Los
anarquistas son enemigos declarados del Estado y de todas las realizaciones
institucionales concretas de las que este se dota para controlar y reprimir.
Esta declaración de principio, aun con su carácter abstracto, es uno de las
características esenciales del anarquismo y nunca ha sido puesta en duda.
El Estado
sabe perfectamente que los anarquistas son sus irreductibles enemigos, los que,
con más o menos eficacia, lo combatirán hasta el final.
Pero sabe
también que, propiamente por esta posición de total y radical enemistad, los
anarquistas no pueden encontrar aliados en su lucha contra el Estado, salvo en
la participación espontánea de individuos deseosos de transformar las
condiciones de opresión en las cuales vivimos todos.
Lejanos de
cualquier juego de poder, diamantes en su cristalina pureza ideal, los
anarquistas han representado desde siempre la espina clavada de todo Estado,
desde el despótico al democrático, de aquí la particular atención que los
órganos de policía de cualquier tipo han mantenido sobre ellos.
Y ya que
policía y magistratura saben bien que los anarquistas, aunque extraños a toda
búsqueda de alianzas políticas, logran encender las simpatías de los que no se
han vendido definitivamente, y ahí los tienes con todos los medios para tratar
de implicarles en acciones que a menudo no pueden ser obra de ellos, no tanto
por motivos de hecho sino por elección de fondo, por motivación de principio.
Los
anarquistas están al lado de quien sufre la opresión a menudo sin saber como
reaccionar, y esto lo saben todos. Su cercanía es a veces ideal, pero otras
tantas ofrecen una mano para el ataque contra los intereses de los dominadores.
El sabotaje constituye un ejemplo fácil de seguir, especialmente cundo se
realiza con medias simples y por lo tanto resulta al alcance de todos. Esto
molesta.
Los
anarquistas tienen el olfato afilado para señalar los lugares donde las
realizaciones del dominio se muestran a penas visibles, y aquí golpean. Su modo
de proceder es fácilmente reconocible porque esta destinado a ser reproducido
de la manera más ampliamente posible. No tienen pretensión de señalar corazones
sensibles del Estado o de arrogarse la competencia de golpearlos. Esto molesta.
Los
anarquistas no aceptan «subvenciones» y/o sustentos, encuentran por si solos
los propios medios para su lucha. Normalmente recurriendo a la ayuda de los
propios compañeros, con aportaciones o similares. No aman prostituirse. Por eso
no poseen el sagrado respeto por la propiedad de los ricos. Cuando alguno de
ellos, a título personal, porque así lo ha decidido, llama a la puerta de
cualquier banco, si algo va mal esta dispuesto a pagar las consecuencias. Vivir
libre tiene sus costes. Esto molesta.
Pero algunas
cosas no están dispuestos a hacer. No están dispuestos a asesinar a la gente
indiscriminadamente, como hacen los Estados en las guerras y en los periodos de
la llamada «paz social». No aceptarían nunca la idea de una masacre
indiscriminada de personas.
De igual
manera los anarquistas están contra la cárcel, contra cualquier tipo de cárcel,
también la que los secuestradores inflingen a los secuestrados en espera de que
se decidan a pagar la suma solicitada como el rescate. Encerrar bajo llave a un
ser humano es una práctica envilecedora.
Otra cosa
que los anarquistas rechazan es una estructura armada jerárquica, dotada de
organigrama, de reglas de funcionamiento, de proyecto político y todo lo demás.
Lo que la lenguaje común define como «banda armada» está a años luz de la idea
que los anarquistas tienen de la contraposición con el Estado, contraposición
que si alguna vez puede ser violenta, y por lo tanto armada, no estará jamás
fijada sobre los rígidos cánones que, en definitiva, resultan obtenidos a
partir de la imagen a la inversa de la misma estructura que se quiere combatir.
Todas los
montajes que en los últimos diez años se han construidos contra los anarquistas
han seguido dos directrices: por un lado los órganos del Estado han tenido
presente la extrema peligrosidad de un modelo de vida y acción que, si a penas
se viese generalizado o fuese conocido de manea adecuada, podría desbaratar la
sociedad de los adormecidos y de los conformistas; por otra parte han tratado
de señalar a los anarquistas como responsables de masacres, de secuestros, de
banda armada: propiamente lo que los anarquistas no pueden decidir de hacer.
Pero, ¿por
qué el Estado trata de «usar» a los anarquistas?
Porque con
su elección de manifestarse contrarios a cualquier compromiso y a cualquier
connivencia política con los actuales o los futuros dominadores se prestan de
forma ideal para ser utilizados en este sentido.
¿Dónde
encontrarán quien les defienda?
¿Quién se
arriesgará por su causa?
Ninguna
persona de bien podría hacerlo, y propiamente por esto, para tenerse para si a
las personas de bien, es por lo que el Estado controla, roba, masacra y todo lo
demás.
El Estado
podría contentarse metiendo en la cárcel a los anarquistas simplemente
acusándoles de comportamiento antisocial, de profesar una doctrina peligrosa,
de vilipendio de los órganos institucionales, de apología de delitos varios, de
incitación a la revuelta. Decenas y decenas, por no decir centenares, de procesos
de este tipo se han celebrado y nunca ha habido condenas serias: de pocos meses
a algún año.
Pero los
anarquistas quebrantan la quietud dorada de los bienpensantes, pueden
constituir la pequeña llama que inicie el incendio, y con los tiempos que
corren es necesario tener una estrategia adecuada para ponerlos completamente
fuera de juego.
Sale así a
relucir un señor Antonio Marini, sustituto procurador de Roma. Un señor de
dientes afilados y de fértil cerebro para inventar historias. Tiene a sus
espaldas la experiencia de procesos como los de el caso Moro o el atentado al Papa, por lo tanto
no hay persona más idónea que él para el menester: nunca jamás podría llegar a
entender como razonan los anarquistas y de que cosas — en términos legales —
son constantemente responsables.
Así es como
el egregio Marini se pone en la estela de sus ilustres predecesores y construye
su teorema: los anarquistas son responsables de las miles de acciones contra el
Estado y contra sus tentáculos económicos que en los últimos años se han
producido en todo el territorio nacional. Sin embargo el teorema hace agua.
¿Como se puede demostrar que unos pocos anarquistas han tirado abajo centenares
de postes eléctricos o incendiado las filiales Standa del señor Berlusconi? No
se puede. Es necesario por lo tanto ponerles en el centro de otro tipo de
hechos más graves: masacres no es que haya demasiadas a mano (en el futuro no
se sabe, ya veremos), pero hay secuestros. Se les puede atribuir a ellos los
hechos, verdaderamente desconcertantes, de haber tomado parte en todos los más
importantes secuestros de los últimos años.
Que importa
que muchísimos anarquistas estén en contra de cualquier forma de prisión; esto
el señor Marini no lo sabe. Elaborado el teorema, conducido por el corolario de
la banda armada, se encuentra también una joven que sostiene de conocer a los
anarquistas, de conocerles bien, de haber hecho incluso un atraco con algunos
de ellos. El resto vendrá por si solo.
Adelante
señores, estamos en la enésima escenificación.
En su tiempo
fueron las bombas de la Feria de Muestras de Milán. Algunos compañeros de Milán
serán acusados de intento de masacre y retenidos en la cárcel durante casi un
año. Durante el proceso todo se desinfla. Montaje.
Después la
masacre de Plaza Fontana, con decenas de muertos. Los anarquistas responsables.
El asesinato de Pinelli, arrojado al vacío desde una ventana de la comisaría de
Milán. Hoy la misma magistratura, después de casi un cuarto de siglo, ha tenido
que admitir que quienes pusieron las bombas fueron los servicios secretos del
Estado democrático italiano. Montaje.
En 1980 se
producen decenas de detenciones de anarquistas en toda Italia, acusados de
atracos, de banda armada e insurrección contra el Estado. El proceso no supera
ni tan siquiera la fase instructora. Montaje.
De 1984 a
1988 se producen al menos cuatro tentativas de implicar a los anarquistas en
los hechos relacionados con los postes de alta tensión saboteados por casi todo
el territorio italiano. A pesar de los diversos procesos celebrados no se
produce ninguna condena. Montaje.
En 1989 se
trata de construir ad hoc una «asociación subversiva» después de la detención
de algunos anarquistas durante un atraco. La acción judicial queda abortada.
Montaje.
En 1991
clamorosa operación dirigida a implicar a un presunto grupo Anarchismo e
provocazione en el secuestro de Mirella Silocchi. El grupo se revela como
inexistente, mientras existen desde hace mucho tiempo una revista que se llama Anarchismo
y un periódico que se llama Provocazione. La intentona de dar vida a esta
maquinación queda abortada. Montaje.
En 1994
registro en Florencia en la redacción del semanal anarquista «Canenero» (en el
mismo local poco antes había sido encontrado un micrófono) y se consignan tres
«avisos de garantía» a varios compañeros en relación a los atentados contra los
negocios Standa propiedad de Silvio Berlusconi. En este caso también el proceso
no supera ni tan siquiera la fase instructora. Montaje.
Aquí estamos
otra vez de nuevo.
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