domingo, 8 de septiembre de 2013

Carta de la CNT en el exilio



En diciembre de 1979 se celebró en la Casa de Campo de Madrid el primer Congreso de la CNT en el posfranquismo. Fue una cita esencial, pues se resumían cuarenta años de lucha clandestina, se certificaba el renacimiento anarcosindical y se sentaban las bases para el futuro de la Confederación. Muy pronto fue evidente que, ante el reflujo de las luchas sociales que se anunciaba, se proponían dos estrategias muy diferentes: los que optaban por mantener las esencias del anarcosindicalismo y los que proponían una renovación del ideario confederal que, como los hechos han demostrado, sólo era una renuncia a los principios para adaptarse a las exigencias del nuevo régimen democrático. Estos últimos, culpaban a una conspiración del exilio confederal y de la FAI las resistencias que encontraban para ganarse la confianza de los afiliados y contar con la mayoría de los delegados en el Congreso de 1979. Ante los ataques sufridos, la CNT en el exilio elaboró un documento, que ahora reproducimos, en el que ofrecía el haber de su constancia frente al debe de sus errores.
Lo que ha sido y lo que ha hecho el Exilio confederal
Cuarenta años de propaganda franquista, de machacar siempre sobre los mismos eslóganes; cuarenta años de desinformación, de alejamiento, tenían que dar necesariamente algunos frutos. Si no han conseguido formar una juventud fascista, si precisamente la juventud ha reaccionado contra sus mayores, por lo menos han conseguido generar en ella dudas y hostilidades hacia los que han pasado tantos años fuera. ¿Qué saben de lo que ha sido el calvario y el esfuerzo para sobrevivir de medio millón de seres, lanzados al azar, zarandeados por todos los vientos, víctimas de todas las persecuciones, que después de vivir tres años de guerra, debieron soportar cuatro años de matanzas bajo los bombardeos, bajo las represiones, sin derecho alguno, convertidos en esclavos modernos, encuadrados en compañías de trabajadores, trabajando como siervos de los franceses en las fortificaciones de la línea Maginot y como siervos de los alemanes en el muro del Atlántico?
En lo que al exilio confederal se refiere, la C.N.T. y la F.A.I. han sido el chivo expiatorio de todas las fuerzas políticas. Todos los crímenes, todo cuanto de malo pudo hacerse, a ellas fueron atribuidos. El franquismo se lavó todo cuanto pudo de sus crímenes, de sus expoliaciones, de la venta de España al extranjero, pretextando que la culpa era de los anarquistas y comunistas que habían cometido todos los desmanes: de los vencidos en general que se habían llevado el oro de España.
En el terreno sindical, los cenetistas de entonces fueron acusados de haberse llevado las cajas de los sindicatos: de haber amontonado miles de joyas, centenares de cuadros... SI alguien se llevó algún saco de billetes, tuvo que quemarlos en la frontera, porque la moneda de la zona republicana no valió ni un chavo al franquear los Pirineos y dentro de la misma España, después del triunfo de los «nacionales».
Nadie ha escrito todavía, pero algún día deberá ser escrito, el martirologio de este exilio que vivió y murió durante años en los campos de concentración franceses, en los campos de la muerte en Alemania, en los campos de África, en las compañías de trabajadores en las cárceles, en el maquis, muriendo por millares, dejando girones de carne en todas las tierras del mundo.
Los cuadros y las joyas de que se nos acusa la apropiación y el despilfarro habrá que buscados quizás en el tesoro del vapor “Vita”, confiado por Indalecio Prieto al gobierno mejicano. Jamás entre los confederales, que no tuvieron más destino que los campos de concentración y, los más afortunados, la emigración a diversos países americanos, donde vivieron todo su calvario, hasta lograr salir a flote y organizar sus vidas. Que cuenten lo que sufrieron los que fueron a parar a Santo Domingo, bajo la dictadura salvaje y sanguinaria de Trujlllo.
Lo admirable, lo extraordinario es que los supervivientes de esta tragedia humana inconmensurable, en el momento en que pudieron, y allí donde estuvieron, los anarcosindicalistas se organizaron en C.N.T. y en movimiento libertario.
De los Comités que salieron de España y los miembros desgajados de los cuales se constituyó el Consejo General del Movimiento Libertario, en 1942 ya no quedaba nada. Unos habían tenido que emigrar a América, otros estaban en el campo de Vernet y más tarde fueron enviados a los campos de África. Otros en la cárcel, condenados, a largos años de prisión militar.
La Organización que entonces se fue reconstituyendo, y es la que hoy existe todavía, no tenía ya nada que ver con la que había salido de España. Era la misma C.N.T. y el mismo Movimiento libertario, pero representaba algo original, propio, creado, en zona ocupada por los alemanes y en la llamada zona libre, en los maquis e incluso en los campos de exterminio de la Alemania hitleriana, por la voluntad Indomable de una colectividad humana que llevaba la C.N.T. y el anarquismo en las propias venas.
Después de un proceso orgánico interno, en el que se discutieron el origen y la legitimidad de los diversos organismos que se creían con derecho a representar la masa confederal exilada, al producirse la Liberación, un magno Congreso de Federaciones Locales, el Congreso de París del 1° de mayo y siguientes de 1945, cuando aún la Segunda Guerra Mundial no había terminado, dio vida y personalidad indiscutible a lo que había de ser C.N.T.-Movimiento libertario en Francia y más tarde, después de la Conferencia Internacional de 1947 y Congreso confederal del mismo año, a la C.N.T. de España en el Exilio.
Y durante más de treinta años, esta Organización ha ido manteniendo, contra viento y marea, una personalidad que ha eclipsado a todas las demás fuerzas políticas y sindicales exiladas. Gracias a ella y a los acuerdos del Congreso de París, se cerró el ciclo de colaboración política. Cuando el Comité Nacional de la C.N.T. de España, en septiembre de 1945, aceptó el harakiri que representaba la disolución de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas en el Interior y de la Junta Española de Liberación en el Exterior, nombrando a dos ministros para integrarse al gobierno Giral, fue la C.N.T. de España en el Exilio la que mantuvo enhiesta la bandera antipolítica, de acción revolucionaria y dando por definitivamente cancelado el período de colaboración gubernamental.
Varias veces el gobierno franquista, tan interesado en disolvernos como parecen estarlo ahora algunos jóvenes y menos jóvenes militantes de la actual C.N.T. de España, presionó al gobierno francés para que se nos disolviera y fuese suprimida nuestra prensa: “C.N.T”, en Toulouse, “Solidaridad Obrera”, en París. En 1960, Franco logró satisfacción a medias: no nos disolvieron, pero un decreto suprimió nuestros periódicos, que debieron reaparecer con otros nombres y bilingües, En 1951 se montó un gran proceso contra la C.N.T. de España en el Exilio, que estuvo a punto de ser disuelta como “asociación de malhechores”. Tampoco lo consiguieron. No se disolvió y continuó su obra.
Y, entretanto, decenas de compañeros del Exilio pasaron a España, yendo a morir en una lucha desigual y trágica. Nada saben los jóvenes compañeros de lo que ha sido el aporte de sangre del Exilio, luchando por la reestructuración orgánica, y en los combates contra la dictadura. En 1951 fueron fusilados, en el campo de la Bota, 16 compañeros, todos venidos de Francia a integrarse a la Organización del Interior, todos caídos y todos fusilados. Fusilados murieron el poeta Amador Franco y el guía Antonio López. Tragándose una pastilla de cianuro murió el guía Dionisio Catalá, al ser detenido. Asesinados murieron Raúl Carballeira, Francisco Martínez, Galdós en la frontera. Un grupo entero, el de los Maños, cayó bajo las balas de la policía de Franco. Asesinado murió José Sabater, el mayor de los hermanos Sabater, mientras moría fusilado en el campo de la Bota Manuel, el menor de los hermanos de esa trágica familia, extinguida en los hijos varones al ser asesinado por la guardia civil el mediano de los Sabater, el Quico, muerto en Bañolas. Y Joaquín Delgado y Guillermo Granados, agarrotados en 1962.
Es imposible recordar los nombres de todos los que fueron cayendo, muertos por la policía o en cárceles y presidios. Zubizarreta, José Blanco murieron en los penales, junto a otros compañeros del Interior, caldos en las mismas razias.
En un tiempo en que aun buscándolos con un candil no se encontraban en España hombres dispuestos a formar Comités Nacionales, por los muchos que habían ido cayendo, el Exilio continuó aportando su contribución en medios y sobre todo en hombres a ese combate contra la dictadura. Mienten los comunistas cuando dicen que sólo ellos lo libraban. Ha habido más gente nuestra en cárceles y presidios que no los tuvo jamás el movimiento comunista, en todas sus ramas.
Y a la vez se sostenía la prensa, se editaban libros, folletos, revistas se desplegaba la más constante actividad propagandística que ha realizado movimiento alguno en exilio, y se ha ayudado a los propios movimientos autóctonos, tanto en Francia como en Méjico y otros países.
Gracias a todo esto, que no puede resumirse en unas líneas, que necesitaría un libro para ser contado, el nombre de la C.N.T. ha sido conocido a nivel internacional, se ha mantenido vivo en el recuerdo de los españoles y el anarquismo ha podido sostenerse y reflorecer. Porque cuando las voces de la C.N.T. y del Movimiento Libertario eran asfixiadas en España, los cenetistas y los libertarios del Exilio las hacían oír en mítines, en conferencias, en la prensa, en congresos internacionales y en jiras de propaganda en diversos países.
¡Cuántas cosas más podrían y deberían decirse para conocimiento de los que no saben y para recuerdo de los que hayan podido olvidarlas!
Quisiéramos, sin embargo, terminar con una afirmación: los anarquistas, los confederales del Interior de España deben sentirse solidarios y orgullosos de lo que han sabido crear, mantener, reivindicar, afirmar, defender, los anarquistas y los confederales del Exilio, que son su misma sangre, su misma carne, su mismo espíritu.
C.N.T. EN EL EXILIO

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