Teóricamente, ‘democracia’
significa gobierno del pueblo; gobierno de todos para todos mediante los
esfuerzos de todos. En una democracia el pueblo deben poder decir lo que desee,
nominar a los ejecutores de sus deseos, monitorear su actuar y removerlos cuando
sea adecuado.
Naturalmente esto presume que todos los individuos que componen un
pueblo tienen la capacidad de formar una opinión y expresarla respecto a todos
los temas que les interese. Implica que todos son política y económicamente
independientes y por lo tanto nadie, para vivir, estaría obligado a someterse a
la voluntad de otros.
Si existen clases e individuos que son privados de los medios de
producción y por ende dependientes de otros con el monopolio sobre esos medios,
el así llamado sistema democrático puede solamente ser una mentira, que sirve
para engañar a las masas del pueblo y mantenerlas dóciles con un aspecto
externo de soberanía, mientras el gobierno de la clase privilegiada y dominante
está de hecho siendo salvaguardado y consolidado. Tal es la democracia y tal ha
sido siempre en la estructura capitalista, sea la forme que tome, desde la
monarquía constitucional hasta el así llamado gobierno directo.
No podría existir una cosa llamada democracia, un gobierno del
pueblo, más que en un régimen socialista, cuando los medios de producción y de
vida están socializados y el derecho de todos a intervenir en los asuntos
públicos corrientes se basa y se garantiza en la independencia económica de
cada persona. En este caso parecería que el sistema democrático fuese el más
capaz de garantizar la justicia y de armonizar la independencia individual con
las necesidades de la vida en sociedad. Y así les parecía, más o menos claro, a
aquellos que, en la era de los monarcas absolutos, lucharon, sufrieron y
murieron por la libertad.
Pero el hecho es que, mirando las cosas como realmente son, el
gobierno de todo el pueblo resulta ser una imposibilidad, debido al hecho de
que los individuos que conforman el pueblo tienen opiniones y deseos diferentes
y nunca, o casi nunca ocurre, que en algún asunto o problema puedan todos estar
de acuerdo. Por lo tanto el ‘gobierno de todo el pueblo’, se hemos de tener
gobierno, puede como mucho ser solo el gobierno de la mayoría. Y los
demócratas, ya sean socialistas o no, están dispuestos a concordar. Añaden, es
cierto, que se deben respetar los derechos de las minorías; pero ya que es la
mayoría la que decide cuáles son estos derechos, resulta que las minorías solo
tienen el derecho a hacer lo que la mayoría quiere y permite. El único límite a
la voluntad de la mayoría sería la resistencia, y esto lo saben las minorías y
pueden levantarla. Esto significa que siempre habría una lucha social, en la
que una parte de los miembros, bien sea la mayoría, tiene el derecho a imponer
su propia voluntad sobre los demás, enyugando los esfuerzos de todos para sus
propios fines.
Y aquí haría un alto para mostrar cómo, en base al razonamiento
respaldado por la evidencia de los eventos pasados y presentes, ni siquiera es
verdad que donde hay gobierno, llámese autoridad, aquella autoridad resida en
la mayoría y cómo en realidad toda ‘democracia’ ha sido, es y debe ser nada
menos que una ‘oligarquía’ — un gobierno de los pocos, una dictadura.
Pero, para propósitos de este artículo, prefiero vagar por el lado
de los demócratas y asumir que pueda realmente haber un verdadero y sincero
gobierno de la mayoría.
Gobierno significa el derecho de hacer la ley y de imponerla sobre
todos por la fuerza: sin una fuerza policial no hay gobierno.
Ahora, ¿puede una sociedad vivir y progresar pacíficamente para el
bien mayor de todos, puede adaptarse gradualmente a las circunstancias siempre
cambiantes si la mayoría tiene el derecho y los medios para imponer su voluntad
por la fuerza sobre las minorías recalcitrantes?
La mayoría es, por definición, retrógrada, conservadora, enemiga
de lo nuevo, aletargada de pensamiento y acción y al mismo tiempo impulsiva,
inmoderada, sugestionable, simplista en sus entusiasmos e irracionales temores.
Toda nueva idea brota de uno o unos pocos individuos, es aceptada, si es
viable, por una minoría más o menos cuantiosa y conquista a la mayoría, si es
que ocurre, solo después de haber sido sustituida por nuevas ideas y nuevas
necesidades y ya se ha vuelto obsoleta y quizás un obstáculo, en vez de un
estímulo al progreso.
Pero ¿queremos, entonces, un gobierno de la minoría?
Ciertamente no. Si es injusto y dañino que una mayoría oprima
minorías y obstruya el progreso, es aún más injusto y dañino que una minoría
oprima a toda la población o imponga sus propias ideas por la fuerza, las que
aún si son buenas excitarían repugnancia y oposición por el hecho de ser
impuestas.
Y luego, no debemos olvidar que existe todo tipo de minorías
distintas. Hay minorías de egoístas y villanos como las hay de fanáticos que se
creen poseedores de la verdad absoluta y, en perfecta buena fe, buscan imponer
a los demás lo que ellos sostienen que es la única vía a la salvación, aún si
es una simple estupidez. Hay minorías de reaccionarios que buscan darle la
espalda al reloj y están divididos respecto a los caminos y límites de la
reacción. Y hay minorías de revolucionarios, también divididos respecto a los
medios y fines de la revolución y sobre la dirección que el progreso social ha
de tomar.
¿Qué minoría debiese asumir?
Este es un asunto de fuerza bruta y capacidad para la intriga, y
las probabilidades de que el éxito caiga a la más sincera y más devota al bien
general no son favorables. Para conquistar el poder se requieren cualidades que
no son exactamente aquellas que se requieren para asegurar que la justicia y el
bienestar triunfen en el mundo.
Pero he de continuar dando a los demás el beneficio de la duda y
asumir que una minoría llegase al poder y que, entre aquellas que aspiran al
gobierno, yo considerara la mejor por sus ideas y propuestas. Quiero asumir que
los socialistas llegaran al poder y añadiría, también los anarquistas, si no se
me previene por una contradicción en los términos.
¿Sería esto el peor escenario de todos?
Sí, para obtener el poder, ya sea legalmente o ilegalmente, se
requiere haber dejado en el camino gran parte del propio bagaje ideológico y
haberse desecho de todos los escrúpulos morales. Y luego, una vez en el poder,
el gran problema es cómo permanecer ahí. Se requiere crear un interés
compartido en el nuevo estado de las cosas y adjuntar a aquellos en el gobierno
a una nueva clase privilegiada, y suprimir todo tipo de oposición mediante
todos los medios posibles. Quizás en nombre del interés nacional, pero siempre
con resultados destructores de la libertad.
Un gobierno establecido, fundado sobre el pasivo consenso de la
mayoría y fuerte en números, en tradición y en el sentimiento —a veces sincero—
de estar en lo cierto, puede dar algo de espacio a la libertad, al menos por
tanto como las clases privilegiadas no se sientan amenazadas. Un nuevo
gobierno, que dependa del apoyo solamente de una a menudo escasa minoría, está
obligada por necesidad a ser tiránica.
Se requiere solamente pensar qué hicieron los socialistas y
comunistas cuando llegaron al poder, o bien traicionando sus principios y a sus
camaradas o enarbolando colores en nombre del socialismo y el comunismo.
Es por esto que no estamos ni por el gobierno de una mayoría ni
por el de una minoría; ni por la democracia ni por la dictadura.
Estamos por la abolición del gendarme. Estamos por la libertad de
todos y para el libre acuerdo, que estará ahí para todos cuando nadie tenga los
medios para forzar a otros, y todos estén involucrados en el buen concurso de
la sociedad. Estamos por la anarquía.
Errico
Malatesta
Publicado originalmente en el periódico Pensiero e Volontà en mayo
de 1926.
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