Alberto VALÍN FERNÁNDEZ
Departamento de Historia, Arte e Xeografía.
Facultade de Historia.
Universidade de Vigo
Por
primera vez en la historiografía, se teoriza en este trabajo sobre las
influencias, concurrencias e interrelaciones de índole emblemática e ideológica
que existieron entre estas dos culturas políticas: la francmasonería y el
obrerismo. Para ello el autor, partiendo de un cuestionario de trabajo
preliminar, intenta darle respuesta a éste, desarrollando un reflexivo discurso
en torno a los probables orígenes causales de aquellas diferentes adecuaciones
o asimilaciones iconográficas e ideológicas habidas entre estas dos culturas
políticas, como: la acción filantrópica y de cohesión social llevada a cabo por
la masonería con respecto al proletariado; la influencia que, en el movimiento
obrero, ha tenido el constructo "masón=revolucionario"; y la
tradición revolucionaria burguesa o liberal, recogida también por el obrerismo,
de apropiarse de la iconografía y algunos rituales masónicos para proyectar
"instrumentalmente" sus categorías ideológicas.
Apuntes preliminares
Antes de comenzar a desarrollar estas reflexiones sobre un tema históricamente
tan difícil de constatar, calibrar y valorar y, por otro lado, tan problemático
para mí a la hora de pergeñar sobre él una tejida malla teórica con trama y
urdimbre lo suficientemente apretadas, permítaseme iniciar este discurso con un
brevísimo circunloquio "agulhonianamente" egohistórico sobre el tema
en cuestión.
En realidad, llevo más de dos décadas detrás de la realización de un ensayo
introductorio como el que a continuación ofrezco al lector. Desde que comencé
esta masonológica línea de investigación histórica hace ahora veinticinco años
y debido a las -para mí siempre llamativas- coincidencias que encontré entre la
iconografía de la A.I.T., el criterio libertario y la masonería, comencé a
modelar un personal y deductivo constructo teórico, sobre este tema, en torno
al encuentro de dos culturas políticas de tanta trascendencia en la historia
contemporánea universal, y del cual, por cierto, no encontraba en todos los
catálogos bibliográficos que consultaba ninguna pequeña referencia y,
obviamente, ninguna monografía que se hubiese ocupado de él; es decir, que,
historiográficamente, ningún investigador se había interesado por aquello que
yo, cada vez con más fuerza, veía tan ostentosamente claro.
Si durante aquellos primeros años del decenio de los ochenta, no me atreví a
llevar a cabo la correspondiente tarea de abordar esta cuestión con la
suficiente determinación fue, primero, por realizar la correspondiente
autocrítica y saberme no preparado todavía al carecer de la correspondiente
madurez intelectual para poder desarrollar una reflexión teórica de esa
envergadura y, segundo, por esa inexistente presencia de precedentes
historiográficos recientes -y, por ello, asequibles- que abordasen, directa y
generalmente, esta interesante línea de investigación.
Desde aquellos momentos iniciales de mi aprendizaje en el oficio de
historiador, trabajando de técnico archivero en el fondo Masonería del hoy
denominado Archivo General de la Guerra Civil Española de Salamanca, y a raíz
de esas personales lucubraciones alrededor del citado e íntimo constructo sobre
ese curioso "encuentro", siempre me han rondado en la cabeza
complicadas incógnitas empujadas o determinadas por toda una compleja serie de
concomitantes similitudes como, verbigracia:
¿Por qué tanto símbolo idéntico en la masonería y el societarismo; tanta
aparente concordancia moral y hasta organizativa entre ambos; tanta semejanza a
la hora de entender al grupo con el mismo y "tribal" sentimiento
identitario entre ácratas y masones; tanto chocante paralelismo místico a la
hora de entender la propia "Idea" por parte de cualquier masón o
cualquier bakuninista?
¿Sirvió la francmasonería de escuela filosófica, moral y hasta organizativa de
una parte destacada del primer movimiento obrero?
¿Por qué hubo tanto líder del societarismo que practicó al mismo tiempo una
especie de doble militancia al pertenecer -y hasta destacarse- en la
organización masónica, conocido el hecho irrefutable de que esa secreta forma
de sociabilidad fue siempre dominantemente burguesa?
No hay duda que, en el siglo XIX, un obrero, obviamente alfabetizado -dado que
esta es una de las condiciones imprescindibles para ser masón-, aceptado en una
logia, accedía paulatinamente -si se aplicaba- a la posibilidad de ir aprehendiendo,
no sólo la variada y compleja serie de usos y maneras conductuales típicas
del ethos burgués (lo indispensable para poder ir a su primera
tenida era agenciarse -comprarlo, alquilarlo o pedirlo prestado- un
"aparente" y oscuro terno que, obviamente no tendría), sino también
un verdadero abanico de conocimientos de cultura general, moral, estética,
filosófica, simbólica y, obviamente, organizativa que, por otro lado, la
clasista sociedad "profana" de la época -salvo algunas organizaciones
del liberalismo radical y, quizás, algunas instituciones cristianas-, jamás le
brindaría tan fácilmente.
Es decir, que si uno cualquiera de los miles de proletarios que se iniciaron en
la masonería a lo largo del diecinueve, llegaba a ayudar en secretaría o a ser
"Secretario", "Orador", o cualquier otra
"dignidad" del "taller" o, simplemente, a
"trabajar" en logia "trazando" "piezas de
arquitectura" de cualquier índole o temática cultural, moral o filosófica,
se le ofrecía con todo ello una excelente formación práctica para, entre otras
muchas cosas, saber hablar en público, desarrollar, defender o debatir
cualquier tema monográfico de discusión o formación interna y llevar,
burocrática y orgánicamente, cualquier futuro tipo de sociedad reivindicativa,
musical, cultural o de ocio y entretenimiento que él mismo quisiese crear con
otros miembros de su clase social. Porque con toda su esotéricamente iniciática
experiencia en el misterioso y discreto círculo "de la Acacia", no
olvidemos que aquel humilde obrero aprendía también a: abrir libros
de registro personal, de actas, de contabilidad, de cuotas, hacer expedientes,
estadillos personales, llevar la correspondencia, etc., etc., etc.
Además, sus "hermanos" de logia le enseñaban a practicar la
democracia interna de grupo -como hemos estudiado Ran Halévi, Luis P.
Martín y yo mismo-, a responsabilizarse en el respeto a las elegidas jerarquías
-más tarde secretarios, representantes o delegados de su sindicato, agrupación
política u orfeón si fuese el caso-. Asimismo, lo educaban para saber
conducirse consigo mismo primero, por medio de una mística
e íntima moral interior, y con los demás integrantes de su grupo y de
la sociedad en general después, por medio de una laica, cívica y autodisciplinada
práctica de ética social. Deontología masónica de antigua y humanista tradición
protestante que, a cualquier bien formado anarquista de los siglos XIX, XX y
actual, desconocedor de la idiosincrasia masónica, fácilmente identificaría
como "tribalmente" propia, así practicase la moral bakuninista, la
spenceriana o la kropotkiana.
Quizá podamos aquí contestar a aquella cuestión dejada en el aire, en 1987, por
el profesor Ferrer cuando, al abordar el tema de la pertenencia masónica de
Anselmo Lorenzo Asperilla, se preguntaba "por qué y cómo este
anarquista llegó a la Masonería a la que iba a pertenecer con una fidelidad y
dedicación extraordinaria".2 Es muy posible que fuese esta
curiosísima coincidencia de morales la que sorprendió positivamente a aquel
tipógrafo anarquista llamado Anselmo Lorenzo, ayudándole a superar y olvidar
sus iniciales prejuicios hacia la masonería -como él mismo recuerda en su El
proletariado militante-, convirtiéndole desde entonces en un convencido y
sobresaliente masón.
Además de esta coincidencia de morales y de criterios humanistas -como también
ha detectado Jesús Ruiz Pérez- y de parecidas y místicas utopías
universalistas, la denominada "Fraternidad universal", Lorenzo sabía,
como también recuerda en su obra, el hecho relevante del apoyo que aquella
asociación cosmopolitista le hizo a la Primera internacional en los
preliminares de su creación.3 Y, al mismo tiempo -como apunta
Ferrer con respecto a Bakunin-, es más que probable que también conociese el
relevante hecho de la pertenencia a la secreta sociedad de anarquistas como
Proudhon, Bakunin, Faure, Elie, Elisée y Paul Reclus, Louise Michel, etc.
No hay duda que una importante zona de la masonería europea del siglo XIX
ejerció, con respecto a la elitista porción del proletariado que inició en sus
logias, una pedagógica labor de formación integral. Obviamente se podrá aducir,
llegados a esta categórica altura de la reflexión que intento explicar con
estas líneas preliminares, que los correspondientes comités locales
republicanos ejercieron una pedagogía similar sobre una zona del futuro
proletariado concienciado y organizado en el societarismo. Esto también resulta
completamente plausible; es más, se sabe que en muchos de estos ambientes de política
radical pequeño-burguesa se formó, tanto en Francia como en España, una buena
parte del germen del primer obrerismo. Aunque sobre el respecto debo aclarar
que no creo que el comité político antecitado impartiese con la
misma intensidad, el mismo iniciático interiorismo, el mismo trato
socialmente igualitario y el mismo nivel
de preocupada y participativa docencia
filosófica, deontológica y cultural, como se hacía -y se sigue
haciendo- en toda logia masónica.
Asimismo, hay que subrayar el relevante hecho social de que, en muchísimas
ocasiones, fue en estos círculos de sociabilidad política republicana donde
fueron captados para el hiramismo muchos de estos trabajadores, por medio de
esa especie de simbiosis que tanto hemos visto entre republicanismo y cierto
tipo de masonería, sobre todo la de ritos como el "oriental" o
"menfita" y el "escocés antiguo y aceptado".
Siguiendo lo contenido en los tres volúmenes de la exhaustiva y
pormenorizada Bibliografía de la Masonería de Ferrer Benimeli
y Cuartero Escobés -lectura que aconsejo a todo investigador que necesite hacer
cualquier consulta sobre el tema-, publicada en 2004,4 puede
decirse -exagerando ahora un poco la carga de tinta estilística de mi
literatura y haciendo eco de lo señalado también sobre esta cuestión por el
propio Ferrer en su Bibliografía de la Masonería de 1978-, que
da la impresión de que se escribieron más obras generales sobre este tenor
entre los años 1899 y 1913 que en todo el resto del siglo XX hasta sus postrimerías.
Esos inexistentes trabajos exhaustivos y generales sobre las posibles
interconexiones o interrelaciones entre obrerismo y masonería que tanto eché en
falta, me hubieran podido ayudar a seguir una senda, más o menos trazada, y no
tener que reprimir todo intento de acción por mi parte ante el alienante
pensamiento de que, para llevar a cabo esa tarea, tendría que desbrozar, ese
oscuro, solitario y enmarañado monte, partiendo de mis únicas reflexiones
personales.
Desconocemos el porqué de ese aparentemente drástico abandono por parte de los
historiadores serios y mínimamente objetivos, no sólo de esta interesante línea
de investigación, sino también del resto de los variados temas de índole
masonológica, aunque presumimos que la Gran guerra por un lado, el advenimiento
paulatino de los distintos regímenes fascistas por otro y, sobre todo, el
triunfo de la revolución marxista-leninista de octubre de 1917 y lo que trajo
consigo, fue la causa de ese extraño y desidioso silencio.
Con ese "lo que trajo consigo la Revolución de octubre", me refiero,
por una parte, a lo que respecta a aquella suerte de impuesta "moda"
que tanto inundó hasta no hace mucho los ambientes intelectuales con su -por lo
general siempre respetado- totalizador paradigma comunista y, por otra, a las
"desalienantes" y "laicistas" condenas
"pontificales" contra la masonería, llevadas a cabo por la recién
fundada Tercera internacional, intentando con ellas dejar a la "Orden del
Gran Arquitecto" completamente segregada del flamante movimiento
internacionalista, a la vez que esta Internacional imponía, culturalmente, en
sus círculos intelectuales y académicos un fortísimo prejuicio sobre esta forma
de sociabilidad, quedando escamoteada o completamente infravalorada por la
mayor parte de la historiografía desde ese momento.
Como fácilmente se deducirá, todo esto provocó un manifiesto y general
desinterés hacia la masonería por parte, tanto de los historiadores llamados
sociales como de la mayoría de los "cliólogos", salvo algunos
investigadores -la mayoría profesores universitarios como Combes, Ferrer,
Ligou, Mola, Agulhon, ...- que, desde los años sesenta, comenzaron de nuevo a
retomar este interesante objeto de estudio, siguiendo desarrollando hasta hoy
la llamada masonología, entendida ésta como una categoría historiográfica más y
no, obviamente, como se pretende entender en ciertos círculos masónicos, una
"ciencia".
Esta nueva tendencia historiográfica que, como decimos, tanto en Francia, España,
Italia, Bélgica, como en otras naciones europeas, viene realizando una
esclarecedora labor desde hace, sobre todo, tres décadas, ha
vuelto, tímidamente, a dirigir su mirada sobre el atractivo objeto de
estudio de las interrelaciones entre el movimiento obrero y el llamado
hiramismo o masonería.
Estos trabajos monográficos que, por lo común, se han realizado separadamente
por las tres corrientes ideológicas más relevantes de la llamada cultura
proletaria; es decir, la social-demócrata o socialista, la marxista-leninista o
comunista autoritaria y la libertaria, tratan, grosso modo, los
distintos temas a estudio de una forma muy poco general y con no excesiva
exhaustividad -en algunas ocasiones resultan meros trabajos periodísticos-, sin
pararse en profundidad -salvo en algunos casos de auténtica, aunque breve,
excelencia intelectual-, en estos temas monográficos obviamente relevantes,
aproximándose a ellos, en demasiadas ocasiones, sin la correspondiente
reflexión teórica o sin el bagaje mínimo de conocimiento politológico.
Por todo ello, este interesante objeto de estudio histórico se encuentra
todavía hoy, tanto a nivel nacional como, sobre todo, a nivel internacional,
muy poco trabajado. Seguimos echando en falta, en una buena parte de los
discursos hechos hasta el presente, una necesaria y fundamental teorización,
partiendo, como decimos, de una visión general sobre estas cuestiones, en
relación a las auténticas interrelaciones, adecuaciones o nexos entre estas
trascendentales culturas políticas y, sobre todo, una fundamental, expositiva o
concluyente visión sintética sobre todo ello.
De todas formas, por la calidad de su factura o por el tratamiento dado al tema
del que se han ocupado, son dignos de ser mencionados aquí los siguientes
autores.
En cuanto a la interrelación habida entre la masonería y el socialismo
destacan: en Francia, André Combes o Denis Lefebvre; en Bélgica, John Bartier;
los italianos Aldo Chiarle, Anna Maria Isastia y Aldo A. Mola; o los españoles
Víctor M. Arbeloa, José Antonio Ferrer Benimeli y Ángeles González Fernández.
En lo que respecta a las relaciones habidas entre el marxismo-leninismo y el
hiramismo, descuellan plumas como las de los belgas Paul Van Praag o H. Dethier,
o francesas como la de Christian Lauzeray.
Y para estudiar los nexos históricos entre los anarquistas y la francmasonería,
hay que recordar los trabajos publicados por autores franceses como el
metodológicamente inefable Léo Campion o, más recientemente, Edouard Boeglin,
italianos como Aldo A. Mola o Luigi Polo Friz, y españoles como las monografías
de Enric Olivé Serret, Ángeles González Fernández, Jesús Ruiz Pérez, Pere
Sánchez i Ferré o Leandro Álvarez Rey.
Además de los trabajos de los autores aquí citados, es importante recordar que,
sobre estas cuestiones, resultan dignas de ser reseñadas las siguientes obras:
el estudio realizado por Alexandre Marius Dées de Sterio sobre "Mouvements
syndicaux en Allemagne et symbolique maçonique", publicado en el
libro La pensée et les hommes. Sous le masque de la Franc-Maçonnerie,
editado por Jacques Lemaire y publicado, en 1990, por las Editions de
l'Université de Bruxelles; el monográfico dedicado a la masonería por el numero
193 de la revista belga Cahiers Marxistes, de febrero-marzo de
1994; y las actas, todavía sin publicar, de las jornadas Conference
"We Band of Brothers": Freemasonry in radical and social movement
1700-2000, organizadas por el profesor Andrew Prescott y celebradas en la
universidad de Sheffield en noviembre de 2004.
Aclaro antes de nada que, con esta suerte de estudio introductorio o
propedéutico que a continuación desgloso sobre las más que probables
interrelaciones o influencias simbólicas, y hasta ideológicas, que
llegaron a darse entre la denominada cultura proletaria y la francmasonería, no
parto de ningún principio teleleológico o finalista a la hora de buscar,
obsesivamente, cualquier indicio, atisbo o posible nexo demostrativo
-incidental u ocasional- en la historia de ambas culturas políticas que
aparente o intente demostrar hipótesis de trabajo alguna. Tampoco es mi
pretensión sentar ningún tipo de superflua base teórica o teoricista -tan de
moda por desgracia en mi profesión desde hace tres lustros-, con el pedante
pensamiento puesto en el absurdo anhelo de crear, a partir de estas sencillas
reflexiones, una futura corriente o línea de investigación historiográfica.
Con este modesto trabajo sólo y exclusivamente trato de mostrar o exponer,
a nivel meramenteintroductorio -sin tan siquiera calibrar o valorar en
profundidad la compleja fenomenología a estudio-,
eseencuentro fundamentalmente simbólico habido entre el obrerismo y el
hiramismo. Huelga explicar que nadie llegue a pensar -o más bien a desvariar-,
en el momento de leer este artículo, en ninguna de las prolongaciones del
estúpido e interesado "contubernismo", tan excelentemente
aprovechado, por otro lado, por la Iglesia católica y las doctrinas y Estados
fascistas.
Simplemente voy a hablar en este breve ensayo de la complicada y diversa maraña
de coincidencias, influencias y hasta apoyos que, hoy por hoy, sabemos que se
han dado históricamente entre la "Orden del Gran Arquitecto del
Universo" y el movimiento obrero; albergando eso sí como únicos y
esperanzados logros de todo este esfuerzo que, siempre y cuando se juzgue de
interés por la comunidad científica correspondiente, se abra con todo ello un
campo nuevo de debate historiográfico -alejado de cualquier prejuicio de
escuela, de "hermandad" o de ideología- y, quizás, conseguir también
provocar o sugerir nuevos enfoques metodológicos en ciertas líneas de
investigación cruciales o tangenciales con esta temática de la historia social
y de las ideas; es decir, que los colegas que estudien el movimiento obrero a
nivel organizativo, social, biográfico, ideológico o iconográfico, no olviden
en sus investigaciones al posible influjo que la masonería pudo haber tenido
con sus respectivos objetos o sujetos de estudio.
Cuestionario
Que una forma de sociabilidad iniciática, esotérica, filantrópica, liberal y,
fundamentalmente, burguesa, llegue a tener una clara influencia en la historia
del movimiento obrero desde sus mismos inicios, llama poderosamente la atención
de cualquier curioso en el tema. Y, como ya hemos adelantado en el brevísimo
ejercicio egohistórico del preliminar, a un inquieto universitario gallego de
formación intelectual ecléctica entre el marxianismo y el libertarismo, le
sorprendió todavía más cuando, realizando su tesis de licenciatura, se encontró
con estas aparentes y llamativas concomitancias históricas.
Su viejo prejuicio o escrúpulo obrerista con relación a una sociedad secreta de
"aburridos burgueses con la reaccionaria mística fraternalista de creer en
la utópica idea -y fomentarla- de un armonioso mundo sin lucha de clases",
le empujaba si cabe todavía más a seguir alucinado, cuando descubría que en esa
secreta y extraña asociación esotérica y ocultista se habían dejado iniciar
viejos tótems de su obrerista e internacionalista retablo personal como
Lafargue, Buonarroti, Proudhon, Bakunin, Fanelli, Malatesta, Robin, Farga
Pellicer, Fermín Salvoechea, Ferrer y Guardia, Andrés Nin, etc.
¿Qué pintaban en esa oscura y extraña sociedad gente tan "científica"
como el yerno de Marx, Andrés Nin o, seguramente, el propio Lenin, o tan
racionalista y desmitificadora como los anarcos citados?
¿Por qué infinidad y nunca mejor expresado, infinidad de agrupaciones
o sindicatos obreros de los siglos XIX y XX, tanto marxistas como libertarios,
eligieron preclaros símbolos masónicos -que no gremiales- como emblemas
representativos de sus sellos asociativos como escuadras y compases
entrecruzados, triángulos, niveles, "saludos fraternales", etc?
¿Por qué el Consejo federal español de la misma Internacional eligió como
insignia algo tan francmasónico como inscribir en un círculo -símbolo del
universo, del alma universal, del infinito y de la perfección, y en estrecho
vínculo original con el compás- un nivel iconográficamente masónico (como una
gran A mayúscula), sabiendo que, en masonería, el nivel es el símbolo de
la igualdad social y la "Escuadra justa" que, en teoría, lo
compone, recuerda siempre la vía de la rectitud moral y, al mismo tiempo, la
propia silueta que este nivel dibuja es, nada menos, que una especie de
"delta" o triángulo masónico -"divinidad", "luz eterna
de la sabiduría", "conocimiento" o "equilibrio
universal" para los masones agnósticos o antiteístas como los
internacionalistas Blanc, Proudhon, o Bakunin-, inscrito, como ya hemos dicho,
en la circunferencia citada, "hablando" entonces esta
insignia, exclusivamente, a todo iniciado en la masonería que la viese, de
lo que, en puridad, pretendía la Asociación Internacional de Trabajadores o,
como se denominó en Gran Bretaña, la International Workingmen's
Association: buscar un utópico mundo universal o internacional de sublime,
sabio y equitativo equilibrio por medio de la recta práctica moral del
igualitarismo social?
¿Por qué el viejo masón e internacionalista italiano Enrico Bignami escribió,
en 1913, a la logia milanesa Carlo Cattaneo -como ha
descubierto mi amigo y colega Aldo A. Mola- que "fue bajo (al coperto)
la bóveda estrellada de un Templo donde pude constituir la primera sección
italiana de laInternacional. Y que los detractores socialistas de la Masonería
podrían acordarse de otros cien hechos como este"?
¿Por qué la fracción ginebrina de la A.I.T. -la denominada "Templo
Único", como nos dice en la biografía de Bakunin James Guillaume y recogió
en su antología D. Guerin- se reunía, desde el mismo principio de su creación,
en el único templo que, por aquel tiempo, poseían las logias masónicas de la
ciudad de Ginebra?
¿Por qué en la conocida fotografía del IV Congreso de la Internacional
celebrado en Basilea en septiembre de 1869, donde sobresale la gigantona figura
de Bakunin (sobrepasaba los dos metros de estatura), la pancarta que rubrica el
acontecimiento lleva como símbolo distintivo el masónico "Delta luminoso o
radiante", pareciendo más el típico estandarte de cualquier logia masónica
que el característico cartelón societario al uso?
¿Por qué el autor de obras tan apocalípticamente demoledoras, iconoclastas e
irreverentes como elCatecismo revolucionario, El Estado y la
Anarquía o la póstuma Dios y el Estado, ocupó su precioso
tiempo de conspirador y revolucionario, escribiendo y publicando el Catecismo
de la Francmasonería moderna?
¿Por qué este atrabiliario y luciferino antiteísta de Mihail Bakunin permitió
que la masonería italiana lo "exaltase" -desconocemos si por medio de
la mera "comunicación" o ritualmente- al grado 32º, sabiendo de sobra
que el lema de ese grado que iba a alcanzar reza: "Spes mea in Deo est";
es decir -siguiendo lo confirmado por mi amigo latinista Antonio García
Masegosa-, "Mi Esperanza se funda -se encuentra o está- en Dios?
¿Por qué el todavía utilizado gesto de identidad anarquista: dibujar un arco
con los brazos por encima de la propia cabeza, cerrándolo arriba con las manos,
"enganchando" éstas con los cuatro dedos de cada mano menos los
pulgares, se asemeja tanto a dos señas o gestos de la liturgia masónica: el de
petición de auxilio -con la salvedad de que en éste el masón semientrelaza las
manos formando una abierta y receptiva venera-, y el del momento final de la
psicodramática ceremonia de exaltación al tercer grado, el de
"Maestro", cuando el "Venerable" ayuda a levantarse al
"hermano" recipiendario, sacándolo del ataud donde se le ha acostado,
"enganchando" su mano derecha con la del que recibe esa emocionante
iniciación de manera exactamente igual que lo vienen haciendo los anarquistas,
con sus propias manos, cuando realizan su saludo "tribal"?
¿Por qué el cartel con las fotos y nombres de los delegados asistentes al
Congreso de Gotha celebrado en mayo de 1875 por la social-democracia alemana,
centrado por una foto principal -posiblemente trucada- de dos ególatras
irreconciliables como fueron Marx y Lasalle, es coronado con un símbolo tan
antiguo y prototípicamente masónico como el "fraternal" saludo de
manos, insignia también del sindicato español U.G.T.?
¿Por qué la estrella roja comunista fue retomada de un símbolo repetidoad
nauseam, desde el siglo XVIII (o desde el XVII, según autores), por la
iconografía masónica, la "estrella flamígera" -de viejísima tradición
pitagórica-, asociada ritualmente desde antiguo al grado de
"Compañero"; es decir, a la camaradería o "compañerismo",
conocida además la declarada masónicofobia de León Trotski, creador del
Ejército rojo que toma dicho emblema?
¿Por qué todavía hoy en los sindicatos estadounidenses de mecánicos,
ferroviarios, etc., se utilizan denominaciones como "Logia" para
denominar a su sindicato local y "Gran logia" para referirse a su
organización nacional.
Posibles respuestas al cuestionario
Ante todo que no se nos aduzca, de principio, y por ese apasionado e irreprimible
afán latino de impugnar por impugnar, la demoledora y totalizadora refutación
de todo el planteamiento que resulta de estas incógnitas expuestas, alegando
para ello rotundas y expeditas explicaciones como, por ejemplo, que la
apropiación de esa simbología masónica no fue otra que el sencillo, intuitivo e
inconsciente aprovechamiento de iconos psicoanalíticamente
"atractivos" y de sencilla e ilustrativa -o conceptual- grafía;
alegando, verbigracia, la indudable realidad de que, tanto el "delta"
o triángulo como la estrella de cinco puntas -dos de las imágenes masónicas más
reutilizadas o asimiladas-, provocan, como tales imagos, una fortísima pulsión
escópica en cualquier sujeto, como bien sabe hoy la técnica publicitaria. No
albergamos crítica alguna sobre la famosa reflexión, recordada tanto en la obra
de mi querido amigo José Luis Castro de Paz, de que "no es el ojo el que
mira, sino el objeto el que capta o atrapa la mirada". No vamos
a entrar para nada en este tipo de polémicas, dado que, históricamente, no nos
llevarían, con la exigida exactitud, a donde juzgo que, verdaderamente, me
inclinan -o nos inclinan- las reflexiones conjeturales ante esas cuestiones
trazadas.
Las posibles respuestas a estas complejísimas y caudalosas preguntas han
venido al investigador, paulatinamente, de una manera deductiva y por tres
caminos diferentes. Tres diferentes vías que, en realidad, pueden entreverarse
triangularmente o conjugarse, explicarse o entenderse ensambladas; es decir,
pueden quedar comprendidas como tres partes fundamentales de una misma
explicación, a la hora de poder descifrar el porqué de todas estas curiosas
incógnitas. Veámoslos, entonces, por lados o secciones:
A.-
Por la apodíctica realidad histórica de que la masonería universal entendió,
desde siempre, el apoyo a los proletarios como una acción más de su autoexigida
acción filantrópica y su estatutaria práctica de igualitarismo social. Y, a
medida que se va desarrollando el movimiento obrero a lo largo del siglo XIX,
irá trazando puentes entre ella y el mundo del trabajo -incluido el del propio
societarismo-, reinterpretando su viejo espíritu fraternalista y, socialmente,
cohesionador o conciliador.
B.-
A raíz del descubrimiento histórico, realizado por el historiador que esto
escribe, de la utilización de la organización masónica por parte de los
conspiradores liberales de la subversión antiabsolutista del Sexenio negro
español y la tradición, proyectada muy pronto a nivel internacional, que dicha
instrumentalización político-organizativa inició, a raíz del triunfo de la
revolución liberal de 1820, en plena Europa de la Restauración.
Dentro, todo ello, del complejísimo paradigma revolucionario romántico,
quedando entendida la masonería por una buena parte de los variados colectivos
de la subversión del siglo XIX, como una asociación cobijadora de la perseguida
subversión liberal y, por amplia extensión -y especialmente a medida que nos
aproximemos al ideológicamente trascendente ecuador histórico de 1848- de todo
revolucionario. Fuese éste liberal o nacionalista como Mazzini -aunque todavía
no sabemos con certeza si este revolucionario se inició, verdaderamente, en la
masonería- o el primer Bakunin, socialista como Blanc o Blanqui, comunista como
Buonarroti o anarquista como Bakunin, Fanelli o Lorenzo. De este último
revolucionario español, podemos recordar la visión personal que tenía de su
discreta asociación, cuando, en 1898, en su exilio parisino -como recuerda
Ferrer en su libro La masonería-, se la comunicó a su amigo y
correligionario Juan Montseny, recogiéndola éste en su libro Mi vida:
"la masonería era una gran cosa para las personas perseguidas
políticamente".
C.-
Por llegar a sostener la lógica y deductiva hipótesis de que aquellos
internacionalistas pudieron seguir, conscientemente, la ya vieja tradición
revolucionaria liberal de apropiarse de ritos o usos y, sobre todo, iconos
masónicos, con el fin de poder representar así, emblemáticamente, los
nuevos valores ideológicos de: igualdad, federalismo, solidaridad, fraternidad,
trabajo, etc. Imitando entonces los obreristas, en cierta manera, lo que antes
habían hecho, una vez conquistado el poder, los Estados liberales, cuando éstos
sintieron la perentoria necesidad de proyectar públicamente sus
ilustrados mensajes políticos de pensamiento republicano, cívico o laicista,
por medio de todo un complejo conglomerado ritual de referentes iconográficos
masónicos. Institucionalizando los liberales entonces, ex novo,
todo un complejo mundo simbólico y protocolario oficial, que, volitivamente, se
alejase de cualquier indicio de formalismo estatal y religioso que pudiese
recordar las odiadas formas y boatos del Antiguo régimen
A continuación, intentaremos ofrecer una cumplida o, por lo menos,
introductoria explicación a estas tres grandes secciones en las que desglosamos
las posibilidades de respuestas que hemos deducido de aquellas preguntas sobre
las influencias, interrelaciones, concurrencias y concomitancias entre el movimiento
obrero universal y la francmasonería.
A.- Filantropía masónica y proletariado
En cuanto al primer punto; es decir, lo que hemos llamado la sección A de
nuestra explicación, hay que decir que, desde el mismo siglo de su creación, el
XVIII, la masonería o hiramismo británico fue el primero en preocuparse, a
nivel estrictamente filantrópico, de la cuestión obrera en su industrializado
Reino Unido. La fundación y sostenimiento de instituciones de beneficencia como
hospicios, escuelas y centros asistenciales donde se acogió a una zona
menesterosa del primer proletariado moderno de la historia, fue y es una de las
preocupaciones más relevantes de toda su acción corporativa.
Todo tipo de masonería, tanto la denominada "regular" como ha sido y
sigue siendo la anglosajona como la "irregular" o "liberal"
como casi siempre fueron, a lo largo de la historia, las llamadas masonerías
latinas, ha tenido la estatutaria obligación de realizar, primordialmente, la
práctica del altruismo; pero la masonería British ha hecho,
desde la propia fundación de esta asociación, más hincapié en potenciar
lacaritativa labor de su organización. El origen de todo ello está quizá
en su propio rito masónico, el llamadoEmulation Working, no olvidemos
que para este rito, los tres principios en los que reposa la auténtica
masonería son, por su orden: el "Amor fraternal", la
"Beneficencia" y la "Verdad".
Más tarde, ya entrado el siglo XIX, las logias inglesas irán asimilando en sus
iniciáticos misterios a elementos instruidos y cualificados de su proletariado
nacional, llegando la masonería británica en esta preocupación proletarista al
extremo de ofrecer sus propios locales para que dieran cobijo a una de las más
importantes reuniones preparatorias de la Primera internacional obrera, como
recogen, tanto el historiador alemán Max Nettlau como el anarquista y masón
español Anselmo Lorenzo -citando éste la obraGaribaldi: Historia Liberal del
Siglo XIX de Rafael Farga y Pellicer-, cuando el engolado y prestigioso
hiramismo británico decimonónico cedió su Free Masons Tavern para
que aquel célebre mitin, convocado por Karl Marx, la denominada Fiesta de la
Fraternización Internacional del 5 de agosto de 1862, pudiese llevarse a
efecto.
Coincidiendo con lo estudiado mucho más tarde por André Combes, el citado
historiador anarquista Max Nettlau en su obra La anarquía a través de
los tiempos nos dice, cuando critica el pésimo trabajo organizativo
que realizara después de este mitin de la Hospedería de los Masones el
internacionalista y también masón Henri Louis Tolain que, si no fuese por los
francmasones socialistas organizados en "las pequeñas logias masónicas
avanzadas de 1850 y 1858, que reunían socialistas internacionales",5 se
refiere sin duda -como más adelante veremos cuando hablemos de la masonería
francesa- a las logias "menfitas" de la Grande Loge de
Philadelphes -formadas, en un principio, por exiliados republicanos y
socialistas franceses en Londres-, no se podría llegar jamás a la reunión
fundacional de la Asociación Internacional de Trabajadores del 28 de septiembre
de 1864.
Algo semejante va a ocurrir en otras naciones como Estados Unidos, donde su
primer sindicalismo de clase poseerá una nomenclatura de clara influencia masónica, verbigratia:
el sindicato de zapateros Los Caballeros de San Crispín, que se estructuraba
por "logias"; los sastres de La Noble Orden de los Caballeros del
Trabajo, que se organizaban al principio secretamente en "logias",
adoptando complejos rituales y disimuladas señas y contraseñas de
reconocimiento con el fin de que, como recoge Florence Peterson, "ningún
espía del patrón pudiese hallar la manera de entrar en el salón de la logia
para traicionar a sus camaradas",6 también hay que
recordar que su más alta jerarquía sindical se denominaba "Gran Maestre
Obrero".
En la Francia prerrevolucionaria, encontramos en la masonería de provincias a
logias que, muy tímidamente, comienzan a aceptar "entre sus
columnas"; es decir, dentro de sus logias, a pequeños artesanos. Durante
el Primer imperio, como recuerda André Combes, se inicia el tibio y lento
proceso de aceptación de proletarios en las logias francesas que se irá
acentuando, progresivamente, a partir de la Restauración borbónica y durante la
monarquía "burguesa" de Luis Felipe de Orleans donde, pensando en los
proletarios, se rebajarán las tasas o gastos mínimos de iniciación y habrá una
declarada política de permisividad por parte de esta masonería con la citada
exigencia de la alfabetización del neófito.7
Pero no habrá directo y manifiesto interés por la clase obrera y por el
societarismo por parte de la masonería gala hasta los mismos inicios de la
segunda mitad del siglo XIX cuando, como ya hemos adelantado y siguiendo lo
dicho por el profesor Combes, serán los masones exiliados en Inglaterra después
del golpe de Luis Napoleón Bonaparte, los que funden, en el Rito de Menphis
-único prohibido por el Estado imperial francés-, la logia Philadelphes,
cuyo título ya anunciaba -o recordaba- viejos aires conspiradores, logia madre
de la que saldrá la gran logia del mismo nombre.
Aquí, en este ambiente de masonería republicana y socialdemocrática cada vez
más extenso, con su recién fundada Gran Logia de Philadelphos, encontraremos a
republicanos y socialistas célebres como Jean-Baptiste Boichot, Bradlaugh, el
yerno inglés de Marx, o Louis Blanc, y de este entorno masónico saldrá nada
menos que la Sociedad Fraternal de Demócratas-Socialistas Franceses, amén de
destacados internacionalistas de primera hora como Le Lubez, Combault, Vésinier
o Benoit,8 los auténticos organizadores de la A. I. T., si
seguimos en esto lo dicho por el serio y positivista historiador libertario Max
Nettlau.
Estos masones entendían a su institución como un auténtico y arquetípico modelo
de democracia con la obligada praxis de ayudar a la transformación de la
sociedad humana, siguiendo la vieja y triangular divisa masónica de
"Libertad, Igualdad y Fraternidad", y a la logia, como una escuela de
formación cultural y científica.
Los objetivos inmediatos contenidos en el programa de esta masonería
"menfita" que, por otro lado, casi cuatro decenios más tarde, en
plena Primera restauración borbónica, llegaría a España cobijando a una buena
zona del republicanismo y del obrerismo español de final de siglo, eran,
como nos dice Combes, dos: la lucha contra la ignorancia por medio de la
escolarización, y "la ayuda al proletariado en su emancipación",
especialmente, por medio de la creación de -presumimos proudhonianas-
mutualidades.
Así se explica, como sigue apuntando Combes y ya hemos adelantado, la fuerte
presencia de la masonería en el seno del movimiento societario y de la Primera
internacional; y, probablemente, también ésto nos puede dar la clave del origen
o del porqué de esa asunción de parte de la simbología masónica
para representar la nueva emblemática de esta importante asociación
obrera. Dado que, al ser los masones de este hiramismo "menfita" los
auténticos organizadores de la A. I. T., éstos pudieron proponer o influir en
dicha iconografía, obteniendo para ello la lógica aquiescencia o apoyo del
resto de los nada escasos internacionalistas masones.
Recordemos que, en 1867, de esta corriente masónica que tendrá como principal
teórico a un viejo utópico sansimoniano, amigo y "hermano" de
Proudhon, Marie-Alexandre Massol, se separará un pequeño grupo anarquizante que
creará la revista L'Action maçonnique, caracterizado por un
violento antiteísmo y que pretenderá convocar a la masonería para que se
comprometiese, directamente, en las luchas políticas y sociales.9
En España, país de tan tardía Revolución industrial, la "sociedad de la
Acacia"; es decir, la masonería o hiramismo, no comenzó a iniciar a
proletarios, que sepamos, hasta entrado el llamado Sexenio revolucionario o
democrático (1868-1874), en realidad, cuando comienza su denominada edad de
oro. Aunque en la "anecdótica" masonería de la Era isabelina, sabemos
de logias como la Los Amigos de la Naturaleza y Humanidad,
estudiada por Victoria Hidalgo Nieto, donde su "cuadro logial" poseía
un abultado número de operarios de la fábrica de vidrio de Gijón. A partir de
1868, el hiramismo hispano irá desarrollando -paulatinamente y según "obediencias"
o "masonerías"-, una auténtica campaña de "popularización"
de las logias, al dirigir manifiestamente su acción proselitista hacia los
obreros, sobre todo durante el último cuarto del siglo diecinueve y, más tarde,
durante el primer tercio del veinte; en realidad, hasta el final de la última
guerra civil, en 1939. En esta historia, un larguísimo elenco de anarquistas,
socialistas y algún que otro comunista autoritario pasarán por las logias
españolas desde el siglo XIX hasta el bélico final de la Segunda república.
Historiográficamente, en España, nos encontramos, posiblemente, con la más
abundante publicística nacional sobre este tema en cuestión. Es más, puede
decirse que, gracias a la labor académica realizada por el profesor Ferrer, sus
discípulos y los investigadores que han colaborado o colaboran en las
actividades llevadas a cabo por el instituto de investigación histórica que el
citado estudioso aragonés fundó en 1983, el Centro de Estudios Históricos de la
Masonería Española, España es, hoy por hoy, la nación donde se ha estudiado,
con mayor profusión, este tema de las influencias y adecuaciones entre el
societarismo y la masonería.
En estas dos últimas décadas, se han venido publicando ensayos históricos sobre
estas cuestiones. Trabajos iniciales como los de Víctor Manuel Arbeloa sobre el
socialismo10 o Enric Olivé Serret sobre el anarquismo,11 la
ya citada monografía del masonólogo aragonés José A. Ferrer "La masonería
española y la cuestión social"12 y, después, trabajos como
lo vertido en mi tesis doctoral, leída en 1989, en la Universidad de Zaragoza,13 lo
publicado por Pere Sánchez i Ferré y José Luis Gutiérrez Molina,14 Pedro
Fermín Álvarez Lázaro,15 lo vertido en mi libro Laicismo,
educación y represión en la España del siglo XX, lo dicho en el capítulo
que escribí para el libro La sociabilidad en la historia contemporánea,16 la
sugerente y excelentemente vertebrada ponencia presentada al X Symposium
Internacional de la Historia de la Masonería Española -celebrado en Leganés
(Madrid) en septiembre de 2003-, por Jesús Ruiz Pérez,17 y, por
último, la escasa aunque relevante obra que, sobre estos temas, han publicado
los profesores de la Universidad de Sevilla Ángeles González Fernández y
Leandro Álvarez Rey.18
B.- La creación del constructo romántico "masón y
revolucionario"
En lo que respecta al punto explicativo B; el correspondiente a ese imago
construido en pleno romanticismo sobre la particular simbiosis
revolución=masonería tan fomentada, por otro lado y desde el siglo XVIII, por
la propia publicística antimasónica y por los Estados Unidos de Norteamérica
-con sus institucionales glorificaciones washingtonianas-, remito al lector a
mi propia obra sobre el tema, en especial, al capítulo "Masonería y
ejército en la España contemporánea" del libro publicado en París en 2004
y dirigido por Elizabeth Delrue, Autour de L'Armée espagnole, 1808-1939,
y a la comunicación intitulada "De militares y masones.
Reflexiones en torno a la creación del constructo: "militar,
liberal y masón", que presenté, en el VII Congreso
da Asociación de Historia Contemporánea celebrado en Santiago y Ourense, en
septiembre de 2004, y publicado en CD-ROM por la Universidad de Santiago de
Compostela.19
Este tipo de costumbres que, en politología, nos hablan de conspiraciones
anteriores y posteriores a esta a la que nos referimos -la llevada a cabo por
los subversivos oficiales artilleros de la logia militar coruñesa Los
Amigos del Orden, en pleno Primer periodo absolutista fernandino-, y que
utilizan la estructura orgánica de las sociedades secretas para intentar llevar
a cabo su complot, como: los Iluminados de Babiera de Adam Weishaupt -de nombre
de guerra Spartakus-, que había copiado formas y maneras francmasónicas
para crear aquella subversiva asociación con sus sobrenombres y sus grados; la
orgánicamente triangular Conspiración de los iguales de François Noël Babeuf,
de sobrenombre Gracchus; los Philadelphos con sus tres grados y sus
nombres de guerra; la Sociedad de los Sublimes Maestros Perfectos creada como
una" organisation secrète politique de forme maçonnique",
como nos explica elDictionaire de la Francmaçonnerie dirigido por
Daniel Ligou, por el discípulo de Babeuf, el francmasón Philippe
Buonarroti; la misma masonería española de la época citada del Sexenio negro
que también utilizará el "Nombre simbólico" como medida de seguridad,
siendo la citada logia militar coruñesa -cuyos miembros eligieron alias
como Washington, Filadelfo, etc.-, la que, por primera
vez en la historia de las masonerías ibéricas, inicie esta tradición; y
después, las sociedades secretas conspiradoras que, remedando parte de las
formas y maneras francmasónicas, fueron apareciendo a lo largo de la primera
mitad del siglo XIX, como el carbonarismo, los comuneros, los anilleros, las
sociedades secretas republicanas en Francia, las mazzinianas Joven Italia y
Joven Europa, las de los progresistas a lo largo de toda la española Era
isabelina y, ya dentro del incipiente movimiento obrero internacional, la
secreta Fraternidad internacional creada, en 1864 y en Florencia, por Mihail A.
Bakunin.
Esta sociedad secreta bakuniniana estaba proyectada, como más o menos Weishaupt
había pensado la suya casi cien años antes -y León Trotski discurriría, mucho
más tarde, su secreta técnica partidaria de infiltración denominada
"entrismo"-; es decir, para ser utilizada como secretísima
organización de iniciados con el fin de introducirse, clandestinamente, en
otras asociaciones -como llegó a intentar con la propia Internacional Bakunin-,
para así intentar manipular aquéllas, granjeándose simpatías o inclinando a
esas organizaciones hacia sus propias ideas o fines estratégicos. Su programa,
transcrito e incluido en el libro biográfico que, sobre Bakunin, escribió
Nettlau y, más tarde, publicó de nuevo en su antología Daniel Guerin, recuerda
en ocasiones la propia organización y el estilo discursivo masónico al uso y,
en otras ocasiones, el discurso piensa en la masonería a la hora de definir, en
contraposición a ella, su particular y revolucionaria fraternidad secreta,
veámoslo:
"La sociedad internacional revolucionaria
se constituirá en dos organizaciones diferentes: familia internacional
propiamente dicha y las familias nacionales (...). La familia
internacional. Unicamente compuesta por hermanos internacionales, tanto
honorarios como activos, será ella la clave de bóveda (...). El candidato
(...). Es preciso que esté convencido de que no podrá servir mejor que
compartiendo nuestros trabajos, y que sepa que, al ocupar un puesto entre
nosotros, contraerá con respecto a nosotros el mismo compromiso solemne que
nosotros contraemos respecto a él (...). Debe comprender que una asociación
cuyos fines son revolucionarios debe necesariamente formarse como sociedad
secreta, y que toda sociedad secreta en interés de la causa a la que sirve y de
la eficacia de su acción, así como en el de la seguridad de cada uno de sus
miembros, debe someterse a una fuerte disciplina, que no es por otra parte más
que el resumen y el puro resultado del compromiso recíproco que todos los
miembros han acordado unos respecto a otros, y que por lo tanto es una
condición de honor y un deber el someterse cada uno a todo ello (...), no
toleraremos más que un maestro, nuestro principio (...). Inclinándonos con
respecto ante los servicios pasados de un hombre, apreciando la gran utilidad
que podrían aportarnos los unos por su riqueza, los otros por su ciencia, los
terceros por su alta posición y su influencia pública, literaria, política y
social, lejos de buscarles por todo ello, veremos en lo dicho un motivo de
desconfianza (...). Al entrar entre nosotros, el nuevo hermano deberá
comprometerse solemnemente a considerar su deber hacia esta sociedad como su
primer deber, concediendo como su segunda obligación su atención a cada miembro
de la sociedad, su hermano"20
Como recuerda el Dr. Nettlau, hacía un año que el romántico conspirador de
origen ruso había abandonado las causas revolucionarias nacionalistas para
centrar toda su energía en la causa social. Prueba ésta -como otras muchas- de
la fuerte influencia que el liberalismo radical tuvo en el nacimiento del
pensamiento anarquista, contradiciendo todo ello, entonces, la tesis -que, por
otro lado jamás he compartido- publicada en la serie Documentos de la Editorial
Anagrama, con el título Libertarismo versus liberalismo, del
profesor de UCLA Carlos Peregrín Otero.
Esta secretísima sociedad revolucionaria fundada y sostenida por Bakunin y
denominada, curiosamente, de variadas maneras como: Sociedad Internacional
Revolucionaria, Fraternidad Internacional, Societá dei Legionari della
Rivoluzione Sociale Italiana -y que, por otro lado, esta prolija forma
de denominarla nos refleja una vez más el apasionado y pulsional
"Niño" que Bakunin tanto cuidó y llevó siempre dentro-, acabaría
siendo el origen o la causa de las denuncias dirigidas contra él en el seno de
la Internacional, por parte de un "britanizado" intelectual como Karl
Marx, su yerno Lafargue, Engels y Utin, ocasionando la expulsión del
carismático l'enfant terrible de la A.I.T., en 1872.
C.- La apropiación de iconografía y rituales masónicos
por parte de las ideologías contemporáneas revolucionarias
Una de las más viejas y usadas definiciones que la francmasonería ha dado de sí
misma, es la de que esta curiosa y antigua forma de sociabilidad "es un
hermoso sistema de moral, velado por alegorías e ilustrado por símbolos".
Intentando darle base justificativa a esta tercera deducción apuntada en la
sección C, sobre la apropiación, adaptación o utilización de simbología
genuinamente masónica por parte del mundo político liberal y, siguiendo este
histórico precedente, más tarde, por el propio movimiento obrero, trataremos de
seguir extendiendo nuestro discurso sobre este interesante tema, presentando
ahora nuevos ejemplos de adecuación de las "veladas alegorías" y los
"ilustrados iconos" francmasónicos por parte del liberalismo, tanto
en su vertiente oficial o institucional como en la informal vertiente
panfletaria.
Posiblemente, y utilizamos aquí este conjetural adverbio dado que, después de
ímprobos esfuerzos de auténtica caza bibliográfica en la British
Library y en las más importantes librerías londinenses, tanto de libro
nuevo como de lance, seguimos sin haber descubierto ningún icono
"constructivo" en las insignias o banderas de aquellos puritanos
radicales ingleses, los Levellers o Niveladores y los de su
sección protocomunista, los Diggers, los también llamados True
Levellers -aunque no nos extrañaría que la primera
instrumentalización política de la imagen del
"constructivo" nivel, como referente iconográfico del igualitarismo
social, proceda de estos revolucionarios tiempos de la Guerra civil inglesa21-,
la primera apropiación simbólico-política que tengamos constadada de este
tenor, fue la que llevó a cabo la república federal de los Estados Unidos de
Norteamérica. No podemos olvidar que en su revolución participaron célebres y
sobresalientes francmasones como Benjamin Franklin, George Washington, el
marqués de La Fayette, Thaddeus Kosciuszko, Thomas Adams, Joseph Warren,
Richard Caswell, etc., etc., etc.
Desde su misma gestación como nación y sobre todo durante los primeros años de
su historia, los correspondientes a los dos mandatos de su primer presidente
George Washington, aquellos ex-colonos británicos, padres de aquel nuevo
Estado, careciendo del necesario precedente protocolario e iconográfico
republicano y no queriendo remedar para nada, como ya hemos dicho, los
símbolos, apariencias y fórmulas institucionales de las viejas monarquías,
encontraron en parte de la emblemática y el ritual masónicos la base
iconográfica y algunos de los ritos protocolarios para aquel nuevo Estado
federal dentro, todo ello, del lógico paradigma estético del neoclasicismo, con
la larguísima proyección de referentes iconográficos y estilísticos que esta
poética conlleva.
Buena muestra arquetípica de todo esto que decimos la encontramos en el diseño
de su misma bandera, la famosa Stars and Stripes, trazado
iconográfico que, todavía hoy, a los masones les recuerda siempre a un conjunto
de símbolos harto fundamentales de su iniciática asociación.
Primero, la masónica y "universal" "Bóveda celeste" de su
cantón -"estrellas flamígeras" blancas sobre el azul firmamento-
pintada obligatoriamente en el techo del prototípico espacio de sociabilidad
hiramita: la logia.
En segundo lugar, las citadas "estrellas flamígeras", asociadas
siempre ritualmente al grado segundo, el de "Compañero"; es decir,
que nos pueden estar hablando -como ya he dicho anteriormente en el
cuestionario-, de la práctica del "compañerismo" o camaradería,
además de un sin fin de variadísimos significantes esotéricos.
Y en tercer lugar, al anfibológico o plural significado simbólico de que estas
estrellas se van a utilizar como representación de cada Estado y disponer
en círculo, me refiero al primer diseño denominadoBetsy Ross, por
tres crípticas alegorías o motivos masónicos que vienen a reforzar,
iconográficamente, la misma idea política de
la unida, mutua y eternamente fuerte confederación
política.
Uno, para recordar la idea federal de la masónica y "circular"
"Perfecta unión" de los trece Estados iniciales, otro, por recordar
el arcano cabalístico del Ouróboros (la culebra, dragón o lagarto, mordiéndose
la cola), tan utilizado en su versión ofídica en la iconografía masónica desde
el siglo XVIII y que habla del eterno retorno, del infinito y de la eternidad,
aquí pudo o puede ser entendido como "amuleto" de buen augurio para
la nueva república. Y, el último de los tres motivos señalados, para que esta
constelación circular sea comprendida, asociada o asimilada a uno de los signos
alegóricos más importantes en el hiramismo, la denominada y
"cooperativa" "Cadena de unión". Dado que esa imagen del
principio republicano del mutualismo federativo se verá completamente reforzada
por esta relevante figura simbólica de la denominada "Cadena de
unión" que todos los masones del mundo, después de acabados los
"trabajos" de logia, realizan de una manera íntimamente física, al
situarse todos los "hermanos" en círculo, abrazándose lateralmente
unos con otros, subrayando con esta mística figura que cada "hermano"
es un eslabón de la recíproca y cooperativa cadena universal de fraternidad que
componen todos los masones en el mundo.
Recordemos que una de las primeras explicaciones constatadas históricamente del
simbolismo de esta bandera fue la que, después de la decisiva batalla de
Saratoga, en octubre de 1777, donde el general Horatio Gates venció al
polifacético general inglés John Burgoyne, Alfred B. Street le ofreció al
vencido general británico una interpretación de la Stars and Stripes,
diciéndole:
"The
stars were disposed in a circle
symbolizing the perpetuity of the Union; the
ring, like the circling serpent of the Egyptians,
signifying eternity. The thirteen stripes showed
with the stars the number of the United
Colonies, and denoted the subordination of
the States to the Union, as well as equality
among themselves."22
Pero quizás las imágenes que mejor representan esto que intentamos explicar,
nos las ofrecen, con esa rotunda y lacónica expresividad que sólo poseen las
mejores instantáneas fotográficas, cualquiera de los dos cuadros que conocemos
representando la colocación de la primera piedra del edificio del Capitolio de
los Estados Unidos.
Uno es de J. Melins y el otro, de mejor factura artística, se debe a la mano
del pintor y francmasón norteamericano Stanley M. Arthurs. Aunque desconocemos
cuál de las dos pinturas refleja con total fidelidad cómo se desarrolló aquel
importante acontecimiento, dado que ambas no coinciden completamente en lo representado,
deducimos que la de Melins es más antigua por varios motivos conjeturables: la
"construcción" de su exagerada perspectiva nos recuerda el típico
abocetado rápido salido de la utilización de una cámara oscura, y su
exhaustivísimo detallismo nos habla de la autoexigencia del pintor por dar fe,
cuasi notarial, de lo acontecido sin sacrificar nada a la canónica o académica
estructura de la obra y, por todo ello, este cuadro resulta obviamente más
fidedigno.
El lienzo de Arthurs, por el contrario, se ve a todas luces que se pinta
después de un estudioso trabajo de reelaboración, posiblemente orientándose
lejanamente en lo descrito por la obra de Melins, cambiando de situación y de
atributos masónicos a los personajes, de tamaño a los postes que sostienen la
polea, concediéndole un estético aunque inútil podio o pedestal de ladrillos a
la cornerstone y atreviéndose a rectificar el ritual masónico
del acto, al incluir en la escena al arquitecto del edificio, con mandil
masónico, retratándolo en el momento en que supervisa, escuadrándolo, el sillar
ante el Gran Maestro, el propio presidente de la flamante república. No siendo
tampoco correcta esta revisión litúrgica, dado que lo correcto sería que el
arquitecto Thornton ofreciese los instrumentos -plomada, escuadra y nivel- al
"Gran maestre" para que este, una vez revisada por él la piedra,
pudiese proclamar las tres cualidades de la misma: "estar a nivel, ser
firme y de buena forma", pasándose después al momento de la consagración.
En el cuadro de John Melins, intitulado George Washington Laying the
Cornerstone of the United States Capitol, Sept, 18, 1793, el mismo marco
dorado nos habla ya exultantemente de masonería, al estar embellecido en sus
esquinas, a guisa de cantoneras, por cuatro "Deltas sagrados" donde
se inscriben cuatro "Estrellas flamígeras o radiantes" invertidas. La
obra pictórica en cuestión, de dudosa calidad artística para la época -la
verdad es que, por su cuasi pueril sencillez, parece adelantarse al
estilo naïf- nos describe con pormenor, como ya hemos adelantado,
cómo se celebró la colocación de la primera piedra -la piedra angular- del nada
menos que futuro "templo" de la democracia norteamericana, el
Capitolio de los Estados Unidos. Proyecto arquitectónico de W. Thornton,
seleccionado por Thomas Jefferson y que viene a recoger el estereotipo
iconográfico clasicista, de clara influencia palladiana, de la vieja
iconografía masónica de arquitecturas en directa relación con la hipotética o
conjetural reconstrucción fisonómica del templo de Jerusalén. Arquitectura
"pensada" masónicamente que tanto agradaba a Jefferson y que este
singular político -posiblemente también francmasón- demostró conocer
sobremanera cuando él mismo proyectó, y en parte sufragó, su singular Universidad
de Virginia de Charlottesville.
Lo verdaderamente sorprendente de este cuadro es que da fe del ritual que
aquellos visoños republicanos eligieron para protocolizar aquel importantísimo
evento. La ceremonia no fue otra que un más o menos ortodoxo ritual masónico de
fundación de un edificio público, según el Rito de Emulación.
Dicho de otra manera, que para colocar la primera piedra del edificio
fundamental de la nueva y revolucionaria democracia, su primer presidente la va
a ubicar ceremonialmente investido con los llamativos atributos
masónicos de un Grand Master y no, como cabría esperar, como
un victorioso militar o como un sencillo y democrático presidente
"laico" o civil. No olvidemos que, como ya hemos explicado, aquella
república convirtió a Washington en el primer gran héroe romántico o, si se
prefiere, protorromántico de la revolución liberal, sentando con sus rococós y
clasicistas glorificaciones -que, en algunas representaciones, llegaron a ser
auténticas apoteosis- las bases iconográficas del constructo "militar,
liberal y -obviamente- masón"
Pero volvamos a la descripción de la apaisada escena del cuadro de Melins. En
la esquina nordeste del hueco realizado para la ubicación de los cimientos
-donde ha sido ubicado el símbolo universal de la masonería, el compás
sobrepuesto a la escuadra, en el grado de "Maestro"-, el propio
presidente de la república G. Washington, cabeza descubierta, vestido de ritual
como "Gran maestre" con sus guantes blancos, mandil, collar y
"joya móvil" de su alta "Dignidad", hace descender el
sillar aparentando que lo empuja con su mallete, mientras tres acólitos,
también sin sombrero, vestidos masónicamente de ritual con mandiles, guantes y
collares de los cuales pende la "joya móvil" de "Venerable
maestro", esperan, solemnemente, con el trigo, el vino y el aceite para
derramarlos sobre la piedra, consagrándola y dando por terminada la ceremonia
de fundación.
Alrededor de esta escena el público: mujeres, niñas, un niño, tres obreros
sosteniendo la cuerda en polea que mantiene y hace descender el sillar, la
bandera federal, un militar tocando el tambor, y muchos hombres, la mayor parte
de los cuales son masones con el mandil atado a su cintura. Como se ve, la nueva
república, quizás debido a la falta de un completo protocolo institucional
republicano y al posible capricho personal de su presidente, se apropiaba de
los usos y costumbres masónicos, permitiendo esta extraña y formal imbricación
simbiótica de su República con la "Orden del Gran Arquitecto del
Universo".
Posiblemente, el lógico proceso de "desmasonización"; es decir, la
políticamente natural desvinculación formalista de la flamante república
federal de los usos y maneras masónicos y de manifestar un excesivo -o un a
todas luces políticamente incorrecto- apoyo hacia una discretísima elite de
individuos juramentados para rendirse, sea donde sea, el correspondiente apoyo
mutuo, empezó con el mandato de su segundo presidente, John Adams.
Si se analiza textualmente la calibrada, prudente, lisonjera y hasta temerosa
carta que, en 1798, este estadista les dirigió a los masones de la Gran Logia
de Massachusetts en contestación a la felicitación por su nuevo cargo
presidencial, vemos que este sopesado documento, redactado en un estilo
literario que intenta estar próximo al de la masonería, refleja, en diplomacia,
un elegante e interesado deseo de quedar bien con la influyente asociación
-posiblemente convertida en un auténtico grupo de presión ideológico o hasta
político gracias a los favores otorgados a ésta por la presidencia
washingtoniana-, al mismo tiempo que nos puede estar hablando, por un lado, de
esos posibles aires de "desmasonización" de la nueva presidencia, al
ubicar Adams a la masonería en su pasado ("muchos de mis
mejores amigos eranmasones..")23 y, por otro,
de los lógicos descontentos, recelos y críticas que se habían creado en los
ambientes políticos republicanos no masónicos con relación a la discreta
asociación de los "nuevos constructores", tan protegida o, mejor
dicho, mimada por el primer presidente. Veamos, como ejemplo, el fragmento que
el Diccionario Enciclopédico de la Masonería de Lorenzo Frau
nos ofrece, traducido, de este documento, en su entrada de Adams, Juan:
"No teniendo el honor de pertenecer a vuestra
antigua Orden, es mayor aún mi reconocimiento por vuestra afectuosa y atenta
felicitación. Muchos de mis mejores amigos eran masones; y dos de ellos, mi
maestro, el sabio Gridley, y mi íntimo amigo vuestro inmortal Warren, cuya
vida, no menos que su muerte, son lecciones de patriotismo y filantropía,
fueron Grandes Maestros, sintiendo cada vez no haber sido iniciado en vuestros
misterios. Los ejemplos que acabo de citar y el más elocuente aún de mi
venerable predecesor, serían bastante para constituirme en defensor del honor y
buen nombre de la sociedad, aun cuando no estuviese penetrado de su amor por
las bellas artes, su entusiasmo en el ejercicio de la benevolencia y su
abnegación por la humanidad.- Vuestra generosa calificación respecto a mi
conducta y buenos deseos por el término feliz de mi período presidencial, son
acreedores a todo mi agradecimiento.- Las pruebas que habeis dado de amor a
vuestra patria y la oferta de vuestros servicios para proteger la herencia de
vuestros antecesores, no dejan duda de cuán elevados son los sentimientos que
os animan y de cuán injusta es la opinión que muchos profesan sobre los
designios de vuestra sociedad."24
Más tarde, será la Francia revolucionaria quien, emulando o remedando el bien
conocido precedente revolucionario estadounidense, recoja, tanto a nivel de
publicística oficial como a nivel de la correspondiente al mundo panfletario,
infinidad de "Atributos simbólicos" o referentes iconográficos masónicos,
componiendo de esta manera una complejísima emblemática revolucionaria preñada
de "igualitarios" niveles, "moralizantes" escuadras,
"Deltas sagrados", "Estrellas flamígeras", compases,
"deísticos" "Ojos omnividentes", colmenas con sus
"cooperativistas", "constructivas" y "laboriosas"
abejas, "estables" y "seguras" áncoras, pirámides,
obeliscos, truncados fustes, estereotipados y "virtuosos"
"Templos de Salomón", etc., etc., etc. En lo que respecta al ámbito
publicístico de los panfletos, folletos u opúsculos, éste poseerá, en
ocasiones, un clarísimo influjo iconográfico francmasónico, sobre todo, en ese
tipo de papel barato utilizado para el fin propagandístico por el simbiótico
tándem -descubierto por el profesor Kennedy- formado por el variado ámbito de la
impresión y las sociedades jacobinas-.
Bajo la influencia de los clubes jacobinos de provincias se imprimieron
infinidad de panfletos preñados de clara iconografía masónica donde, por lo
general, los símbolos más repetidos serán el equilibrado y divino
"Delta" y el "igualitario" nivel. Todavía hoy es
facilísimo, por ejemplo, encontrar en los anticuarios de Besançon abundantes
colecciones -por cierto carísimas para un bibliófilo modesto- de esta curiosa
panfletística. El porqué de estas fuertes influencias entre la masonería y el
jacobinismo nos lo ofrece el trabajo del profesor Michael L. Kennedy -ya citado
por mí en el discurso de mi obra Galicia y la masonería en el siglo XIX (pp.
19-20)-, y que parece reforzar la vieja tesis gramsciana -que yo también
sostengo- de que la historia del desarrollo orgánico o estructural del partido
político contemporáneo le debe muchas influencias a la masonería, cuando
declara que:
"Aún asi, considerándolo todo, no se puede negar
el hecho de que los clubes le deben mucho a las logias. El abrazo fraternal, el
uso de la balota (o bola negra, entendida como voto negativo) y el empleo de
términos como "frére" (hermano) y "temple" (templo),
aunque no poseen un origen estrictamente masónico como afirma Brinton, sí suponen
una influencia masónica. Debe comentarse algo respecto a la afirmación de
Gaston-Martin de que la red jacobina tuvo como modelo a la masónica. Ya en
1790, Camille Desmoullins comentaba sobre la sociedad (jacobina) de la calle
St. Honoré: 'Es su Gran Oriente, el centro con el cual todos los jacobinos y
amigos de la constitución de los 83 departamentos, mantienen correspondencia'.
Las sociedades masónicas, como los clubes que (también) precisaban certificados
de afiliación (o diplomas), enviaban sus listas de miembros y estatutos a la
capital, poniendo allí a buen recaudo las cartas de recomendación de las logias
cercanas. Sus peticiones expresando devoción a la masonería y su deseo de
admisión en el Gran Oriente, suenan de modo notablemente familiar a las
escritas posteriormente por las sociedades (jacobinas) de provincias. En la
estructura organizativa, tanto jacobina como masónica, las redes regionales se
desarrollaron agrupadas en torno a los centros urbanos provinciales. Y, aunque
los jacobinos carecían de algo comparable con la asamblea nacional (masónica)
en la capital, a la que cada logia enviaba un representante, el club de Lille
intentó sin éxito instaurar una "sociedad madre" para implantar un
sistema similar en la primavera de 1790."25
Después, el Imperio napoleónico volvería a oficializar o "marchamar"
estatalmente infinidad de iconos masónicos -como también estatalizaría a la
propia masonería francesa y a sus propagandísticas logias militares-, empezando
por una buena porción de los símbolos de su propio ejército: diseños de
botonaduras, de numismática o medallística, etc.
Postcriptum
Más informaciones podríamos añadir a esta introductoria investigación sobre las
concurrencias e influjos que la masonería llegó a tener con respecto al
movimiento obrero y, sobre todo, en la gestación o formación del denominado
criterio libertario.
Podría a continuación profundizar un poco más en la interesante vida masónica y
revolucionaria de un personaje citado ya con cierta profusión, me refiero al
incansable Mihail Alexandrovich Bakunin. Hacer, desde el conocimiento
masonológico, un profundo y detallado análisis textual de su obra -como,
asimismo, de la de convencidos masones y publicistas de la ideología anarquista
como Élisée Reclus o Paul Robin- resulta a todas luces completamente necesario
y puede darnos, además, una de las claves principales para poder entender esas
convergentes similitudes ideológicas -o, por lo menos, místicas y simbólicas-,
entre el pensamiento libertario y el de la propia masonería.
Sin olvidar, en esa necesaria investigación que apuntamos, estudiar con
pormenor a la secretísima -y al parecer nada numerosa, como parece descubrir A.
Romano- Fraternidad internacional bakuninista. Profundizar en el estudio de la
estructura orgánica de esta discretísima y conspiradora asociación donde, desde
1864 -como recuerda Guillaume-, se dejaron introducir revolucionarios italianos
como los masones G. Fanelli y Saverio Friscia, franceses como los también
hiramitas Élie y Élisée Reclus, Benoît Malon o Alfred Naquet, escandinavos y
eslavos y, después de 1869, españoles como Arístides Rey y Farga Pellicer y
nuevos miembros franceses como Varlin o Robin, suizos como el propio Guillaume,
etc,26 resulta a todas luces, fundamental. Los claros influjos
que, sobre esta discretísima asociación imprimió Bakunin, retomando consciente
y sincréticamente los ritos y las formas del ya viejo carbonarismo y de la
francmasonería -como hemos podido ver anteriormente y también señaló Daniel
Guerin-, resultan completamente palmarios para cualquier estudioso de estos
temas.
Baste decir -como ejemplo, aunque conjetural, quizás representativo-, que las
secretas señales de reconocimiento que tuvieron que utilizar los
"entristas" correligionarios de Bakunin en esta sociedad secreta,27 pueden
seguir hablándonos de cómo aquel indomable aristócrata ruso reinventaba para su
nueva asociación estos signos de identificación "tribal", basándose
para ello, lejanamente, en las viejas señas, toques o gestos de la masonería.
Probablemente, alguna de aquellas secretas señas de identidad
"fraternalista" bakuniniana ha llegado, exotéricamente, hasta
nosotros, como el ya descrito gesto universal de salutación anarquista.
Por lo de ahora y mientras no se estudie este "encuentro" en
profundidad, entiendo que los puntos de coincidencia ideológica entre
ambos movements -el libertario y el masónico- pueden ser,
fundamentalmente, los siguientes:
Su acendrado e individualista humanismo de profunda carga deontológica. Esa
particularísima "postura filosófica ante la vida" que poseen tanto
los masones como los ácratas -con mayor intensidad los prekropotkianos-, con
todas las variadas y profusas trascendencias que esta forma de entender la
práctica social e individual conlleva, al basar ambas "culturas" sus
principios de proyección "política" en una convencida labor de
pedagogía integral. Para el caso específico español, el "encuentro"
en este ámbito se aprecia todavía con más relieve, debido a la fuerte
aceptación que en esta nación tuvo el krausismo.
Su utopía universalista o cosmopolitista. La vieja y mística reivindicación
masónica de la "Fraternidad Universal" fue recogida, como
auténtica primordia rerum , por parte de las dos grandes
corrientes del obrerismo del último tercio de siglo XIX y principios del
veinte, la marxista y la libertaria. Fraternidad universal repetida, hasta la
saciedad, como utopía final de sus teóricas reivindicaciones por su
cartelística y sus discursos. No olvidemos que estas dos culturas políticas, la
masonería y el proletarismo, van a compartir la misma aspiración programática
de tener un definido "proyecto político" de lograr una
sociedad nueva igualitaria y universal.
Su viejo ideal interclasista, sobre todo, y en el caso de los libertarios,
hasta la entrada histórica del llamado anarcocomunismo o comunismo libertario.
Su convencido laicismo y su visceral mentalidad anticlerical. Este punto de encuentro
se entiende, exclusivamente, para el caso masónico de las llamadas masonerías
latinas o liberales, quedando completamente apartada la masonería regular o
anglosajona de este tipo de inquietudes ideológicas.
Y, por ultimo, su profundo sentimiento "tribal" o fraternalista. Las
particulares formas de entender el apoyo mutuo por parte de los masones y los
anarcos llega a contraer las formas y maneras de un auténtico
"sectarismo" ideológico o "político". Este fraternalismo
tan fuertemente sentido y practicado por ambos ambientes desde sus mismos
nacimientos históricos, no se encontrará con facilidad en otras culturas
políticas de la contemporaneidad universal.
Por otro lado, su gran desencuentro o diferencia no radicará, como aparentemente
pudiera parecer, en la compleja, iniciática y ceremoniosa estructura jerárquica
-que no autoritaria- de la masonería, sino más bien en los medios o la forma de
alcanzar la compartida utopía final universalista de estas dos culturas
políticas. Los ácratas, como es sabido, intentando llegar a ella por medio de
la violenta y apocalíptica destrucción revolucionaria del para ellos
caduco mundo capitalista -esperando siempre para "mañana" o
"pasado mañana" su particular parusía- y, los reformistas masones,
desarrollando su pacífica, tolerante y educativa acción de convencimiento,
por medio de los igualitaristas y humanísticos ejemplos morales de su
filantropía y de su cándido fraternalismo.
Podría, por último, exponer en este discurso, sintomáticos ejemplos de
jovencísimos obreros iniciados en la masonería en la Galicia del siglo XIX que,
después de un tiempo de formación integral dentro de las logias, acabaron
siendo los fundadores del obrerismo marxista de este país. Como fue el caso -ya
estudiado en mi libro Galicia y la masonería en el siglo XIX-, del
mecánico ferrolano Francisco Fernández García, de "nombre
simbólico" Ferreti, y de una buena parte de sus compañeros de
la primera Agrupación socialista gallega, fundadores con él del primer
periódico socialista de Galicia, El Obrero.28
Podría, en suma, seguir mostrando más coincidencias, interrelaciones o
concomitancias habidas entre estas dos grandes culturas políticas de la
historia universal: el societarismo y el hiramismo, pero creo que, por esta
ocasión, lo aquí presentado y sugerido viene a ser un sencillo, objetivo y
sintomático abanico de ejemplos que, por lógica deducción, podrán ser motivo de
una necesaria y posterior reflexión que, espero, llegue a provocar la realización
de futuros ensayos esclarecedores, nuevos descubrimientos o distintos enfoques sobre el
fenómeno en cuestión.
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