(Foto: Bakunin y anarquistas en Basel, 1869)
La
Primera Internacional fue fundada el 28 de septiembre de 1864 en Londres.
Agrupó a varios grupos socialistas, anarquistas y comunistas que buscaban dar
continuidad a la lucha de clases a través de una organización internacional.
Puesto
que la Internacional estaba compuesta por organizaciones y personas
pertenecientes a un amplio rango de filosofías, el debate y el conflicto sobre
la dirección de la Internacional estuvieron presentes desde el inicio. Los
anarquistas, especialmente los mutualistas, se oponían a los comunistas y al
estatismo en general. Después, la entrada de los anarquistas colectivistas en
la Internacional, la dividió permanentemente en dos campos claros: los que
apoyaban alguna forma de estado y los que se oponían.
Los
anarquistas favorecían la lucha directa de los trabajadores. Argumentaban que
las ideas marxistas eran autoritarias y que, si un partido de tipo marxista
llegara alguna vez al poder, serían tan malos como los gobernantes contra los
que estaban luchando los trabajadores.
A
este respecto, los anarquistas demostraron estar en lo correcto.
En
1872, la Internacional se escindió en dos corrientes: la anarquista y la
marxista, con los marxistas expulsando a anarquistas prominentes. Los
anarquistas celebraron su propio congreso por separado, declarando sus propias
ideas.
La
Internacional no sobrevivió, pero los anarquistas intentaron resucitarla varias
veces. Finalmente, a finales de 1922, la Asociación Internacional de los
Trabajadores, la AIT actual, revivió.
Contrariamente
al primer intento de crear una internacional revolucionaria, esta vez la AIT
hizo, desde el principio, una declaración clara en contra de las vanguardias
políticas. Rechazando el papel del partido en la liberación de la clase
trabajadora, la AIT rechazaba las ideas del Partido Comunista, que buscaba unir
a todas las organizaciones obreras revolucionarias bajo su ala, en persecución
de sus metas.
El
Primer Principio del Sindicalismo Revolucionario que aparece en los estatutos
de la AIT es que:
“El
sindicalismo revolucionario, basándose en la lucha de clases, aspira a unir a
todos los trabajadores en organizaciones económicas combativas, que luchen para
liberarse del doble yugo del capital y del estado. Su meta es la reorganización
de la vida social en base al Comunismo Libertario, vía la acción revolucionaria
de la clase obrera. Puesto que solamente las organizaciones económicas del
proletariado son capaces de alcanzar este objetivo, el sindicalismo
revolucionario se dirige a los trabajadores en cuanto a su capacidad de
productores, creadores de riqueza social, para enraizarse y desarrollarse entre
ellos, en oposición a los modernos partidos obreros que, declara, son incapaces
de la reorganización económica de la sociedad”.
Algunos
consideran que el legado de la AIT se remonta a la fundación de la Primera
Internacional pero, en realidad, la Primera Internacional fue algo con un
comienzo en falso. Las metas de aquellos que quieren alcanzar el cambio a
través del estado o de la vanguardia/partido revolucionario simplemente no son
las mismas metas que las metas de los anarquistas que entraron en la
Internacional con optimismo, solo para darse cuenta finalmente del insuperable
abismo entre las dos ideas.
Hoy
en día, debido a la relativamente débil organización de la clase trabajadora en
organizaciones revolucionarias, algunos creen que la solución yace en unir los
diversos elementos de la clase trabajadora e ignorar la cuestión del estado.
Pero ésta es una cuestión eterna y un tema que solamente puede volver para
mordernos si no estamos atentos. El poder real de algunos partidos puede
fluctuar, pero la naturaleza del poder y la autoridad es esencialmente la
misma.
Con
ocasión de este aniversario, podemos decir “¡Viva la AIT! Nuestra AIT”
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