jueves, 2 de enero de 2014

Ni soñadores ni utopistas ¡Anarquistas!



La ignorancia acerca de las ideas anarquistas hace que no sean pocas las personas que al escuchar nuestros objetivos, digan con voz parsimoniosa, como si ello les diera algún tipo de validez a sus palabras: «De acuerdo contigo compañero ¿Pero cuándo sucederá eso? El ser humano es malo por naturaleza, y si no existiera el gobierno, las cosas irían peor que ahora.» ¡Cómo si tal cosa fuera posible!

Ese pensamiento consuetudinario generado a raíz del desconocimiento de la naturaleza humana y de las propuestas concretas y profundas del anarquismo, hace que no sean pocos los que, al saber de nuestro ideal, nos tomen por soñadores, que sueñan con una sociedad imposible, utópica.

Y ya que el anarquismo no se ha podido poner en práctica por un espacio largo de tiempo, no faltan tampoco los compañeros que han caído en esos parámetros propios del desánimo y de la apatía, y se hacen llamar a sí mismos “Utopistas y soñadores”

Para la propaganda del Estado no hay nada mejor que los que luchen se orillen a sí mismos hacia la autodescalificación y el desánimo. Y es precisamente eso lo que se hace al llamarse soñadores o utopistas.

La libertad por la que luchamos los anarquistas no vendrá por sí misma, como si de un acontecimiento inevitable se tratara. Precisa que los anarquistas luchen por obtenerla, que instiguen al pueblo a rebelarse en contra de quienes les someten.

De nada sirve tener la razón; de nada sirve que la justicia humana esté de nuestra parte. Gobiernos, policías, carceleros, capitalistas y clérigos pisotean diariamente la libertad y la justicia. Amparados en las leyes del Estado, en las armas de los sicarios puestos a su servicio y en la inacción del pueblo, actúan diariamente a sus anchas.

Tenemos la razón y la justicia de nuestra parte; precisa ahora no esperar que vengan por sí mismas, sino que nosotros las impongamos a gobiernos, capitalistas y demás verdugos de la libertad y la justicia. Precisamos de voluntad para lograrlo. Pero esa voluntad que se necesita para triunfar se ve difuminada cuando quienes deben luchar por la anarquía se hacen llamar utópicos y soñadores.

Si la anarquía ha de venir tarde o temprano porque hacia ella avanza la humanidad casi de forma inevitable, nosotros hagamos una parte que ya vendrá por sí misma, parece que se escucha decir a los utopistas.

No, y mil veces no. Nuestro papel como anarquistas, como bien decía nuestro Bakunin, consiste en ser provocadores. Sí, provocar el choque de los intereses de los de abajo con los de arriba; consiste en provocar la revolución y que el pueblo se encargue (nosotros entre ellos) de ejecutarla.

Pero provocar la revolución equivale a estar convencido no solo de que ella es necesaria, sino de que es posible. Equivale, en un lenguaje más claro, en dejar de ser utópico y soñador. Consiste en viviseccionar la sociedad actual; a partir de ello ver los fallos que presenta y proponer un sistema económico y social que ponga fin a las monstruosidades de la sociedad en la actualidad. Ese “sistema” (por definirlo en cuanto a conjunto de propuestas) es el anarquismo.

Así como es necesario quitarse de la mente esos fatalismos sobre la inevitabilidad de la llegada de la libertad, es preciso reclamar para nuestras ideas el lugar que les corresponde: el de la realidad y nunca el de un ideal lejano o irrealizable; anteponer a la autoridad del Estado la libertad del pueblo, a la jerarquía del capital la horizontalidad del pueblo, a las mentiras de la Iglesia la ciencia puesta al servicio del pueblo. Y todo ello en base siempre a análisis racionales, justos y libres. Es decir, todo ello en base a propuestas claras, lógicas, basadas en hechos reales.

Analizando la crudeza del sistema, no podemos oponer al mismo fantasías y espejismos. Hemos de anteponer a la torpeza de la economía capitalista la justa socialización de los medios de producción como un hecho racional y justo no solo para detener las injusticias del sistema, sino para llevar a la humanidad más allá de donde ha llegado; hemos de anteponer a las desigualdades del Estado la implantación de una sociedad de hombres y mujeres libres, equivalentes; hemos de anteponer a las mentiras de la Iglesia las demostraciones más avanzadas que la ciencia pueda aportar.

Todo eso, compañeros, son hechos reales, racionales, justos. No son sueños ni son utopías. El anarquismo, es preciso decirlo de nuevo, no es un sueño inalcanzable, ni una utopía a realizarse dentro de 1000 años.

No precisa la anarquía de seres perfectos con alas incapaces de cometer errores. Los anarquistas no luchamos por una sociedad así, imposible desde todo punto de vista. Sabemos que dentro de la sociedad anarquista habría problemas: el ser humano es un animal con la capacidad de cometer fallos. No es un ser perfecto, por ello sabemos que aun en una sociedad anarquista habría problemas. Problemas mínimos comparados con el caos en que se vive bajo los gobiernos.

Y si por algo luchamos es porque sea el pueblo el artífice de sus aciertos y de sus errores. Luchamos porque sea el pueblo en su totalidad quien decida sus destinos.

En la actualidad un político realiza reformas que conducen a la miseria a millones de personas. Cierres de puestos de trabajo (por contradicciones del sistema capitalista) llevan la miseria a miles de familias. Derrames petroleros producen catástrofes terribles en la naturaleza. Y todo ello generado por una cantidad ínfima de personas que conducen a la humanidad hacia la destrucción y la barbarie.

Nosotros queremos que el pueblo decida sobre su suerte, porque creemos que con ello el pueblo avanzará mil veces más de lo que podría hacerlo con un líder al frente. Aun a pesar de los problemas que pudieran tenerse.

Siendo un animal sociable, sabemos que la humanidad sabrá organizarse sin necesidad de gobiernos, pues está en su naturaleza asociarse, lo cual está demostrado no en un sueño o un idilio hermoso, sino científicamente (no cientificista, claro).

Ciertamente existen en la sociedad soñadores y utopistas: curas y capitalistas, gobiernos e instituciones. Piensan que este sistema que alimentan y del cual viven será eterno. Confiados en sus despachos, en sus palacios (construidos por trabajadores), miran al pueblo como una masa amorfa que rara vez se pone de acuerdo. Controlando la información, tienen casi la seguridad de que sus esclavos no advierten de donde les llegan los golpes.

Licenciados, abogados, juristas, jueces, curas, magistrados, senadores, diputados, ministros; republicanos, socialistas de Estado, monárquicos, fascistas y marxistas; todos pretenden que este cadáver llamado Estado pueda ser medianamente útil al pueblo; unos se autoengañan. La mayoría saben que esas palabras solo son una treta para contener la libertad del pueblo.

¡Estos son los verdaderos utopistas, los que creen que este sistema de muerte puede servir para algo! Reformistas sinceros habrá ¡Son soñadores! Piensan que el cadáver del Estado, sostenido únicamente por las armas de los cuerpos de asesinos a su servicio, puede mejorarse para que, de algún modo, no sea tan duro hacia los desposeídos.

El curso de la historia y más concretamente los hechos cotidianos de cada trabajador demuestran bastante claro que el Estado no solo no es necesario, ni siquiera como servicio administrativo, pues hasta esos servicios funcionan de las formas más irracionales, sino que el pueblo descansaría bastante de soportar la maquinaria del Estado sobre sus espaldas, donde recibe constantes latigazos del capitalismo.

Quienes se empeñan en querer convertir una maquinaria de muerte como es el Estado en un órgano de paz y de justicia, o lo hacen por descarada oposición a la libertad y la justicia, o lo hacen confiando tener la razón; estos últimos son verdaderamente los soñadores, los utopistas. Nosotros, anarquistas, basamos nuestras ideas y propuestas en hechos concretos, reales, aplicables en el aquí y en el ahora.

Si aún eres de esos compañeros que piensa que la anarquía es un sueño; o de esos compañeros que gustan de ver la anarquía como un ideal bello pero difícil de realizar, te decimos una cosa: No sueñes ¡Despierta, la anarquía es posible!

Salud y anarquía, hoy y siempre.
Erick Benítez Martínez

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