Homúnculo, algo
menos que un hombre.
La doctrina de la Iglesia
católica hacia el aborto no ha sido siempre la actual, que considera a
cualquier embrión como un “ser humano en potencia”. No fue hastaPío IX (1869) cuando Roma dejó de distinguir
entre faetus
animatus e inanimatus,
la cesura que dividía lo moral de lo inmoral y, siendo la Ley Divina la ley de
los hombres, lo legal de lo ilegal.
Sin embargo, entre el siglo XII
y el XIX la idea predominante entre los teólogos era que “el alma humana entraba en el feto
masculino alrededor del día número 40, y en el feto femenino en torno al día 80″.
Esto es, unas seis semanas para los varones y nada menos que 12 semanas para
las hembras aunque, como no era posible conocer el sexo del feto hasta el parto
(o hasta el aborto) “tan sólo se excomulgaba por abortos posteriores al
día 80″, según cuenta Laura Bossi en su imprescindible “Historia natural del alma”*.
Curiosamente la doctrina actual,
consagrada en el derecho canónico en 1917 y de nuevo en 1983, papando Juan
Pablo II, es la misma que imperó en el seno de la Iglesia desde el siglo IV,
cuando Basilio el Grande y Gregorio de Nisa “defendieron la tesis de origen
estoico de la animación en el momento de la concepción (el alma se “inyecta” en
el útero con el esperma)”, según recoge la neuróloga italiana. El naturalista
Alberto el Grande (fallecido en 1280 y maestro de Tomás de Aquino) también era
partidario de la “animación simultánea”, aunque su propio discípulo Tomás y san Agustín se
subieron al carro de la animación progresiva del embrión, defendida por Aristóteles.
¿Y cómo
es que los embriones masculinos se animaban antes que los femeninos? Una vez
más es una idea aristotélica. En su “Historia de los animales” el filósofo
griego “afirma que los
fetos masculinos se “articulan” con mayor precocidad, de acuerdo con su idea de
la superioridad masculina en la scala naturae; y según la tradición del
Antiguo Testamento (Levítico, 12, 1-5) la mujer es impura hasta 40 días después del nacimiento de
un hijo y 80 días después del nacimiento de una hija“. Lo que
quiere decir que, pasada la cuarentena de rigor, las mujeres se van equiparando
en lo que al alma se refiere a los hombres. Menos mal.
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