampoco tuvo en su niñez días amables. No conoció los privilegios de que gozaban otros niños, y fue creciendo rodeado de tristezas, entre dolor y sombras”.
Mario Arnold antepuso su deseo de conocerle a poder acabar chocando con una bala perdida. Y lo argumentaba: “Hace unos días, Famaraza se presentó al comandante Lizarraga, de las Milicias Vascas, con estas palabras: Tengo ahorrados cuarenta duros, y quiero que compre usted juguetes para los hijos de nuestros milicianos. A continuación, busqué a Clemente en la trinchera. Me interesaba oír de sus labios el motivo principal que le impulsó a desprenderse de las doscientas pesetas”.
Y ahí arranca un diálogo en el que el anarquista entra al barro en la zanja mientras el bando leal a los golpistas está escupiendo muerte.
—¿Eres vasco?—le dije.
—De San Sebastián. A los pocos meses de nacer me llevaron al Hospicio de San Bartolomé, hasta que una familia muy conocida (los Cadenas) tuvo a bien adoptarme. Con ella cumplí los veinticuatro años, y les abandoné para ir al servicio militar. Les debo mi gratitud eterna.

Y tras esa presentación, el lector descubre hoy 80 años después que aquel licenciado en África, vivió de vender periódicos y que fue corredor pedestre con laureado palmarés. En el plano ideológico, anarquista “perseguido en el Octubre” -enfatizaba- y encarcelado. Puesto en libertad, buscó refugio en Barcelona “para que no volvieran a detenerme”. En barco, llegó al continente americano en el que recorrió “muchos países”.
“¡Aquí estaban los vascos!”

Regresó a Europa. Ingresó en Transportes Marítimos de la CNT, como miliciano, y con el batallón se presentó en Mallorca donde tomó Porto Cristo el histórico 16 de agosto de 1936, lo que fue “la mayor alegría de mi vida al entrar con dos compañeros”. De regreso a la Ciudad Condal, tras pertenecer a la columna Casanellas, le destinaron a Madrid. “¡Aquí estaban los vascos! ¿Qué iba a hacer si no pelear con mis paisanos, corriendo su misma suerte?”.
La entrevista se interrumpe. “Callamos. La lucha en el sector adquiere caracteres impresionantes. Los proyectiles pasan cerca de nosotros, dejando en el aire un silbido trágico”.
—¿Oyes?—le digo, después de un silencio azaroso, tras del que volvemos a miramos.
—Bien cerca pasó… Pasamos a un edificio casi destruido, donde poder charlar y escribir más cómodamente.

El interrogatorio de Arnold a Famaraza prosigue atacando la razón del buscado encuentro. El narrador es directo: “¿Por qué has dado tanto dinero para comprar juguetes a los niños?” El revolucionario libera sus emociones: “Yo nunca supe de estas pequeñas alegrías. En el Hospicio, primero, y en casa de los que me adoptaron, después, la vida fue dura conmigo”, se arranca y merece leerle íntegro: “Muchas veces, en la calle, recuerdo que me quedaba embobado ante los escaparates de juguetería y caminaba detrás de un niño cualquiera que tuviese en sus manos lo que a mí nunca me dieron…”
Y ahí le admite al leonés un recuerdo que no se le borraba de su memoria. Que cerca de su casa vivían dos chiquillos a quienes el Día de Reyes les regalaron un tren maravilloso, que andaba solo por sus raíles y lo montaban todas las tardes junto a su puerta. “Lo hacían para darme envidia. Aquello, tan trivial, al parecer, me hizo sentir y pensar”.
“Una sonrisa infantil vale medio mundo”

El periodista busca un contraataque emotivo al espetarle que “esos 40 duros podían haberte ayudado mucho”.
—¡Bah! Una sonrisa infantil vale medio mundo. Deja que los niños rían. Ellos son los hombres de mañana, y deben crecer lejos de toda amargura, para que tengan un porvenir dichoso, sin recuerdos obscuros, como los míos… ¿Doscientas pesetas? Bien. ¿No vale muchísimo más cualquiera de sus sonrisas? Una fortuna que yo tuviera sería para ellos”.

La entrevista navega a partir de entonces por nuevos mares al querer saber qué sería el Mago Anarquista al concluir la guerra. El donostiarra le respondió que marino porque le gustaba conocer países. Con la utopía por bandera, le continuó respondiendo que quienes luchaban “por devolver trabajo, alegría y pan a todos los hogares pobres, pasaremos de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad con una canción feliz que nos enseñará la victoria”.
En ese momento los dos interlocutores volvieron a ser silencio de guerra. Arnold comunica que el vasco fue reclamado para hacer “un servicio importante”, y mientras se alejaba con el fusil al hombro, el bohemio saltó la trinchera, “para admirar el funcionamiento magnífico de una poderosa máquina de guerra”, concluye con final abierto a la vida o muerte del anarquista que, no olviden, regaló un 6 de enero.
http://mugalari.info/2020/01/06/anarquista-lo-dio-felices-los-ninos-dia-reyes/?fbclid=IwAR3KIz-dMTnzb0WDA6MYHBFKHluLz1SrqMzc7s6huHyi1aPIPJiVSa6Pzhg#.XhMWExb1WGg.facebook

domingo, 5 de enero de 2020

La revolución de 1909 en Barcelona. Semana trágica para unos, gloriosa para otros




Durante la semana del 25 de julio al 2 de agosto, en Barcelona se desencadenó una revolución que pasó a la historia con el nombre de Semana Trágica. Un nombre otorgado por la burguesía catalana, ya que la clase trabajadora la bautizó como “la revolución de julio”, o como “Semana Gloriosa”.

La ciudad en llamas. Barcelona, julio de 1909

La revuelta empezó a partir de una acción antimilitarista y pacifista para transformarse en una huelga general. Fue convocada para impedir el embarque de los soldados reservistas (los que ya habían hecho el servicio militar y que tenían experiencia y familia) a Marruecos desde el puerto de Barcelona. La protesta derivó en la quema de la mayoría de escuelas y edificios religiosos de la ciudad, odiados por la clase trabajadora.
El balance de la semana fue de más de un centenar de edificios quemados, la gran mayoría de ellos religiosos: conventos, iglesias o escuelas anexas. El testimonio fotográfico de “La Actualidad” no dejó lugar a dudas sobre la magnitud de la revuelta urbana: 33 conventos quemados, 33 escuelas religiosas de ambos sexos –separados, lógicamente-, y 20 iglesias reducidas a cenizas. Nadie se explica aún como en practicamente 4 días ardieron simultaneamente, en ocasiones, más de una cinquentena de edificios en barrios muy alejados, es decir, que había, probablemente unos cuarenta grupos organizados de ciudadanos que prendían fuego, en sus respectivos barrios, a aquello que era el símbolo más patente del atraso intelectual del país y del poder temporal, aquellos que habían prohibido la difusión de las ideas de Darwin en la Universidad, y que denunciaban sistemáticamente las publicaciones anarquistas como ataque al dogma, o como pornografía en el caso de las publicaciones neomalthusianas, o de divulgación sexual.
Tomaron parte en los hechos, según informes de la época, más de 30.000 personas, personajes anónimos de la clase media y obrera barcelonesa, obreros vidrieros, ladrilleros, jornaleros y obreras textiles, maestros laicos, empleados de talleres metalúrgicos, pescadores, estribadores, y un largo etcétera. Se enfrentaron a unos 700 guardias civiles y fuerzas del ejército que paulatinamente fueron engrosando su número hasta acabar con la revuelta. Una revolución en toda regla, en la que no hubo pillaje ni robo de las propiedades de la iglesia, al contrario de lo que afirma la historia revisionista de siempre, que ahora empieza, como siempre, a dar su enésima versión de los hechos. Según los periodistas que realizaron las primeras valoraciones de lo acaecido, en todos los conventos e iglesias la multitud lanzó al fuego todo aquello que encontró, incluso joyas o acciones de bolsa, dinero, lienzos o retablos. La idea de quemar la superstición y el oscurantismo abrazó todo lo que los edificios contenían. Por el contrario, y a diferencia de la revolución y quema de iglesias de 1835, se respetó la vida de los frailes, curas y monjas que huyeron despavoridos por tapias y terrazas hacia los patios vecinos donde con mayor o menor fortuna fueron escondidos –o no- por los vecinos. Su salida, vestidos de seglar, pasó por toda una serie de vericuetos que también fueron después narrados por la prensa.
La revuelta que además afectó a más de 50 poblaciones de toda Cataluña y que en el caso concreto de Granollers y Sabadell tomó el aspecto de proclamación revolucionaria con la toma de los edificios consistoriales y la proclamación de juntas y asambleas vecinales. En la mayoria de poblaciones (Badalona, San Adrià, Mataró, Manresa, Igualada, Olesa, Arenys, Palamós, Cassà de la Selva, Anglés, Reus, Valls, Vendrell, etc.) se quemaron las casetas de consumo, los registros de propiedad y se desarmó el somaten (fuerza ciudadana para-policial), en casi todas se cortaron las vías férreas –para impedir el paso de refuerzos hacia Barcelona, o para impedir el paso de los trenes con soldados hacia el puerto- y también se volaron el telégrafo y las comunicaciones. A partir de aquí, en todos estos municipios se declaró la huelga general.
El foco de la indignación se centró en Barcelona. La ciudad industrial y cosmopolita, escenario de la burguesía modernista y emprendedora, era también escenario de la miseria obrera. Desde sociedades de apoyo mutuo, incipientes cooperativas de producción o consumo, y reorganizaciones sindicales clandestinas tras la cruenta represión de las condenas de Montjuich de 1896, la clase obrera avanzaba con dificultad hacía la autoorganización sindical que en aquellas semanas se fraguaba al entorno de Solidaridad Obrera. En ella un conjunto de sociedades sindicalistas revolucionarias -en número de 67 en Cataluña y 53 en Barcelona- se habían constituido autónomamente y gracias a una aportación económica del pedagogo anarquista Francisco Ferrer y Guardia habían podido adquirir un inmueble en el que poder reunirse y realizar la propaganda. Un inmueble en el que se gestarían buena parte de las iniciativas de aquella semana, pero a las que Ferrer casi permaneció completamente ajeno, ya que se encontraba fuera de la ciudad. Se calcula que pertenecían a Solidaridad Obrera unos 10.600 obreros barceloneses de los 200.000, esto según estimaciones de Rovira i Virgili. El revolucionario José Prat estimaba que unos 15.000 afiliados eran los inscritos en la sociedad que tenia en la huelga general y la acción directa eran sus armas más poderosas. Sus reivindicaciones eran la jornada de 8 horas y mejores condiciones económicas, pero también mejoras que hacían referencia a su calidad de vida: educación, asociaciones culturales, asistencia médica, etc.
Paralelamente, el librepensamiento había hecho su aparición en Europa, y tímidamente se abría camino en España. La masonería, unida a las campañas de laicidad y al republicanismo hacía su irrupción en los barrios obreros. Todos ellos (anarquistas, federalistas, masones, socialistas y republicanos) participaron en las campañas a favor de los cementerios civiles, por la inscripción de los recién nacidos y los matrimonios en el registro civil sin dar cuenta a la iglesia que ostentaba el monopolio de la educación y la vida moral española.
Las obreras no eran ajenas a todo este movimiento sociocultural. Muchas de ellas militaban activamente en la mayoría de las sociedades obreras y aparecen ya en la prensa obrera. La mayoría de las más activas ejercía de maestras laicas y se mostraron valientemente a favor de la coeducación y de la difusión del racionalismo científico. Sin duda, es dentro de las filas del librepensamiento y del anarquismo donde las mujeres encontraron su lugar donde actuar a nivel político, escribir, hablar y relacionarse. Es decir, un espacio ciudadano en el que actuar y visibilizarse. Y en este lugar darán muestras de su autoridad intelectual Teresa Mañé, Teresa Claramunt, Àngeles López de Ayala, Amalia Domingo Soler, Belén Sàrraga y muchas más que se convertirán en referente y modelo de sus compañeras.
Los huelguistas catalanes pretendían que el resto de la península los imitaran y lograr así que la revolución se generalizara, pero los refuerzos no llegaron, al contrario. Las ideas de los revolucionarios no se escucharon, ya que el gobierno se aprestó a explicar que en Barcelona estaba teniendo lugar una revuelta separatista.
Las muchas causas del incendio de las iglesias
Varias son las posibles causas del desencadenamiento de la huelga general y de la quema de los conventos.
La crispación ciudadana de las clases trabajadoras es sin duda una de las principales. Desde mediados del siglo XIX las calles de Barcelona eran periódico escenario de huelgas y barricadas. Incluso en 1835 ya se había efectuado una violenta quema de conventos que conllevó varias víctimas mortales. Bullangas y revueltas obreras jalonaron los años de 1840-50 para desembocar en las bombas y petardos anarquistas del fin de siglo. Algunos eran reales, otros meras provocaciones policiales, como el oscuro caso protagonizado por el confidente Juan Rull y sus familiares que conmocionó los medios obreros, ya que periódicamente se efectuaban detenciones indiscriminadas. La célebre bomba lanzada en 1896 durante la procesión religiosa de Corpus puso en marcha un descomunal aparato represivo que encerró en el castillo de Montjuic a muchos inocentes. La huelga de las sociedades metalúrgicas de 1902 duró una semana entera y tal fue la represión que el pintor Ramón Casas la retrató su lienzo: La carga.
La clase obrera demandaba constantemente una mejor educación. Sólo a partir de una mejor instrucción podrían elevar su nivel cultural y optar por mejores trabajos y salarios. Pero la educación escolar estaba desde 1851 condicionada por el concordato entre España y el Vaticano, y la iglesia ostentaba prácticamente el monopolio de la educación en España, en unos años en que no había leyes que regularan la edad mínima para entrar a trabajar y donde niños y niñas frecuentaban fábricas y talleres por salarios de miseria.
De nada valió el intento de la Ley Moyano (1857) para que los ayuntamientos se hicieran cargo de la educación. En ciudades como Barcelona, con una alta afluencia periódica de emigración y con escasos recursos, nada impulsaba a la oligarquía burguesa a instruir a sus ciudadanos.
Y la instrucción quedó así en manos de la misma clase trabajadora que intentará por todos los medios de autoeducarse o de formar escuelas para sus hijos. Desde los años de la Internacional, la educación será una demanda generalizada de todo el proletariado mundial. Después de numerosos y dispersos intentos, Ferrer y Guardia impulsará un modelo educativo moderno, laico y coeducador. De hecho había observado experiencias similares en Francia, como la escuela de Cempuis de Sébastien Faure y Paul Robin. De ellos tomará las ideas del contacto del niño con la naturaleza, y del trabajo cooperativo.
Además Ferrer, que cuenta con una buena fortuna personal, a partir de una herencia, formará maestros y impulsará una editorial que publicará una coherente línea editorial de carácter racionalista y progresista. En 1901 aparece su “Boletín de la Escuela Moderna”, en 1906 ya se contabilizan más de mil alumnos en 34 centros educativos coordinados por Ferrer. Aquel mismo año la escuela fue clausurada, ya que Ferrer es acusado de complicidad con Mateo Morral.
La iniciativa anarquista no era la única en una ciudad convulsa, en 1907, el regidor catalanista Francesc Layret propuso invertir parte de un excedente económico del consistorio barcelonés en la creación de cuatro escuelas laicas y coeducadoras para niños obreros. A la expectación y contento inicial, siguió la indignación obrera, ya que el cardenal Salvador Cassañas emprendió una intensa campaña de propaganda y escribió dos circulares en contra de las escuelas y de su manifiesta “laicidad” y “bisexualidad”. No se volvió a hablar del tema, pero los republicanos se sintieron muy defraudados por los ataques de la iglesia.
Por último cabria citar a los miembros del republicano partido radical fundado por Alejandro Lerroux. Formado no sólo por proletarios, sino por miembros de las clases medias o pequeña burguesía, que en absoluto aspiraban a la revolución social como los anarquistas o sindicalistas revolucionarios, pero si querían un estado republicano, sin monarquía y fundamentado sobre las bases de la laicidad y el sufragio universal. Según testimonios policiales numerosos miembros de base se encontraban entre los huelguistas y los activistas de los diferentes barrios barceloneses. También estuvieron en las calles sus dirigentes: Sol y Ortega, los hermanos Ulled, Juan Colominas Maseras, Rafael Guerra del Río y varios más. Sólo el diputado Francisco Giner de los Ríos, se quedó en casa y estuvo presente en una reunión consistorial. Es evidente que en el curso que tomaron los acontecimientos, hubo una clara disyuntiva entre las bases del partido y sus dirigentes que hábilmente optaron por la vía pactista con los miembros de la Lliga, es decir la derecha. Incluso en el asunto de la condena a Ferrer, los dirigentes del Partido Radical tuvieron una actuación que avergonzó a sus militantes de base.
La lucha por el espacio urbano y la quema de conventos
Por primera vez las fotografías de prensa retrataron a los anónimos que poblaban las calles. Cada vez más los periódicos insertaban en sus páginas reportajes fotográficos. Y así, rostros de obreros, mujeres y muchachos compartían protagonismo tras las barricadas improvisadas con railes de tranvías, barriles de madera, somieres de cama y adoquines en los barrios de la ciudad.
Las fotografías mostraban también las entrañas chamuscadas de los edificios religiosos convertidos en ruinas. Hogueras improvisadas en grandes naves góticas quemaban sillas, puertas, reclinatorios, cortinajes, campanas y todo lo que recordaba siglos de oscurantismo. Pero hay algo que impresiona en el desencadenamiento de los hechos en esta semana: la imperturbabilidad de la clase burguesa ante las quemas, y también la del mismo ejército que contemplaba impasible las llamas que tampoco eran sofocadas por los bomberos. La burguesía parecía mirar hacia otro lado, como relatan los testimonios de los hechos. Algunos se encerraron en sus casas, pero otros asistían al espectáculo desde terrazas y balcones. De hecho quizá preferían ver arder conventos que ver como se dirigía la rabia ciudadana hacia sus propias fábricas o propiedades.
Una especie de desamortización popular atacaba las escuelas y edificios religiosos. La masa atacó también los odiados cementerios de los conventos que permanecían en los patios de las casas de vecinos barcelonesas, atentando a la higiene y a las emergentes normas de salubridad. Y en los cementerios y criptas, el pueblo extrajo las momias de sus tumbas y las paseó en una escena buñuelesca por toda la ciudad. Desde los conventos hasta las Ramblas, de ahí hasta la alcaldía de la plaza de San Jaime, y de ahí, al palacio del marqués de Comillas, propietario de las minas africanas que los reservistas debían defender. En cada encuentro con la fuerza pública, los portadores de los ataúdes y las momias dejaban su carga, para reemprender la marcha después de los encontronazos, entre música callejera y chirigotas. Un muchacho deficiente mental fue acusado de haber bailado con una momia lo que le valió la sentencia a muerte.
En las calles de Barcelona se enfrentaban dos formas de entender las cosas, por una parte el mundo antiguo, la iglesia, el clasismo educativo, el viejo estado de cosas, aquello que los progresistas bautizaban como “la superstición”, y del otro lado de la barricada, la idea anarquista, el librepensamiento, la emergencia de las mujeres y su autonomía, la laicidad, la razón, y también el darwinismo.
La represión no se haría esperar, una represión azuzada por la derecha catalanista que en su periódico La Veu de Catalunya lanzó una siniestra campaña: ¡Delatad!, es decir: denunciar a vecinos, vecinas, maestros u obreros. Una campaña que pedía a voces cabezas de turco para desviar la atención de aquello que realmente importaba: la desatención y el abandono de la clase trabajadora que no tenía garantías jurídicas, económicas, sanitarias o sociales. Desviar la vista de aquellos que en su desesperación quemaron edificios, monumentos a la desigualdad, y no dirigieron su mirada hacia el patrón, el burgués que hacía del modernismo y el lujo su forma de vida. Cabezas de turco que como la de Ferrer eran molestas: anarquista, activo, subvencionador de periódicos como La Huelga General, o sociedades obreras, amigo de Mateo Morral, de Malato, de los Montseny, de los neomalthusianos y un hombre con una libertad moral e intelectual que hacía que palidecieran de envidia los timoratos y los puritanos, incluso los que profesaban sus mismas ideas. Ferrer era la víctima perfecta.
Fueron clausuradas más de 122 escuelas laicas, solo en Barcelona. La mayoría de sus profesores fueron detenidos o deportados a Alcañiz, como el caso de los profesores amigos y familiares de Ferrer. Otros eligieron el camino del exilio.
También fueron detenidos líderes obreros, mujeres proletarias, soldados y guardias civiles que desertaron por su republicanismo, damas burguesas antimilitaristas que llamaron a la huelga general y un extraño conglomerado ciudadano de personajes diversos que vieron en la revuelta urbana la posibilidad de canalizar sus aspiraciones. Con motivo de la Semana Trágica, la derecha catalana volvió a la carga, en concreto los hombres de la poderosa Lliga, con Verdaguer y Callís a la cabeza que testificó contra el pedagogo. Un juicio militar sumarísimo y sin garantías decidió su futuro. Ferrer y Guardia fue ejecutado en los fosos del castillo de Montjuïc el 13 octubre de 1909. Un clamor internacional condenó su ejecución.
Y Solidaridad Obrera, a pesar de la represión, o a consecuencia de ella, siguió adelante, organizando campañas para liberar a los presos, o participando en los populosos entierros de los ajusticiados (fotografiados por la prensa), en los actos de protesta contra la condena de Ferrer, y volviendo a organizar clandestinamente los sindicatos obreros, sus editoriales y sus escuelas, hasta volver a representar una amenaza tan importante que pocos años después, en 1919 conseguirían la jornada de 8 horas.
La historia forma parte del presente, en un bucle perverso, ya que hace cien años de aquel julio en Barcelona, y cuestiones como la libertad en la enseñanza, la coeducación, el creacionismo y el racionalismo, la impertinencia con que la iglesia interfiere en la vida privada de todos nosotros, la poca laicidad en la vida pública, y el deseo de que la enseñanza forme parte del patrimonio de la crítica y la reflexión, no como mera instrucción o adiestramiento, son aún motivos candentes de nuestra vida diaria.
Dolors Marín

sábado, 4 de enero de 2020

viernes, 13 de diciembre de 2019

“Me cago en Franco”: empezó el TOP y sigue la Audiencia Nacional




El 2 de octubre de 1963, Timoteo Buendía bebió más de la cuenta y, cuando vio a Francisco Franco en el televisor del bar, gritó: “¡Me cago en Franco!”. A Timoteo el ataque de sinceridad le costó muy caro: fue condenado a diez años de cárcel.

Con Timoteo Buendía se estrenó el Tribunal de Orden Público (TOP), el siniestro instrumento con que el tardofranquismo reprimió delitos como injurias al jefe de Estado o asociación ilícita, en referencia a militancia en partidos y sindicatos no autorizados por el régimen. Él fue la causa número uno. Pero hubo otras 3.797 antes de que el Gobierno de Adolfo Suárez lo finiquitara, ya en 1977, y trasladara parte de sus competencias a la Audiencia Nacional.

La Fundación Abogados de Atocha, creada para mantener vivo el legado de los juristas de CCOO asesinados por un comando fascista en 1977 editó en 2010 un CD con todas estas sentencias. Incluye un potente buscador que permite rastrear los nombres y apellidos de las víctimas. Y también los del medio centenar de personas que entre 1964 y 1977 formaron parte de esta máquina implacable que condenaba a diez años de cárcel por gritar “¡Me cago en Franco!”.

“Este país conoce muy poco su propia historia y creemos que el CD ayudará a mostrar cómo era el aparato represivo del franquismo y a hacer un reconocimiento a las personas juzgadas”, explica Raúl Cordero, director de la fundación.

En un acto en la Universidad Complutense el ex fiscal Carlos Jiménez Villarejo afirmó que los jueces estuvieron formando parte del TOP hasta 1976. Fueron cómplices hasta el último día de las torturas de la Brigada Político-Social y nunca abrieron una causa ni siquiera por lesiones durante 40 años.

El CD con las sentencias del TOP muestra hasta qué punto los jueces fueron implacables: el 74 por ciento de los 3.798 casos acabó en condena, según el exhaustivo recuento del investigador Juan José del Águila.

Además, el Tribunal Supremo casi siempre ratificó sus penas, explica Francisco J. Bastida, catedrático de la Universidad de Oviedo y autor de Jueces y franquismo (Ariel, 1986): “Los jueces se identificaron totalmente con la ideología franquista de unidad espiritual, política, religiosa, sindical, moral y de cualquier índole”, afirma.

Las peculiaridades de la transición, pilotada por los propios franquistas y pactada con la izquierda vendida, permitió que los magistrados y fiscales del TOP después encontraran acomodo sin problemas en las nuevas instancias. No sólo no sufrieron ninguna represalia sino que la gran mayoría fue ascendido y acabó en el Tribunal Supremo o en la Audiencia Nacional.

Por una cuestión biológica ya no están en las instituciones actuales. Pero como mínimo 10 de los 16 jueces que tuvieron plaza titular en el TOP el 63 por ciento del total fueron en democracia magistrados del Tribunal Supremo o de la Audiencia Nacional. Y todos mantuvieron la Cruz de San Raimundo de Peñafort, la medalla al mérito jurídico instituida en 1944 en el periodo más duro y filonazi del régimen.

“La Transición afectó por igual a toda la sociedad española, incluyendo partidos y, naturalmente, jueces. Todo siguió el mismo patrón y así estamos”, lamenta José Antonio Martín Pallín, magistrado del Tribunal Supremo.

El éxito profesional de los ex fiscales del TOP durante la democracia fue muy parecido al de los magistrados. Y los pocos ex que optaron por un camino distinto también tuvieron una carrera exitosa, como Diego Córdoba, que pasó de juez de Instrucción del TOP a abogado de El País.

La evolución de los miembros del primer TOP, el que arrancó en 1964 con el juicio de Buendía, es ilustrativo: los esfuerzos por hacer cumplir la ley franquista de su presidente, Enrique Amat, fueron recompensados con el ascenso al Tribunal Supremo ya por el franquismo, en 1971. Los otros dos magistrados de aquel momento también fueron promocionados: José F. Mateu, asesinado por ETA en 1979, estuvo el TOP durante toda su existencia diez años como presidente y saltó al Tribunal Supremo en 1977. Y Antonio Torres-Dulce se jubiló en 1986 como presidente de la Audiencia de Madrid.

Por su parte, el juez de instrucción, José Garralda, llegó al Tribunal Supremo en 1980, en sustitución de Amat, que se jubilaba. Y también al Tribunal Supremo llegaron los dos fiscales del TOP de 1964: Antonio González y Félix Hernández.

De hecho, los tres presidentes que tuvo el TOP acabaron en el Tribunal Supremo. A los ya citados Amat y Mateu, hay que añadir José de Hijas, que se jubiló en 1986 como presidente de la Sala Segunda, la misma que juzgará a Garzón.

Algunos de estos magistrados fueron muy cercanos a dirigentes que luego militarían en el PP, como Manuel Fraga y Margarita Mariscal de Gante. Fraga dedicó a Amat “cálidos elogios” cuando fue nombrado, según el Abc del día siguiente. Y ya en democracia, cuando el ex TOP Luis Poyatos se vio envuelto en una polémica por haber contribuido, en tanto que fiscal de la Audiencia, a poner en libertad a un mafioso que acabó huyendo, Fraga salió raudo en defensa de “la justicia”.

Una década después, Mariscal de Gante, ministra de José María Aznar, intentó aupar a Poyatos como fiscal jefe de la Audiencia. No lo logró. Pero quedó claro que Mariscal compartía la devoción de su padre, el juez Jaime Mariscal de Gante, por Poyatos, con quien había coincidido en el TOP. Como su amigo, Jaime Mariscal de Gante también vio recompensada su labor en el TOP con una plaza en la Audiencia Nacional.

http://www.publico.es/espana/del-top-al-supremo.html



viernes, 29 de noviembre de 2019

La Makhnovtchina




Si en la historia hay sucesos cuya existencia ha sido tratada de borrar por todos los medios por los gobiernos y discursos, probablemente el majnovismo sea uno de los más golpeados por el olvido.

 La revolución rusa, como toda revolución, fue un levantamiento del pueblo hacia el poder establecido, un grito de una multitud hastiada del sistema imperante, llena de ideales que cumplir.

Como toda revolución, no fue monolítica, no tuvo una sola ideología detrás, pero una de ellas fue el anarquismo... Y este gestó con gloria al sur de Ucrania, su primera experiencia efectiva, en 1917.

Se crearon comunas libres, sin gobierno, aplicando de forma efectiva las ideas de Proudhon, Bakunin y Kropotkin... El territorio era inicialmente alrededor de 260 kilómetros cuadrados, llenos de comunas autogobernadas y autogestionadas, que una vez comenzada la revolución rusa se levantaron como una fuerza armada revolucionaria conocida como el ejército negro.

El ejercito negro, dirigido por Nestor Majno (de ahí el nombre) defendía la autonomía de los pueblos a la vez que liberaba progresivamente más comunas campesinas del yugo del estado y las fuerzas armadas de la reacción. Era integrado por campesinos de las comunas que se enlistaban voluntariamente, pero bajo ninguna circunstancia tenia control sobre las decisiones de las comunas, distritos y regiones del territorio libre, que llegó a alcanzar el sureste ucraniano, la rivera del mar negro y la península de Crimea... Un total aproximado de siete millones de personas.

Cada territorio se organizaba en asambleas plenarias que acordaban tras conversación, discusión y consenso, por lo que cada campesino sabía exactamente (y sin imposición de por medio) como actuar en cada circunstancia.

El ejército negro a su vez, en audaces actos de guerrilla liberaba territorio del control de las tropas zaristas, y en varias circunstancias colaboró con las tropas del ejército rojo.

A medida que la revolución rusa avanzaba, la bolcheviquización de esta, y el control de las comunas por los comisarios del partido bolchevique chocó con la autonomía y autodeterminación del territorio libre, lo que llevó a Trostky a mantener la alianza con el ejercito negro para eliminar la amenaza blanca por el frente ucraniano, para luego atacarlo por contaminar a las masas.

Terminada la guerra los dirigentes del ejercito negro serian invitados a una mesa de diálogo donde serian apresados y fusilados a traición, 150.000 soldados del ejército rojo atacarían el territorio libre que con alrededor de tres mil guerrilleros sobrevivientes de la guerra contra las fuerzas blancas y del occidente contra-revolucionario.

Con todo, no lograron hacer frente a la avasalladora y sorpresiva carga del comité central de Moscú.

La entrada del ejército rojo al territorio libre marcaría el final de la autonomía anarquista ucraniana, alrededor de 200.000 campesinos serian fusilados en la invasión y muchos más serian deportados a los campos de trabajo de Siberia.

El ejercito negro combatiría hasta el último hombre bajo el grito de ¡Vivir libres o morir combatiendo!, provocándole con las pocas tropas que quedaban una campaña más larga y más compleja de lo esperado al comité central de Moscú.

Sin embargo, pese a todo, el desgaste, el hambre y la traición acabarían finalizando su cabalgata a mediados de 1921, con sus últimos 100 guerrilleros batiéndose en retirada contra la metralla del ejército rojo, con Majno y casi la mitad de los soldados heridos, cruzando el Rio Dniester hacia Rumania.

Los pocos sobrevivientes del ejército negro y el territorio libre emigrarían lejos de la URSS, donde contarían la historia de Majno y las comunas anarquistas de Ucrania... Majno no volvería a Ucrania y moriría en Paris... Allí, en el ocaso de su vida, conocería a un joven anarquista llamado Buenaventura Durruti, y pondría en alerta al anarquismo occidental del otro rostro del marxismo leninista.

Para terminar, del testamento del majnovismo, nos queda la frase: "¡Proletarios del mundo: bajad a vuestras profundidades y buscad en ellas la verdad: creadla vosotros mismos! Que en otra parte alguna la encontraréis."


martes, 19 de noviembre de 2019

Cuando el PSOE decía: ¡Autodeterminación!


Presidencia del XXVI Congreso del PSOE, (XIII en el exilio), celebrado en Suresnes. François Mitterrand, secretario del PSF interviene en el estrado. Sentados, de izda a dcha: Ronald Balcomb, secretario de la Internacional Socialista, José Martínez Cobos, Alfonso Guerra, Manuel Garnacho y Fabián Ramón. Octubre de 1974 (Propias)

En el trascendental congreso de Suresnes (1974), el Partido Socialista Obrero Español se relanzó como fuerza política operativa con un programa de tonos radicales que iba más allá de la 'España plural' y aceptaba el derecho de autodeterminación de las nacionalidades
Hay un párrafo maravilloso de Gabriel García Márquez en ‘Cien años de soledad’ que dice: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Hubo un tiempo en el que pasó algo parecido en este país. La democracia en España era tan reciente, tan reciente que aún no había nacido, que algunas cosas se mencionaban con nombres que ahora nos parecerían increíbles. Hubo un tiempo en el que el Partido Socialista Obrero Español señalaba con el dedo la autodeterminación de los pueblos y levantaba el pulgar. ¿Derecho a decidir? No, no, no, esa expresión ahora tan presente en los diarios, meliflua y propia de un adolescente contrariado al que no dejan llegar tarde a casa, no es de aquella época, en la que todo parecía pendiente. Estamos hablando en serio: derecho de autodeterminación de las nacionalidades de España. Ese era uno de los puntos centrales del programa del PSOE renovado en 1974. Claro, preciso y contundente. Tan contundente que estuvo a punto de proclamar la autodeterminación para todos.
10 de octubre de 1974, Suresnes, periferia de París, teatro Jean Vilar. El congreso socialista elige al joven abogado sevillano Felipe González como nuevo secretario general, tras una laboriosa alianza entre diversos sectores de la militancia en el interior de España, una mayoría que deja definitivamente fuera de juego a la vieja dirección en el exilio encabezada por Rodolfo Llopis. Maestro alicantino, masón desde la juventud a la vejez, diputado durante la República, enfrentado durante la Guerra Civil a la línea del primer ministro Juan Negrín, anticomunista, Llopis mantenía un PSOE de mesa camilla a la espera de la muerte del dictador. Y en España todo estaba cambiando.
En un congreso anterior, Llopis ya había sido sustituido por una dirección colegiada del interior, abriéndose una lucha de fracciones: el PSOE Histórico contra el PSOE Renovado. La Internacional Socialista finalmente había dado la razón a los renovadores –luego veremos en qué contexto- y el congreso de Suresnes era la ceremonia de entronización del nuevo grupo dirigente y del nuevo programa.
Un programa que enfocaba así la complicadísima cuestión territorial española. Aviso a los jóvenes lectores que no hayan vivido la transición, átense los cinturones y preparados para la sorpresa:
Ante la configuración del Estado español, integrado por diversas nacionalidades y regiones marcadamente diferenciadas, el PSOE manifiesta que:
1) La definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español.
2) Al analizar el problema de las diversas nacionalidades el PSOE no lo hace desde una perspectiva interclasista del conjunto de la población de cada nacionalidad sino desde una formulación de estrategia de clase, que implica que el ejercicio especifico del derecho de autodeterminación para el PSOE se enmarca dentro del contexto de la lucha de clases y del proceso histórico de la clase trabajadora en lucha por su completa emancipación.
3) El PSOE se pronuncia por la constitución de una República Federal de las nacionalidades que integran el Estado español por considerar que esta estructura estatal permite el pleno reconocimiento de las peculiaridades de cada nacionalidad y su autogobierno a la vez que salvaguarda la unidad de la clase trabajadora de los diversos pueblos que integran el Estado español.
4) El PSOE reconoce igualmente la existencia de otras regiones diferenciadas que por sus especiales características podrán establecer órganos e instituciones adecuadas a sus peculiaridades.
El hombre clave del congreso de Suresnes fue el joven librero sevillano Alfonso Guerra, un hombre de origen humilde, con estudios universitarios y muy aficionado al teatro. Él movió los hilos, supervisó las ponencias y garantizó la elección de Felipe González como secretario general, frente al núcleo madrileño encabezado por Pablo Castellanos y Francisco Bustelo. Alfonso Guerra (nombre clandestino ‘Andrés’), afinando los textos sobre el irrenunciable derecho de autodeterminación de las nacionalidades de España en una brasserie de la periferia de París, con fondo musical de George Brassens. He ahí una excelente dosis de ironía para una tarde de domingo. Sugiero acompañarla con una copa pacharán con hielo.
https://www.lavanguardia.com/politica/20130929/54390144664/cuando-psoe-decia-autodeterminacion-enric-juliana.html

sábado, 16 de noviembre de 2019

El 15 de noviembre de 1781 asesinaban a TÚPAC KATARI.




” A mí solo me matarán…, pero mañana volveré y seré millones”
En 1781 en la ciudad de La Paz es ejecutado el líder indígena boliviano Túpac Katari, por desmembramiento, igual que el líder Túpac Amaru el 18 de mayo de ese año. Antes de morir gritó: «Me matan a mí solo, pero volveré y seré millones»

Julián Apaza Nina, más conocido como Túpac Katari, Túpaj Katari, o simplemente Katari nació en Ayo Ayo, provincia de Sica Sica, Virreinato del Perú, en 1750 y fue asesinado en  La Paz, el 15 de noviembre de 1781, fue un caudillo de etnia aimara, hijo de un minero que murió como mitayo en las minas de Potosí.
El día en que nació Julián Apaza, los comunarios aymaras vieron admirados que dos hermosos y enormes mallkus (cóndor) bajaron a Sullkawi en Sica Sica, y se posaron en las montañas cercanas, uno de los cóndores representaba a la Nación aymara y otro a la Nación Quechua.
Su madre Marcela Nina salió con la wawa (su hijo) para mostrarle a la Pachamama, y su padre Nicolás Apaza señaló a una enorme serpiente que levantaba la cabeza. Admirados pero sin miedo vieron que la serpiente saludaba al niño, entonces supieron que Julián sería importante para los pueblos aymara y quechua.
Luego de quedar huérfano en su adolescencia comenzó a servir como ayudante de cura, convirtiéndose en campanero gracias a su tío Manuel, curaca de una comunidad vecina a Ayo Ayo, llegando a ser campanero oficial de la iglesia del poblado.
Posteriormente trabajó dos años como peón en la mina de San Cristóbal, de Oruro, al principio como barretero y luego acarreando trozos de mineral. Allí conoció el sufrimiento de otros indígenas y comenzó a proclamar la necesidad de rebelarse.
Se trasladó a Sica Sica donde trabajó como panadero y donde vio un hermoso aguayo hecho con la habilidad de los antiguos y cuando preguntó​ quien lo había hecho le mostraron a una joven muy bella llamada Bartolina Sisa a la cual amaría toda su vida y con la cual se casó.
En 1772, ya casados, tuvieron el primero de sus cuatro hijos :tres varones y una niña. Más tarde fue comerciante trajinante minorista hasta La Paz, estudiando la forma de pensar de los indígenas, mestizos y cholos, observando especialmente su descontento creciente ante la explotación colonial.​
Fue apoyado en su lucha por su esposa , Bartolina Sisa y su hermana menor Gregoria Apaza. Adoptó el seudónimo de Túpac Katari en homenaje al cacique-Inca rebelde Túpac Amaru II (1738-1781) que se levantó en Cuzco y Tomás Catari (1740-1781), cacique de Chayanta. Julián Apaza alias Túpac Katari, como caudillo rebelde de las tropas de la etnia aymara, se alió parcialmente e hizo frente a la supremacía quechua.
Su autoridad se hacía explícita en su nombre (amaru: serpiente en quechua; catari: serpiente en aymara). Su rebelión tuvo características muy particulares y diferencias notables con la de Túpac Amaru II.
A pesar de encontrar cierta resistencia, la facción quechua tuvo desde el principio control sobre la facción aymara, liderada por Túpac Catari.
Diego Cristóbal Túpac Amaru se había disgustado frente a las pretensiones de éste de actuar como virrey de Túpac Amaru II, aunque finalmente fue aceptado como gobernador, particularmente por sus conocimientos del territorio, sus contactos personales y su ascendiente sobre la masa indígena. Túpac Catari utilizó a sus parientes, para que lo ayudaran y ocuparan los puestos directivos.
De igual forma utilizó el sistema de colaboración mutua entre parientes, y los vínculos creados por el compadrazgo. El líder utilizó su experiencia como trajinante de coca y bayetas, para organizar junto a sus parientes un comercio clandestino de coca y vino, cuyas ganancias fueron empleadas para financiar el movimiento rebelde y abastecer las tropas del Alto Perú.
Sus conexiones familiares sirvieron tanto para reclutar tropas como para organizar el apoyo económico del movimiento, de igual manera que lo hizo Túpac Amaru II con sus parientes arrieros. Un elemento diferencial importante derivado de las diferentes posiciones sociales de ambos líderes, fue que si Túpac Amaru II ejerció un control vertical sobre su movimiento a través de su política de cambiar caciques y alcaldes indígenas en las provincias que llegó a controlar, Túpac Catari no pudo imponer verticalmente su autoridad, dejando que los caciques fueran propuestos por las comunidades indígenas.
Tal diferencia se debería a que Túpac Amaru II era parcialmente reconocido como integrante de la nobleza indígena y tenía la posibilidad de pedir apoyo económico y político a los caciques vecinos, mientras que Túpac Catari carecía de ese privilegio, necesitando recurrir a las comunidades locales para garantizar el control de la rebelión aymara. Ello también explicaría la violenta reacción de Túpac Catari frente a los privilegios y la colaboración con los españoles de algunos caciques, llegando a ejecutar a alguno de ellos.
Otra diferencia fue la de que, si en la fase quechua los criollos participaron como armeros, escribanos y asesores, en la fase aymara su peso social disminuyó notablemente en número e importancia, siendo casi inexistente.
Ni Túpac Catari, ni Miguel Bastidas, hermano de la esposa de Túpac Amaru, sabían leer ni escribir, y sus escribanos o amanuenses fueron generalmente mestizos. El alejamiento de los criollos del movimiento rebelde se debió particularmente al aumento creciente de la violencia, y a los reiterados ataques de parte de los indígenas a los intereses económicos y privilegios que poseían aquéllos en haciendas, minas y obrajes.
Como indígena puro, Túpac Catari desarrolló una política mucho más radical respecto a los criollos, considerándolos blancos y prescindiendo de su apoyo en el Alto Perú. Sin embargo, fue capaz de establecer alianzas con mestizos, mulatos y negros, quienes participaron en su ejército.
Además, en las tropas aymaras surgió un fuerte sentimiento antiespañol y anticriollo, por lo tanto antiblanco, dando lugar a una auténtica guerra étnica, intentando incluso abandonar toda costumbre europea, regresando a las pautas indígenas precolombinas.
Julián Apaza aprovechó las condiciones que se dieron en el Alto Perú con la sublevación de los Katari, cuando el día 13 de marzo los paceños se vieron forzados a defender su amada ciudad ante el asalto de los indígenas, que al no poder tomar la ciudad la sitiaron. Julián Apaza con el nombre de guerra de Túpac Katari levantó una gran tienda de lona en la Ceja de El Alto, que era visible desde el valle de Chuquiapu.
Donde le proclamaron y firmó como Inca Rey de los Aymaras y lanzó una proclama que decía: Así lo declaró el 19 de marzo de 1781, un cañari que convocó a todos los indios del común de Tiquina en nombre de Túpac Catari, diciendo: {{Cita|Manda el Soberano Inca Rey de los Aymaras, que pasen a cuchillo a todos los corregidores, sus ministros y caciques, cobradores y demás dependientes.
Como asimismo a todos los chapetones, criollos mujeres, niños de ambos sexos y toda persona que parezca ser española o lo sea, o que a lo menos esté vestida a imitación de tales españoles. Y que si esta especie de gentes se favoreciesen en algún sagrado o sagrados y algún cura u otra cualesquier personas impidiese o defendiesen el fin primario de degollarlas, también se atropelle por todo, ya pasando a cuchillo a los sacerdotes y ya quemando las Iglesias.
En cuyos términos que tampoco oyesen misas, ni se confesasen, ni menos diesen adoración al Santísimo Sacramento (…) así mismo no tuviesen los indios sus consultas en otros lugares que no fuesen los cerros, procurando no comer pan, ni beber agua de las pilas o estanques, sino enteramente separarse de todas las costumbres de los españoles.
Durante marzo de 1781, las fuerzas quechuas de Azángaro cooperaron con las fuerzas aymaras de Chucuito para expulsar a los españoles de Puno, aunque los tupamaristas comenzaron a enfrentarse a los cataristas, más populares y radicales. Y en los meses que siguieron a la captura y ejecución de José Gabriel Túpac Amaru, pudo observarse escasa cooperación entre quechuas y aymaras, rivalizando ambas facciones por dominar el Alto Perú. Durante el segundo sitio de La Paz, los indios de Carabaya lucharon al lado de los quechuas, mientras que los de Pacajes lo hacían con los aymaras.
Orellana comunicó a las autoridades de Arequipa que las fuerzas rebeldes se hallaban profundamente divididas, reconociendo como su rey a Túpac Amaru II o a Túpac Catari, nunca a ambos conjuntamente.
Durante el sitio de Puno, los comandantes tupamaristas Andrés Quispe y Juan de Dios Mullpuraca pusieron en claro que sólo aceptaban órdenes de Diego Cristóbal Túpac Amaru e inicialmente no apoyaron las demandas aymaras para la abolición del tributo y la mita. Cuando se convirtió en jefe de la rebelión, la situación se agravó al empeñarse en que las fuerzas aymaras izaran su bandera y sólo permitir a Túpac Catari ocupar un cargo de tercer nivel, aunque tuvo la prudencia de reconocer la autonomía de las provincias aymaras. Por eso, cuando en agosto los tupamaristas se unieron al sitio de La Paz, bajo el mando de Andrés Túpac Amaru y Miguel Bastidas, las diferencias se hicieron palpables con la separación de los acantonamientos militares; lo que también recordaba que la organización catarista estaba gobernada por representantes de los 24 cabildos indígenas de La Paz, mientras que los tupamaristas estaban bajo el mando de élites indígenas y de ladinos.
Durante los meses que precedieron a la llegada del coronel José de Reseguín desde Buenos Aires, ambos bandos apenas mantuvieron relación entre sí, entre otras razones, porque -según los historiadores- Túpac Catari se había vuelto irracional y caprichoso al entregarse con asiduidad a la bebida, consultando oráculos sobre el futuro y mandando ejecutar a quien no pudiera demostrar que era aymara, usurpándole sus tierras.
Como parte del levantamiento, Túpac Katari formó un ejército de cuarenta mil hombres y cercó dos veces por un tiempo en 1781 la ciudad española de La Paz, pero los dos intentos terminaron en fracaso por maniobras políticas y militares de los españoles, así como alianzas con líderes indígenas contrarios a Túpac Katari. Finalmente todos los cabecillas de la rebelión fueron apresados y ejecutados, incluida su esposa, Bartolina Sisa, y su hermana, Gregoria Apaza.
Este levantamiento indígena de finales del siglo XVIII fue el más extenso geográficamente y con mayor apoyo. Los virreinatos afectados necesitaron dos años para sofocarlo.
Los rebeldes asediaron la ciudad de La Paz desde el 13 de marzo de 1781 durante ciento nueve días sin éxito, debido a la resistencia y al apoyo de tropas mandadas desde Buenos Aires.
En ese contexto el virrey Agustín de Jáuregui aprovechó la baja moral de los rebeldes para ofrecer amnistía a los que se rindieran, lo cual dio muchos frutos, incluyendo algunos líderes del movimiento. Túpac Katari, que no había aceptado la amnistía y se dirigió a Achacachi para reorganizar sus fuerzas dispersas, fue traicionado por algunos de sus seguidores y apresado por los españoles en la noche del 9 de noviembre de 1781.
Durante el segundo cerco se unió a los rebeldes túpackataristas, Andrés Túpac Amaru, sobrino de Túpac Amaru II y vinculado sentimentalmente a Gregoria Apaza, hermana menor de Túpac Katari.
Como recompensa moral de los esfuerzos y sacrificios que tuvieron que soportar los españoles de la ciudad de La Paz, por cédula real del 20 de mayo de 1784, a la ciudad de La Paz le fue otorgada el título de “noble, valerosa y fiel”.
En el Alto Perú, un traidor entregó a los españoles en Chayanta al cacique sublevado Tomás Katari, pero cuando lo conducían a La Plata para ser juzgado​ lo arrojaron por un barranco y lo mataron. Como venganza por el asesinato de su cacique, la sublevación se extendió aún más ese mismo mes de diciembre y otro miembro de la familia, Dámaso Katari, llevó a cabo una matanza de mineros y españoles en la zona, y se dirigió con miles de aymaras a sitiar de nuevo la ciudad de La Plata, donde Ignacio Flores, Paula Sanz, también compañero de la expedición, y otros militares españoles y las milicias de la ciudad, intentaban seguir resistiendo.​
Francisco Tadeo Diez de Medina, el juez quien lo condenó a morir descuartizado, en su sentencia dijo:
“Ni al rey ni al estado conviene, quede semilla, o raza de éste o de todo Tupaj Amaru y Tupaj Katari por el mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los naturales… Porque de lo contrario, quedaría un fermento perpetuo…”
Se le atribuye a Tupac Katari, antes de morir ejecutado, haber mencionado las frases célebres:
” A mí solo me matarán…, pero mañana volveré y seré millones”
(en idioma aymara):
Naya saparukiw jiwyapxitaxa nayxarusti, waranqa, waranqanakaw tukutaw kut’anipxani….
Túpac Katari y su esposa Bartolina Sisa son muy populares en Bolivia. Su nombre de guerra, Túpac Katari, como su verdadero nombre, Julián Apaza, se han utilizado como parte del nombre de partidos políticos, grupos guerrilleros, sindicatos, escuelas e incluso como primer nombre de personas.